Hace años, un joven se detenía ante la estatua de Quetzalcóatl, en México, y reflexionaba sobre los lazos que unían a este héroe con la civilización de la legendaria Atlántida.
Más tarde, frecuentó las bibliotecas de Los Ángeles y de Hollywood, estudiando en ellas las crónicas de los conquistadores y las leyendas de los indios de América.
En el Japón, este hombre tuvo noticia de la existencia de un mito según el cual la Tierra estuvo en otro tiempo unida al cielo por un puente, y esto le hizo pensar en viajes prehistóricos a través del espacio.
Los taoístas chinos le hablaron del lugar en que moran «los inmortales del Oeste» y de «Shambhala, la ciudad de los hombres de las estrellas».
En Australia, se le informó sobre «el tiempo de los sueños», época lejana en que la Humanidad mantenía relaciones con seres celestes.
Posteriormente, vislumbró en la frontera del Tíbet el poderoso monte Kanchenjunga, conocido por el nombre de los «Cinco Tesoros sagrados de la Gran Nieve», en el que riquezas secretas yacerían depositadas desde tiempos inmemoriales.
En la India, tuvo ocasión de admirar la cordillera del Himalaya y de escuchar las leyendas que hablaban de palacios subterráneos y de los preciosos escondites de los nagas, que evocaban serpientes voladoras y sus brillantes lámparas, que utilizaban para iluminar sus cámaras subterráneas.
Nuestro hombre ha vivido en el Himalaya, en el pueblo de Manali, fundado, según las escrituras brahmánicas, por aquel Manú que salvó a sus sabios en una embarcación en el momento del gran Diluvio. Ha explorado luego la pirámide de Kufu y ha interrogado a la Esfinge, esperando obtener una respuesta a su antiguo enigma.
En Austria, ha intentado resolver el misterio del cubo de acero pulido hallado en una capa de carbón de varios millones de años de antigüedad.
En París, cerca de la plaza de la Bastilla, en la Biblioteca del Arsenal, ha hojeado los volúmenes de L’Astronome du Roí, escrito en el siglo XVIII por Jean-Sylvain Bailly. En el Louvre, ha encontrado el antiguo zodíaco egipcio de Dendera.
En Londres, en la sala de lectura del Museo Británico, se ha sumido en el estudio de innumerables libros y manuscritos consagrados al mundo antiguo.
Y, para terminar, ha efectuado investigaciones en la gran Biblioteca Lenin de Moscú; ha visitado en Leningrado el Museo del Ermitage y ha sostenido apasionantes entrevistas con sabios y escritores rusos.
El hombre de que se trata es el autor de este libro.