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Woola

Sola fijó sus ojos en los de mirada malvada de la bestia, susurró una o dos órdenes, me señaló y abandonó el recinto. No podía menos que preguntarme qué podría hacer esa monstruosidad de apariencia feroz cuando la dejaron sola tan cerca de un manjar tan tierno. Pero mis temores eran infundados, ya que la bestia, después de inspeccionarme atentamente un momento, cruzó la habitación hacia la única puerta que conducía, a la calle y se echó atravesada en el umbral.

Esa fue mi primera experiencia con un perro guardián marciano, pero estaba escrito que no iba a ser la última, ya que este compañero me cuidaría fielmente durante el tiempo que permaneciera cautivo entre las criaturas verdes, y me salvaría la vida dos veces sin apartarse jamás de mi lado por su voluntad. Mientras Sola estuvo ausente tuve la oportunidad de examinar más minuciosamente la habitación en la cual me hallaba cautivo. El mural pintado representaba escenas de rara y cautivante belleza: montañas, ríos, océanos praderas, árboles y flores, carreteras sinuosas, jardines soleados, escenas todas que podrían haber representado paisajes de la Tierra de no ser por la diferencia en los colores de la vegetación. El trabajo había sido elaborado evidentemente por manos maestras, tan sutil era la atmósfera, tan perfecta la técnica, a pesar de que en ningún lado había representación alguna de seres vivientes, fueran humanos o no, por medio de los cuales pudiera conjeturar la apariencia de aquellos otros habitantes de Marte, tal vez extinguidos.

Mientras dejaba que mi fantasía volara tumultuosamente en alocadas conjeturas sobre la posible explicación de las anomalías que había encontrado en Marte, Sola regresó trayendo comida y bebida. Colocó las cosas sobre el piso, a mi lado, y sentándose a poca distancia me observó atentamente. La comida consistía en alrededor de medio kilo de cierta sustancia sólida de la consistencia del queso y casi insípida, mientras que la bebida era aparentemente leche de algún animal. No era desagradable al paladar, aunque bastante ácida y ya aprendería en poco tiempo a valorarla altamente. Ésta no procedía, según descubrí más tarde, de un animal —ya que solamente había un mamífero en Marte y era por demás raro—, sino de una gran planta que crecía prácticamente sin agua, pero parecía destilar la totalidad de su provisión de leche a partir de los productos del terreno, la mezcla del aire y los rayos del sol. Una sola planta de ese tipo podía dar de ocho a diez litros de leche por día.

Después de haber comido me sentí muy repuesto, pero con necesidad de descansar. Me tendí sobre las sedas y pronto me quedé dormido. Debí de haber dormido varias horas, ya que estaba oscuro cuando me desperté y sentía mucho frío. Descubrí que alguien había arrojado una piel sobre mi cuerpo, pero me había destapado en parte y en la oscuridad no podía ver para colocarla de nuevo en su lugar. De pronto apareció una mano que tiró de la piel y al rato arrojó otra más para que no tuviera frío.

Pensé que mi guardián era Sola y no estaba equivocado. Únicamente esta muchacha, entre los marcianos verdes con los que me pusé en contacto, revelaba características de simpatía, amabilidad y afecto. Sus solícitos cuidados hacia mis necesidades corporales eran inagotables y me salvaron de muchos sufrimientos y penurias.

Ya me iba a enterar de que las noches en Marte eran extremadamente frías, y como prácticamente no existía atardecer los cambios de temperatura eran repentinos y por demás incómodos, lo mismo que la transición de la brillante luz a la oscuridad. Las noches podían ser ya muy iluminadas, ya de la más cerrada oscuridad, pues si ninguna de las dos lunas de Marte aparecía en el cielo, el resultado era una oscuridad casi total. La falta de atmósfera o la escasez de ésta impedía en gran parte la difusión de la luz de las estrellas. Por el contrario, si ambas lunas aparecían en el cielo nocturno, la superficie de Marte quedaba brillantemente iluminada. Las dos lunas de Marte están mucho más cerca del planeta de lo que está la nuestra de la Tierra. La más cercana está a casi 8000 kilómetros, mientras que la más lejana se halla a poco más de 22.000 en tanto que hay una distancia de casi 350.000 kilómetros entre la Tierra y nuestra Luna. La luna más cercana a Marte recorre una órbita completa alrededor del planeta en poco más de siete horas y media. Por lo tanto se la puede ver surcar el cielo como un meteoro enorme dos o tres veces por noche, y mostrar todas sus fases durante cada uno de sus tránsitos por el firmamento.

La luna más lejana recorre una órbita completa alrededor del planeta en poco más de treinta horas y cuarto formando su satélite hermano una escena nocturna de grandiosidad espléndida y sobrenatural. La naturaleza hace bien en iluminar a Marte en forma tan generosa y abundante, ya que las criaturas verdes, siendo una raza nómada sin un alto desarrollo intelectual, no tienen más que medios rudimentarios de iluminación artificial, consistentes principalmente en antorchas, una especie de vela y una peculiar lámpara de aceite que genera gas y arde sin mecha.

Este último invento produce una luz blanca muy brillante y de gran alcance. Pero como el combustible natural que se necesita sólo puede obtenerse de la explotación de minas situadas en localidades aisladas y remotas, es muy poco usado por estas criaturas, que solamente piensan en el presente y aborrecen el trabajo manual de tal forma que han permanecido en un estado de semibarbarie durante infinidad de años.

Después que Sola hubo acomodado mis mantas volví a quedarme dormido y no me desperté hasta el día siguiente. Los otros ocupantes de la habitación, cinco en total, eran todos mujeres y todavía estaban durmiendo, bien cubiertas con una variada colección de sedas y pieles. Atravesada en el umbral estaba tendida la bestia que me cuidaba, exactamente como la había visto por última vez el día anterior. Aparentemente no había movido ni un músculo. Sus ojos estaban clavados en mí y me puse a pensar qué podría sucederme si llegaba a intentar una fuga.

Siempre he tendido a buscar aventuras y a investigar y examinar cosas que hombres más sensatos hubieran dejado pasar por alto. En consecuencia se me ocurrió que la única forma de averiguar la actitud concreta de esta bestia hacia mí sería el intentar abandonar la habitación. Me sentía completamente seguro en mi creencia de que, una vez que estuviera fuera del edificio, podría escapar si llegaba a perseguirme, ya que había comenzado a tomar gran confianza en mi habilidad para saltar. Más aún, por sus cortas patas podía darme cuenta de que probablemente no tuviera gran habilidad para saltar y correr.

Por lo tanto, despacio y cuidadosamente, me puse de pie al tiempo que mi guardián hacía lo mismo. Avancé hacia él con toda cautela y advertí que, moviéndome con paso pesado, podía mantener mi equilibrio tan bien como para marchar bastante rápido. Cuando me acerqué a la bestia, ésta se apartó cautelosamente y, cuando llegué a la calle, se hizo a un lado para dejarme pasar. Entonces se colocó detrás de mí y me siguió a una distancia de diez pasos aproximadamente mientras yo caminaba por la calle desierta.

Evidentemente, su misión era sólo la de protegerme, pensé; pero cuando llegamos a los límites de la ciudad, de pronto saltó delante de mí emitiendo extraños sonidos y enseñando sus feroces y horribles colmillos. Pensando que podía divertirme un poco a sus expensas, me abalancé hacia él y cuando prácticamente estaba a su lado salté en el aire y fui a bajar mucho más allá de donde él estaba, fuera de la ciudad.

Inmediatamente giró y se abalanzó hacia mí con la más espantosa velocidad que jamás haya visto. Yo pensaba que sus patas cortas podían ser un obstáculo para su rapidez, pero de haber tenido que competir con un galgo, éste habría parecido estar durmiendo sobre el felpudo de una puerta. Como más tarde me iba a enterar, éste era el animal más veloz de Marte, y debido a su inteligencia, lealtad y ferocidad, lo usan en cacerías, en la guerra y como protector de los marcianos.

Pronto me di cuenta de que tendría dificultades para escapar de los colmillos de la bestia en un ataque frontal, por lo cual enfrenté sus ataques volviendo sobre mis pasos y brincando sobre él cuando estaba casi sobre mí. Esta maniobra me dio una considerable ventaja y tuve la posibilidad de alcanzar la ciudad bastante antes que él. Cuando apareció corriendo detrás de mí salté a una ventana que estaba a una altura aproximada de diez metros del suelo, en el frente de uno de los edificios que daban al valle.

Me aferré del marco y me mantuve sentado sin observar el edificio, espiando al contrariado animal que estaba allí abajo. Sin embargo, este triunfo tuvo corta vida, ya que apenas había ganado un lugar seguro en el marco cuando una enorme mano me aferró del cuello desde atrás y me arrojó violentamente dentro de la habitación. Como había caído de espaldas pude observar que sobre mí se elevaba una criatura colosal, semejante a un mono blanco y sin pelo, con excepción de unas enormes greñas erizadas sobre su cabeza.