PARQUE JURÁSICO • Michael Crichton
Si me preguntas cuál es mi más antiguo y constante deseo imposible de realizar, el primero que yo pediría al genio de la lámpara si fuese Aladino, tendré que responderte: ver un gran dinosaurio vivo. Indico que lo quiero «grande» porque como tú y yo sabemos hubo dinosaurios de todas los tallas y algunos fueron bastante raquíticos. ¡Sólo faltaría que el genio de la lámpara me hiciera desperdiciar un deseo enseñándome un dinosaurio del tamaño de un pollo tomatero! No, lo que yo quiero ver es un dinosaurio con todas las de la ley, grande como una montaña escamosa, de esos que hace millones de años hicieron retemblar con sus pisadas, alguna remota selva de pesadilla. Te confieso que cuando era adolescente esperaba que quizá un día los viajes interplanetarios nos harían encontrar un planeta en el que aún viviesen grandes saurios prehistóricos: porque yo no me muevo de esta butaca para visitar a E.T. en su amada casita, pero me subiría ahora mismo en un cohete y aguantaría la ingravidez espacial con tal de ver cara a cara —y diente a diente— a un tiranosaurio.
Cuando leí la estupenda novela Parque Jurásico, de Michael Crichton, renacieron mis esperanzas. ¿Será posible resucitar a los dinosaurios para que por fin todo lo que hemos fantaseado ante sus enormes huesos en los museos se haga realidad? ¿Volveremos —gracias a nuevos procedimientos biogenéticos— a vivir entre dragones, como los protagonistas de tantas leyendas y tantos cuentos? Por el momento no resulta demasiado probable pero ¿quién sabe? Mientras tanto puedo consolarme leyendo el libro y dejando correr la imaginación a partir de él (cuando leemos, cualquiera de nosotros dentro de su cabeza logra ser otro Spielberg…). Después de todo, para eso, entre otras cosas, sirve la literatura: para que los sueños parezcan reales y la realidad parezca un sueño.
Bueno, soñemos un poco o mejor: «imaginemos». Por lo que dicen los paleontólogos, ninguno de nuestros antepasados tuvo nunca que enfrentarse con dinosaurios, porque habían desaparecido todos de la faz de la Tierra millones de años antes de que nuestra especie empezara a incordiar aquí y allá. Pero imaginemos que nos hemos trasladado a la época remotísima en que los grandes saurios dominaban la Tierra. La mayoría de ellos no representan peligro para nosotros: comen vegetales y se dedican a sus cosas sin meterse con nadie (no sé demasiado bien a qué cosas podían dedicarse los dinosaurios hervíboros, pero algún entretenimiento tendrían). Sin embargo, paseando por aquel jardín mesozoico podríamos tener también algún encuentro desagradable. Leo en tus labios y en tus ojos asustados un nombre formidable que ya antes he mencionado: ¡tiranosaurio! Sin duda el Rex tiene la peor fama de toda aquella cuadrilla de gigantones, aunque quizá no fuese ni el mayor ni el peor de todos los carniceros de su tiempo. Piensa por un momento en los depredadores marinos que cazaban día y noche en esos mares que nunca surcó ningún barco. Por ejemplo, el megalodón, un supertiburón blanco de treinta metros de eslora y dientes en proporción a su tamaño…
En Parque Jurásico no sólo se inventa un método muy ingenioso para revivir a los dinosaurios y mezclarlos con seres humanos, sino que también saltan a la fama unos carniceros hasta entonces poco reputados: los velocirraptores. No fueron pesos pesados como los tiranosaurios o los alosaurios, pues su estatura era más o menos la de un ser humano. Pero debieron ser tan enormemente veloces como su nombre indica, cazaban en manada y Crichton les supone astutos e implacables, semejantes a lobos hambrientos. A fin de cuentas, quizá los lobos son más temibles que los tigres o los leones, ¿no te parece? No es raro pues que los velocirraptores se conviertan en los peores adversarios de los acosados protagonistas de la novela. O mejor dicho «adversarias», ya que todos los dinosaurios de ese parque fantástico son hembras, por razones que saben los que la han leído.
En el fondo, ni los velocirraptores ni ninguna otra fiera del pasado o del presente son «malos». Los animales se las arreglan para sobrevivir como sus instintos les mandan y son carnívoros para alimentarse, no por crueldad. En Parque Jurásico se habla en cambio de otro tipo de mal, de verdadero mal: el que hacen los seres humanos por ambición, por avaricia y por la manía de llevar a cabo experimentos científicos arriesgados con realidades que sólo conocemos a medias. Si el precio de satisfacer nuestra curiosidad va a ser demasiado alto, quizá sea mejor, después de todo, que nos quedemos sin ver nunca auténticos dinosaurios vivos…