Una imagen de conjunto reproduciendo la evolución de la conciencia humana a través de los siglos nos demuestra que sólo ahora comienza el hombre a comprender la verdadera extensión del mundo. Hasta época muy reciente, hace unos cuantos siglos, no rechazaron nuestros antepasados las nociones de una cosmología infantil, que veía la Tierra plana y asentada en el centro del Universo. En el curso de los dos últimos siglos, la ciencia nos ha demostrado que el cosmos era infinitamente más vasto y más viejo de lo que imaginaban nuestros predecesores. Abordando el estudio de la antropología con espíritu abierto y dispuesto a admitir que los orígenes de la Humanidad se remontan mucho más allá de las suposiciones de la ciencia, no haremos sino desprendernos de los prejuicios de la Edad Media. La paleontología y la arqueología han sacado a la luz los vestigios de nuestros primeros antepasados y de sus toscos instrumentos, remontándose hasta la infancia de la raza humana. Del hecho de que los esqueletos de los hombres prehistóricos descubiertos en Java, en Pekín y en África del Sur son los más antiguos entre esta clase de hallazgos, se ha llegado a la conclusión de que el Homo sapiens hizo su aparición hace un millón y medio de años. Se hace, en efecto, difícil concebir que seres primitivos que abandonaran sus cavernas y sus árboles hace solamente unos cuantos millares de años hayan podido producir, en unos cientos de generaciones, las refinadas civilizaciones del antiguo Egipto y de la antigua Hélade. La evolución es un proceso extremadamente lento, aunque a veces se vea acompañada de aceleraciones extraordinarias.
Se darían pruebas de oscurantismo si se pusieran en duda los resultados obtenidos por la ciencia. Sobre la base de los testimonios de que disponemos en la actualidad, la fecha que atribuimos a la aparición del hombre prehistórico es incontestablemente correcta, pero no es, en manera alguna, imposible que se descubran los vestigios de antepasados aún más lejanos: podrían esperarnos las mayores sorpresas, por ejemplo, cuando se estudie el fondo de los mares.
Según los arqueólogos, las civilizaciones de Mohenjo-Daro, de Sumer o de Egipto serían las primeras de la Historia. De hecho, la ciencia no reconoce historia que se remonte más allá de cinco mil años antes de Jesucristo. Si se llegara a descubrir los vestigios de naciones evolucionadas, engullidas por el Océano, nos veríamos obligados a introducir rectificaciones fundamentales en nuestras nociones históricas.
El fantástico progreso alcanzado por la Humanidad desde la economía agrícola de los valles del Nilo, del Tigris y del Éufrates hasta nuestra Era tecnológica ha sido efectuado en un período verdaderamente demasiado corto, a menos que se admita que haya heredado sus rasgos biológicos de otro ciclo de civilización precedente.
Se trata, en verdad, de un milagro si se considera que en el curso de un breve período de seis mil años hayan podido los hombres progresar desde los carros tirados por bueyes hasta los lujosos automóviles, y desde los boomerangs a los satélites. Pero la ciencia no conoce milagros. En su evolución han podido intervenir factores desconocidos. El tiempo de que se trata es demasiado corto: no representa más que una fracción de un uno por ciento de la edad generalmente aceptada del hombre. Cometemos, pues, un craso error al afirmar que «el paso del hombre de las cavernas al hombre del espacio se ha efectuado en 25 000 años».
Es fácil prever que opiniones de este género atraerán la condena de la mayoría de los sabios. Y, sin embargo, la controversia podría quedar resuelta de golpe en nuestro favor si el público llegara a tener acceso a una de esas «cápsulas del tiempo» legadas por la Atlántida. Hasta entonces, el autor está dispuesto a servir de blanco a los ataques de profesores irritados.
En resumen, los orígenes del hombre se remontan a más distancia de lo que suponen nuestras academias. La Tierra ha sufrido violentos cataclismos provocados esencialmente por desplazamientos de su eje y por las caídas de enormes meteoritos. En el curso de estas devastaciones geológicas, grandes civilizaciones han desaparecido sin dejar rastro.
El Bhagavata Putaña, libro sagrado de la India, describe cuatro edades que se han sucedido después de haber sido destruidas por el furor de los elementos. Nuestro presente ciclo sería la quinta.
Según el poeta griego Hesíodo (siglo VIII antes de nuestra Era), una creencia semejante estaba difundida en la Hélade. Había cuatro edades: primero, la edad de oro, en la que los mortales vivían como dioses; luego la edad de plata, en la que su inteligencia era ya menor; el ciclo siguiente era el del bronce, en que los hombres eran fuertes y guerreros y se destruían mutuamente; la cuarta edad era la de los héroes cuyas aventuras nos han inspirado. Según los antiguos griegos, atravesamos actualmente la quinta edad, la edad de hierro, y seremos destruidos por Zeus al igual que las razas precedentes. Según Censorino (nacido en 238 d. C.), los griegos creían que el mundo sería inundado o calcinado al término de cada época.
Los antiguos egipcios dividían la historia en tres períodos principales: el reino de los dioses, el de los semidioses y los héroes y, tras su desaparición, el de los hombres que gobernaban a Egipto y al mundo.
Cuando los mitos y los historiadores clásicos nos hablan de «dioses» y de «semidioses», no los tomamos en serio. Pero ¿por qué no admitir que seres superiores hayan podido vivir sobre la tierra en la edad de oro?
En China, los habitantes de Yunnan conservan el recuerdo de una Era de prosperidad, en que la vida era muy larga y las rocas más pesadas podían ser levantadas sin la menor dificultad. La tribu de los pai canta a esta lejana época de la manera siguiente:
En otro tiempo las rocas podían andar, esto es cierto y en absoluto falso.
En aquella época, la paz reinaba en el mundo entero, ¿crees lo que digo?
En aquella época, la paz reinaba en el mundo entero, creo lo que dices.
En aquella época, no había ricos ni pobres, ¿crees lo que digo?
En aquella época, no había ricos ni pobres, creo lo que dices.
En aquella época las gentes vivían centenares de años, ¿crees lo que digo?
En aquella época las gentes vivían centenares de años, creo lo que dices.
Es fácil relegar todas estas leyendas al terreno de la fantasía y burlarse de las viejas tradiciones populares. Pero es mucho más difícil valorar globalmente la marcha de la Historia.
Esta obra persigue una finalidad precisa y apunta a una conclusión práctica. Su fin es llamar la atención del público sobre la posibilidad del sorprendente descubrimiento de un depósito secreto legado por una raza tenida por mítica en la actualidad. ¿No deberíamos concluir de ello que caminamos sobre las huellas de la Atlántida?
A la entrada de la Sainte-Chapelle de París, un guía explicaba a los visitantes, en nuestra presencia, el significado de las diversas figuras. Ante el Arca de Noé, soltó un discurso sobre el Diluvio, que finalizó con estas palabras: «Así, señoras y señores, los hombres y los animales comenzaron a multiplicarse de nuevo, y la cosa continúa… hasta el próximo Diluvio».
Según Platón, los atlantes perecieron cuando se empeñaron en guerras imperialistas. Anteriormente, en una época más feliz, amaban la paz, cultivaban la amistad y despreciaban la avaricia.
No nos queda sino expresar la esperanza de que el mundo moderno se asegure un destino mejor. Jacinto Verdaguer, poeta catalán, llora a la Atlántida en los términos siguientes:
¡Mal hayan quienes te tienen por madre, Atlántida! ¿Renacerá para nosotros, ¡ay!, él día que brilla? Punto por punto se cumple lo que dijo nuestro padre, sus atlantes, su patria y sus dioses, todo terminó.
En su Isis y Osiris, Plutarco cita la opinión y la creencia de la mayor parte de los sabios antiguos, según los cuales sobrevendrá «un tiempo fatídico y predestinado en el que la Tierra quedará completamente nivelada, unificada e igual, en el que no habrá más que un solo género de vida y una sola forma de gobierno para toda la Humanidad, en el que todo el mundo hablará el mismo lenguaje y vivirá en la felicidad».
El descubrimiento de tesoros provenientes de las edades extinguidas trastornará todas nuestras ideas sobre la Historia antigua; la Humanidad extraerá sus lecciones del pasado y tratará de evitar los errores de la raza desaparecida. Encontrará entonces su verdadero lugar, su verdadera misión sobre este bello planeta, y se encaminará hacia un futuro glorioso.