MUSEOS ARCAICOS

Recordemos las palabras dichas a Solón, el legislador griego, por el egipcio Sonchis, sacerdote de Sais:

«Todos vosotros tenéis almas jóvenes; no tenéis ninguna vieja tradición, ninguna creencia ni conocimiento consagrados por la edad. Y la razón de ello es la siguiente: numerosas han sido las destrucciones infligidas a la Humanidad, y numerosas lo serán todavía».

Se deduce de estas frases que los egipcios disponían de archivos que se remontaban a millares de años. En otro caso, le habría sido imposible a este sacerdote transmitir a Solón la historia de la Atlántida de una manera precisa.

Se puede, naturalmente, considerar la Atlántida como un mito entre tantos otros. Pero, si, después de los descubrimientos de Schliemann, la antigua leyenda griega de Troya ha pasado a ser un hecho histórico, ¿no debería concederse más crédito aún al folklore y a las obras históricas del mundo clásico?

Cicerón (106-43 a. C.) escribe en su obra De divinado ne que los sacerdotes de Babilonia «afirman haber conservado sobre monumentos observaciones que se remontan hasta a 470 000 años». Debemos agradecer al romano que haya recogido esta información y perdonarle sus sarcasmos.

Hace dos mil años, Estrabón mencionaba a los iberos, que «conociendo la escritura, han compuesto obras dedicadas a la historia de su raza, poemas y leyes escritas en verso, de una antigüedad, según afirman, de seis mil años».

Diógenes Laercio escribía en el siglo III de nuestra Era que los antiguos egipcios habían registrado 373 eclipses solares y 832 eclipses lunares. Teniendo en cuenta la periodicidad de los eclipses, puede estimarse que sus observaciones se extendían a lo largo de unos diez mil años.

El canto épico de Gilgamesh, de cuatro mil años de antigüedad, cuenta que ese soberano «era sabio, veía misterios, conocía cosas secretas y nos ha legado un relato de los días que precedieron al Diluvio. Partió para un largo viaje, regresó cansado, agotado por su trabajo, e hizo grabar sobre una piedra toda esta historia».

Las pirámides de Babilonia, o zigurats, eran torres alineadas dotadas de un significado religioso y astronómico, ¿no estaban construidas encima o en la proximidad de cuevas secretas que albergaban los recuerdos de la Humanidad extendidos a lo largo de un muy dilatado período, como pretendían los sacerdotes babilonios?

Si abandonamos a los babilonios y nos dirigimos a Egipto, vemos surgir ante nosotros al sacerdote Manetón, guardián de los archivos sagrados del templo de Heliópolis.

Se considera que este hombre, que vivió en el siglo III antes de nuestra Era, copió su relato del pasado de las columnas que se elevaban en los templos secretos y subterráneos próximos a Tebas.

Eusebio (265-340 de nuestra Era) dice en sus escritos que Manetón había estudiado la historia según las inscripciones sobre columnas hechas por Thot (Hermes). Después del Diluvio, estos textos fueron traducidos y transcritos en rollos por Agatodemón, segundo hijo de Hermes, y depositados seguidamente en los sótanos de templos desconocidos.

La tradición histórica de la Antigüedad afirma que esos enormes depósitos subterráneos habían sido construidos por orden de los sabios de la Atlántida, que preveían la proximidad de un cataclismo mundial.

El historiador bizantino Jorge de Syncelle (muerto en 806 d. C.) habla también de crónicas que los egipcios habían conservado durante 36 525 años.

Proclo (412-489 de nuestra Era) escribe que Platón visitó Egipto y sostuvo en Sais conversaciones con el sumo sacerdote Pateneit, en Heliópolis, con el sacerdote Ochlapi, y en Sebenito con el hierofante Etimón. Es muy posible que, durante su estancia en Egipto, Platón recibiera informaciones de primera mano sobre la Atlántida.

Crantor (300 a. C.) afirma que había en Egipto, en lugares secretos, ciertas columnas sobre las que figuraba grabada en jeroglíficos la historia de la Atlántida y que habían sido mostradas a varios griegos.

En su descripción de las pirámides, Amiano Marcelino, historiador romano (330-400 de nuestra Era), añade su testimonio para hacernos admitir la existencia real de las cuevas en que los egipcios ocultaban sus crónicas:

«Existen también pasajes subterráneos y refugios en espiral que, según se nos dice, hombres conocedores de los antiguos misterios y previendo por ello la venida de un Diluvio construyeron en diferentes lugares a fin de que no se perdiera la memoria de todas sus ceremonias sagradas».

Los escritos de los antiguos no nos dicen nada acerca del lugar exacto en que se encontraban esos escondrijos. Manetónconoció la historia en uno de ellos. Solón, que, de un modo indirecto, dio a conocer a Platón la leyenda de la Atlántida, probablemente fue admitido también por sus huéspedes egipcios en uno de esos depósitos secretos.

Hace 2500 años le fueron mostradas a Herodoto 345 estatuas de sumos sacerdotes egipcios que se habían sucedido durante 11 340 años. Herodoto escribe también que Osiris hizo su aparición 15 000 años antes que Amasis, que reinó entre 570 y 526 a. C. Y añade: «Afirman tener absoluta certeza respecto a estas fechas, pues siempre han anotado cuidadosamente por escrito el paso del tiempo».

¿Es la pirámide de Kufu un monumento que señala el emplazamiento de un tesoro secreto de la civilización atlante y que fue construido antes del Diluvio? Puede que, a primera vista, la pregunta parezca ridícula, pero Manetón afirma que esa pirámide no fue construida por los egipcios. Cuando Herodoto visitó Egipto en el año 455 a. C., se hallaba en condiciones de establecer de un modo definitivo que esa construcción megalítica no contenía nada que se asemejara en lo más mínimo a unos despojos mortales.

En el terreno de la especulación, no se debería rechazar la teoría de la existencia de cámaras secretas en el interior de las pirámides y de la Esfinge. Aplicando la teoría a la práctica es como se realizan los descubrimientos.

Pero ¿qué se debe hacer para buscar esos depósitos secretos y para encontrarlos? Si no se hallan en el interior de las pirámides, podría determinarse su posición y su profundidad subterránea cuando se descubriera algún modelo geométrico en la disposición de la Esfinge y de las pirámides. El mensaje secreto podría estar oculto en las proporciones matemáticas de las estructuras. Por otra parte, podría existir una clave astronómica del enigma. Se deberían analizar cuidadosamente todos los datos relativos a las cuevas secretas que existen en los documentos clásicos, a fin de obtener, si ello es posible, una indicación del emplazamiento. Habría que utilizar un equipo de científicos para resolver este misterio de la Antigüedad.

Los sondeos emprendidos por sabios americanos y árabes en las pirámides representan un paso en la buena dirección. Los investigadores han utilizado aparatos electrónicos muy sensibles llamados «cámaras de chispas» para medir el flujo de rayos cósmicos que, procedente del exterior, atraviesa las pirámides. Puesto que los rayos cósmicos golpean uniformemente a las pirámides desde todas direcciones, un vacío en la masa de piedra sobre las «cámaras de chispas» dejaría pasar más rayos que las partes sólidas de la pirámide. Esto produciría sombras en la imagen, y, empleando contadores en posiciones diferentes, se podría determinar el emplazamiento exacto de la cueva.

Si las «cápsulas del tiempo» heredadas de la Atlántida estuvieran profundamente enterradas bajo las pirámides, su detección exigiría una técnica distinta. La antigua tradición nos habla de paredes movedizas, de puertas secretas, de relámpagos de luz en las profundidades de los pasadizos existentes en el interior de las pirámides. Un generador alimentado por una potencia ilimitada podría producir fenómenos semejantes. Podría descubrirse su presencia mediante el uso de contadores Geiger o de otros aparatos sensibles a la perturbación de un campo magnético.

Como le escribí al doctor L. W. Alvarez, de la Universidad de California, padre del proyecto egipcio de exploración de las pirámides, un amplio sondeo de este tipo podría tener la importancia de la primera bomba atómica o del primer Sputnik si se consiguiera descubrir estas cavernas prehistóricas.

El depósito atlante podría contener muestras de la ciencia y la tecnología antediluvianas; máquinas arcaicas serían susceptibles de revelarnos nuevos principios del arte de la ingeniería. Y este regalo que nos llegaría desde un remoto pasado podría cambiar nuestro camino hacia el futuro.