EL HOMBRE QUE FUE JUEVES • Gilbert K. Chesterton
Supongo que ya te habrás dado cuenta de que las personas no siempre son lo que parecen: es más, a veces son lo «contrario» de lo que parecen. Por ejemplo, el chico que parece más modosito y aplicado de la clase, resulta que organiza los mayores follones sin que nunca le pillen: el profe, que no se entera, se lo pondrá a los demás como ejemplo de buena conducta hasta el día de su muerte. Y al revés, porque hay muchos que nunca se meten en nada o no arman más jaleo que los otros, y siempre terminan pagando los platos rotos: el profe está convencido de que son verdaderos monstruos, con cuernos y rabo… En fin, que muchas veces no valoramos a los demás por lo que de verdad son, sino sólo por lo que parece a primera vista que son o por lo que otros dicen que son. A eso se le llama tener «prejuicios». Y con prejuicios se equivoca uno mucho, porque no todas las chicas guapas son tontas, ni todos los tíos fuertes son brutos, ni a todos los valencianos les gusta la paella, ni…
En este libro vamos viendo que no todos los malos que aparecen en los relatos son tan «malos» como suele creerse. Intentemos imaginarnos al malo más malísimo que puede haber. Para estar seguros de no equivocarnos, podemos preguntar a personas respetables: por favor, don Fructuoso, o doña Virtudes, dígame cómo será el malo más malo del mundo. Y es probable que don Fructuoso y doña Virtudes nos contesten a coro: el malo malísimo, el malo monumental, el Induráin de los malos, es el que quiere destruirlo todo, el que pretende aniquilar el orden y las buenas costumbres, aquel que disfrutaría viendo hecho pedazos el planeta entero; ese malo espantoso se frotará las manos de gusto si logra asesinar a cuanto policía se le ponga a tiro, después a los reyes y jefes de gobierno, y luego, cuando se los haya cargado a todos, intentará matar a Dios. En fin, ¡qué malo más malo, qué barbaridad!
Hay una novela, extraña pero muy divertida, en la que sale un malo tan tremendamente perverso como ése. Su título también es misterioso: El hombre que fue jueves. Y se subtitula una pesadilla, de modo que ya nos advierte el autor que el relato va a tener ese tono desconcertante y a veces un poco absurdo que tienen los sueños. La novela cuenta la historia de un joven policía que intenta acabar con una peligrosa banda de anarquistas cuyo propósito parece ser destruir todo el orden social en que vivimos, cargarse las leyes y los gobernantes, etc… Los siete cabecillas de ese grupo terrorista utilizan como seudónimos los nombres de los días de la semana: lunes, martes… El terrible jefe supremo se hace llamar Domingo y el joven policía (que logra infiltrarse en la banda con el nombre de «Jueves») le considera el peor malvado del universo. Pero luego viene la sorpresa: mejor dicho, muchas sorpresas.
Como las sorpresas deben sorprender y el misterio tiene que ser misterioso, no voy a contarte el resto del argumento. Lo único que te diré es que Chesterton, el autor de la novela, fue un gran bromista literario. Hay quien gasta bromas para hacer reír; Chesterton escribía bromas para hacer reír pero sobre todo para hacer pensar. Le gustaban las «paradojas», que consisten en decir algo que a primera vista parece un disparate pero luego, cuando piensas un rato, te das cuenta de que es verdad. Por ejemplo: «No hay peor sordo que el que no quiere oír». Al principio parece un disparate, porque el sordo no puede oír, quiera o no quiera. Pero piénsalo bien: como el sordo quiere enterarse de lo que le dicen y comprenderlo, ya se las arreglará de algún modo para comunicarse con los demás; en cambio, con quien no quiere hacer caso de lo que le dicen no hay forma de entenderse. Bueno, pues los libros de Chesterton están llenos de paradojas… aunque bastante más ingeniosas que la del ejemplo.
En El hombre que fue jueves resulta que nada es lo que parece: ni Domingo, ni los demás anarquistas, ni siquiera el policía. Si lees el libro, tú sacarás tus propias conclusiones. Quizá lo que Chesterton insinúa en su novela es que a veces en lo que parece malo hay algo bueno escondido y que esas palabras —«malo, bueno»— deben ser manejadas con muchas precauciones…