CUENTOS ÁRABES

Recogiendo una tradición de los coptos, descendientes de los antiguos egipcios, Masudi (escritor del siglo X) afirma en su manuscrito, conservado en el Museo Británico con el número 9576, que las pirámides «presentaban inscripciones de una escritura desconocida e ininteligible, hecha por gentes y naciones cuyos nombres y existencia yacen olvidados desde hace tiempo».

Debe hacerse notar que los materiales que servían de revestimiento a las pirámides eran empleados en países árabes para sus construcciones, incluso en época relativamente reciente.

Herodoto vio las inscripciones de las diversas caras de las pirámides en el siglo V antes de nuestra Era. Ibn Haukal, viajero y escritor árabe del siglo X, afirma que las escrituras sobre los revestimientos de las pirámides eran todavía visibles en su época.

Abd el-Latif (siglo XII) escribe que las inscripciones sobre el exterior de las pirámides podrían llenar diez mil páginas.

Ibn Batuta, otro sabio árabe (siglo XIV), escribe: «Las pirámides fueron construidas por Hermes, a fin de preservar las artes, las ciencias y otras creaciones del espíritu durante el Diluvio».

El Diccionario de Firazabadi (siglo XIV) declara que las pirámides estaban destinadas a «preservar las artes, las ciencias y los demás conocimientos durante el Diluvio».

El papiro copto del monasterio de Abu Hormeis contiene el pasaje siguiente: «Las pirámides fueron construidas de este modo: sobre los muros estaban inscritos los misterios de la ciencia de la astronomía, de la geometría, de la física y muchos otros conocimientos útiles, legibles para toda persona que conociera nuestra escritura».

Masudi cuenta otras extrañas historias con respecto a las pirámides. Según él, el rey Surid, que reinó en Egipto tres siglos antes del Diluvio, construyó dos grandes pirámides para sus «cápsulas del tiempo».

Los sacerdotes le habían prevenido de un gran Diluvio seguido de un incendio, que vendría de «la constelación de Leo».

El faraón ordenó inmediatamente construir las pirámides que servirían de depósito para toda clase de tesoros y de objetos milagrosos. Sobre los muros y los techos de las pirámides hizo grabar inscripciones científicas relativas a la astronomía, las matemáticas y la medicina. Masudi llega a describir los autómatas o robots que fueron colocados a la entrada de los tesoros para custodiarlos y para destruir «a todas las personas, excepto aquéllas que, por su conducta, fueran dignas de ser admitidas».

Ibn Abd Hokm, historiador árabe del siglo IX, nos ha legado un valioso relato de la construcción de las pirámides. He aquí un fragmento:

«La mayor parte de los cronistas coinciden en atribuir la construcción de las pirámides a Saurid Ibn Salhuk, rey de Egipto, que vivió tres siglos antes del Diluvio. Sintióse impulsado a ello al ver en un sueño que toda la Tierra, con sus habitantes, se había trastornado, los hombres tumbados de bruces, las estrellas cayendo unas sobre otras con horrible estruendo. En su turbación, no dijo nada de ello a los suyos. Habiéndose despertado con gran miedo, reunió a los principales sacerdotes de todas las provincias de Egipto, 130 en total, cuyo jefe era Aclimón. Cuando les expuso el asunto, midieron la altura de las estrellas y, haciendo su vaticinio, predijeron un Diluvio. El rey preguntó: “¿Alcanzará a nuestro país?”. Respondieron: “Sí, y lo destruirá”. Pero, como aún faltaba cierto número de años para que acaeciese, ordenó construir, entretanto, pirámides con cámaras abovedadas. Las llenó de talismanes, de objetos extraños, de riquezas, de tesoros, etcétera. Construyó luego en la pirámide occidental treinta tesorerías repletas de riquezas y utensilios, de adornos hechos de piedras preciosas, de instrumentos de hierro, de modelos de barcos en arcilla, de armas que no se oxidaban y de cristalería que se podía doblar sin romperla».

El pasaje concerniente a las armas «que no se oxidaban» y «los vasos que se podían doblar» es particularmente significativo. En el siglo IX, nadie podía imaginar materiales tales como el hierro no corrosible o el plástico. No hay duda de que este manuscrito árabe toma su fuente en escritos mucho más antiguos.

En el Museo Británico, los manuscritos Add. 5927 y 7319 redactados por Ebn Abu Hajalah Ahmed Ben Yahya Altelemsani mencionan un pasadizo subterráneo que, partiendo de la Gran Pirámide, llegaba hasta el Nilo. Figura también en ellos un intrigante relato a propósito de un objeto encontrado en la pirámide por unos árabes en el siglo IX.

«En los tiempos de Ahmed Ben Tulun, un grupo de hombres entró en la Gran Pirámide. En una de las cámaras encontraron un vaso de vidrio de color y composición raros; al salir, advirtieron que les faltaba uno de sus compañeros, y, cuando regresaron para buscarle, éste salió en dirección a ellos completamente desnudo y les dijo: “No me sigáis, no me busquéis”, y desapareció de nuevo en el interior de la pirámide. Comprendieron que estaba embrujado y se lo contaron todo a Ahmed Ben Tulun, que prohibió entrar en la pirámide, tomó posesión del vaso de vidrio, lo hizo pesar y comprobó que su peso se mantenía idéntico, estuviera lleno o vacío».

Otro escritor árabe llamado Muterdi cuenta la siguiente historia con motivo de una exploración del pozo de la pirámide de Kufu: «Un grupo llegó a un estrecho pasillo en que había gran número de murciélagos y donde se notaba una violenta corriente de aire. De pronto, los muros se cerraron y separaron a un hombre del resto del grupo, que huyó para salvar la vida. Más tarde, el desaparecido reapareció y habló a sus compañeros en un lenguaje desconocido. Otras versiones afirman que el hombre cayó muerto de repente».

Sería cómodo arrumbar estos cuentos árabes entre las historias de Las mil y una noches. Pero, si fuesen verdaderos, atestiguarían la existencia de «cápsulas del tiempo», legado de una raza muy avanzada tecnológicamente. No debería subestimarse el valor científico de su descubrimiento.