EL REGRESO DE TARZAN y LAS FIERAS DE TARZAN • Edgar R. Burroughs
¿Tienen miedo los animales por la noche en la selva? Los roces y gruñidos entre las sombras, los ojos fosforescentes que flotan aparentemente sin cuerpo, el roce de las hojas que puede deberse a la brisa o al deslizarse de alguno de los grandes felinos cazadores… Las tinieblas abundan en zarpas y colmillos; el veneno mortífero acecha a nuestros pies y desde lo alto puede caerle a uno encima cualquier cosa alada con garras y mucha hambre. Seguramente los bichos sienten cierta inquietud ante tanta variedad de peligros, pero puede que no estén más asustados que tú cuando vas a cruzar una calle y no hay paso de cebra (por cierto, eso de la cebra también tiene un perfume selvático, ¿no?). Es que cada animal grande o pequeño sabe por instinto «cómo» se vive y sobre todo cómo se sobrevive en la selva. Cada cual tiene sus propias armas para defenderse: unos cuentan con sentidos finísimos que les alertan cuando se acercan enemigos; otros saben camuflarse hasta hacerse invisibles, y los hay tan veloces que nadie puede atraparlos. ¿Miedo, los animales? No, sólo cierta precaución.
Ahora supón que es un hombre —tú mismo, sin ir más lejos— quien está esa noche solo en la selva oscura. Probablemente sentirás mucho más miedo que ningún otro animal y, la verdad, creo que con razón. Porque los humanos estamos peor preparados que los demás bichos para vivir en la jungla. Para empezar, la mayoría de lo que sabemos no es instintivo sino aprendido, y para aprender algo hay que equivocarse antes mucho: pero en la selva los errores suelen ser fatales y el primer fallo puede ser también el último. Además, nosotros no tenemos zarpas o colmillos, ni veneno, ni olfato fino, ni vista en la oscuridad, ni músculos para correr como gamos… Desde luego sabemos fabricarnos ayudas: lanzas, fusiles, luces eléctricas, radar, automóviles, aviones y tantos otros instrumentos. Pero ¿qué pasaría si de pronto nos quitaran todo eso, si olvidásemos lo que la historia nos ha enseñado, si nos hallásemos desnudos en la selva amenazante, oyendo rugidos en las tinieblas?
Así se encontró Tarzán desde el día en que nació: sin las protecciones de la civilización pero también sin los instintos y la fuerza física de las fieras. Se las tuvo que arreglar primero aprendiendo muchas cosas de los grandes monos que le criaron, para luego inventar por sí mismo algunas de las más antiguas herramientas humanas. ¡Un hombre moderno con la educación de un mono pero capaz de descubrir el fuego, el cuchillo y hasta de aprender a leer él solito! Bueno, no hace falta que te lo creas del todo: se trata solamente del protagonista de una serie de novelas, y muy divertidas por cierto. Lo que te puedo asegurar es que Tarzán no sintió nunca miedo en la selva ni de noche ni de día.
Y leyendo sus aventuras tú viajarás también de árbol en árbol y de peligro en peligro sin que te asusten los carnívoros.
En sus emocionantes peripecias, Tarzán se enfrentó a muchos enemigos temibles. Quizá los dos peores fueron dos rusos malvados (aunque no fueran malvados por ser rusos, claro está): Nicolás Rokoff y Alexis Paulvitch. Estos dos bribones eran todo lo contrario de Tarzán. Para empezar, eran cobardes, mientras que Tarzán se caracterizó siempre por su coraje. Fíjate en esta palabra: coraje. Proviene de una voz latina que significa «corazón» y consiste precisamente en tener un corazón grande y fuerte. Rokoff y Paulvitch tenían corazones pequeñajos, temblorosos como un flan mal hecho. Además también se diferenciaban de Tarzán en otra cosa. Mira, Tarzán se crió en la selva entre animales salvajes pero poco a poco fue descubriendo lo que verdaderamente hace humano al hombre, que no son las armas ni los instrumentos sino el respeto por los demás, el no hacer daño a nadie a sabiendas. En cambio, Rokoff y Paulvitch se criaron en países civilizados, fueron a buenos colegios, conocieron todos los refinamientos de las ciudades pero se hicieron cada vez más salvajes, más crueles, más dañinos. Tarzán empezó como una fiera pero se hizo hombre; Rokoff y Paulvitch nacieron hombres pero se convirtieron en fieras, y en fieras de las peores, en fieras «racionales»… Por cierto, acabaron muy mal.