La familia Drayli llevaba tanto equipaje que Emerahl sospechaba que habían traído consigo todas sus pertenencias, salvo su casa. Se habían llevado un chasco al enterarse de que tendrían que venderlas o tirar por lo menos la mitad.
—Mi barca es pequeña —les había recordado ella—. Si la cargamos con todos estos trastos, no solo no quedará espacio para vosotros, sino que seguramente la sumirá tanto en el agua que la ola más pequeña la anegará y lo perderéis todo. ¿Sabéis nadar? No se me había ocurrido preguntároslo hasta ahora.
Shalina se puso blanca, lo que indicó a Emerahl que su pregunta había producido el efecto deseado.
—No son más que cosas —le dijo Tarsheni a su esposa en voz baja—. Posesiones. No podemos dejar que unos meros objetos se interpongan en nuestra búsqueda de la deidad verdadera.
Habían tardado un rato frustrantemente largo en seleccionar las pertenencias de las que estaban dispuestos a prescindir, y luego Emerahl había tenido que acompañarlos al mercado para supervisar la venta. La inocencia y generosidad amistosas de la pareja compensaban su convencimiento de que ella los ayudaría con todos los pormenores. Al caer la tarde, Tarsheni había insistido en pagarle una cena y una habitación en la casa de huéspedes. No querían buscar el túnel a oscuras, pues les preocupaba que sus hijos se asustaran.
Ahora, mientras los observaba subir a su barca con movimientos vacilantes, empezó a preocuparle su capacidad para soportar un viaje por mar. Percibió determinación y entusiasmo en ambos adultos, y curiosidad en su hijo. El bebé parecía felizmente ajeno a la aventura que su familia estaba a punto de emprender. Contemplaban las otras embarcaciones mientras Emerahl maniobraba para alejarse del muelle.
Se inclinó hacia delante y le pasó una botella pequeña a Shalina.
—¿Qué es? —preguntó la mujer.
—Un remedio para el mareo —le explicó Emerahl—. Tomaos el contenido de un tapón cada uno y llenad otro para el chico. A la criatura dadle una gota diluida en agua y, si empieza a ponerse roja, avisadme.
—No me siento mareado en absoluto —afirmó Tarsheni—. Dudo que lo necesite.
—Lo necesitaréis cuando lleguemos a donde hay olas. El remedio tarda un rato en hacer efecto y no resulta tan eficaz cuando uno ya está mareado, así que más vale que os lo toméis ahora.
Siguieron sus indicaciones. Tras salir del puerto, Emerahl navegó paralela al istmo. El muchacho asedió a sus padres a preguntas sobre temas marítimos. Emerahl se aguantó la risa ante algunas de sus respuestas.
—¿Qué nos impulsa? —inquirió Tarsheni de pronto—. La vela está arriada, y tú no estás remando.
—La magia —contestó Emerahl.
Él arqueó las cejas.
—Un don muy útil para una mujer de mar.
Ella soltó una carcajada.
—Sí. Una suele formarse y ejercitarse en lo que le resulta útil para su profesión. ¿Tú posees algún don?
Él se encogió de hombros.
—Unos cuantos. Soy escriba, al igual que todos mis antepasados. Nos transmitimos de generación en generación los dones de preparar tinta y pergaminos, afilar los utensilios de escritura y defendernos.
—¿Defenderos?
—En ocasiones las cartas que entregamos no son bien recibidas, pese a que no las dictamos nosotros.
A Emerahl se le escapó una risita.
—Sí, me imagino que eso debe ocurrir con cierta frecuencia.
—Deseo poner por escrito las palabras del Hombre Sabio de Karienne.
—Da la impresión de que ya sabes muchas cosas sobre él —comentó ella. Su discreto entusiasmo había impresionado a muchos clientes de la casa de huéspedes la noche anterior. Emerahl casi había creído que al día siguiente se encontraría con una fila de barcas dispuestas a seguirla por el túnel.
—Solo lo que me han contado otros que lo han escuchado —reconoció él—. A veces los testimonios se contradicen. Si transcribo sus palabras, nadie podrá tergiversarlas.
—En teoría. Otros pueden alterar tu obra más tarde.
Él asintió con un suspiro.
—Es posible. Si poseyera un don que pudiera usar para evitarlo, consagraría mi vida a aprenderlo.
—Anoche dijiste que esa divinidad había creado el mundo, a los dioses, a todos los seres y todas las personas. Si creó a los humanos, o bien fue su voluntad que estos fueran capaces de cometer crueldades y asesinatos, o bien se equivocó en algo.
Tarsheni arrugó el entrecejo.
—Es una pregunta que deseo formularle al Hombre Sabio.
—Si no se trata de una equivocación, dudo que me gustara esa… ¿Creéis que eso es el túnel?
Emerahl notó que la barca se movía ligeramente cuando la familia se volvió para seguir la dirección de su mirada. Había avistado un pliegue en la pared abrupta del istmo, más adelante. Mientras se aproximaban, advirtió que un sendero descendía hacia la abertura.
—Eso parece —respondió Tarsheni.
—Sí —convino Emerahl—. No, no muestres eso todavía —añadió cuando él sacó su monedero—. Primero veamos qué nos encontramos.
Él contempló el túnel, nervioso.
—¿Crees que podría ser una trampa?
—Solo quiero ser prudente.
El pliegue se hizo más profundo y, cuando llegaron a él, vieron un túnel con lámparas colgadas a ambos lados y un semicírculo de luz al final. Las paredes eran de ladrillo y parecían haber sido reparadas recientemente cerca de la entrada. En lo que Emerahl calculó que era el centro, una gran verja de metal obstruía el paso. El sendero daba acceso a una cornisa que discurría por un lado del túnel.
Ella divisó unas figuras más adelante y percibió su interés en el momento en que se percataron de que la barca entraba en el túnel. Notó un picor en la piel cuando su interés se trocó en avaricia y expectación.
—¿Cómo te enteraste de que existía este túnel, Tarsheni?
—Un hombre nos habló de él. Nos propuso llevarnos en barco al norte si pagábamos el peaje del túnel.
—¿Por qué no aceptasteis?
—No nos gustó su aspecto.
—Hummm. Me da la impresión de que hay demasiado poco tráfico en este túnel para costear su construcción y mantenimiento.
—Tal vez sea aún demasiado temprano.
—Hummm.
Reflexionó sobre quiénes podían ser los usuarios del túnel. Tal vez les resultaría útil a los pescadores, pero era demasiado estrecho para embarcaciones más grandes que la suya. Solo los viajeros como ella, ya fuera a solas o en grupos pequeños, intentarían pasar por allí.
—¿Qué más os contó sobre el túnel?
Tarsheni se encogió de hombros.
—Que había muchos otros que atravesaban el istmo, en su mayoría excavados por contrabandistas, pero que la gente había empezado a temer que se hundieran y que el mar se llevara el istmo por delante. Acabaron por rellenarlos.
Emerahl recordó las reparaciones en los muros de ladrillo que rodeaban la entrada. ¿Había estado obstruido ese túnel y lo habían reabierto hacía poco?
—¿Os comentó si alguien se opuso a la reapertura de este túnel?
—No —contestó Tarsheni. Hizo una pausa antes de agregar—: No es probable que se derrumbe, ¿verdad?
Emerahl examinó el techo abovedado.
—Me parece bastante sólido.
Cuando se encontraban más cerca de la verja, Emerahl vio a cuatro hombres de pie en la cornisa. Sus expresiones reflejaban la codicia que sus mentes rebosaban. Ella invocó un poco de magia y creó un escudo defensivo en torno a la barca. Tras detenerla frente a la verja, miró a los ojos a cada uno de los cuatro hombres.
—Salud, guardianes del túnel. Mis pasajeros y yo quisiéramos pagar el peaje.
Un hombre corpulento al que le faltaban varios dientes enganchó los pulgares al cinto y le dedicó una amplia sonrisa.
—Buenas, señora. ¿La barca es tuya?
—Sí.
—No fienen mucha mujere de mar por aquí.
Los otros hombres se acercaron para escrutar a la familia y sus pertenencias. Uno de ellos empezó a bajar de la cornisa hacia la barca, pero su rodilla chocó contra la barrera de magia. Dolorido, soltó una palabrota y se tambaleó hacia atrás.
—Nadie sube a mi barca sin mi permiso —dijo Emerahl, devolviendo su atención al hombre mellado, que entornó los párpados.
—Pue má fale que nos des tu permiso, o no podrás pasá.
—No tenéis por qué subir a bordo —replicó ella con firmeza.
El mellado sacó pecho.
—Asín que tienes dones. Ameri, aquí presente, también. —Señaló a uno de los hombres, un joven delgado con cara de pocos amigos.
—Te propongo una cosa: tú me rebajas el peaje a diez canares, y yo dejo la verja en pie. —Cayó en la cuenta de que estaba deseando que rechazaran su oferta. Probablemente estaban acostumbrados a tratar así a los viajeros. Aunque ella no podía poner fin a sus manejos por completo sin dilatar el viaje, quería darse el gusto de aguarles la fiesta, al menos por un rato.
El hombre achicó los ojos.
—Ameri —dijo sin apartar la vista de Emerahl—. Anímalos a cooperar.
El hombre delgado extendió la mano hacia ella en un gesto teatral y ridículo. La magia se estrelló contra su escudo. Ameri era más fuerte que un hombre o una mujer medios, y un ataque semejante habría herido o incluso matado a la mayoría de los viajeros. Ella le clavó una mirada desafiante. La situación había dejado de resultarle divertida.
Cuando él terminó, Emerahl lanzó contra él y sus compañeros un azote tan fuerte que los estampó contra la pared y los retuvo allí. Ella se volvió hacia la verja y proyectó una ola de calor. Pronto esta se puso al rojo vivo y comenzó a combarse. Trozos de metal fundido cayeron al agua, y el túnel se llenó de vapor. El escudo de Emerahl protegía la barca, pero los hombres prorrumpieron en alaridos. Ella los liberó y dejó que huyeran por el túnel.
Cuando lo que quedaba de la verja se hundió en el agua, Emerahl hizo avanzar la barca, con cuidado de no chocar con las paredes candentes del túnel. Solo cuando hubieron salido por el otro lado, se relajó y se volvió hacia sus pasajeros.
La contemplaban atónitos.
Ella se encogió de hombros.
—Ya os lo dije: mis dones no son despreciables. Y no siento mucha simpatía por los ladrones.
Auraya pasaba de una hamaca a otra, examinando una vez más a los siyís. Dos de los enfermos estaban venciendo la devoracorazones; los otros dos continuaban luchando contra ella. No quería utilizar el don sanador de Mirar con ellos hasta estar segura de que no podían derrotar la enfermedad por sí solos.
«Ahora lo llamo “el don sanador de Mirar” —pensó—. No “de Leiard”. Supongo que Mirar lleva usándolo cientos, tal vez miles de años. Le pertenece más a él que a Leiard».
Tyve la observaba, lleno de curiosidad y preocupación. Ella no podía dejar de moverse. Iba de enramada en enramada, intentando encontrar una distracción que le impidiera pensar en lo que había hecho.
«He desobedecido a Huan. He desobedecido a los dioses a los que juré servir».
La alternativa era matar a un hombre que no merecía morir. «Eso no debería importar. Debería confiar en que los dioses tienen una buena razón para desear su muerte. Juran confió en ello hace mucho tiempo».
Este pensamiento, lejos de reconfortarla, la hizo sentirse aún más incómoda. «No puedo creer que Juran intentara matar a Mirar sin estar seguro de que estaba justificado. —Aunque sabía que era el deber de Juran cumplir la voluntad de los dioses, cayó en la cuenta de que esto enturbiaba el concepto que tenía de él—. Me pregunto si se ha enterado ya de lo sucedido…».
Una siyí despertó y pidió agua. Tyve no se movió mientras ella se apresuraba a llevarle un cuenco a la mujer. Cuando se lo acercó a los labios, una terrible sensación de pavor se apoderó de ella y la dejó paralizada.
Una presencia familiar se aproximaba. Auraya soltó un jadeo de alivio al reconocer a Chaia.
:Auraya, dijo él.
:¡Chaia!
:Veo que no hace falta que te diga que estás en aprietos, declaró. Aunque hablaba en un tono desenfadado, ella percibió una inquietud más profunda.
:No, convino.
Una mano tocó la suya. Cuando, sobresaltada, Auraya alzó la mirada, vio que Tyve le quitaba el cuenco y agitaba la mano para indicarle que se apartara de la paciente. Auraya se dirigió hacia la puerta de la enramada.
:¿Por qué lo he hecho? —le preguntó a Chaia—. O, mejor dicho, ¿por qué no lo he hecho?
:Tienes conciencia —aseveró él—. Necesitas la certeza de que tus actos están justificados. Para ti, la justicia y la razón son más importantes que la obediencia. Es un aspecto de tu carácter que me gusta. Por desgracia, los demás no comparten mi punto de vista.
:¿Todos los demás, o solo Huan?
:Tenemos opiniones distintas, pero siempre estamos unidos en nuestras decisiones, Auraya. No te corresponde a ti conocer nuestras opiniones individuales.
Ella salió. Hacía demasiado sol. Se dirigió hacia la sombra.
:Los otros dioses y tú debíais de saber que esa era mi forma de ser. ¿Por qué me elegisteis como Blanca?
:Porque los Blancos no pueden ser todos iguales. Cada uno posee sus propios puntos fuertes y sus defectos. Cuando trabajáis juntos, vuestros defectos se minimizan y vuestros puntos fuertes se suman. Tu punto débil, la compasión, es al mismo tiempo tu mayor virtud. Un líder que es capaz de matar sin cuestionarse el porqué difícilmente tendrá la empatía y solidaridad necesarias para negociar alianzas en beneficio mutuo y ayudar a otras personas a superar sus diferencias.
:Entonces ¿por qué me eligió Huan para esta misión?
:Me temo que eras la Blanca equivocada, en el lugar y el momento equivocados. No eras la persona indicada para ejecutar a Mirar, y no solo porque en otra época estuviste enamorada de una parte de él.
Auraya concibió un rayo de esperanza.
:Entonces ¿me perdonaréis?
:No exactamente —contestó Chaia—. Algunos creemos que los Blancos deben ser obedientes, sean cuales sean sus inclinaciones naturales. Si los Blancos tienen caracteres diferentes, es inevitable que en ocasiones no se pongan de acuerdo. Cuando surja un conflicto, deben acudir a nosotros para que lo solucionemos. Deben obedecernos, pues, de lo contrario, su unidad se romperá.
A Auraya se le cayó el alma a los pies.
:Huan todavía quiere que yo asesine a Mirar.
:Que lo asesines no, que lo ejecutes.
Mientras sus esperanzas se desvanecían, le sorprendió notar que la rabia crecía en su interior.
:¿Y si vuelvo a negarme?, preguntó sin pensarlo.
:Serás castigada. El grado de severidad lo ignoro. Me ha llevado un buen rato persuadir a los demás para que te concedieran una segunda oportunidad. También he insistido en que te dieran un día para reflexionar sobre la tarea y las consecuencias de tu negativa a obedecer. Mientras meditas sobre ello, ten en cuenta una cosa: a veces nos encontramos ante problemas cuyas soluciones posibles son todas desagradables. En esos casos debemos elegir la opción menos perjudicial. Piensa cuál es la opción menos perjudicial para la gente a la que juraste proteger.
:Mirar no tiene ninguna intención de obrar contra nosotros.
:¿Ah, no? Tal vez no en este momento, pero eso no significa que no vaya a intentarlo en el futuro. Sabes que es astuto y poderoso. Nos detesta, y eso también lo sabes. ¿Puedes estar segura de que, si se le presenta la oportunidad de causarnos problemas, no la aprovechará?
Auraya sacudió la cabeza.
:Plantéate qué ocurriría si decidiera recuperar su posición como líder de los tejedores —la apremió—. Puede influir en ellos y dirigirlos desde otro país por medio de los sueños.
A Auraya se le hizo un nudo en el estómago. Ni siquiera el exilio era una alternativa factible.
:Y considera la posibilidad de que aún ames a Leiard.
:No lo amo, replicó ella.
:¿Ah, no? Conozco tu corazón, Auraya. Sé que aún alberga un deseo y un afecto confusos y no resueltos. Él mantendrá los lazos que te unen a él si puede, no solo porque aún está embelesado contigo, sino porque sabe que no le harás daño mientras no tengas claros tus sentimientos. No serás libre para amar a otro hasta que esos lazos hayan desaparecido.
Auraya se abrazó el torso. Se sentía enferma, infeliz, destrozada.
:No puedo consolarte, Auraya. Ojalá pudiera —dijo Chaia con tristeza—. No puedo mostrarme cariñoso ni ahuyentar tus pesadillas, pues los demás creerían que recompenso tu desobediencia. Han accedido a que yo hable contigo, pues me conoces mejor que a ellos. Te lo pido, como amigo y como amante: haz lo que te pide Huan.
Se alejó. Tras permanecer largo rato sentada a solas, pensando en todo lo que él le había dicho, se levantó y regresó a la enramada. Necesitaba pensar, pero los siyís necesitaban su ayuda aún más.