EL ENIGMA DE LA ESFINGE, RESUELTO

Edipo dio una respuesta correcta a la esfinge de Tebas, que le preguntaba: «¿Cuál es el ser que tiene cuatro pies por de mañana, dos a mediodía y tres por la tarde?», respondiendo que se trataba del hombre, que de niño se arrastra en cuatro pies, camina sobre dos cuando es mayor, y en la vejez se apoya en un bastón.

Pero el enigma de la esfinge de Gizeh, colocada junto a las pirámides como un perro guardián, no ha sido resuelto desde la época de los faraones.

Permítaseme evocar aquí un recuerdo personal: hallándome un día ante las pirámides, medité sobre la edad y la finalidad de esta obra maestra de la Antigüedad.

El tipo particular de tocado de la cabeza de la Esfinge guarda relación con las antiguas esculturas de Egipto. La losa de granito existente entre sus patas evoca el recuerdo de una aventura sucedida al joven príncipe Tutmosis cuando, vencido por el cansancio en el curso de una partida de caza en las proximidades de Gizeh, se acostó al lado de la Esfinge.

Durante el sueño, oyó que la Esfinge le hablaba y que le pedía que retirara la arena de que estaba cubierta su estatua: como recompensa a sus servicios, obtendría el trono de Egipto. Al despertar, Tutmosis se apresuró a hacer retirar la arena y construir un muro en torno a la Esfinge para protegerla contralas dunas. Poco después, se convirtió en el faraón Tutmosis IV (1682-1673 a. C.)

El interés de esta historia radica en el hecho de que la Esfinge estaba recubierta de arena, de arriba abajo, hace 37 siglos. Ello indica que el Hombre-León podía envanecerse de un origen muy antiguo, incluso en aquella remota época.

Entre los antiguos egipcios se designaba al monumento con el nombre de «Hu», o protector. Desde aquellos lejanos tiempos, la tradición afirmaba ya que existía bajo la Esfinge una cámara secreta. ¿Era «Hu» el guardián de una cueva antediluviana en que se contenían documentos? ¿Qué mensaje legaba la Esfinge a la Humanidad?

Además del nombre de «protector», la Esfinge llevaba también el de «Hor-em-akhet», u «Horus-en-el-Horizonte». Horas era un dios que vivía en el cielo bajo el aspecto de un halcón; su nombre sugiere una solución al problema que nos ocupa: podría relacionarse con la posición ocupada por el Sol en el horizonte o en el zodíaco. Admitiendo que la Esfinge tenga un sentido astronómico, nos acercamos a una solución del problema.

Tomemos primero en consideración la tradición según la cual el Diluvio devastó el mundo cuando el Sol se levantó bajo el signo de Leo, en el equinoccio de primavera.

El Zodíaco de Dendera, que comienza, curiosamente, con el signo de Leo, registra la entrada en un nuevo ciclo entre 10 950 y 8800 años antes de Jesucristo.

Un papiro copto, «Abu Hormeis» (traducido al árabe en el siglo IX), precisa del modo siguiente la fecha del cataclismo atlante: «El Diluvio debía tener lugar cuando el corazón de Leo entrara en el primer minuto en la cabeza de Cáncer». Sabemos, por otra parte, por el sabio Makrizi (siglo XV), que «el fuego debía surgir del signo de Leo y consumir el mundo».

Resulta de estas antiguas fuentes que el signo zodiacal de Leo marcaba el tiempo, en la precesión de los equinoccios, cuando la Atlántida encontró su fin y nació un nuevo ciclo.

Por el Libro de los Muertos, sabemos que el movimiento del Sol en el cielo estaba custodiado por dos dioses-leones, o «Akeru», situados a las puertas de la mañana y de la tarde.

Con su cuerpo leonino, la Esfinge es un dios guardián, cuya significación debería buscarse en el ciclo solar: el Gran Año de la precesión de los equinoccios.

El cuerpo leonino de la Esfinge simboliza el ciclo de Leo. Su cabeza es la de un hombre. El zodíaco contiene una sola figura masculina: la del signo de Acuario. Se encuentra exactamente en el lado opuesto al signo de Leo. El mensaje de la Esfinge es, pues: «desde el período de Leo hasta la edad futura de Acuario». ¿Y qué ofrece la Esfinge al ciclo de Acuario que vendrá a abrirse? Una «cápsula del tiempo» escondida en alguna parte bajo la Esfinge y las pirámides.

Herodoto nos habla de un laberinto que se encontraba bajo el lago Meris, cerca de la ciudad de los Cocodrilos. Los egipcios hicieron atravesar al historiador construcciones inmensas, pero no le permitieron ver las salas del subsuelo. Esta prohibición es significativa; ya se trate de depósitos de documentos históricos o de tumbas, es evidente que Egipto poseía depósitos secretos.

La hermandad que se dice salvó los papiros de la Biblioteca de Alejandría en la época de Cleopatra podría guardar todavía hoy tesoros en el valle del Nilo.

La tradición masónica conserva también en sus ritos el recuerdo de cuevas secretas. Los adeptos del rosacrucismo siempre han creído en la existencia de depósitos secretos en Egipto. De hecho, la leyenda relativa a la apertura de la tumba de Christian Rosenkreuz con su lámpara perpetua y sus manuscritos secretos no corresponde sino al redescubrimiento de una antigua «cápsula del tiempo».

Los señores drusos del Líbano han sido guardianes de su tesoro durante centenares de años. En el Líbano se encuentran las ruinas de Baalbek, construcciones megalíticas cuya finalidad podría haber sido idéntica a la de la Gran Pirámide: señalar el emplazamiento de un museo subterráneo de una raza antediluviana.

Josefo (siglo I) escribe que los hijos de Set «llevaron su atención estudiosa al conocimiento de los cuerpos celestes y de sus configuraciones. Y, a menos que un día se pierda su ciencia por los hombres y perezca todo cuanto han adquirido anteriormente (según la predicción de Adán, al producirse una destrucción universal por la fuerza del fuego o del agua), subsistirán de ellos dos columnas, una de ladrillo, otra de piedra, en cada una de las cuales figurará grabada la inscripción de sus descubrimientos».

Según el historiador judío, estas inscripciones «subsisten todavía hoy en el país de Siria». ¿No constituye ello una seria indicación de huellas antediluvianas conservadas tal vez en Baalbek, antigua tierra siria?

Los enormes fundamentos de la terraza de Baalbek, sobre la que reposan los templos del Sol, de Júpiter y varios otros, son completamente desproporcionados con la extensión de estos edificios. No queda ya gran cosa de las columnatas de los templos, pero la plataforma megalítica en que descansan permanece intacta.

Una parte de esta plataforma, compuesta solamente de tres piedras, tiene una longitud aproximada de cien metros. Algunos de los bloques pesan hasta mil toneladas. La cantera se encuentra a cuatrocientos metros de distancia de la colina. Existe todavía en ella una masa de piedras de 21 metros de longitud, con una base cuadrada de 4.25 metros de lado, abandonada por los gigantes constructores de Baalbek.

¿Cómo pudieron ser extraídos de la cantera unos bloques de tales dimensiones y llevados a lo alto de la colina? Es ésta una pregunta a la que no se ha encontrado respuesta. Los ingenieros contemporáneos, que disponen de grúas enormes, tropezarían con grandes dificultades para realizar el esfuerzo de los constructores prehistóricos de la terraza.

¿Cuál es la finalidad de este ciclópeo fundamento? M. M. Agrest, sabio soviético, ha expuesto a este respecto una idea audaz. ¿No podría admitirse que bajo los colosales bloques de Baalbek estuvieran sepultados tesoros destinados al género humano cuando éste haya alcanzado su madurez? ¿No habrá, bajo estos bloques megalíticos, depósitos secretos dejados por los visitantes del espacio? El doctor M. M. Agrest considera que cuando el hombre haya comprendido el destino de este titánico monumento obtendrá una herencia cultural de quienes descendieron sobre la Tierra hace millares de años. La teoría de este sabio viene en apoyo de nuestra opinión fundamental referente a los antiguos depósitos. La única diferencia estriba en que, según nosotros, los documentos habrían sido dejados por una raza terrestre dotada de un alto grado de progreso y capaz de efectuar desplazamientos a través del espacio.

El astrónomo americano Frank Drake afirma que los visitantes llegados del espacio habrían podido dejar objetos fabricados en el interior de grutas de piedra caliza. Estos recuerdos cósmicos deberían estar cargados de isótopos radiactivos, cuyo origen artificial podría ser fácilmente detectado por nuestros instrumentos. Tales escondites estaban destinados a una futura civilización terrestre suficientemente avanzada. Ha llegado el momento de buscarlos.