EN LA MORADA DE LA SABIDURÍA. —ROERICH
Cruzando el Sena, desde Saint-Germain-des-Prés, donde el conde de Saint-Germain vivía, en París, y cuyo nombre probablemente adoptó como sobrenombre, estaba el «Teatro du Chatelet».
Pocas generaciones después de su época, en mayo de 1909 para ser exactos, el teatro estrenó el Príncipe Igor de Borodin, y La Pskovitina de Rimski-Korsakov. Los inmortales del ballet ruso —Pavlova, Karsavina y Nijinski— tomaban parte en la representación. Los decorados, llenos de colorido, produjeron gran sensación y atrajeron la atención de la Prensa de París. Eran obra de Nicolás Roerich, un joven pintor ruso.
Después de Leonardo da Vinci, Roerich fue uno de los maestros más inspirados. Sus ricos colores, contornos sencillos y los nítidos conceptos que había en el trasfondo de sus pinturas, producían una poderosa impresión.
Nicolás Roerich ha sido llamado con justicia el profeta del lienzo, pues los estudiantes de su arte han catalogado títulos de sus pinturas desde 1897 hasta 1947, y descubierto que muchas de ellas eran predicciones simbólicas de acontecimientos futuros.
En 1901 exhibió su pintura Lo siniestro que representaba a unos cuervos negros sobre un fondo de rocas grises, un mar sombrío y un firmamento nublado. Era una anticipación de las horribles guerras que habíamos de tener en este siglo.
En 1913, Roerich produjo Los hechos humanos que representa a un grupo de ancianos de cabellos grises contemplando, con asombro y dolor, las ruinas de una ciudad. La ciudad sentenciada que muestra una ciudad amurallada rodeada por una enorme pitón, fue terminado a principios de 1914, y contenía parecidas predicciones acerca de una calamidad que destruiría otras ciudades. Las tres coronas exhibido en San Petersburgo aproximadamente por la misma época, representa a tres reyes con sus espadas, y cuyas coronas se han elevado de sus cabezas para desaparecer en las nubes. Esta obra pronosticaba el fin de las dinastías de los Hohenzollern, Habsburgo y Romanov en la Primera Guerra Mundial, la cual se desencadenó unos pocos meses después.
En marzo de 1914, Nicolás Roerich expuso su Resplandor fantástico cuadro que mostraba a un caballero de pie junto a un león, frente a un castillo, detrás del cual el firmamento aparecía en llamas. Cuando los ejércitos del káiser Guillermo barrieron Bélgica, en agosto de aquel mismo año, la profecía se cumplió. El cuadro representaba al rey Alberto de Bélgica en el fuego de la guerra, tal como el propio Roerich explicaba respecto a su significado.
En la víspera de las invasiones nazis, Roerich produjo diversas pinturas al temple de gentes que, con reducidas pertenencias, caminaban trabajosamente por un camino rural, sobre un fondo de cielo oscuro. Se trataba de una predicción de las calamidades que sufrirían los refugiados europeos durante la Segunda Guerra Mundial.
«La cultura y la paz son las metas más sagradas de la Humanidad», escribió Roerich en uno de sus artículos. Como si presintiera una calamidad mundial, fundó su Pacto en Washington D. C., en 1929, apoyado por las repúblicas de la Unión Panamericana. Esta Cruz Roja de la cultura tenía la misión de proteger de la destrucción todos los centros culturales mediante un estandarte especial de tres puntos rojos dentro de un círculo del mismo color, sobre una bandera blanca.
Si Apolonio de Tiana desafió el poder de la antigua Roma y luchó en favor de la moderación en el gobierno, si Saint-Germain jugaba con diamantes en Versalles para llamar la atención de las clases dirigentes y advertirles de la inminente Revolución, también Roerich trataba de neutralizar las fuerzas de la oscuridad que empujaban a la Humanidad a una guerra global.
Roerich fue algo más que un gran maestro —pintor, explorador, sabio, escritor y pacificador—. Era un emisario de aquéllos que durante siglos han preservado la Fuente de la Antigua Sabiduría. Los signos distintivos de estos ilustres enviados son la posesión del conocimiento secreto, que se extiende más allá de las fronteras de nuestra Ciencia: humanismo y espiritualidad.
La Ciencia está conquistando satisfactoriamente el Espacio, pero poco ha hecho para desvelar el Misterio del Tiempo. Hace tan sólo veinte años nos habríamos burlado de la idea de una excursión a la Luna y los planetas. Hoy en día sonreímos ante la quimera de construir una Máquina para Escrutar el Tiempo. No obstante, los Maestros del Conocimiento Arcano rompieron la Barrera del Tiempo y predijeron correctamente acontecimientos futuros. Los emisarios de los Filósofos Elegidos estaban igualmente versados en las dos fronteras de la Ciencia: Tiempo y Espacio. Respecto a ello, se pondrán de relieve aquí algunos hechos desconocidos de la vida de Roerich. La Expedición Roerich de 1925-1928, partió de Darjeeling, India, cruzando el Himalaya y la fría meseta del Tibet, atravesando la imponente cordillera del Kuen Lun y saliendo finalmente al enorme desierto de Gobi.
En la caravana figuraba un «pony», cargado con un arca en su lomo, que era vigilado constantemente por los porteadores tibetanos y mongoles. El cuadro de Roerich Chintamani expuesto en el Museo Roerich de Nueva York, representa a este «pony» junto con el cofre en una profunda garganta montañosa de los Himalayas. El arca que lleva el animal aparece aureolada con una resplandeciente radiación de magníficos colores.
Hay un misterio que rodea a este cofre. Sin embargo, Nicolás Roerich y su mujer Helena corrieron el velo de la oscuridad en sus libros. Leyendo entre líneas, se ponen de manifiesto asombrosas revelaciones.
En la Leyenda de la piedra escrito por Helena Roerich, las palabras que figuran en la introducción son: «Marcho a través del desierto; llevo el Cáliz cubierto con el escudo. En su interior hay un tesoro: el Regalo de Orión». Este pasaje hace alusión al cofre transportado por el «pony» representado en el cuadro de Roerich Chintamani. ¿Qué es el Regalo de Orión? Madame Roerich se refiere al Libro de Lun el cual reza: «Cuando el Sol y la Luna descendieron sobre la Tierra para enseñar a la Humanidad, cayó de los cielos un escudo que taladró el poder del mundo». ¿Un meteorito o un artefacto traído por cosmonautas procedentes de otro sistema solar, posiblemente Sirio, la Estrella Can de Orión, el Cazador?
En el libro titulado En las encrucijadas de Oriente escrito por Helena Roerich, se describe el aspecto de la piedra: «Su longitud es la de mi dedo meñique, y muestra un brillo grisáceo como el de una fruta seca, con cuatro letras desconocidas». Su radiación es más poderosa que la del radio, pero en una frecuencia distinta. Esto es lo que la leyenda oriental dice acerca de la piedra. Los rayos cubren una vasta área e influyen sobre los acontecimientos mundiales. La masa principal de la piedra está guardada en una torre en la ciudad de Starborn —Shambhala— en el Asia Central.
¿Era Roerich un emisario que devolvía la piedra, a través de muchos países, a su templo de Shambhala? «El milagro de los rayos de Orión guía al pueblo», afirma la leyenda oriental. ¿Cómo alcanzó la Tierra? ¿Se trataba de un meteorito de naturaleza única o fue traído a la Tierra en un viaje espacial, por nuestros hermanos mayores en la evolución, desde otro sistema estelar?
En Los Himalayas, morada de la luz Roerich relata una conversación con un lama, quien le planteó las siguientes preguntas: «¿Sabéis algo en Occidente acerca de la Gran Piedra, en la que se concentran los poderes mágicos? ¿Y tenéis conocimiento de qué planeta procede esta piedra?». Este párrafo aclara el misterio: la piedra astral debió de haber venido de otro planeta gracias a un viaje espacial. El origen de los meteoritos caídos no puede ser identificado.
Apolonio contempló proezas antigravitatorias en el Tibet; Saint-Germain describe un vuelo a través del espacio; Roerich habla de un artefacto de piedra procedente de otro sistema solar que él había transportado en una expedición al Asia Central. Hay lazos invisibles que vinculan a los emisarios de la Ciudad del Conocimiento.
Los relatos históricos y las leyendas ponen de manifiesto el hecho fantástico de que en algún lugar de este planeta podría existir un centro cósmico secreto de Ciencia Universal, con bibliotecas, museos y laboratorios.
Las historias de la vida de Apolonio de Tiana, Saint-Germain y Roerich sirven como típicas biografías de los hombres que alcanzaron esta Fuente de Ciencia Primordial en el pasado, y bebieron de sus aguas.