13

Su cabello todavía era rubio y, si había cambiado en cualquier otro aspecto, yo no me di cuenta. Seguía siendo delgada y elegante y tenía la misma fuerza en la expresión y la misma seguridad en el porte. Wes y yo nos reunimos con ella, tal como habíamos acordado por teléfono, en un apartamento situado a unas manzanas de donde me habían arrestado años atrás. Abrió la puerta, me saludó llamándome por mi nombre e indicó a Wes que su presencia no sería necesaria.

—Puedes marcharte, Wesley. Todo está bajo control. El señor Rhodenbarr y yo lo arreglaremos todo. —Era la despedida a un criado y, tanto si le gustó como si no, Wes la aceptó sin rechistar. Ella cerró la puerta en cuanto salió. Echó el pestillo (pese a tener al ladrón en casa, pensé) y se dignó a brindarme una regia y fría sonrisa. Me preguntó si quería beber algo y acepté un whisky escocés.

Mientras preparaba las bebidas, pensé en Ellie. Había decidido que no quería acompañarme. Tras lanzar una rápida mirada a su reloj, había farfullado una explicación vacilante acerca de una cita a la que llegaba tarde y se había marchado. La vería más tarde, después de acudir a su cita, alimentar a sus legendarios gatos y terminar su legendaria escultura de vidrios de colores…

Tenía varias cosas en la cabeza cuando Darla Sandoval regresó con las bebidas —la suya era de un tono ámbar más oscuro que la mía—. Levantó su vaso para brindar, falló en su intento de hallar una frase adecuada y, por primera vez desde que la conocía, pareció mostrarse un tanto insegura.

—Bueno. —Aquella palabra nos bastó para brindar, y los dos bebimos de nuestros respectivos vasos. Era un whisky escocés excelente, lo cual no me sorprendió.

—Bonito apartamento.

—Se lo he pedido prestado a una amiga.

—¿Sigue viviendo en el mismo sitio?

—Oh, sí. Nada ha cambiado. —Suspiró—. Quiero que sepa que siento lo ocurrido —trató de disculparse, aunque sin tristeza—. Jamás hubiera imaginado que lo metería en un asunto tan complicado. Creía que ese robo sería sencillísimo para usted. Todavía recuerdo la habilidad con que abrió nuestras cerraduras aquella noche…

—Sí, fui muy hábil, entré con ustedes dentro…

—Esas cosas ocurren. Aun así, pensé que era la persona adecuada aunque, naturalmente, es la única persona que conozco que podría hacer el trabajo. Me acordaba de usted, por supuesto, y de su nombre, así que sólo tuve que buscar en la guía y lo encontré.

—Supongo que sí —convine—. Te cobran más por un número que no está en la guía; siempre me ha parecido tirar el dinero. No comparto la idea de pagar por un servicio que no se ha realizado.

—No esperaba que Fran estuviera en casa la otra noche. Había un estreno en el centro.

—¿Un estreno?

—El estreno de una obra experimental. Debería haber estado entre el público y luego haber acudido a la fiesta que organizaban los actores. Carter y yo fuimos y, cuando vi que Fran no aparecía, me puse nerviosa. Sabía que usted entraría en su casa e ignoraba dónde podía estar él. Wesley dice que no lo mató.

—Estaba muerto cuando llegué.

—Y la policía…

Le resumí lo que había sucedido en el piso de Flaxford. Me miró con los ojos muy abiertos cuando le comenté que había llegado a un acuerdo económico con la policía para que me dejaran marchar. Aquella mujer estaba casada con un hombre que combatía la corrupción policial y, al parecer, no sabía que la policía aceptaba dinero de ladrones. Creo que mucha gente ignora cómo funciona el sistema.

—Así pues, es cierto que alguien lo mató —dijo ella—. Supongo que no fue un accidente. No, claro que no… De todos modos, ¿miró en el escritorio antes de que llegara la policía? Yo vi cómo Fran metía en él la caja. Era azul oscuro, de un tono más oscuro que el azul marino, y del tamaño de una novela, quizá un poco más grande. Como este diccionario… Vi cómo la metía en el escritorio.

—¿En qué parte del escritorio? ¿Bajo la persiana?

—En uno de los cajones inferiores. No sé cuál.

—No importa. También los registré.

—¿Minuciosamente?

—Por supuesto. Si la caja hubiera estado allí, la habría encontrado.

—Entonces alguien se le adelantó. —Su cara empalideció un poco bajo el maquillaje. Bebió un poco más de su vaso y se sentó en una silla de respaldo duro y asiento de encaje—. La persona que mató a Fran se llevó la caja.

—Creo que no. El escritorio estaba cerrado con llave cuando lo encontré, señora Sandoval. Las cerraduras de escritorio son fáciles de abrir, pero uno tiene que saber qué lleva entre manos.

—Cabe la posibilidad de que el asesino tuviera la llave.

—Pero ¿se habría tomado la molestia de volver a cerrar? ¿Con un cadáver en el dormitorio? Lo dudo. Habría revuelto la casa y se habría largado lo antes posible. —Pensé en el destrozo de mi apartamento—. Además —proseguí—, hay alguien que sigue buscando la caja, y uno no sigue buscando una cosa cuando ya la tiene. He estado en mi casa hace un par de horas y parecía como si Atila hubiera pasado por allí con sus hunos. Usted no tendrá nada que ver con eso, ¿verdad?

—Por supuesto que no.

—Bueno, podría haber pagado a alguien para que lo hiciera. Si lo ha hecho, no le guardaré rencor, pero será mejor que me lo diga; de lo contrario, vamos a perder el tiempo buscando una persona que no existe.

Ella aseguró que no tenía relación alguna con el desvalijamiento de mi apartamento y decidí que estaba diciendo la verdad. En ningún momento había sospechado que estuviera involucrada. Era más lógico suponer que se trataba de la misma persona que había machacado el cerebro a Flaxford.

—Creo que sé dónde está la caja —dije.

—¿Dónde?

—Donde ha estado desde el principio: en la casa de Flaxford.

—Pero si acaba de decir que lo registró todo.

—Lo que he dicho es que miré en el escritorio. Habría seguido buscando si los marines no hubiesen aterrizado, y creo que la habría encontrado. La caja podría estar en cualquier parte. El hecho de que usted viera cómo la metía en el escritorio no significa que Flaxford la guardara siempre allí. Quizá tenía una caja de seguridad detrás de un cuadro o la había metido en un cajón de la mesilla del dormitorio. Podría estar incluso en el escritorio, aunque no en un cajón. Esos viejos escritorios de persiana tienen compartimientos secretos. Es posible que pusiera la caja en uno de ellos cuando usted se marchó. Sea como sea, apuesto a que sigue allí, en el mismo lugar en que la dejó, y también a que el asesino cree que la tengo yo y el piso está cerrado con un precinto de la policía sobre la puerta.

—¿Qué podemos hacer?

Traté de improvisar una solución, se me estaba ocurriendo una idea. Dejé que madurara mientras abordaba otro tema con la señora Sandoval.

—A propósito de la caja azul, va siendo hora de que sepa qué contiene.

—¿Es importante?

—Es importante para usted y para el hombre que mató a Flaxford. Eso lo convierte en algo importante para mí. Sea lo que sea, debe de ser muy valioso.

—Sólo para mí.

—Le estaba haciendo chantaje.

Hizo un gesto de asentimiento.

—¿Eran fotografías o algo por el estilo?

—Fotografías y cintas grabadas. Me enseñó unas fotos y me dejó escuchar parte de una cinta. —Se estremeció—. Yo sabía que no me amaba más de lo que yo le amaba a él, pero creía que disfrutaba con lo que hacíamos. —Se levantó y avanzó unos pasos hacia la ventana—. Mi vida con mi marido es bastante convencional, señor Rhodenbarr. Hace unos años descubrí que yo no soy tan convencional. Cuando conocí a Fran unos meses atrás, comprendimos que teníamos ciertos… gustos en común. —Se volvió para mirarme—. Nunca se me pasó por la cabeza que pudiera hacerme chantaje.

—¿Qué quería de usted? ¿Dinero?

—No. Yo no tengo dinero. Tuve dificultades para reunir el necesario para contratarles a usted y a Wesley. No, Fran quería que presionara a mi marido. Como ya sabe, trabaja con el CACA…

—Lo sé.

—El asunto tenía que ver con un tal Michael Debus. Es el fiscal del distrito de Brooklyn o Queens, nunca consigo recordarlo. Carter dirige una especie de investigación para sacar a la luz los trapos sucios del tal Debus.

—Y Flaxford quería que usted pusiera fin a la investigación.

—Sí, aunque a mí me sería imposible, ya que Carter es incorruptible.

—¿Qué interés tenía Flaxford en todo esto?

—No lo sé. No entiendo dónde encaja él en esta historia. Iniciamos nuestra relación mucho antes de que Carter comenzara la investigación, así que no se puede decir que Fran tuviese segundas intenciones. Siempre he sabido que estaba metido en el teatro, dirigió unas obras fuera del circuito de Broadway. Se movía en esos círculos. Así lo conocí.

—Y así es como también conoció a Wesley Brill.

—Sí. No conocía a Fran ni a ninguno de mis otros amigos relacionados con el teatro, lo cual me infundió seguridad a la hora de decidir si utilizaba sus servicios. Fran debía de estar metido en algún asunto sucio, aunque yo no lo sabía.

—Bueno, es evidente que estaba intentando apañar un asunto a Debus.

—A mí sí que me dejó apañada. —Se acercó, se sentó en un canapé, sacó un cigarrillo de una pitillera que había sobre la mesa y lo encendió—. Debía de seguir un plan cuando empezó la relación conmigo —dijo con ecuanimidad—, incluso aunque la investigación de Debus no estuviera abierta. Sabía quién era Carter y debió de pensar que tarde o temprano le sería útil controlarme.

—¿Su marido llegó a conocerle?

—Le vio en dos o tres ocasiones en que conseguí arrastrar a Carter a un estreno o una fiesta. El teatro me interesa tanto como a Carter le interesa coleccionar monedas. Con las pequeñas compañías uno puede sentir la emoción de ser empresario y de conocer ese mundo por dentro a cambio de unos cientos de dólares deducibles. Es una manera barata de engañarse pensando que estás haciendo algo creativo con gente creativa. Se conoce gente de lo más interesante, señor Rhodenbarr, se lo aseguro.

Llevó los vasos vacíos a la cocina. Es posible que tomara otra copa mientras tanto, porque cuando regresó se había suavizado la expresión de su cara y parecía sentirse más cómoda.

Le pregunté cuándo le había mostrado Flaxford el contenido de la caja azul.

—Hace dos semanas aproximadamente. Era la cuarta vez que iba a su casa. Solíamos venir aquí. Por cierto, le he mentido. Alquilé este apartamento hace unos años por comodidad.

—Estoy seguro de que resulta cómodo.

—Lo es. —Dio una calada a su cigarrillo—. Sin duda me llevó a su casa para hacer las fotografías y las grabaciones. Más tarde, me invitó a que fuera allí para mostrarme su obra y explicarme sus propósitos.

—¿Le pidió que convenciera a su marido de que dejara la investigación de Debus?

—Sí.

—Pero usted no podía hacer eso.

—¿Pedir a Carter que abandonara el proyecto del CACA? —Se echó a reír—. No olvide que mi marido es un hombre de principios muy elevados, señor Rhodenbarr. ¿No se acuerda de lo que ocurrió cuando intentó sobornarlo?

—¿Cómo voy a olvidarlo? ¿Se lo dijo a Flaxford?

—Claro que sí, pero aseguró que quería darme una oportunidad para que resolviera el asunto sola. Por nuestra amistad, según dijo. —Apretó los dientes—. Si yo no conseguía disuadir a Carter, tenía pensado hablar con él y amenazarle con poner en circulación las fotografías.

—¿Qué habría hecho Carter en ese caso?

—No lo sé. Desde luego, nunca le habría permitido divulgar esas fotografías. ¿La esposa de Carter Sandoval una pervertida? No, no lo hubiera soportado, como tampoco hubiera soportado seguir casado conmigo. No estoy segura de qué habría hecho. Es posible que hubiera intentado hacer algo desmesurado, como escribir una nota llena de datos pormenorizados para implicar a Fran y a Debus y luego arrojarse por una ventana.

—¿Habría intentado matar a Flaxford?

—¿Carter… un asesino?

—Quizá no lo hubiera considerado asesinato.

Entornó los ojos.

—No puedo imaginarlo —dijo—. Además, estaba conmigo en el teatro.

—¿Toda la noche?

—Cenamos juntos y luego fuimos al centro en coche.

—¿No se separaron?

Titubeó y respondió:

—Había una pieza preliminar de un acto antes de la obra. Una larga escena experimental escrita por Gulliver Shane. No sé si conoce su obra.

—No. ¿Carter la conoce?

—¿Qué…?

—Carter se perdió la pieza preliminar, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—Me dejó delante del teatro y fue a aparcar el coche. La obra empezaba a las ocho y media y tuve tiempo de fumar un cigarrillo en el vestíbulo, así que debió de dejarme a las ocho y veinte. Tuvo dificultades para encontrar aparcamiento. Es incapaz de aparcar delante de una boca de incendios, aunque la grúa no llegue hasta esos números del centro. Carter es tan estricto que da asco.

—Por tanto, se perdió la pieza preliminar.

—Si uno llega al teatro cuando ya han apagado las luces, tiene que ver la obra desde el fondo de la sala, de modo que no pudo sentarse a mi lado durante la obra de Shane. Pero aseguró que la había visto desde el fondo, y a las nueve ya estaba sentado a mi lado. No tuvo tiempo de ir al otro extremo de Manhattan, matar a Flaxford y volver al teatro, ¿verdad?

—Yo no he dicho nada.

—Además, Carter no estaba al corriente del asunto que Fran se traía entre manos. Todavía no había hablado con él. Fran me había dado el fin de semana para convencerlo. Por otra parte, si Carter tuviera que matar a alguien, utilizaría un arma.

—¿Todavía tiene ese cañón en casa?

—Sí. Es espantoso, ¿no cree?

—No sabe hasta qué punto. En fin, supongamos de todos modos que Carter no planeó ningún asesinato; que Flaxford le mostró las fotos y que reaccionó visceralmente. Si no llevaba el arma encima…

Me interrumpí porque sabía que aquello no tenía el menor sentido. Al margen de que hubiera sido una reacción impropia de Sandoval, Flaxford no tenía motivo alguno para verse con él a aquella hora o para llevar un batín durante el encuentro. Además, si un hombre como Sandoval hubiera matado a alguien llevado por la ira, lo cual resulta bastante difícil de creer, seguramente se habría entregado para cumplir su castigo.

—Olvide lo que acabo de decir. No fue Carter.

—No sé cómo habría podido hacerlo.

—Todo nos lleva a la maldita caja. Tenemos que hacernos con ella. Usted quiere las fotografías y las cintas antes de que un oportunista les eche el guante y yo quiero averiguar qué hay en la caja, además de las fotos y las cintas.

—¿Cree que hay algo más?

—Tiene que haberlo. Usted y su marido son las únicas personas que estarían interesadas en las fotografías y las cintas. Pero si ninguno de los dos mató a Flaxford ni saqueó mi piso, tiene que haber algo más para que alguien la esté buscando. Cuando sepamos de qué se trata, dispondremos de una pista para descubrir quién está detrás de ella.

Ella comenzó a decir algo, pero se interrumpió al verme. Se me estaba ocurriendo una idea. Cogí el vaso, pero lo dejé sin beber nada. Aquella noche, Bernard no iba a beber más. Tenía trabajo que hacer.

—Dinero… —dije.

—¿En la caja azul?

—Siempre cabe la posibilidad, pero no me refiero a eso. Usted iba a pagarme cuatro mil dólares. ¿Los tiene todavía?

—Sí.

—¿Puede conseguir más?

—Dos mil o quizá tres mil en los próximos días.

—No disponemos de tanto tiempo. Sus cuatro mil y mis cinco mil suman nueve mil. Es impresionante la facilidad que tengo para resolver estas sumas mentalmente. Creo que nueve mil será suficiente, aunque diez mil estaría mucho mejor. ¿Podría conseguir mil más en un par de horas?

—Supongo que sí. Sí, creo que podría conseguirlos. ¿Por qué?

Abrí la maleta y saqué los tres libros. Entregué a Darla Sandoval el de Gibbon y me quedé con el de Barbara Tuchman y el de apicultura.

—Cada treinta páginas —le dije mientras las hojeaba rápidamente— encontrará dos hojas pegadas. Sepárelas —se lo mostré, haciéndolo yo mismo— y encontrará un billete de mil dólares.

—¿Dónde ha encontrado estos libros?

—En la Cuarta Avenida, excepto Los cañones de agosto, que lo conseguí en el club del libro. No son robados. Tiene ante usted todos mis ahorros, el dinero que guardo para los casos de urgencia. Puede que el dinero sea robado, pero los libros son míos, y han sabido guardar su secreto. Si nos ponemos manos a la obra, sacaremos el dinero mucho antes.

—Pero ¿qué va a hacer con él?

—Uniremos nuestro dinero —respondí—. Luego entraremos en el apartamento de J. Francis Flaxford, por muchos conserjes y precintos policiales que haya. Lo haremos de la forma más expeditiva que existe: pagando una escolta policial.