CONCLUSIÓN

En el siglo XIX, un mamut siberiano congelado fue trasladado a San Petersburgo, con motivo de una demostración en una sesión de la Academia Imperial de Ciencias. Una conferencia sobre el prehistórico animal fue pronunciada por un miembro de la Academia, y luego los sabios fueron invitados a un banquete.

Después de la comida, el presidente de la Academia de Ciencias declaró: «Caballeros, acaban de comer la carne más antigua del mundo: ¡procede de nuestro mamut siberiano!». Aparecieron en el comedor algunas sonrisas, así como también algunas caras verdes.

Este libro no se diferencia mucho de aquel almuerzo prehistórico. Hallar computadoras, aeroplanos, electricidad, penicilina, robots, teoría atómica, descripciones del espacio y de la Luna en la venerable Antigüedad, es como encontrar un bistec de mamut en el propio plato. Sin embargo, éste estaba todavía fresco y gustoso, a pesar de tener una antigüedad de 12 000 años. Las historias de tiempos remotos relatadas aquí están todavía frescas igualmente. Vinculan el pasado al presente.

Las analogías entre las antiguas nociones científicas y nuestras realizaciones tecnológicas y científicas actuales pueden ser difícilmente discutidas. Estamos ahora en el cénit de la tecnología, pero han existido días brillantes de ciencia teórica en el pasado.

Debemos mucho más a nuestros predecesores de lo que nos damos cuenta, si no por los inventos técnicos y conocimiento científicos que poseemos hoy, sí al menos por sus conceptos. Luciano anticipó las sondas Apolo. Demócrito elaboró las bases de la teoría atómica. Los antiguos alquimistas previeron la moderna transmutación química de los elementos. Las drogas maravillosas se remontan al antiguo Egipto. Aristarco de Samos promulgó la teoría heliocéntrica dieciocho siglos antes de Copérnico. El sánscrito Libro de Manú proponía la idea de la evolución mucho antes que Darwin. Séneca puso de manifiesto en Medea su conocimiento geográfico de Norteamérica. Los babilonios tenían una batería eléctrica 3800 años antes de Volta. Los escritos clásicos indios describen, con grandes detalles, aeroplanos. Los antiguos griegos poseían robots y computadoras muchos siglos antes de ésta era de la automación. La lista es larga, y nuestra deuda con la Antigüedad y la Prehistoria, grande.

Pero tenemos una deuda aún mayor con aquellos misteriosos portadores de la antorcha de la civilización, quienes, en la aurora de la Historia, impartieron su conocimiento a los astrónomos sacerdotes a todo lo largo del Globo.

Existió una Edad de Oro en la que los milagros de la Ciencia eran tan corrientes como lo son en la actualidad. El origen de esta ciencia olvidada debe ser buscado tanto en el Tiempo como en el Espacio.