23

Una sensación de dolor y movimiento invadió a Imi cuando despertó. Le ardía la piel, tenía las articulaciones agarrotadas y el estómago encogido. Una voz llamó su atención; una voz masculina suave y balsámica. Le recordó a su padre.

Se despabiló de golpe. ¿Era posible? ¿Había acudido él a salvarla por fin? Al abrir los ojos, se encontró frente a un rostro desconocido. El hombre, de tez pálida, tenía la cara y el cráneo cubiertos de pelos.

Era un pisatierra, pero no el que la había encerrado allí. Él le sostuvo la mirada, y las dos franjas peludas que tenía sobre los ojos se juntaron cuando frunció el ceño. Imi oyó un chapoteo debajo de sí y se percató de que él estaba de pie dentro del estanque. Empezó a bajarla hacia el agua. Por un momento, entró en pánico y se resistió débilmente. El estanque era demasiado profundo, y ella no tenía fuerzas para salir de él. Se ahogaría.

Unos instantes después de sentir el agua en la espalda notó la superficie dura del fondo del estanque. El pisatierra la soltó, pero permaneció en cuclillas a su lado. Comenzó a salpicarle todo el cuerpo. Primero le produjo picor, luego frescor. Un olor agradable flotaba en el aire; el aroma del mar. Procedía del agua. Ella se llevó la mano a la boca y la probó.

«Agua de mar. Intentan que me ponga bien».

Aunque este pensamiento habría debido aliviarla, no hizo sino llenarla de temor, un temor exacerbado por la conciencia de su desnudez. ¿Dónde estaba su enagua? ¿Le darían ropa nueva? ¿Qué harían con ella cuando recobrase la salud? ¿Qué la obligarían a hacer? Tal vez sería mejor que no se recuperara. Tal vez sería mejor que se muriera.

«No. Tengo que ponerme bien —se dijo—. Tengo que ponerme bien y estar lista para cuando mi padre venga…, o se me presente una oportunidad para escapar por mi cuenta».

El pisatierra dejó de rociarla. Se irguió y se dirigió hacia un lado del estanque. Tras recoger un plato grande, regresó a su lado caminando por el agua.

Habló de nuevo en voz baja y animada. Cogió algo del plato y se lo ofreció.

Era pescado crudo. Ella hizo una mueca, y él lo devolvió al plato de inmediato.

A continuación le tendió un trozo de pescado cocido. Imi, al notar que le gruñían las tripas, extendió la mano para agarrarlo, pero vaciló.

«¿Y si está envenenado?», se preguntó. Miró al hombre con suspicacia. Este sonrió y murmuró más palabras ininteligibles, intentando tranquilizarla.

«¿Qué más da? —se dijo ella—. Si no pruebo bocado, moriré de todos modos».

Ella cogió la loncha y se la llevó a la boca. Tenía un sabor delicioso. Cuando tragó, un alivio profundo recorrió su cuerpo.

El pisatierra le ofreció más, trozo a trozo, antes de dejar el plato a un lado. Ella aún tenía hambre, pero notaba el estómago demasiado… lleno… para seguir comiendo. Él se le acercó un poco más. Imi sintió una punzada de miedo cuando el pisatierra se arrodilló en el agua, junto a ella. Este le habló con el semblante serio y volvió la vista hacia la verja metálica de la habitación, que estaba cerrada. Devolvió la mirada a Imi y le habló de nuevo, esta vez con voz casi inaudible, pero cargada de emoción. Ella percibió ira, y supo que no iba dirigida contra ella. Él hizo un gesto en torno a la habitación. La señaló a ella, se señaló a sí mismo y agitó los dedos como simulando dos pares de piernas en marcha.

Comprender lo que el pisatierra pretendía decirle fue como zambullirse en una corriente de agua fresca. Él iba a rescatarla.

Los ojos se le anegaron en lágrimas. Rebosante de gratitud, lo abrazó y rompió a sollozar. Por fin. Aunque él no era su padre, iba a salvarla. Sintió que unas manos le daban palmaditas en la espalda, como hacía su padre cuando le dolía algo o estaba disgustada. Ese recuerdo la hizo llorar más.

Entonces notó que al pisatierra se le tensaba la espalda, y él la apartó de sí con delicadeza. Ella se enjugó las lágrimas. Cuando se le aclaró la vista, vio una figura de pie al otro lado de la puerta metálica, y se le heló la sangre.

Era el pisatierra que la había metido allí, y tenía cara de pocos amigos.

¿Había oído al pisatierra amable decirle que la rescataría? Escudriñó el rostro de este. Él le palmeó el hombro con suavidad y señaló el plato, invitándola a comer más, antes de volverse hacia su captor. Intercambiaron unas palabras. El pisatierra amable salió del estanque y se encaminó hacia la verja.

Continuaron hablando entre sí. Ella percibió la ira contenida en sus voces. Se tendió en el agua y sintió que sus esperanzas se marchitaban cuando ambos subieron el tono en lo que claramente iba a convertirse en una discusión.

Los truenos retumbaban amenazadores a lo lejos cuando Auraya, la portavoz Sirri y los otros siyís aterrizaron en el Claro. Les dio la bienvenida una multitud inquieta, entre la que se encontraban los portavoces y los representantes de tribus que se habían quedado allí.

—Los pentadrianos se marchan —anunció Sirri, provocando un estallido de silbidos y gritos de alegría que la obligaron a alzar la voz para hacerse oír—. Aseguran que han venido a Si para hacer las paces con nosotros, pero Auraya leyó en sus mentes sus intenciones auténticas. Solo pretendían persuadirnos de que adoráramos a sus dioses. Les hemos pedido que se vayan.

—¿Cómo podemos estar seguros de que no regresarán para atacarnos? —preguntó un portavoz.

—No podemos —respondió Sirri—. Nuestros exploradores los vigilan. Estamos tan preparados para hacer frente a una agresión como antes, pero ahora contamos con la ayuda de Auraya.

La Blanca consiguió no arrugar el entrecejo al oír esto. Ahora que al parecer los pentadrianos se marchaban, ¿querría Juran que ella regresara a Jarime? Mientras los portavoces se arremolinaban en torno a ellos, se inclinó hacia Sirri.

—Querrán conocer todos los detalles —le musitó—, pero Iriz, Tyzi y tú estáis agotados. ¿Por qué no propones que nos reunamos más tarde esta noche para contárselo todo?

Sirri la miró y le dedicó una sonrisa torcida.

—Buena idea —dijo—. Ha sido un viaje largo —explicó a la muchedumbre—. Creo que ahora mismo a mis compañeros les vendría bien tomarse un rato para descansar y refrescarse. ¿Nos reunimos de nuevo después de la cena, en la Enramada de los Portavoces?

Los líderes tribales asintieron y murmuraron palabras de conformidad. Auraya percibió el alivio que inundaba a Iriz.

—Hablaremos entonces —finalizó Sirri.

La multitud comenzó a dispersarse. Cuando Auraya echó a andar hacia su enramada, Sirri se unió a ella.

—Tengo la sensación de que podría dormir durante una semana entera —reconoció Sirri una vez que se alejaron del gentío—. No estoy acostumbrada a recorrer grandes distancias. Mi cargo me obligaba a quedarme aquí. —Hizo una pausa—. A pesar de todo, dudo que pueda pegar ojo.

—Yo tampoco dormiría bien si mi hijo estuviera al frente de los exploradores que siguen a los pentadrianos. Por otro lado, Sreil es un joven sensato. No correrá riesgos innecesarios.

Sirri dirigió una mirada ansiosa a Auraya.

—¿Crees que los pentadrianos se irán?

Auraya sacudió la cabeza.

—No estoy segura. Capté una conversación mental entre la líder y su superior. Este le indicó que se marcharan, pero le advirtió que sus órdenes podían cambiar. No me parece probable. Dudo que desencadenen otra guerra atacando a los siyís, aunque no descartaría por completo esa posibilidad.

Sirri suspiró.

—No me gusta la incertidumbre en la que viviremos los próximos días.

Auraya asintió.

—A mí tampoco.

—Cuanto antes contemos con sacerdotes, mejor.

—Sin duda.

Habían llegado frente a la enramada de Auraya.

—Por lo menos intenta descansar —le dijo Auraya a la líder siyí con afabilidad—, aunque tengas que escabullirte hacia algún escondrijo para gozar de paz.

Sirri rio entre dientes.

—Tal vez no me quede otro remedio. —Echó un vistazo alrededor. Había pocos siyís a la vista—. Sí, eso también es una buena idea. Nos vemos después de la cena.

Auraya sonrió mientras Sirri se alejaba con paso decidido, adentrándose en el bosque. Apartó la colgadura de la puerta de su enramada y entró. Cuando se dirigía hacia los asientos en el centro de la habitación, centró su mente en su anillo.

:Jur

Algo cayó sobre su hombro. Ella dio un respingo y respiró aliviada cuando una vocecilla aguda le habló al oído a una distancia incómodamente corta.

—¡Ohuaya! ¡Ohuaya! ¡Ohuaya!

—Sí, Travesuras —dijo ella, quitándoselo de alrededor del cuello—. He vuelto, sana y salva. —Él se aferró a su brazo, con los bigotes temblando—. Y sí, me gustaría jugar contigo, pero ahora mismo debo comunicarme con Juran.

Cuando se sentó, el viz la soltó y se acurrucó en su regazo. Respirando hondo, ella buscó de nuevo la mente de Juran.

:¿Auraya? Ya me parecía que eras tú.

:Sí, acabo de llegar al Claro. —Juran había presenciado el encuentro telepáticamente—. Durante todo el trayecto de vuelta he pensado en lo que averigüé allí. ¿Dispones de tiempo para hablar de ello?

:Sí. ¿Qué has pensado?

:Esa mujer con la que hemos parlamentado cree que Nekaun, su superior, es el líder de los pentadrianos. Ya han elegido al sucesor de Kuar.

:Eso parece —convino Juran—. O los pentadrianos engendran a hechiceros poderosos a un ritmo aterrador, o han elegido a uno no tan poderoso para recuperar la confianza de su pueblo.

:Esto último me parece más probable. Esos pentadrianos fueron enviados a Si para entablar amistad con los siyís a fin de convencerlos de que renieguen del Círculo de los Dioses y rindan culto a sus cinco deidades. ¿Habrán enviado expediciones parecidas a otros países de Ithania con el mismo propósito?

:Es posible. Tendremos que permanecer atentos.

:Yo diría que tienen pocas posibilidades de éxito si estuviera segura de que las divinidades pentadrianas no existen. ¿Han descubierto algo más los dioses?

:No han hablado de ello. ¿Qué hay de Chaia? ¿Sigue «charlando» contigo?

:Sí. Sin embargo, no me ha explicado nada sobre esta cuestión.

:¿Le has hecho preguntas al respecto?

:Sí, pero posee una habilidad extraordinaria para hacer oídos sordos a las preguntas que no quiere responder.

:Te respondería si pudiera.

:¿Tú crees? A veces es un compañero desesperante.

:Te demuestra que gozas de su favor al honrarte con su presencia tan a menudo. Tiene un gran concepto de ti, Auraya. Disfruta la situación; quizá no dure para siempre.

Ella torció el gesto. ¿Estaba siendo desagradecida? No podía revelar la razón por la que las visitas de Chaia le resultaban tan… tan… No se le ocurría una palabra que describiera la mezcla de irritación y curiosidad que sentía.

«Es muy fácil para Juran decirme que disfrute las visitas de Chaia. Seguramente nunca ha tenido que soportar que una deidad le susurre seductoramente al oído —pensó. Entonces frunció el ceño—. ¿O sí? —Sacudió la cabeza—. Céntrate en el asunto», se dijo.

:Me gustaría quedarme aquí hasta que estemos seguros de que los pentadrianos se han marchado de Si.

:Sí, es lo que debes hacer.

Ella suspiró aliviada. Tras la resistencia inicial de Juran a que ella acudiera en auxilio de los siyís, temía que le ordenara que regresara a Jarime.

:Volveré cuando se hayan ido.

Tras retirarse de la mente de Juran, se tomó un momento para rascar a Travesuras. A continuación, quería preguntarle a Danyin cómo le iba. Sin embargo, algo en la habitación había cambiado. En cuanto se percató de qué era, una voz habló en su mente.

:Danyin está ocupado —dijo Chaia—. Y, como dijiste ayer, el deber va antes que el placer. Ya has hecho suficiente por hoy… ¿O piensas trabajar sin descanso para toda la eternidad?

Auraya sonrió.

:No, a menos que vosotros así lo deseéis.

:Nunca ha sido esa mi intención. Nuestros elegidos deben pasarlo bien de vez en cuando. Si disfrutamos de nuestra compañía mutua, mejor.

Ella notó un toque de magia fugaz en el hombro. Un escalofrío le bajó por la espalda. Era imposible no pensar en el efecto que tendrían aquellas sensaciones si fueran más intensas, o si se trasladaran de su cuello a otras zonas…

:Basta con que me lo pidas para que te lo demuestre.

Ella recordó las palabras de Juran. «Gozas de su favor… Disfruta la situación; quizá no dure para siempre».

No era probable que se estuviera refiriendo a aquello.

:No, pero tiene razón respecto a una cosa: gozas de mi favor, más que nadie.

Un dedo invisible le tocó el labio y trazó lentamente una línea por su cuello y su pecho hasta su vientre…, antes de desvanecerse. Ella cayó en la cuenta de que se le había agitado la respiración.

«Un dios —pensó—. ¿Por qué no? ¿Me resisto solo porque no quiero atraer a otro amante inapropiado?».

:Inapropiado, no —la corrigió Chaia—. Poco corriente tal vez, pero no tienes por qué avergonzarte.

«No es como Leiard —se dijo ella—, pero aun así resultaría… complicado».

:No tanto como temes. No huiré de ti como hizo él, Auraya.

Al percibir su contacto en los hombros, ella cerró los ojos.

:Relégalo al pasado para que no sea más que un recuerdo grato, musitó Chaia.

Sus dedos invisibles se deslizaron por los lados de sus senos.

:Acompáñame a ese lugar situado entre el sueño y la vigilia

Auraya sintió la boca de él contra la suya. Lo que al principio solo era un roce de magia se convirtió en algo más tangible conforme ella se sumía en el trance onírico.

:… e inicia una nueva etapa conmigo.

:Sí —susurró ella, extendiendo los brazos hacia la figura luminosa que tenía delante—. Muéstrame cómo sería.

Una oleada del placer más intenso que jamás había experimentado la recorrió.