EL FANTASMA DE CANTERVILLE • Oscar Wilde
Una noche tormentosa de viento ululante y roncos truenos; un antiguo caserón inglés (si es un castillo, mejor que mejor) cuyas estancias polvorientas y sombríos corredores sólo iluminan vacilantemente algunos candelabros, junto a los relámpagos que deslumbran por un instante tras los ventanales. ¿Qué es eso? ¡Allí, en el rincón, junto a la chimenea apagada! ¡Una alta figura pálida que parece hecha de telarañas o de humo, a través de la cual pueden verse las sillas y los cuadros de la pared! ¿Es una mujer, un hombre cubierto con una especie de sudario… o algo que no es ni hombre ni mujer, algo que no es de este mundo? ¡Qué escalofrío! Ahora levanta un brazo para señalarte y dice… ¿qué dice? Parece que dice: «¡Uuuuuuuuh!». ¡Por favor, sea más claro! Nada, otra vez «uuuuuuuuh». ¿Qué quiere decir «uuuuuuuh»? ¡Y dale con lo de «uuuuuuuuh» Como no se aclare… Muy bien, pues «uuuuuuh»: paso de ti, fantasma.
No creas que sólo en los viejos castillos escoceses hay espectros: nada de eso, los fantasmas están muy bien repartidos por todo el mundo y se los puede encontrar en China o en la India lo mismo que en Dinamarca, tanto en la Alhambra andaluza como en una mina abandonada del Oeste americano. Algunos vienen envueltos en una tormenta de arena del Sáhara y en cambio otros navegan por el mar, en un barco tan fantasmal como ellos mismos. En todas las épocas y en todos los lugares se cuentan historias de fantasmas. ¿Qué es un fantasma? Un difunto que se aparece de pronto a los vivos, unas veces para quejarse, otras para vengarse y en ocasiones solamente para que se acuerden de él y de la mala muerte que tuvo. Vamos, un muerto que no se acostumbra del todo a estarlo. La aparición de una de tales criaturas causa siempre sobresalto a los vivos, imagínate, aunque no todos los fantasmas tienen malas intenciones, ni mucho menos. Algunos se diría que sienten nostalgia de los lugares donde vivieron y de las personas queridas que han dejado atrás, a las que ayudan cuando pueden. En el fondo, yo creo que los fantasmas son sólo muertos con ganas de matar el rato. Porque la muerte es un rato muy, muy largo…
Parece que el decorado perfecto para que aparezca un espectro son unas ruinas, o un páramo desolado, o un viejo cementerio. Es decir, en ambientes más bien antiguos. Sin embargo, ¿cómo se las arreglan los fantasmas en el mundo moderno? A la luz de una vela, cualquiera puede imaginarse sombras misteriosas, pero… ¿y cuando nos ilumina triunfalmente la electricidad? ¿Son capaces los fantasmas de viajar en automóvil como antes viajaron en coche de caballos? ¿Acaso un ensangrentado espíritu del siglo XVI podrá arreglárselas con un ordenador o sabrá enviar un «uuuuuuuh!» por fax? Y sobre todo: si la gente se pasa el día viendo la televisión, ¿quién hará caso de los pobres fantasmas?
El fantasma de Canterville fue el primero de los espectros de la literatura que tuvo que enfrentarse con la vida moderna. Durante siglos había rondado tranquila y espeluznantemente por la antigua mansión inglesa de los Canterville, acariciando con sus dedos de esqueleto el cuello de aterradas marquesas o paseando con la cabeza bajo el brazo ante pálidos condes que no tenían más remedio que desmayarse. Pero un día Canterville fue comprado por una dinámica y moderna familia americana. Hasta entonces, el fantasma había sido una pesadilla para los demás; pero a partir de ese momento, los demás se convirtieron en una pesadilla para él. Si deambulaba haciendo sonar sus cadenas por los pasillos, los yankis le recomendaban amablemente que utilizara aceite lubricante para evitar chirridos; si hacía aparecer un misterioso charco de sangre en el salón de la casa, los huéspedes lo limpiaban con un quitamanchas ultrarrápido de efecto garantizado. Los dos niños de la familia le gastaban bromas macabras, le tiraban cubos de agua y almohadas, en fin… ¡un desastre y una falta de respeto! Menos mal que la hija adolescente, un encanto de chica, se compadeció de él y le ayudó a descansar por fin en paz, lejos de tanta desagradable modernidad.
Tal vez la época actual sea poco apropiada para los espectros tradicionales. Pero en cambio tiene sus propios fantasmas, menos románticos aunque quizá más amenazadores: el paro, la violencia terrorista, el hambre, el racismo… ¿Sabes? A veces echo de menos con ternura a los viejos fantasmas que sólo decían «¡uuuuuuh!».