Capítulo XIX

APOLONIO ENCUENTRA A LOS HOMBRES QUE LO SABEN TODO

Corría el siglo I de nuestra era cuando, cierto día, un alto y bien parecido griego fue interrogado por un centinela en la frontera de Babilonia:

—¿Qué regalos has traído para el rey? —le preguntó un funcionario.

—Todas las virtudes —respondió el griego.

—¿Supones que nuestro rey no las posee?

—Es posible que las tenga, pero no sabe cómo utilizarlas —concluyó el intrépido viajero, cuyo nombre era Apolonio de Tiana.

A pesar de su provocativa manera de hablar, se permitió al viajero que cruzara la frontera babilonia, pues los funcionarios pensaron que al propio rey le gustaría entrevistarse con tan excéntrico visitante.

Apolonio nació en Capadocia aproximadamente en el año 4 a. C. A los 14 años, sus maestros de escuela no fueron ya capaces de darle más instrucción, debido a su inteligencia innata. Pronunció los votos pitagóricos a la edad de 16 años, y se adhirió al templo de Aegae. Su sabiduría y sus curaciones se habían difundido tan extensamente, que surgió un dicho en Capadocia: «¿A qué se debe tanta prisa? ¿Tienes que ir a ver al joven Apolonio?».

Cierto día, un sacerdote de Apolo trajo con él un mapa de cobre y dijo a Apolonio que el plano mostraba el camino que conducía a la Ciudad de los Dioses. Al poco, Apolonio de Tiana estaba viajando hacia Oriente. En Mespila (Nínive), un hombre llamado Damis le ofreció sus servicios como guía. La historia de la vida del filósofo griego fue escrita posteriormente, por Filostrato, a requerimiento de la emperatriz bizantina Domna.

Después de un penoso viaje en carromato desde Babilonia hasta la India, al llegar al Ganges giraron ambos viajeros hacia el Norte en dirección a la cadena del Himalaya. Puede suponerse que su destino era el Tibet, porque necesitaron dieciocho días para hacer el viaje.

A medida que el sabio griego, con su devoto compañero, se aproximaba al Olimpo asiático, empezaron a ocurrir extrañas cosas. El sendero por el que habían venido desaparecía detrás de ellos. El paisaje cambió de aspecto, y los dos hombres parecían estar en un lugar mantenido sólo por la ilusión.

En el límite de esta tierra maravillosa se encontraron con un muchacho, que se dirigió a ellos en griego, tal como Apolonio había esperado. Apolonio de Tiana fue presentado más tarde al gobernante de esta tierra, a quien Filostrato llama Yarcas.

Este fabuloso país estaba repleto de maravillas científicas. Había pozos de los que surgían haces de luz, que se proyectaban hacia arriba como reflectores antiaéreos. Piedras radiantes iluminaban la ciudad y convertían la noche en día.

Luego, Apolonio y Damis contemplaron demostraciones de levitación, viendo cómo los hombres se volvían ingrávidos y flotaban en el aire. Cuatro autómatas montados sobre trípodes se movían por el comedor para servir bebida y alimentos a los viajeros, que se habían sentado a la mesa de los huéspedes. El biógrafo de Apolonio copia de Homero la descripción de estos robots, «los cuales, añadiendo el espíritu al instinto, corrían de un lugar a otro alrededor de las estancias benditas, moviéndose espontáneamente, obedientes a las indicaciones de los dioses».

Las proezas tecnológicas y la superioridad intelectual de esta comunidad impresionaron tanto a Apolonio, que tan sólo pudo hacer un gesto de asentimiento cuando el rey Yarcas estableció un hecho evidente: «Habéis venido al lugar de los hombres que lo saben todo».

Según el filósofo de Tiana, aquellos doctos hombres «estaban viviendo sobre la Tierra y, al mismo tiempo, fuera de ella». ¿Tiene esta frase un significado alegórico o literal? Si se trata de esto último, entonces esta gente podría haber estado en comunicación con otros mundos, en particular porque habían conseguido dominar la gravedad, y entonces resultan comprensibles las palabras de Yarcas de que «el Universo es algo viviente».

Apolonio recibió una misión de los adeptos de Asia. Tenía que enterrar ciertos talismanes o imanes en lugares de futuro significado histórico. En segundo lugar, tenía que hacer desaparecer la tiranía de Roma.

El sabio griego llegó a Roma durante el desfavorable período de la persecución de los filósofos por parte de Nerón, y rápidamente fue conducido ante el Tribunal. Sin embargo, cuando el fiscal desenrolló el pergamino que contenía los cargos contra Apolonio, ¡se encontró con la sorpresa de que aquél aparecía en blanco! No existiendo cargos contra él, no había lugar a proceso, y Apolonio de Tiana fue puesto en libertad. A partir de entonces, las autoridades romanas empezaron a sentir un temor supersticioso por el hombre sabio de Tiana.

Durante el gobierno de Vespasiano le fue mucho mejor, y obtuvo el nombramiento de consejero del emperador romano. Asimismo, el emperador Tito dijo de él: «En verdad que he tomado Jerusalén, pero Apolonio me ha conquistado a mí».

En tiempo del reinado de Domiciano fue acusado de actividades «antirromanas». En la sala del Tribunal, Apolonio miraba con desdén al emperador, al cual había conocido de muchacho. Los patricios, por su parte, sentían ansiedad, recordando las cosas maravillosas que habían ocurrido al comparecer ante el Tribunal de Nerón. Domiciano y los jueces intentaban cubrirse a ellos mismos eliminando algunos de los cargos, a condición de que Apolonio de Tiana fuera finalmente declarado convicto.

Enfrentándose al emperador de Roma, Apolonio se envolvió en su capa y dijo: «Podéis hacer prisionero a mi cuerpo, pero no a mi alma, y, añadiré, ¡tampoco a mi cuerpo!». Luego se desvaneció en un relámpago de luz, contemplado por centenares de personas que se hallaban en la sala del Tribunal.

La Historia no menciona la fecha de la muerte del centenario sabio griego. Su rastro puede seguirse hasta Éfeso, mas a partir de aquí los cronistas pierden las huellas de esta asombrosa personalidad.

La estancia de Apolonio en Asia, donde estudió a los pies de aquellos «que todo lo sabían», tiene verdadero interés histórico. En apariencia, nuestros robots no son nada nuevo, si es que los autómatas sirvieron a Apolonio y a Damis en el palacio de Yarcas. La antigravedad debió de haber sido usada por aquéllos que se elevaban y deslizaban por el aire. Según la Historia, el paisaje se había modificado cuando Apolonio y Damis llegaron a las fronteras de estas residencias secretas del Tibet. La curvatura de las ondas de luz es más bien cosa de ciencia-ficción que de la Ciencia, pero esto podría explicar los escenarios cambiantes en la frontera tibetana, así como la desaparición del filósofo griego a la vista del Tribunal de Domiciano.

La luz brillante que salía de los pozos o las piedras, pudo haber sido producida por la electricidad o cualquier otra energía.

Uno no tiene derecho a rechazar el testimonio de Filostrato, que utilizó numerosas fuentes de información en Bizancio, más aún que Heródoto, Virgilio, Plutarco o cualesquiera otros escritores de la Antigüedad. Apolonio fue tan respetado, que el propio Septimio Severo, el cual gobernó el Imperio romano desde el año 193 hasta el 211 de nuestra era, tenía una estatua del sabio griego en su altar, junto con las de Jesucristo y Orfeo.