19. Un ramo de rosas

Hoy es siempre todavía.

ANTONIO MACHADO

El doctor Denvurg llegó a su casa antes de lo previsto. Era uno de esos días en los que necesitaba alejarse de la clínica, tomar distancia de la lucha y el dolor que allí se encerraba. Sentía que era David peleando contra Goliat. Le pesaba la vida y sentía la derrota pisándole los talones. Los últimos análisis efectuados a su paciente y amigo Mario apenas dejaban un leve resquicio por el que pudiera entrar la esperanza. Había hablado con sus hijos, y esperaba poder hacerlo con Alicia.

La idea de recoger a María en la puerta del cine le esperanzaba. Trotaría antes unos kilómetros, lo haría por su amigo y por él mismo, para espantar aquella puñalada a la que no acababa de acostumbrarse. Mientras subía las escaleras hacia su apartamento escuchó retazos de una animada conversación. El aire olía a limpiador de pino.

En el rellano de su planta las puertas estaban abiertas. Unas cajas de cartón, restos de una mudanza, vacías, se amontonaban impidiendo el paso. Lucas estaba demasiado espeso para entender. Se adentró en busca de respuestas.

—Buenas tardes —dijo a las dos figuras que charlaban animadamente en su salón.

Los gritos de Gladys y Susi le cortaron la respiración.

—¡Ay, doctor! ¡Que me va a matar de un susto! —exclamó Susi con la mano en el pecho y dejándose caer en el sofá.

—¡Nos estropeó la sorpresa, doctor! —añadió su Gladys, poniendo las manos en las caderas y mostrando enfado.

Lucas miró a su alrededor perplejo.

—Usted nunca llega tan pronto —le recriminó su asistenta.

—Siento haberlas interrumpido… —añadió Lucas con algo de ironía.

—Mira que te lo advertí… —dijo Susi mirando a su compañera—. No se puede fiar una de un médico. —Ella mantenía una cierta desconfianza.

Su salón estaba repleto de montoncitos de objetos y recordaba al escenario de una subasta doméstica y benéfica. Debajo de la ventana esperaban su revisión un montón de cajas de zapatos de golf. Un busto de Séneca. Libros. Un jarrón veneciano. La vieja gramola. En una esquina de la mesa vio un marco de madera hecho a mano por su tía Hannah. Desde su interior color sepia su abuelo Olaf lo sostenía en sus rodillas durante un verano de su infancia. El resto de la familia sueca celebraba el júbilo. No había visto aquella fotografía desde hacía años. Volvió a mirar. Aparte de aquel desorden había algo extraño en su salón, además de las dos mujeres que lucían delantales y lo miraban expectantes.

La empalizada había desaparecido.

—Un hombre como usted, tan importante, que anda salvando vidas, no puede tener la suya metida en cajas —dijo Susi—. He sido yo la de la idea, la señora María me dijo que era su cumpleaños…, si no le gusta, enfádese conmigo.

—Ay, doctor, no se preocupe por todo esto, que en un santiamén le encontramos lugar. Usted siéntese. —Gladys parecía preocupada.

Las tranquilizó. Les agradecía su iniciativa. Ambas eran estupendas. Pero les pedía que lo dejaran para otro día, porque su jornada había sido muy difícil. Necesitaba quemar los malos humores y se iba a trotar.

Las mujeres se mostraron algo desilusionadas, pero para cuando salió de su habitación con las zapatillas de deporte puestas parecían dispuestas y a punto de irse.

—Gracias otra vez —dijo Lucas—. Luego echaré una ojeada. Seguro que la clasificación es perfecta —añadió al ver que les iba cambiando la expresión—. Ha sido un buen regalo.

—¡Ustedes los hombres son capaces de vivir con una caja cerrada delante de la nariz toda la vida y habiendo olvidado que lo que contiene fue un día muy importante! —Susi no estaba dispuesta a abandonar al médico sin un agravio. Él sabía por María que conquistarla no iba a ser una tarea fácil.

—Soy hombre de pocas palabras, pero gracias, otra vez. —Necesitaba zanjar aquel enredo—. Pues eso.

Pues eso. Se fue a correr. Cortó el aire frío de aquella tarde. Ignoró su alrededor. A solas con el latido de su corazón sintió los músculos calentarse, responderle, acelerarse… Se duchó en el apartamento y cuando se encaminaba en busca de María, las cajas de cartón, aquellas cajas que lo habían perseguido como una obstinada presencia de su pasado, se arrumbaban junto a los contenedores de basura. ¿Contenían algo importante?

María lo esperaba con Isabel en la puerta del cine. Cuando se acercaba las dos amigas hicieron señas con las manos. Sonreían.

Är du ensam?

No. No lo estaba.

Habían pospuesto su fiesta de cumpleaños, su viaje al Valle. Con Mario en aquel estado Lucas no quería irse. Tomaron una copa de vino, bromearon, Isabel le había comprado una camiseta, María le dijo que su regalo estaba en su casa. Pasaron un rato agradable y se despidieron.

Ella había sabido, desde que lo vio llegar, que venía herido. Por eso, cuando se quedaron solos le propuso regresar andando. El aire de la noche estaba limpio. Entrelazó sus dedos con los suyos y se acurrucó en silencio. Caminaron hasta la calle, entraron en el portal, subieron las escaleras hasta aquel rellano común y llegaron a aquella cama donde el sueño venía abrazado.

Lucas llegó a la clínica algo más tarde de lo habitual aquella mañana. Había tenido un atasco, había dejado a María en la biblioteca y había visitado a su madre, que volvía a prescribirse remedios recomendados por sus amigas. Trató de hacerse con toda la medicación que tenía por los cajones. No fue tarea fácil.

Al llegar a la cuarta planta Argi salió a recibirlo.

—Lucas, Alicia Terán está en tu despacho. Ha insistido en esperarte. Te he llamado y no me has respondido. No sé si he hecho bien, pero dadas las circunstancias…

—Gracias, está bien. No me pases llamadas.

Hacía días se le había efectuado el trasplante a Mario Villanueva. Desde ese momento, Lucas vigilaba con celo su estado físico y anímico. El viaje estaba siendo duro, incluso demasiado complicado para un maratoniano como él. El médico levantaba muros, se defendía de sus certezas científicas, de la inevitabilidad del dolor, pero el proceso se volvía irreversible por momentos.

Habían pasado revista a la vida, a los años y a los daños… El amor, las metas, el poder del tiempo, la luz de la sabiduría adquirida, Florencia y el Ponte Vechio, 3.02 de tiempo en el maratón del 2010, Alicia y la pasión inesperada, la luz de Estocolmo, los blues de Norah Jones al otro lado del tabique, los hidratos de carbono y el bienestar, caminar por la playa, soñar con un baile apretado a Michelle Pfeiffer, un cuadro de Hopper, los ojos de María, grandes, oceánicos y prometedores, la primavera necesaria, las mujeres y sus nidos… ¿Conversaciones entre médico y paciente? ¿Pasarelas entre la vida y la muerte? ¿Verdades inconfesables?

Se sentía inundado de emociones. No quería responder a las preguntas que estaba seguro iba a hacerle Alicia, pero se lo debía a Mario y a él mismo. Esa mañana se le había hecho un nuevo recuento de glóbulos. Seguía neutropénico. Estaba angustiado, desorientado, y comenzaban a ser inabordables los problemas derivados del rechazo. Se le habían administrado sedantes. Alicia Terán lo esperaba en su consulta.

Estaba hundida en su silla, mirando hacia ninguna parte. Lucas la saludó y presionó su mano levemente haciéndola pasar a su despacho. Apenas se quitó el abrigo, se sentó junto a ella en una de las dos sillas que había frente a su mesa y que habitualmente ocupaban sus pacientes. No tuvo tiempo de improvisar el inicio de una conversación.

—Sé que algo va mal, muy mal —fue directa tras mirarlo a los ojos y encontrar su mirada al otro lado—. No quiero que me adornes la situación, que me vuelvas a decir que espere —sus palabras fluían con ese caudal demasiado fuerte, casi rozando la furia—. He contenido algo aquí dentro —se señaló el vientre— durante meses. Ya no puedo más. En esa cama hay un hombre al que ya no reconozco… —su voz se quebró, parecía que deseaba seguir hablando, pero Lucas se le adelantó.

—No te tortures. Tienes razón. Sí, Alicia… Algo va mal. Muy mal. Pero había que intentarlo. Mario estaba en el límite para efectuarle un autotrasplante y así lo hicimos. Entonces estaba en un estado físico óptimo. —Lucas tomó el último análisis de su paciente y lo miró de nuevo, evitando mirar a Alicia—. Todos sabíamos que había posibilidad de que hubiera un rechazo ante las células de su hijo. No había una compatibilidad total. —Trataba de ser aséptico, se tomaba su tiempo—. No quiero engañarte, esperábamos que reaccionara antes, pero hay complicaciones. Ayer hablé con sus hijos… No estabas. Lo siento mucho.

—Ha perdido la consciencia…

—Está sedado —la interrumpió con dulzura—. Comprendo que no reconozcas a Mario en el enfermo que lucha. No tiene fuerzas para más. El cansancio es lo más duro de la leucemia. Pero el hombre que te ama y con el que has compartido lo mejor de estos años está ahí, Alicia… —Ella parecía no escucharlo.

—Mario me dijo que si sucedía lo que me temo está sucediendo te diera esta carta. La tengo hace tiempo. —Le tendió un sobre cerrado con su nombre manuscrito—. Él se siente muy cercano a ti y confía en tu criterio. Yo también.

Alicia Terán lo tuteaba derrotada. Tenía unas profundas ojeras. Las huellas del sufrimiento eran patentes. Lucas se limitó a retener su mano. Sabía que había momentos en que las palabras tenían que administrarse con una desgarradora usura y que él tenía un contradictorio papel en la vida de aquella mujer.

—Léela con tranquilidad. Podrás encontrarme en la habitación de Mario.

—Así lo haré. Me reuniré contigo más tarde. Descansa si puedes. —Ignoró sus palabras desnudas de toda emoción. Alicia se estaba preparando, se concentraba para decir adiós a Mario—. Él está sumido en su batalla y nosotros apenas podemos intervenir. Se le están administrando fármacos para revertir el GVHD, pero no soy optimista, Alicia, debes prepararte para despedirte de él.

—Yo… necesito estar con él.

La mujer se levantó y fue hasta la puerta. Lucas la acompañó. Tendría unos cuarenta años y sin embargo se movía como una anciana. Conocía aquella enajenación emocional que producía ver el dolor de quien amas. No era la primera vez que la veía. Acostumbraba a blindarse ante lo irremediable, a aceptar el porcentaje de fracaso en un tratamiento. El ejercicio de su profesión le había otorgado un cierto automatismo de respuesta, pero nunca se acostumbraba a aquella derrota. Volvió sobre sus pasos. La curación del cáncer estaba muy cerca. Todos lo sabían. Era cuestión de que una chispa saltara ante el ojo de uno de esos investigadores mal pagados, con contratos precarios, que emigraban a países donde un científico era más respetado que un futbolista. Alguien empeñado en comprender, en acertar en ese movimiento imprevisto, en esos secretos y libres albedríos que tenían las células. Alguien que no quisiera vivir por encima de sus posibilidades. Estaba enfadado y preso de la impotencia.

Tomó el sobre que le había dado Alicia. Antes llamó a Argi.

—No estoy para nadie.

—¿Para nadie? —respondió incrédula su enfermera.

—Para nadie —dijo con rotundidad.

Se sentó en el sillón giratorio. Cerró los ojos y trató de respirar profundamente. Le costaba derrumbarse, pero lo que tenía en sus manos le pesaba demasiado.

Hacía un tiempo Mario le había pedido que le contara paso a paso el proceso que atravesaba un enfermo en su situación cuando las cosas iban mal. Se interesó por los criterios médicos, por las opciones que tenía ante la influencia de sus lesiones pulmonares. Le pidió información de los caprichos del sistema inmunológico, de la casuística que había tenido en su vida profesional. En su demanda y sed de anteponerse había hecho un especial hincapié en la consciencia, en su posible pérdida, en el dolor también. No se olvidó de preguntar por las intoxicaciones de los fármacos y la manera en que estos podían afectar a su cerebro. Quería saberlo todo. Lucas no había podido engañarle. Mario padecía un tipo de leucemia con un porcentaje elevado de mortalidad en pacientes de su edad. La lesión padecida en los pulmones no ayudaba y las complicaciones eran irreversibles.

Le había dicho a su amigo que el cáncer se curaba en más ocasiones de lo que se suponía. Que el porcentaje de pacientes que volvían a sus vidas había aumentado de manera espectacular en los últimos años. Se conocía la enfermedad, se cronificaba, había muchos fármacos que permitían la curación y regeneración, pero a quien le tocaba la bola negra… Y la de Mario no era blanca.

Lucas había prometido permanecer con absoluta fidelidad ligado a los deseos que de forma consciente le había manifestado. La única ética a seguir era la voluntad de aquel hombre del que había estado muy cerca y al que —por aquellas caprichosas razones que tenía el cariño— se sentía íntimamente ligado.

Abrió el sobre y leyó.

Mi querido doctor, mi querido amigo:

Si estás leyendo estas líneas es que esas células anómalas que tú acostumbras a nombrar nos han vencido, a mí por poseerlas y a ti por no haber podido enderezarlas. Llevo escritas cinco cartas y en todas me ha parecido que me sobraban o me faltaban las palabras, pero para ti solo necesito una: gracias.

Sé que estás al mando de este puerto en el que se reparan o desguazan los barcos de ese océano sanguíneo, por eso, si ves que mi buque se hunde y me voy al fondo, quiero que recuerdes lo que hablamos.

He sido un hombre afortunado, Lucas. Pero esta última manzana tenía gusano. Te he hablado de mi amor por Alicia, pero no tanto de ella, de esa parte de uno que solo se entrega cuando se confía. De ese aire intangible que se esconde en un abrazo. El elixir de esta vida.

Yo conozco su corazón. Mientras escribo la veo sentada en el sofá, vigilándome. Cuando nos enamoramos me dijo que quería casarse conmigo. Yo guardé ese deseo como un caramelo que se chupa lentamente. Quería hacerlo en Florencia, donde nos conocimos. Verla con esos ojos que el amor nos regala, hermosa, misteriosamente hermosa, caminando hacia ese punto indefinido en el que somos capaces de prometer amor eterno… Ella no accede a casarse ahora. Le da miedo que la enfermedad enturbie la sinceridad de algo que no puede profanarse. Ella ha sido mi única mujer, aunque por delante haya tenido otras. Mi único latido acompasado, así que, doctor, si cuando leas esto me has sedado y no soy su marido, despiértame. Quiero casarme con Alicia. No me quiero ir sin darle el «sí quiero».

Nada de lo que he poseído fuera de mi corazón me ha dado apenas nada. Mis hijos tienen su vida, pero yo soy su promesa…

Hemos corrido para sentir ese «más allá» de este cuerpo. Esta jodida máquina es buena, buena para sentir… Quiero que traigas a tu vecina a mi boda y me gustaría que la besaras, si no lo has hecho ya, como lo hubiera hecho yo. Solamente la voluntad de amar es eterna. Y recuerda… Nada de cuentas pendientes con la vida.

No me olvides cuando trotes cerca del mar.

Mario Villanueva

(A Alicia le gustan las rosas blancas)

Lucas se permitió un pequeño sollozo. Un arrollador y ronco gemido que sin permiso salió de su interior como si alguien lo hubiera empujado. Luego pensó en salir corriendo, en trotar por los acantilados de la Galea, en cabalgar lejos de aquel edificio hasta que los pensamientos desaparecieran, hasta que respirar y sentir en el aire el salitre fuera lo único que sostuviera su esfuerzo, hasta quedarse a solas con el ritmo de sus latidos… Pero miró el reloj. Cerró los ojos controlando sus emociones y se trasladó sin dificultad al día en que habían tenido aquella conversación. Recordaba en qué frase Mario había puesto el énfasis, en cuál había bromeado, recordaba su sonrisa franca. Era preciso que se pusiera en contacto con el sacerdote que acostumbraba a visitar a los enfermos, que hablara con sus hijos, que pidiera a Alicia que trajera las zapatillas que usó en el maratón de Florencia y tenía que hacerse con algún cedé que contuviera el sonido del mar.

Pulsó el timbre.

—Argi, necesito que convoques al doctor Alverde, a la doctora Escondrillas, y al doctor Arredondo. Localízalos cuanto antes. Diles que necesito verlos en mi despacho. Si están ocupados, que me llamen al móvil en la próxima media hora.

Cogió el teléfono y llamó a María.

—María, necesito pedirte algo… ¿Podrías conseguirme un ramo de novia? Rosas blancas, que huelan bien.

—¿Un ramo de novia? —dijo ella sorprendida.

—Sí, que sea precioso, para mañana, y también necesitaría que tuvieras la tarde libre; Mario quiere que vengas a su boda —no pudo decir más.

—Lucas… —Al otro lado María presintió la respiración agitada de su doctor—. Será el ramo de novia más bonito y estaré ahí. Hablamos luego…

Cuando se repuso y después de haber terminado todas las gestiones, se encaminó a la habitación de su maratoniano. Lo importante era participar…