IVANHOE • Walter Scott
Seguro que has soñado alguna vez con vivir en otra época, sea en el futuro o en el pasado. Si lo que te apetece es vivir en el futuro, eso tiene arreglo: cuando acabes de leer esta línea ya estarás en el futuro respecto al momento en que la empezaste. Vivir es ir entrando poco a poco en el futuro, día tras día, y descubrir sus novedades a veces asombrosas. Por ejemplo: yo vi la televisión por primera vez a los doce años, ahora escribo esta página en un ordenador que aún no se había inventado cuando yo tenía tu edad y además tengo la barba blanca, algo que antes me parecía propio sólo de Papá Noel y veteranos como él. De modo que no te preocupes, el futuro vas a conocerlo… dentro de un rato. En cambio, el pasado ya es más difícil de conquistar. Ni tú ni yo sabremos nunca cómo se vivía cuando las casas no tenían electricidad ni agua corriente (¡aunque todavía hay gente en el mundo que vive en esas circunstancias!), cuando aún los europeos no habían llegado a América, cuando se viajaba a pie o en caballo pero no en avión, etc… Y lo que más nos sorprende es que la gente de esas épocas no imaginaba que tales inventos pudieran existir y por lo tanto no los echaba en falta. ¡A lo mejor no son tan imprescindibles como hoy creemos!
Imagínate ahora que estás en la Edad Media, hace aproximadamente ocho siglos. Supongamos que vives en Inglaterra. Primera sorpresa: mucha gente habla en francés. Son los normandos, que han conquistado la isla hace poco y que dominan sobre los sajones, quienes se expresan en una lengua más parecida al inglés (aunque el inglés moderno es una mezcla del idioma de los unos con el de los otros). Si no eres esclavo tienes suerte, puesto que muchos siervos viven todavía en la esclavitud y deben llevar en el cuello una argolla de hierro que les identifica. Los nobles lo pasan mucho mejor, pero se aburren bastante: la mayoría de ellos apenas sabe leer o escribir, no conocen el teatro (¡por el cine ni preguntes!), y sus únicas diversiones son la caza y la guerra, además de las grandes comilonas en los salones helados —tampoco hay demasiada calefacción— de sus castillos. De modo que unos y otros, pobres y ricos, esperan con ansiedad que se celebre un gran torneo, el mejor espectáculo de esa época. Enlatados en sus pesadas armaduras y montando caballos también acorazados, los caballeros se atizan tremendas lanzadas y mandobles hasta que sólo uno queda campeón, entre los aplausos de la multitud. Bueno, en algo hay que pasar el rato…
Para conocer un poco esa época no necesitas una máquina del tiempo: bastará con que leas Ivanhoe de sir Walter Scott, una novela llena de emocionantes aventuras medievales en aquella Inglaterra que esperaba el retorno de su rey Ricardo Corazón de León tras la tercera Cruzada (Walter Scott cuenta en otra estupenda novela suya, El talismán, lo que le ocurrió a Ricardo en Jerusalén y su amistad con el sultán Saladino).
Leyendo Ivanhoe te harás una idea bastante aproximada de qué comían y qué bebían aquellos hombres muertos hace siglos, cómo trataban a las mujeres y lo mal que se portaban con los judíos por absurdos prejuicios religiosos. Asistirás a un gran torneo y al asalto de un castillo. ¡Incluso tendrás ocasión de encontrarte con el verdadero Robin Hood, el mítico arquero de los bosques de Sherwood!
Conocerás también a sir Brian de Bois-Guilbert, el arrogante y fiero enemigo de Ivanhoe. Sir Brian pertenecía a los templarios, una orden de caballería nacida en las Cruzadas y cuyos miembros decían ser mitad monjes y mitad soldados, lo que no resulta una combinación demasiado afortunada. Como ocurre con la mayoría de los malos o malditos de que hablamos en este libro, Bois-Guilbert no era malo del todo. Era valiente, noble a su modo y le hubiera gustado ser una persona decente. Pero sentía la pasión feroz de someter a los demás a su capricho.
Quizá el amor le habría salvado. ¡Ay, si Rebeca, la hermosa judía, le hubiera susurrado «no seas tonto, que yo te quiero…!».