—¡Es fantástico! —exclamó Ellie—. Es realmente increíble. Has resuelto el asesinato, ni más ni menos.
—Sí, eso es lo que he hecho.
—Es asombroso. —Dobló las piernas y se sentó sobre los pies. Llevaba la misma ropa con que la había visto la mañana en que había tirado la planta, el pantalón de pintor y la camisa vaquera, y estaba tan atractiva como siempre—. No sé cómo lo has conseguido, Bernie.
—Deja que te lo cuente. Lo principal fue observar que el cerrojo no estaba echado. En un primer momento pensé que Flaxford lo había echado al marcharse, aunque en realidad no había salido de su dormitorio. Al establecer la relación, comprendí que había dos posibilidades: o el asesino tenía la llave o Flaxford había cerrado desde dentro. Si Flaxford había cerrado desde dentro, entonces todavía estaba vivo mientras yo andaba por su casa y, en ese caso, sólo una persona podía haberlo matado.
—Loren.
—Loren. Y si Loren lo mató, debió de ser por dinero, que era lo único que no había aparecido en el caso hasta el momento. Por tanto, tenía que haber dinero en algún sitio.
—¿Y todo esto lo pensaste mientras abríais la puerta?
—Para entonces, ya tenía varias sospechas, pero quería que pareciera que se me ocurría en presencia de Ray para que le resultara más fácil seguir mi razonamiento.
—Entonces tuviste la suerte de encontrar el billete de cien dólares en el suelo.
Pasé aquel comentario por alto. Había tenido suerte, cierto, pero también la había buscado. En aquel momento, llevaba un billete de cien dólares en la cartera —el que me había correspondido de los dos que nos habíamos repartido Darla y yo—, y tenía un poco de maquillaje rojo. Aquel billete habría ido a parar a la caja azul si el verdadero no hubiera aparecido detrás de la cama. Necesitaba algo para distraer la atención de Ray del verdadero contenido de la caja y me pareció que un billete manchado de sangre tendría el valor dramático adecuado, algo que Perry Mason podría haber sacado a la luz durante un juicio. Quizá por eso logré descubrir el billete que Loren había dejado en el dormitorio. En fin, gracias a ello había podido quedarme con mi billete, al menos hasta que encontrara algo en que gastarlo.
Ellie se levantó y fue a la cocina por más café. Apoyé los pies en la mesa central. Estaba agotado y tenso. Quería acostarme y dormir durante seis o siete días, aunque tal como me sentía, tal vez permanecería despierto durante aproximadamente el mismo tiempo.
Empezaba a ser tarde; estaba a punto de dar la una y media. En cuanto Ray y Loren salieron del piso de Darla, llamé a casa de esta tal como habíamos convenido, dejando que el teléfono sonara un par de veces y colgando a continuación. Minutos más tarde, recibí su llamada y le informé de que había encontrado la caja y que tenía las fotografías y las cintas en mi poder.
—No tienes que preocuparte por los negativos —le dije—. Son polaroid, aunque la persona que las sacó tiene sentido de la composición.
—Las has mirado.
—Tenía que saber qué eran; no iba a identificarlas a tientas.
—Lo comprendo —dijo Darla—. Sólo me preguntaba si te han parecido interesantes.
—A decir verdad, sí.
—Lo suponía. ¿Has escuchado las cintas?
—No, ni voy a hacerlo. Creo que debería haber cierta dosis de misterio en nuestra relación.
—¿Vamos a tener una relación?
—Creo que sí… ¿Funciona la chimenea de tu casa o sólo es un adorno?
—Funciona. Nunca he hecho el amor delante de una chimenea.
—Yo había pensado en algo así… Voy a quemar las fotografías y las cintas antes de marcharme. En realidad, la mitad son mías. Me he gastado todo mi dinero para recuperarlas y quiero que desaparezcan lo antes posible.
—Podrían ser un recuerdo muy interesante.
—No, son demasiado peligrosas. Es como guardar en casa una pistola cargada. El posible beneficio es mínimo y el riesgo enorme. Las destruiré esta noche. A propósito, puedes fiarte de mí. Por si se te había pasado por la cabeza, no soy un chantajista.
—Me fío de ti, Bernard.
—Todavía tengo el uniforme de policía. Creo que será mejor que lo deje aquí. Así evitaré tener que llevarlo hasta el centro.
—Buena idea.
—También tengo las esposas y la porra, por extraño que parezca. El tipo al que le pertenecían ha tenido que marcharse a toda prisa y no volverá a necesitarlas. También las dejaré aquí.
—Estupendo. Si no fuera tan tarde…
—No, es demasiado tarde y tengo otras cosas que hacer. Ya te llamaré, Darla.
—Te esperaré.
A continuación, busqué el número del hotel Cumberland y llamé a Wesley Brill para decirle que la cuestión estaba definitivamente liquidada.
—Eres libre —le informé—. El caso está resuelto. Yo estoy fuera de peligro y ni tu nombre ni el de la señora Sandoval han sido mencionados en ningún momento. Te lo digo por si estabas preocupado.
—Lo estaba —reconoció—. ¿Cómo lo has conseguido?
—Tuve suerte. Oye, me gustaría hacerte un par de preguntas.
Le hice las preguntas oportunas y él las respondió. Charlamos durante un par de minutos, acordamos que nos veríamos algún día para tomar una copa, aunque en un lugar que no fuera el Pandora, y eso fue todo. Encontré el número de Rodney Hart en la guía, lo marqué, dejé que el teléfono sonara más de quince veces y finalmente fui atendido por una amable operadora del servicio de contestadores automáticos. Me informó de dónde podía localizar a Rod —seguía en San Luis—, pero al llamar a su hotel me dijeron que todavía no había vuelto. Supongo que la obra seguía en cartel.
Me puse mi ropa y guardé mi atuendo de policía en el armario de Darla, donde por cierto ella también tenía algunos atuendos interesantes —algunos los había visto en las fotos, pero no tenía tiempo de examinarlos—. Volví al salón, eché un vistazo a las fotografías y las apilé todas, excepto una, sobre los troncos que ardían en la chimenea. Luego eché las cintas, que tardaron en prender y despidieron cierto hedor, removí las cenizas cuando se formaron, puse en marcha el aire acondicionado y me marché.
Cogí un taxi en dirección al centro y pedí que me llevara a Bethune Street. Alcé la vista para mirar el edificio. No había luces encendidas en el piso de la cuarta planta. Me detuve en el portal y busqué el timbre del 4 E. No tenía ningún nombre al lado del pulsador. Lo apreté y, al no obtener respuesta, abrí la puerta del edificio a mi manera y subí los tres tramos de escalera.
Abrir las cerraduras con la ganzúa no supuso ningún problema y, cuando entré, no tuve que permanecer mucho tiempo dentro. Al cabo de unos diez minutos salí, cerré la puerta con la ganzúa, subí una planta y entré en el piso de Rod, donde Ellie me estaba esperando.
Allí estábamos, bebiendo sendas tazas de café con un poco de whisky escocés y hablando de la situación.
—Así pues, ¿estás libre de toda sospecha? —me preguntó—. ¿Ni siquiera tiene que interrogarte la poli?
—Es probable que quieran hablar conmigo tarde o temprano —contesté—. Depende de lo que Ray decida hacer al final. Quiere que Loren cuelgue el uniforme y que pase una temporada en la cárcel, pero al mismo tiempo quizá quiera impedir que se lleve a cabo una investigación en toda regla y que el juicio se convierta en un campo de batalla. Supongo que llegarán a algún compromiso. Loren se declarará culpable de homicidio. Me sorprendería que le mantuvieran entre rejas durante más de un año.
—¿Después de haber matado a un hombre?
—Bueno, eso sería difícil de probar en un juicio e imposible a menos que se metiera en el caso a ladrones errantes, policías sobornados, fiscales de distrito corruptos y políticos, de modo que podríamos decir que el sistema tiene un interés personal en liquidar este asunto. Además, Loren tiene cincuenta mil silenciosos argumentos a su favor.
—Cincuenta mil… ¿Qué pasará con el dinero?
—Es una buena pregunta. Pertenece a Michael Debus, pero ¿cómo podrá reclamarlo? Dudo que permitan a Loren quedárselo y que Ray pueda conseguirlo todo. Ojalá supiera la manera de entrar en el reparto. No lo digo por avaricia, sino porque preferiría acabar perdiendo la menor cantidad de dinero posible. Este asunto me está costando una fortuna, ¿sabes? Me pagaron mil dólares por adelantado y se lo di a Ray; luego los matones de Debus hicieron un destrozo en mi casa por valor de varios miles de dólares y, por último, Ray se ha quedado con los cinco mil que tenía ahorrados para casos de urgencia.
—¿No podrías conseguir parte de los cincuenta mil?
—Ni por asomo. La policía no da dinero a los ladrones. Si hay una persona en todo el mundo que no va a oler esos cincuenta mil, soy yo. Tendré que empezar a trabajar. Estoy sin blanca, como siempre.
—Bernie, no olvides lo que pasó la última vez que intentaste robar algo.
—Pero fue un robo por encargo. A partir de ahora trabajaré por cuenta propia, sin excepciones.
—Eres incorregible.
—Sí, esa es la palabra correcta. La rehabilitación es inútil en mi caso.
Dejó su taza de café, se acurrucó a mi lado y apoyó su cabeza en mi hombro. Aspiré su perfume.
—Lo que resulta realmente asombroso —comentó— es que en ningún momento haya habido nada en la caja.
—A excepción del billete de cien.
—Pero antes de que metieras el billete, la caja estaba vacía.
—Así es.
—Me pregunto qué habrá ocurrido con las fotografías.
—Tal vez no existan esas fotografías —sugerí—. Tal vez Flaxford amenazó a la señora Sandoval pero nunca llegó a enseñárselas. Porque para sacar fotos sería necesario que hubiera una tercera persona, ¿no? Y en este asunto no ha aparecido ninguna persona más.
—Es cierto, pero creía que dijiste que le había mostrado las fotografías.
—Cabe la posibilidad de que le enseñara la caja y que le hiciese creer que las fotografías estaban dentro. Es posible, ¿no te parece?
—Supongo que sí.
—Por tanto, es probable que no haya habido ni fotos ni cintas por medio. Además, aunque no sea así, no merece la pena hablar de ello, porque se habrán esfumado.
—¿Cómo es posible?
—Se habrán convertido en humo… Eso es lo que creo.
—Es asombroso.
—Sí, sí que lo es.
—Entonces ¿todo ha quedado claro? Esto es lo más asombroso de todo… ¿La policía ha dejado de buscarte?
—Bueno, podrían presentar varias acusaciones —respondí—, pero he hablado con Ray sobre ello y va a conseguir que las anulen sin que nadie se entere. Podrían acusarme de resistencia a la autoridad y allanamiento de morada, pero no tienen ningún interés en ello y probablemente tendrían problemas para conseguir que las acusaciones tuvieran efecto. Además, sea cual sea la manera de la que resuelvan este asunto, lo último que querrán será complicar las cosas con mi testimonio.
—Es lógico.
—Sí… —La rodeé con un brazo y le apreté el hombro con los dedos—. Todo ha acabado a pedir de boca —añadí—. Ni siquiera he tenido que meterme por medio. Estoy libre de toda sospecha.
El silencio fue devastador. Todo su cuerpo se estremeció bajo mis dedos. Mantuve la mano sobre su hombro y con la otra saqué del bolsillo trasero el libro que había cogido del piso 4 E. Tenía la página marcada, por lo que lo abrí directamente por ella y empecé a leer:
—«Me divorcié hace cuatro años. Por aquel entonces tenía trabajo, aunque no era un trabajo muy exigente; luego lo dejé y ahora estoy en paro. Pinto un poco, diseño joyas y últimamente me he dedicado a los vidrios de colores. No es lo que hace todo el mundo, sino algo que más o menos he inventado yo. Son esculturas tridimensionales de estilo libre. El problema es que no estoy segura de si lo hago bien o no. Es decir, no sé si son simplemente un pasatiempo. Si descubro que es sólo eso, no me interesa, porque yo no quiero pasatiempos. Quiero hacer algo serio, aunque todavía no sé el qué. O al menos creo que no lo sé».
—¡Mierda! —exclamó ella—. ¿De dónde lo has sacado?
—De tu apartamento.
—¡Mierda y mil veces mierda!
—Está en el piso de abajo, cuarta planta exterior. Está situado en un sitio muy práctico. Entré cuando subía. Creía que tal vez Ester y Haman tendrían hambre, pero no he visto ni rastro de esos bribones.
—Ester y Mordecai.
—Como no tienes gatos es una estupidez discutir sobre sus nombres. —Di una palmada a la blanda tapa del cuaderno—. Dos si vienen por mar —dije—. Ni más ni menos que la obra con que está atravesando el país nuestro común amigo. El monólogo que he leído pertenece a un personaje llamado Ruth Hightower.
—¿Quién te lo dijo?
—Wesley Brill sabía a qué obra pertenece el personaje de Ruth Hightower, aunque tenía pensado preguntárselo. Cuando os presenté y le dije que te llamabas Ruth Hightower, le pareció divertido. Supongo que pensó que sería una coincidencia, pero tú te apresuraste a cambiar de tema de conversación y a decirle tu verdadero nombre. La noche anterior, cuando me disponía a entrar en la oficina de Peter Alan Martin, recité un ripio, algo así como «Una señal si vienen por tierra y dos si vienen por mar, Ruth Hightower en la otra orilla tiene que estar». Pues bien, observé que te pusiste muy nerviosa. Debiste de pensar que lo había descubierto todo y que estaba hablando más de la cuenta. Por eso esta mañana me dijiste tu verdadero nombre.
—Bueno, eso no significa nada. —Nuestras miradas se cruzaron—. Me había metido en el papel y me costaba volver a ser yo misma.
—Se trata de algo más complicado.
—No, no es tan complicado.
—Sí, creo que sí. Te habías metido en el papel, de acuerdo, pero te resultó fácil hacerlo porque eres actriz. Debería haberme dado cuenta mucho antes. ¿Por qué si no localizaste ayer a Wesley Brill con tanta rapidez…? Sabías perfectamente a quién llamar: primero a Channel 9, luego a la Academia de Hollywood y luego a la AAC. Yo ni siquiera sabía qué era la AAC; en realidad, creía que era algo propio de las mujeres a partir de cierta edad. Luego, cuando te contestaron, hiciste alguna que otra alusión a temas de trabajo. La verdad es que este asunto ha estado infestado de actores y aficionados al teatro desde un principio. Flaxford se dedicaba a dirigir obras y a trabajar de corredor de fincas mientras ganaba dinero con actividades menos respetables. Rod es un actor que siempre está hablando del chollo que tiene con el piso porque su propietario siente debilidad por los actores. El pasatiempo de Darla Sandoval es el teatro, razón por la cual cayó en las garras de Flaxford y conoció a Brill. Y tú eres actriz y por eso conoces a Rod.
—Magnífica deducción.
—No es más que el principio. También es el motivo por el que conociste a Flaxford, que a su vez te presentó a Darla Sandoval. A ella no la conociste en el centro, porque en ese caso no habrías sabido su nombre de pila. Hasta esta tarde, cuando oíste su nombre en la habitación de Brill, no supiste que todo estaba relacionado. Pero en cuanto te enteraste de que la señora Sandoval de la que estábamos hablando se llamaba Darla, decidiste que tenías una cita y que no podías acompañarme a su casa, ya que, de haber ido, te habría reconocido y habrías dejado de ser la simpática joven que pasó por aquí para regar las plantas.
—¿Qué quieres decir?
—Lo sabes perfectamente, encanto. —Le acaricié el pelo y sonreí—. La caja azul no estaba vacía.
—¿Qué…?
Metí la mano en el bolsillo y saqué la fotografía que me había guardado. La miré por un momento y luego se la enseñé. Ellie le echó un vistazo, se estremeció y se apartó de mi lado.
—Esa es Darla —dije—. La de la izquierda… La otra eres tú.
—Dios mío…
—He quemado el resto de las fotografías y las cintas. No tienes que ocultarme nada, Ellie. Sé que estabas liada con Flaxford. No sé si le conociste en el teatro o porque era el propietario de tu apartamento. Era el dueño de este edificio, ¿verdad? Él era el legendario propietario que sentía debilidad por los actores, ¿no?
—Sí. Él me encontró este piso. Ni siquiera sabía que el edificio era suyo.
—De una u otra forma te pescó. No sé por dónde te tendría cogida y no me importa, pero debía de ser lo bastante importante para que cooperaras con Darla. La noche del crimen fuiste a su casa.
—Eso no es cierto.
—Claro que lo es. Verás, Ellie, Ray Kirschmann se ha tragado mi explicación de cómo Flaxford se había encerrado en el piso, pero eso no significa que yo también crea en esa historia. Estabas con él. Tenías la llave, y no porque él quisiera que le regases las plantas, sino porque dormías con J. Francis con la asiduidad suficiente para tener llave propia. La otra noche estabais acostados. Por eso te extrañó que los periódicos publicaran que llevaba un batín. Dijiste que, según habías podido oír, el cadáver había sido hallado desnudo que, en realidad, era como estaba cuando lo dejaste. —Bebí un trago de mi café—. De pronto, pensé que tal vez te encontraras en el piso cuando yo estaba registrando el escritorio. Era posible. Podrías haber oído la puerta y haberte escondido en un armario o algo por el estilo, y luego habrías permanecido inmóvil hasta que me marché y los dos polis salieron corriendo tras de mí. Esta posibilidad se me ocurrió porque no alcanzaba a entender de qué otra manera podías conocerme y saber que estaba en casa de Rod. Sin embargo, esto tampoco tenía mucho sentido, y estaba seguro de que habías dejado a Flaxford desnudo. Pero ¿cómo apareciste por aquí? Era una verdadera coincidencia que tú y Rod vivierais en el mismo edificio y que yo hubiera elegido su apartamento para esconderme. ¿Cómo averiguaste que estaba aquí? ¿Cómo me reconociste? Quizá llamaste a Rod, le pediste que te dejara entrar en su casa y conseguiste las llaves de otro vecino. Lo que no entiendo es por qué lo hiciste.
—Joder…
—Te he mantenido al margen de este asunto, Ellie. La policía no sabe que existes y nunca tendrán motivos para buscarte. Sin embargo, me gustaría saber cómo encaja todo.
—Ya sabes la mayor parte.
—Me gustaría saber el resto.
—¿Por qué? —Se apartó aún más de mí y volvió la cabeza hacia un lado—. ¿Qué importancia tiene? Yo seguiré con mi vida y tú con la tuya. Ahora ya me puedo marchar. Hay una cafetera preparada y una botella de whisky casi entera, así que estarás a gusto.
—Antes quiero saber la historia, Ellie. Antes de que nadie vaya a ninguna parte.
Se volvió para mirarme, con expresión de desafío en sus ojos, y dijo:
—Bueno, has adivinado la mayor parte. Realmente no sé por dónde empezar. La otra noche estaba allí. Eso ya lo sabes. Él tenía que acudir al estreno de una obra de teatro y quería que le acompañara.
—Los Sandoval también iban a ir.
—Eso no tenía importancia. A ella ya la había visto en un par de ocasiones y habíamos hablado antes de que él nos reuniera para hacer la sesión fotográfica. No sabía su apellido. Debe de haber cientos de personas que conozco sólo por el nombre de pila.
—Continúa.
—Yo estaba allí y nos acostamos. Flaxford era un hombre espantoso, Bernie; extremadamente cruel y manipulador. No quería meterme en la cama con él. De hecho, tampoco me metí en la cama con Darla de buena gana. Él era… Le habría matado si fuera capaz de matar a alguien, así que intenté hacer lo que más se aproxima a un asesinato: intenté dejarle morir.
—¿A qué te refieres?
—Estábamos… estábamos en la cama y supongo que sufrió un infarto o algo parecido. Le falló la respiración y perdió el sentido sobre las sábanas. Pensé que había muerto… fue horrible, pero al mismo tiempo sentí un profundo desahogo.
—Pero él estaba vivo. ¿Lo sabías?
Hizo un gesto de asentimiento.
—Le tomé el pulso. Me di cuenta de que respiraba y de que tenía que llamar a los bomberos, a una ambulancia, a quien fuera… Entonces comprendí que deseaba su muerte. Incluso me sentí defraudada al ver que respiraba y su corazón seguía latiendo. Se me pasó por la cabeza matarle, asfixiarle con una almohada mientras permanecía tumbado, pero no podía hacer eso.
—Así que lo dejaste como estaba.
—Sí, lo dejé… Me vestí a toda prisa. Tenía algunas cosas en el armario. Las metí en una bolsa de la compra y me marché. Pensé que quizá se salvaría, que todo dependería de su suerte. No quería llamar a una ambulancia, prefería dejarlo todo en manos del destino.
—¿Adónde fuiste?
—A mi casa. Al piso de abajo.
—¿A qué hora?
—No lo sé con exactitud. Probablemente a eso de las siete o siete y media.
—¿Tan temprano?
—Creo que sí. Aún no habíamos empezado a vestirnos y teníamos que llegar al teatro antes del comienzo de la obra, que era a las ocho y media.
—Muy bien —dije—. Estaba desnudo en la cama cuando a eso de las siete o siete y media se desmayó. En un momento dado recuperó el conocimiento. Se levantó, cogió el batín y se lo puso. Miró alrededor y se dio cuenta de que te habías marchado. ¿Dónde estaba el dinero?
—¿Qué dinero?
—Los cincuenta mil dólares que encontró Loren.
—No sé nada de eso. No vi ningún dinero mientras estuve con él. No sé ni quién se lo trajo ni de dónde lo sacó.
—Pero cerraste con llave al salir.
Titubeó, pero luego hizo un gesto de asentimiento.
—No quería que alguien entrara y le salvara. Yo no podía matarle, pero podía facilitar las cosas para que muriera. ¿Te parece horrible lo que hice, Bernie? Supongo que lo fue…
Guardé silencio como respuesta. Luego aventuré:
—Quizá ya tenía el dinero, se dio cuenta de que habías desaparecido, miró dentro del armario y vio que tus cosas no estaban, por lo que decidió asegurarse de que no te habías llevado los cincuenta mil dólares que Debus le había entregado o que él había recogido en nombre de Debus. No importa, el caso es que buscó el dinero y lo encontró; luego sufrió un leve mareo, por lo que volvió al dormitorio y se sentó con el dinero en la mano. Empezó a sentirse realmente mal, trató de levantarse y tiró al suelo una lámpara o algo parecido. Hizo ruido o quizá gritó. Volvió a desmayarse sobre la cama. Eso pudo ocurrir en cualquier momento antes de que yo llegara poco después de las nueve. Flaxford estaba inconsciente mientras yo registraba su escritorio. Seguramente ya se había quedado dormido cuando Loren entró en el dormitorio y se puso a recoger lo que debió de parecerle todo el dinero del mundo. El alboroto lo despertó, Loren perdió los nervios y le pegó con la porra. Flaxford cerró los ojos por tercera y última vez aquella noche; cuando Ray y yo ejecutamos nuestro particular paso a dos, Loren volvió al dormitorio y le mató a golpes con el cenicero.
—¡Dios mío…!
—Pero ¿cómo lo supiste? ¿Cómo te enteraste de que yo estaba aquí?
—Te vi entrar.
—¿Cómo? No pudiste seguir a mi taxi y no tenías ningún motivo para hacerlo. Además, estuviste aquí en todo momento. Bueno, quizá me viste desde tu ventana, ya que tu piso da a la calle. Pero ¿cómo me reconociste?
—Te vi desde enfrente de la casa de Flaxford, Bernie.
—¿Qué?
—Volví. Estuve en mi apartamento durante un rato y entonces empecé a preocuparme por él. Si estaba muerto, bueno… estaba muerto y eso era todo. Pero si no lo estaba, tenía que hacer algo por él. Cogí un taxi y traté de decidir qué hacer. No quería llamarle y tampoco quería mandar una ambulancia antes de saber si estaba bien o no. En definitiva, no sabía qué hacer. Bajé del taxi e intenté armarme de valor para volver. Tenía la llave, por supuesto, y el conserje me habría dejado pasar porque me conocía. Pero temía que Fran estuviera furioso si se había recuperado. Por otro lado, si estaba muerto, no quería entrar y encontrarlo así. Además… Dios mío, no sabía qué hacer.
—Entonces me viste entrar en el edificio… Pero no podías reconocerme.
—Eso ocurrió más tarde. Te vi salir del edificio. Ibas como un relámpago y estuviste a punto de tropezar conmigo. Conseguiste esquivarme y saliste zumbando calle abajo. Minutos más tarde, un policía salió tras de ti y el conserje dijo que eras un ladrón y que habías entrado en el apartamento del señor Flaxford.
—¿Qué ocurrió luego?
—El otro policía bajó unos minutos más tarde y le dijo al conserje que Fran estaba muerto y que tú le habías matado. Yo no sabía qué había ocurrido. Volví al centro y me quedé en mi casa. Estaba segura de que la policía averiguaría que yo era la responsable, aunque no creo que lo fuera realmente. Cada vez estaba más nerviosa. No dejaba de asomarme a la ventana por si aparecía la policía. En aquel momento te vi entrar en el edificio y creí morir. No sabía quién eras ni cómo podías conocerme, pero estaba segura de que estabas persiguiéndome para matarme.
—¿Por qué habría de perseguirte?
—No lo sabía, pero ¿qué otra razón podías tener para entrar en el edificio? Eché todos los cerrojos y me quedé detrás de la puerta, temblando y oyendo cómo subías por las escaleras. Cuando llegaste a la cuarta planta, estuve a punto de desmayarme, pero seguiste hasta la quinta y creí que te habías equivocado y que volverías al cabo de unos segundos. Al ver que no bajabas, no supe qué pensar. Finalmente subí y pegué el oído a las dos puertas de la planta; al oír ruido aquí dentro, supe que eras tú, ya que Rod no se encontraba en la ciudad y el piso estaba vacío. No entendía qué estabas haciendo aquí, así que volví a mi casa, me tragué un Seconal y me quedé fuera de combate. A la mañana siguiente compré los periódicos y me enteré de lo que había ocurrido y de quién eras.
—Entonces llamaste a Rod y él te dijo que podías coger sus llaves.
—También me enteré de que te conocía. Le dije que me había topado con un tal Bernie Rhodenbarr y que me parecía que en alguna ocasión le había oído mencionar su nombre. Me dijo que era posible, aunque no se acordaba, y que habíais jugado a póker en un par de ocasiones. Entonces comprendí que ese era el motivo por el que habías entrado en su apartamento. —Respiró hondo—. Decidí subir aquí. No sabía si habías matado a Fran o no; pensaba que habría muerto antes de que tú llegaras, que habría muerto porque no había recibido atención médica inmediata y que era culpa mía. Sin embargo, también tenía en cuenta la historia del cenicero y me preguntaba si le habías matado tú. Luego nos conocimos, y creo que es evidente que me sentí atraída y fascinada por ti. Me metí en esto más de lo que probablemente debería haberlo hecho y, al mismo tiempo, tuve que interpretar un papel. Al principio, no podía revelarte mi nombre ni mi dirección, porque si eras realmente el asesino y yo decidía ayudarte, lo mejor era que no supieras quién era ni dónde podías localizarme. De ese modo si la policía te capturaba, no podrías implicarme.
—Así pues, me dijiste tu verdadero nombre porque temías que descubriera tu juego.
Ella movió la cabeza en un gesto de negación.
—No, no fue por eso. Simplemente no soportaba que me llamaras Ruth y, mientras hacíamos el amor seguiste llamándome de ese modo, no pude más. Pensé que de todas formas acabarías enterándote. Además, en aquel momento ya sabía que no habías matado a nadie, aunque había estado prácticamente segura de ello desde el principio…
—Tu famosa intuición… Sabía que tenías que estar implicada, Ellie. Nadie tiene tanta confianza en su intuición. Debías de tener algo más en que basarte.
—Bueno, el caso es que tarde o temprano averiguarías mi nombre, a menos que un buen día yo desapareciera. Pero no estaba segura de si quería hacerlo, y además todo estaba sucediendo con tal rapidez…
—Cierto.
—Ahora ya sabes la verdad. Faltó poco para que lo estropeara todo cuando me equivoqué de piso, ¿verdad?
—Lo hubiera descubierto de todos modos.
—Supongo. —Se separó de mí y parecía ausente, aunque supongo que yo también debía de parecerlo. Se produjo un silencio, que quedó suspendido sobre nosotros por un momento, hasta que finalmente ella lo rompió—. Bueno, al fin y al cabo, el asunto ha salido bastante bien, ¿no crees?
—Sí, en todos los sentidos excepto en el financiero. Tú y Darla estáis libres de sospecha y a mí ya no me buscan por homicidio. Yo diría que ha salido de maravilla.
—Si no fuera porque seguramente me odias.
—¿Que yo te odio? —La idea me dejó verdaderamente sorprendido—. ¿Por qué demonios habría de odiarte? Es posible que en un principio vinieras por curiosidad y para asegurarte de que no estabas en peligro, pero luego me ayudaste muchísimo, no tanto como si hubieras dicho la verdad en el primer momento, pero ¿quién es el idiota que va por ahí esperando encontrar honestidad en los demás?
—Bernie…
—Vamos, Ellie, lo comprendo perfectamente. ¿Qué motivo tenías para confiar en un delincuente con antecedentes penales y que podía resultar ser un asesino? Además, es cierto que me has ayudado mucho. No hubiera salido de esta sin tu ayuda, es probable que ni siquiera lo hubiera intentado. Me habría puesto en contacto con un abogado y habría tratado de llegar a un acuerdo con la policía a través de Ray. Así que sería un verdadero gilipollas si te odiara.
—Oh, Bernie…
—A decir verdad —añadí—, creo que te he tomado cariño. Me parece que estás un poco loca, pero ¿quién no lo está?
—Pero sabes que he estado liada con Flaxford.
—¿Y qué?
—Además, has visto esa fotografía.
—¿Y qué?
—¿No estás molesto?
—No en el sentido en que estás pensando.
—¿En qué otro sentido podrías estar molesto?
—Bueno, podría estar molesto y… excitado —respondí.
—Ya entiendo.
—Sí…
Le levanté la barbilla y la besé, y estuvimos así un rato. Luego ella suspiró, se acurrucó en mis brazos y se alegró de cómo había acabado todo.
—¿Y ahora qué va a pasar? —preguntó.
—Todo seguirá como antes, encanto. Tú seguirás siendo actriz y yo ladrón. La gente no cambia. Es posible que nuestras profesiones no estén muy bien consideradas, pero me temo que no tenemos otra alternativa. Nos veremos y veremos qué tal nos va.
—Me gusta.
Y también vería a Darla Sandoval, y trataría de encontrar la manera de robarle la colección de monedas a su marido sin que ella se enterara de quién había sido. Probablemente trataría de arreglar mi apartamento, y quizá los vecinos se olvidarían de mi supuesta ocupación en vista de que limito mis operaciones a la zona este, donde esos malnacidos ricachones siempre se la están buscando. También es probable que siguiera jugando al póker y viendo algún que otro partido de béisbol y haciendo algún trabajito cuando fuera necesario. No sería perfecto, pero ¿quién vive una vida perfecta? De hecho, todos somos criaturas imperfectas que vivimos vidas imperfectas en un mundo imperfecto, así que la única solución es hacerlo lo mejor posible.
Traté de explicárselo a Ellie y nos abrazamos. Al principio resultó agradable y tierno, pero no tardó en pasar a mayores.
—Vamos a la cama —propuso ella.
Me pareció una idea magnífica, aunque antes de ir me acerqué a la puerta para asegurarme de que estaba cerrada con llave.