19

En cuanto las criadas salieron de los aposentos de Auraya, esta comenzó a caminar de un lado a otro, nerviosa. Pronto estaría volando rumbo a Si. Solo tenía que ultimar unos pocos preparativos antes de partir.

Travesuras correteaba juguetón por la habitación, contagiado de su entusiasmo. Ella esperaba que este arranque de energía le agotara las fuerzas y lo mantuviera relajado más tarde. Cuando una presencia rozó los extremos de sus sentidos, ella echó un vistazo al viz. El animalillo no reaccionó. Hasta donde ella sabía, las visitas de Chaia le pasaban totalmente inadvertidas.

:¿Estás lista?, preguntó Chaia.

:Sí. Llevo levantada desde el alba, sacando de quicio a mis criadas.

:Eso es poco probable. Llevas pocas cosas contigo, así que hacerte el equipaje no les habrá costado mucho. Ni siquiera te han peinado.

:No habría tenido sentido —replicó ella, tocando el broche que sujetaba su cola de caballo—. El viento me despeinaría.

:Podrías protegerte el cabello con magia.

:Me gusta la sensación del viento.

:Me gustas con el pelo arreglado.

Ella se sonrojó de gusto al oír el cumplido.

:Es un mero detalle físico. No puedes verlo, señaló.

:Lo veo a través de los ojos de otros.

:Ah —contestó ella—. ¿Te gusta porque les gusta a ellos, o…?

Una forma peluda se plantó de un salto sobre la mesa. Auraya se volvió a tiempo para ver al viz coger un objeto circular entre los dientes.

—¡Travesuras! —exclamó con un grito ahogado, abalanzándose sobre él—. ¡Deja eso donde estaba!

Las orejas de la bestezuela se levantaron de golpe. Él la esquivó con facilidad, bajó de la mesa de un brinco y desapareció veloz detrás de una silla. Ella lo siguió y lo encontró agazapado en el estrecho hueco entre la silla y la pared, mirándola con aire desafiante.

—Mff —farfulló, con el anillo en la boca.

—No es tuyo —dijo ella con firmeza, acercándole la mano—. Dámelo.

Noz tuio —masculló el viz. «¡Mío!», le envió telepáticamente, renunciando a vocalizar con el anillo entre los dientes.

—Dame —ordenó su dueña—. Ahora mismo.

El viz la observó, parpadeando. Ella dio unos pasos cautelosos hacia él, con el brazo extendido. Tal como imaginaba, él salió disparado para resguardarse tras otra silla.

Auraya se enderezó con un suspiro. Poner a prueba su paciencia era la mala costumbre que su mascota había adquirido recientemente. Según Mairae, todos los vices lo hacían hasta que acababan por aburrirse del juego, pero mientras tanto la conducta de Travesuras resultaba irritante. Por lo general, ella conseguía no perder los nervios, pero esa mañana no tenía tiempo para consentirle sus caprichos.

El animalillo estaba dando vueltas por la habitación, evitando a su dueña. A ella no le gustaba usar su magia contra él. Siempre prefería emplear la persuasión.

—Dale anillo a Auraya, o Travesuras no vuela —le advirtió.

Se produjo un silencio, seguido por una palabra mascullada. Él no salió de su escondrijo.

«Ya he esgrimido esta amenaza antes», pensó ella, compungida.

—Auraya se irá —continuó—. No llevará a Travesuras consigo. Travesuras se quedará solo mucho tiempo.

El silencio se prolongó hasta que, con un gemido que a ella le encogió el corazón, Travesuras apareció dando saltos. Atravesó la habitación a la carrera, trepó por el cirque de su dueña y se enroscó en torno a su cuello.

Ella abrió la mano. Travesuras dejó caer el anillo sobre su palma, apoyó la cabeza en su hombro y suspiró.

Ohuaya queda.

—Auraya y Travesuras volar —lo corrigió ella.

—¿Volar ahora?

—Más tarde.

Ella se dirigió hacia una silla y se sentó. Al instante, él bajó hasta su regazo para exigirle mimos. Mientras ella lo rascaba con una mano, sostuvo el anillo en alto con la otra. De pronto, se acordó de Chaia. Aún percibía su presencia.

:Perdón por lo ocurrido.

Notó que la situación divertía al dios.

:Estoy acostumbrado a las interrupciones, respondió él.

Ella contempló el anillo.

:¿Qué ha sido del otro?, le preguntó a Chaia.

:Aún obra en poder de los pentadrianos. No comprenden del todo sus propiedades, pues de lo contrario lo habrían utilizado contra ti.

Un escalofrío la recorrió al pensarlo. Bastante atroz había sido ver que los pájaros negros de los pentadrianos atacaban al espía siyí hasta hacerle caer en manos del enemigo. Imaginaba que podría haber sido aún peor, si hubieran torturado al portador del anillo, por ejemplo. Ella no habría tenido que presenciarlo, pero saber que algo así ocurría por culpa de ella habría sido terrible.

:¿Es posible destruir el anillo?, preguntó.

:Solo por medio de otro. Su fuerza acabará por disminuir.

:¿Podrías acelerar el…?

Unos golpes en la puerta principal la interrumpieron. Ella proyectó sus sentidos hacia la mente de la persona que estaba al otro lado y sonrió. Invocó un poco de magia y esforzó su voluntad para abrir la puerta.

Danyin cruzó el umbral.

—Buenos días, Auraya la Blanca —saludó, realizando la señal del círculo.

—Buenos días, Danyin Lanza —contestó ella—. Pasa y toma asiento.

Él se acercó a una de las sillas. Tras echar una mirada al consejero, moviendo los bigotes de un lado a otro, Travesuras se hizo un ovillo y se durmió.

—Partiré dentro de unas horas —le informó ella—. Antes, hay algo que tengo que darte. Cógelo.

Le lanzó el anillo a Danyin, que lo atrapó ágilmente en el aire. Mantuvo una expresión afable mientras examinaba el anillo, pero ella leyó en su mente los recelos que aún abrigaba.

«No puedo evitar sentir aprensión respecto a volver a tener a alguien dentro de mi cabeza, aunque se trate de Auraya. Sin embargo, mis responsabilidades exigen que lo haga». Deslizó el dedo en el interior del anillo.

—Protegerá tu mente si algún tejedor intenta invadir tus sueños —le dijo ella.

Él la miró.

—Lo que me permitirá colaborar con ellos en vuestro nombre.

—Así es. —Una preocupación persistente se reavivó en su interior cuando pensó en el hospital—. No será un trabajo tan complicado como imaginas. Tanto los tejedores de sueños como los sanadores muestran una actitud cooperativa en la medida de lo posible. Tengo otro encargo para ti. Los embajadores siyís han solicitado que alguien les enseñe nuestro idioma, y necesitamos personas que sepan hablar el suyo. ¿Te gustaría ser una de esas personas?

Él sonrió.

—Por supuesto. Llegué a entender alguna palabra que otra durante las semanas previas a la batalla.

—Mairae está haciendo las veces de traductora para ellos —declaró Auraya—, lo que la mantiene ocupada. Si aprendes deprisa, te convertirás en su persona favorita en todo Jarime.

—Lo tomaré como una advertencia.

Auraya soltó una risotada.

—No te hagas demasiadas ilusiones.

—¿Yo? No soy ni por asomo lo bastante guapo para Mairae. Además, mi esposa me mataría.

—Es verdad. ¿Cómo está ella?

Él asintió.

—Bien. —Su sonrisa se ensanchó—. Uno sabe que lleva una buena vida cuando esta no daría pie a un relato emocionante. He aprendido a disfrutar la tranquilidad.

—Esperemos que nada la perturbe. En fin, ¿hay algo que crees que debería hacer antes de marcharme? Algo que pueda hacerse en una hora, para ser exactos.

Danyin reflexionó, girando sin cesar el anillo alrededor de su dedo. A Auraya le remordió la conciencia. No le había revelado toda la verdad al respecto. El anillo haría inaccesibles sus pensamientos para todos excepto para ella, pese a que esta no era la intención original. Aunque se suponía que debía permitir que los otros Blancos le leyeran la mente, no era así. Los Blancos y los encargados de cuidar los árboles de bienvenida nunca antes habían intentado elaborar un anillo semejante, y cuando al fin se habían percatado de su error era demasiado tarde para cultivar otro. Habían tomado la decisión de que Auraya partiría hacia Si, por lo que necesitaba el anillo ya.

Juran le había pedido que ocultara este defecto a Danyin. «Tal vez lo descubra por sí solo —pensó Auraya—. Las circunstancias quizá lo lleven a deducir que los demás Blancos no pueden leerle la mente».

:Dudo que él se aprovechara de la situación —dijo Chaia—. Es de fiar.

:Sí.

:Aun así, el anillo debe ser destruido en cuanto regreses.

Ella reprimió un suspiro. Tendría que acudir de nuevo a la arboleda todos los días para estimular el crecimiento de un anillo de conexión que sustituyese el anterior.

—El único asunto que no hemos tratado es el de Travesuras —dijo Danyin de pronto. Bajó la vista hacia el viz—. ¿Queréis que lo visite a diario, como en ocasiones anteriores?

Ella sacudió la cabeza, risueña.

—Me lo llevo conmigo.

—¿De veras? Los siyís estarán encantados —comentó él con la voz cargada de ironía.

—Y él también. —Recogió a Travesuras, lo depositó en el asiento y se puso de pie—. Gracias por la ayuda que me has prestado estos últimos días, Danyin. Si surge cualquier cosa, comunícate conmigo a través del anillo.

—Así lo haré —aseguró él. Se acercaron a la puerta—. Buen viaje, y tened cuidado en Si.

—Por supuesto —dijo ella, abriendo la puerta.

Él sonrió y salió. Tras cerrar la puerta, Auraya se volvió para contemplar la habitación. No sabía cuándo la vería de nuevo. Al menos esta vez no le preocuparía que el pobre Travesuras estuviera languideciendo de añoranza por ella… o atormentando a Danyin.

La bestezuela levantó la mirada hacia ella, meneando los bigotes.

:¿Volar?

—Sí, Travesuras —dijo ella—. Nos espera un largo viaje, y ya es hora de que lo emprendamos.

Siempre que se le presentaba la oportunidad, Reivan exploraba una parte desconocida del Santuario con la esperanza de familiarizarse con todos sus rincones y pasadizos. Se alegraba de tener aquella mañana libre. Saltaba a la vista que trazar una ruta rápida desde los baños hasta el salón de las Estrellas no había sido una prioridad para los responsables de construir los edificios del Santuario. Había dos posibilidades: un camino largo pero menos intrincado que pasaba por el alojamiento de los Servidores antes de enfilar hacia el Santuario Medio, o un recorrido tortuoso a través de unos almacenes, las cocinas, una biblioteca secundaria y lo que a juzgar por el olor era una curtiduría.

El porqué de que tuviera que dirigirse hacia el salón de las Estrellas era un misterio. El mensajero no le había dado explicaciones. Seguramente iba a celebrarse otro rito al que Imenja quería que asistiera.

Conforme se aproximaba a su destino, notó un hormigueo en el estómago. Aunque había estado muchas veces en el salón de las Estrellas, siempre que entraba en él sentía un escalofrío. Al doblar una esquina, vio ante sí la angosta entrada de la sala y se detuvo para respirar despacio tres veces. Enderezó la espalda, se alisó la túnica y cruzó el umbral.

De pie sobre la estrella de plata engastada en el suelo se erguía una figura vestida con una túnica negra. A Reivan le dio un vuelco el corazón cuando Nekaun la miró y sonrió. Él hizo un gesto en dirección a un grupo de Servidores novicios.

Mientras ella avanzaba para unirse a ellos, paseó la mirada por la estancia y se fijó tanto en los Servidores como en los Servidores Devotos que estaban alineados a lo largo de las paredes. Al ver que Imenja se encontraba entre ellos, experimentó un alivio momentáneo.

Este se evaporó en cuanto Nekaun se dirigió a los presentes.

—Hoy, ocho hombres y mujeres serán ordenados Servidores de los Dioses. Dichos Servidores novicios se han ganado con su esfuerzo el derecho a servir a los dioses en la medida de sus capacidades. Han superado las pruebas exigidas, y sus progresos han satisfecho a sus maestros. Hoy profesarán los votos que todos hemos pronunciado. Hoy se pondrán el símbolo de los dioses sobre el corazón. Hoy se unirán a nosotros como hermanos nuestros. —Se volvió hacia los novicios y dijo un nombre en voz alta. Un hombre dio un paso al frente. Reivan se percató de que tenía la boca abierta y la cerró de inmediato. Había estado mirando a Nekaun boquiabierta por la sorpresa. Entonces notó que se le formaba un nudo en el estómago.

«¡Van a nombrarme Servidora de pleno derecho!».

Pero hacían falta años para llegar a ser Servidor. Echó una ojeada a los Servidores novicios que la rodeaban. Todos tenían poco más de veinte años, una edad más próxima a la suya. Los alumnos nuevos que habían iniciado su formación con ella eran todos adolescentes.

«Es por los poderes mágicos —pensó—. O, mejor dicho, por mi falta de ellos. Es verdad que Drevva parecía estar quedándose sin cosas que enseñarme. Supongo que la mayor parte de los años de instrucción se centra en las habilidades mágicas».

—Servidora novicia Reivan.

Su corazón dio un brinco, y cuando alzó la vista, advirtió que Nekaun le indicaba con señas que se acercara. Tras respirar hondo, ella avanzó hacia el centro de la estrella.

—Solo eres novicia desde hace unos meses —dijo él—, pero has demostrado poseer conocimientos notables de las leyes y la historia pentadrianas. Hemos decidido que estás preparada para asumir las responsabilidades plenas de una Servidora de los Dioses.

«¿Por qué no me ha avisado Imenja que planeaban hacer esto?». Lanzó una mirada fugaz hacia la Voz Segunda y vio que los labios de la mujer se torcían en una sonrisa.

—Servidora novicia Reivan —repitió Nekaun—. ¿Deseas consagrar tu vida al servicio de los dioses?

Ella fijó los ojos en él.

—Con toda el alma.

—¿Estás dispuesta a sacrificarlo todo por los Cinco?

—Sí, lo estoy.

—¿Renunciarías al amor, la fortuna e incluso la vida por ellos?

—Sí, renunciaría.

—En ese caso, acepta este símbolo de su poder y su unidad. Llévalo siempre encima, pues constituye tu vínculo con los dioses y sus servidores.

Abrió la mano. Sobre su palma descansaba una estrella plateada de cinco puntas. Una cadena atravesaba una de las puntas y colgaba entre sus dedos.

Reivan extendió el brazo y cogió la estrella. Era más liviana de lo que había imaginado. Alzó la cadena y se la puso por la cabeza.

—Entrego mis ojos, mi voz, mi corazón y mi alma a los Cinco —afirmó.

—Sírvelos con alegría y lealtad —finalizó Nekaun.

El joven a quien habían ordenado antes que a ella estaba de pie en el otro extremo de la estrella engastada en el suelo. Reivan se le acercó y se situó a su lado. Una sensación extraña la invadió mientras el siguiente Servidor novicio caminaba y se colocaba ante Nekaun. Notaba un cosquilleo en la frente. Al rascársela, cayó en la cuenta de que la sensación estaba en el interior de su cabeza. Cerró los ojos y se concentró en lo que sentía. De inmediato reconoció que era algo inteligible.

:Bienvenida, Reivan.

Abrió los párpados y miró fijamente a Imenja. No le cabía la menor duda de que era su voz, pero sabía que no la había percibido por los oídos. La Voz Segunda sonrió.

:Sí. Ahora podemos hablarte a través de tu mente.

Imenja no había movido los labios.

:Y… ¿puedo hablaros yo a vosotros?

:Sí.

:¿De modo que es como si estuviera usando magia?

La sonrisa de Imenja se ensanchó.

:En parte, y en parte no. Nadie está totalmente desprovisto de poderes mágicos, Reivan. El colgante no funcionaría si no los tuvieras. Todo el mundo posee alguna habilidad, incluso aquellos a quienes consideramos carentes de ellas. No estás invocando magia ni esforzando tu voluntad para realizar esta tarea, ni has tenido que ejercitar una habilidad para ello, por lo que, en ese sentido, lo que estás haciendo no se parece en absoluto a usar la magia.

Reivan asintió.

:Podrías habérmelo advertido.

:¿Que se celebraría esta ceremonia? Entonces habrías pasado la noche en blanco. Necesito que estés bien despierta y alerta esta tarde.

:¿De verdad? ¿Qué has planeado?

:Oh, nada especial, solo otra aburrida entrevista con un diplomático muriano.

La última Servidora novicia había recibido su colgante de estrella. Una vez que esta se incorporó al grupo que rodeaba a Reivan, Nekaun tomó la palabra una vez más para dar la bienvenida a los nuevos Servidores. Cuando terminó, las personas que estaban dispersas por la sala se dirigieron al frente con el fin de darles su enhorabuena. Aunque Reivan recibió las felicitaciones de todos los maestros con los que había trabajado, notó que no la trataban con la misma calidez que a los otros nuevos Servidores.

«Es sencillamente porque no he tenido tiempo de ganarme sus simpatías —pensó con melancolía—. Aunque no me tuvieran envidia, no se me ha presentado la ocasión de hacer amigos».

En ese momento Imenja se acercó, y a Reivan le hizo gracia observar el cambio de actitud de los maestros. Algunos se quedaron callados, mientras que otros se deshacían en sonrisas zalameras. La Voz Segunda les dio las gracias por su incansable dedicación a la formación de los Servidores novicios.

«¿Por qué no me sentiré intimidada por Imenja?», se preguntó Reivan.

:Porque ser aduladora no va con tu personalidad —dijo la voz de Imenja en su mente—. Eres demasiado inteligente para estas tonterías.

:Si todo el mundo fuera así, nunca encontrarías a alguien que obedeciera tus órdenes.

:Cierto. ¿Cómo es que tú me obedeces entonces?

:No lo sé. Eres una Voz. Eres sabia y… esto…, sensata. ¿Y porque me reducirías a un montón de cenizas si me negara, tal vez?

Imenja soltó una risita que desconcertó a los otros Servidores. Tras murmurar que necesitaba la ayuda de Reivan, consiguió de alguna manera apartarla de la multitud sin llamar demasiado la atención. Mientras se dirigían hacia la salida del salón de las Estrellas, Imenja se rio de nuevo.

—Creo que obedeces mis órdenes porque soy lo más cercano a los dioses que conoces —dijo Imenja en voz baja—. Tu deseo de aproximarte a los dioses no se debe solo a tu voluntad de servirlos, sino a que eres… o eras… una Pensadora. Los misterios te fascinan.

Reivan movió la cabeza afirmativamente.

—Supongo que es una suerte que no pueda resolver ese misterio, porque si no tal vez me aburriría y buscaría alguna otra cosa ante la que maravillarme.

Imenja arqueó las cejas.

—En efecto.

—Aun así, me gustaría… —Reivan se interrumpió. Un movimiento en su mente la distrajo. Se preguntó si se lo había imaginado incluso mientras esa vibración se transformaba en la percepción inequívoca de otra presencia. Una presencia que ella no reconocía.

:Bienvenida, Servidora Reivan.

Acto seguido, la presencia se esfumó.

—¿Qué… qué ha sido eso?

Recorrió la sala con la vista antes de posarla en Imenja. La Voz Segunda la contemplaba estupefacta. La estupefacción no era una expresión que Reivan hubiera visto a menudo en el rostro de Imenja.

—Creo que Sheyr acaba de expresar su aprobación por tu ascenso a Servidora —musitó la Voz Segunda.

«¿Sheyr? ¿Una de las deidades me ha hablado a mí? —Le pareció que el pasillo se torcía y luego se enderezaba. Miró a Imenja, presa de una sensación abrumadora—. ¿Qué significa eso?».

Imenja sonrió.

—Creo que te vendría bien una copita para celebrar tu ordenación. Busquemos a un criado para que nos traiga una botella de jamya.

—¿Jamya? Creía que solo se servía durante las ceremonias.

—Y a veces después. —Con la mano sobre el hombro de Reivan, Imenja la guio hacia el Santuario Alto.