Capítulo XVI

CONQUISTARON EL ESPACIO MUCHO ANTES QUE NOSOTROS

El deseo humano de volar, no sólo por el aire, sino también entre las estrellas, no fue ajeno a los antiguos. El poema épico babilonio de Etana, de hace 4700 años, contiene los versos del vuelo de Etana:

«Te llevaré hasta el trono de Anu», dijo el águila. Volaron durante una hora, y luego el águila dijo: «Mira hacia abajo: ¡ve en qué se ha convertido la Tierra!». Etana miró y vio que la Tierra se había convertido en una colina, y el mar, en un pozo. De este modo, volaron durante otra hora, y nuevamente miró Etana hacia abajo: la Tierra parecía ahora una piedra de amolar, y el océano, un puchero. Después de otra hora, la Tierra era tan sólo una mota de polvo, y el mar no se veía ya.

Anu, el Zeus del Olimpo babilonio, era el dios de las Grandes Profundidades Celestes, a las que nosotros llamamos ahora Espacio. La descripción de este vuelo espacial representa exactamente lo que ocurre cuando el hombre deja la Tierra. Que el vuelo de Etana sobre el lomo de un águila hasta el trono de Anu (¿otro planeta?) sea o no un producto de la fantasía, o un fósil de la prehistoria, en la que el hombre se hubiera familiarizado con el viaje espacial, poco importa. Lo que verdaderamente importa es la existencia de un concepto de la Tierra esférica que se vuelve pequeña debido a la perspectiva a medida que aumenta la distancia.

«Este lugar no tiene aire, su profundidad es insondable, y su negrura es la de la noche más oscura». ¿Es esto una descripción del espacio oscuro, sin aire, hecha por un cosmonauta? No. ¡Se trata de un extracto procedente del Libro de la Muerte egipcio, de más de 3500 años de antigüedad!

El Libro de Enoch contiene también extraños conceptos. Éste pudiera ser el motivo por el que fue rechazado como apócrifo por los obispos y rabinos. Pero su sabiduría no puede ser puesta en duda, dado que el Libro de Enoch formaba parte de los pergaminos del mar Muerto, junto con los otros libros de la Biblia. Como los pergaminos representan la Biblia más antigua del mundo, remontándose hasta el siglo II antes de Jesucristo, en lugar del texto masorético del siglo X, el Libro de Enoch debía ser aceptado como una fuente autorizada.

He aquí algunos extractos de esta oscura escritura:

«Y me elevaron hasta los cielos…» (Capítulo XIV, 9).

«Y era tan caliente como el fuego y tan frío como el hielo…» (Cap. XIV, 13).

«Vi los lugares de las luminarias…» (Cap. XVII, 3).

«Y llegué a una gran oscuridad…» (Cap. XVII, 6).

«Contemplé un profundo abismo…» (Cap. XVII, 11).

¿No se parece esto, acaso, a una descripción gráfica del espacio? El espacio es un profundo abismo donde los objetos se vuelven ardientes en el lado iluminado por el sol, y fríos como el hielo, en el lado opuesto. Es también la morada del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, tal como Enoch decía. Este profeta describió su reacción emocional ante la contemplación del espacio interestelar, diciendo que «el temor le sobrecogió». Como mínimo, las palabras del profeta son muy intrigantes, incluso si esta interpretación no es absolutamente correcta. Pero ¿existe acaso otra hipótesis?

En el siglo II de nuestra era, Luciano, autor griego que visitó el Asia Menor, Siria y Egipto, escribió su novela Vera historia. Dibujó un cuadro de un viaje a la Luna, que anticipaba la excursión del Apolo VIII. «Así, pues, habiendo continuado nuestro curso a través del firmamento durante un lapso de siete días, así como otras tantas noches, en el octavo día divisamos una especie de Tierra en el aire que se parecía a una gran isla circular brillante y que esparcía un notable resplandor a su alrededor».

Muchos siglos más tarde, la gente creía que la Luna era solamente un trozo de queso. Los escolásticos se habrían reído ante el concepto de una Luna en forma de Tierra. ¿Qué es lo que impulsó a Luciano a describir la Luna como un cuerpo astronómico susceptible de ser alcanzado en ocho días? ¿Era mera fantasía, o era la ciencia cósmica de los sabios sacerdotes de Egipto y Babilonia lo que le inspiró su relato de un viaje a la Luna?

La tradición histórica china hace mención de Hou-Yih (o Chih-Chiang Tzu-Yu), el ingeniero del emperador Yao, que estaba familiarizado con la astronáutica. En el año 2309 a. C. decidió ir a la Luna montado en un pájaro celestial. Este pájaro le avisaba de los momentos exactos de la salida, apogeo y ocaso del sol. ¿Se trataba del equipo de una nave espacial que proporcionaba esta información al prehistórico astronauta? Hou-Yih exploró el espacio «cabalgando la corriente de aire luminoso». ¿Tal vez el tubo de escape de un cohete encendido?

Hou-Yih voló al espacio, donde «no pudo comprobar el movimiento rotatorio del sol». Esta afirmación tiene una importancia capital para corroborar la historia, porque sólo cuando está en el espacio, no puede el hombre apreciar el movimiento diurno del sol.

En la Luna, el cosmonauta chino vio «el horizonte helado» y construyó allí el «Palacio del Gran Frío». Su esposa Chang Ngo también tomó parte en los viajes espaciales. Según cuentan los antiguos escritos de China, voló a la Luna y halló una «esfera luminosa, brillante como el cristal, de enorme tamaño y muy fría; la luz de la Luna tiene su origen en el sol», declaró Chang Ngo.

Lo que hace tan sugestiva esta leyenda de 4000 años de antigüedad es este mensaje referente a la Luna. El informe de la exploración lunar de Chang Ngo era correcto. Los astronautas del Apolo XI encontraron a la Luna desolada, con un suelo parecido al cristal. Es muy fría en su región de sombras, más que en nuestros polos.

La Colección de antiguas leyendas recopilada en el siglo IV, según las más antiguas fuentes por el literato chino Wang Chia, incluye una historia interesante de los tiempos del emperador Yao, cuando Ho-Yih y Chang Ngo fueron a la Luna. Un enorme buque aparecía por la noche sobre el mar, con luces brillantes que se extinguían durante el día. Podía también viajar a la Luna y a las estrellas, y de aquí su nombre de «nave suspendida entre las estrellas» o «el barco para la Luna»[34]. ¿Nos adelantó alguien más en los viajes espaciales hace 4300 años? Este buque gigantesco que podía viajar por el espacio y navegar por los mares fue visto durante doce años.

El poeta chino Chu Yuan (340-278 a. C.) escribió estas líneas en Li Sao en las que uno puede vislumbrar una posible larga excursión cósmica con el brillante sol resplandeciendo sobre el negro fondo del espacio:

Pedí al conductor del Sol que se detuviera

Antes de que nos abandonara con los rayos del ocaso.

El camino era largo, y aparecía envuelto en la oscuridad.

Mientras yo me apresuraba a buscar mi sueño desvanecido.

Tal vez el viaje espacial fue un sueño durante siglos. «El camino era largo y envuelto en oscuridad», dice el rey de los poetas chinos, y es así como este camino se muestra a los cosmonautas en los largos viajes por el espacio interplanetario.

El antiguo libro chino Shi Ching afirma que cuando el Divino Emperador vio que el crimen y el vicio estaban apoderándose del mundo, «mandó a Chong y Li que cortaran la comunicación entre la Tierra y el Cielo, y desde entonces no hubo más subidas o bajadas». ¿No puede verse aquí una clara indicación de la terminación del viaje espacial en el pasado?

Resulta difícil averiguar, después de tantos siglos, qué método de propulsión era el utilizado por las naves espaciales de la Antigüedad. Sin embargo, la descripción de los baños públicos de Ispahán, en la antigua Persia, hecha por Haman de Sheij Bahai, podría ayudar de un modo inesperado a esclarecer este misterio.

Este gran establecimiento de baños tenía un suministro de agua caliente por medio de un crisol hecho de un metal y una construcción especiales, ¡que estaba calentado por la llama de una sola bujía! ¿Se trataba de una aleación desconocida, o de un ingenioso mecanismo que podía amplificar millares de veces la energía del fuego de una vela?

La publicación Ispahán editada por el Gobierno iraní en Teherán en 1962, se percata aparentemente de la enorme importancia que tiene este descubrimiento para la Ciencia: «Por supuesto, alguien excavó el lugar donde estaba el crisol, y se llevó con él el secreto según el cual, sin duda a su debido tiempo, se hallará la fórmula del combustible eterno para los cohetes lunares»[35].

Uno de los libros más antiguos de Astronomía es el hindú Surya Siddhanta. Habla de los siddhas y vidyaharas, o filósofos y científicos, que eran capaces de circundar la Tierra en una época primitiva «por debajo de la Luna, pero por encima de las nubes».

Otro libro procedente de la India, el Samaranagana Sutradhara contiene un fantástico párrafo acerca del remoto pasado, cuando los hombres volaban por el aire en naves espaciales y cuando seres celestes descendían del firmamento. ¿Existió una especie de tráfico espacial con dos direcciones en una era olvidada?

En su ensayo sobre el Rig Veda, el profesor H. L. Hariyappa, de la Universidad de Mysore, escribe que, en una época distante, «los dioses bajaban a la Tierra con frecuencia», y que era «privilegio de algunos hombres visitar a los inmortales en el Cielo». La tradición de la India insiste en cuanto a la realidad de esta comunicación con otros mundos durante la Edad de Oro.

Antiguos textos sánscritos hablan de los nagas, o dioses serpiente, que viven en palacios subterráneos alumbrados por gemas luminosas, en la fortaleza del Himalaya. Los nagas son criaturas voladoras que efectúan largos viajes por el firmamento. La creencia en los nagas está tan firmemente arraigada en la conciencia nacional de la India que, incluso hoy, los cines y teatros explotan este tema para delicia de sus espectadores indios. La ciudad subterránea de los nagas —Bhogawati—, brillantemente iluminada por diamantes, puede ser quizás una imagen folklórica de una base espacial, con iluminación y aire acondicionado. Nos preguntamos si estos cosmonautas estarán todavía allí.

El dios Garuda es considerado por los brahmanes como una combinación de hombre y pájaro, que viaja a través del espacio. Se cree que ha alcanzado la Luna, e incluso la estrella polar, de la cual nos separa una distancia de cincuenta años luz.

El quinto volumen del Mahabharata contiene un pasaje que sólo puede tener un significado: el de vida en otros planetas: «Infinito es el espacio poblado por los hombres perfectos y por los dioses; ilimitadas son sus maravillosas moradas».

El texto Conocimiento-claro del siglo XIII, es un tratado sobre Cosmología de la antigua India, recopilado por el científico tibetano Pagba-lama. Este antiguo libro describe cómo los primeros hombres sobre la Tierra fueron creados por los dioses. Esta raza primordial poseía la capacidad de volar por el firmamento, al igual que lo hacían sus creadores, pero eventualmente perdió este poder de viajar por el aire.

Esta leyenda está apoyada por otra fuente: el «Árbol genealógico real de los reyes tibetanos». Este documento data del siglo XIV, pero sus orígenes se remontan quizás hasta el siglo VII. No hay nada ambiguo en esta obra histórica, que menciona los reinados de los monarcas y los principales acontecimientos de hace 2000 años. Este texto afirma que los primeros siete reyes procedían de las estrellas. Eran capaces de «caminar por el firmamento» al lugar que desearan. Resulta obvio que los antiguos tibetanos creían en visitantes procedentes del espacio.

Una pintura rupestre, hallada en 1961 en las montañas de Uzbekistán, URSS, cerca de la ciudad de Navai, representa a un hombre de pie en una postura altanera dentro de un vehículo circundado por rayos. Los hombres que están alrededor de él parecen portar extraños aparatos respiratorios en la cara. A falta de otra explicación, se ha sugerido que esta pintura, que tiene una antigüedad de 3000 años, describe el aterrizaje de un cohete espacial, y a sus cosmonautas, provistos de aparatos para respirar, objetos que habrían necesitado en nuestra atmósfera al explorar la Tierra. Una cabra y un hombre con un cordero, una mujer arrodillada, sin la máscara, y un hombre, también arrodillado, portando un aparato para respirar y ofreciendo un homenaje al extraño ser del vehículo, son algunas de las figuras de esta enigmática pintura.

Un viaje a las fuentes del río Príncipe Regente, al oeste de los Kimberleys, en Australia, fue realizado por Joseph Bradshaw, el cual descubrió extrañas pinturas en las cuevas, hace unos 80 años. Las figuras dibujadas de hombres y mujeres eran totalmente distintas de los aborígenes; de hecho, se trataba de tipos humanos europeos.

Las mujeres tenían delicadas manos y pies, y llevaban extraños tocados; figura también un hombre barbudo, que lleva una mitra o una corona. Pero hay otra estilizada figura en el cuadro, que es un enigma. No tiene ojos, nariz ni boca, y su redonda cabeza se parece al casco de un buzo, o incluso a un casco espacial con una franja alrededor del cuello. Adornos en forma de borlas cuelgan de los brazos y la cintura del extraño ser. Un raro óvalo, con dos brazos, emerge, como una protuberancia, del casco.

Detrás del grupo hay una serpiente, que es el símbolo de que se valen los aborígenes para indicar el Tiempo Soñado, o el Pasado Remoto. A cierta distancia aparecen una espiral y un objeto que tiene la forma de herradura, del que emergen unos rayos. Jeroglíficos indescifrables en la parte superior del cuadro aumentan el misterio de esta pintura rupestre australiana.

El ser de redonda cabeza sin ojos, nariz ni boca, inspira viva curiosidad. Uno se pregunta si el adminículo oval que lleva sobre el casco es una antena, y si los apéndices en forma de borlas de los brazos y la cintura son alambres eléctricos. ¿Representa la espiral una órbita, y el objeto en forma de herradura, una nave espacial en vuelo? Esta pintura podría relacionarse con el mito australiano de Guriguda. Se desconocía su lugar de procedencia, pero Guriguda estaba cubierta de cristal de cuarzo en lugar de piel. Según este mito, despedía rayos de luz en todas direcciones. ¿Una mujer cosmonauta en un traje espacial de plástico?

Pero el mayor misterio es el relativo a la presencia de europeos en el continente australiano. ¿Se trata de algo real procedente del Tiempo Soñado, un pasado tan remoto, que se ha convertido para los aborígenes en un sueño? Sin embargo, ¡qué extraño sueño para un sencillo aborigen australiano el imaginar europeos con aspecto de hombre espacial!

¿Consiguieron los antiguos comunicarse con otros mundos del cosmos? Esta pregunta no es tan ridícula como pueda parecer. Los sacerdotes de Babilonia, Egipto, India y México, y más tarde los brujos medievales, practicaban una magia astrológica en la cual los espíritus de los ángeles, planetas y estrellas, eran invocados por medio de un complejo ritual compuesto de círculos mágicos, signos de los planetas y del Zodíaco, sortilegios de ciertas fórmulas y la cremación de inciensos especiales. Se ha dicho en verdad que la magia empieza en la superstición y termina en la Ciencia.

Estos adoradores astrales sostenían que las doce casas zodiacales eran los tronos de jerarquías celestiales, o inteligencias superiores de distintos niveles, con las cuales podían ponerse en contacto por medio de estos complejos ritos de magia estelar. En su escuela de pensamiento, tenían el concepto de un sistema solar unificado del que cada planeta formaba una parte integrante. Esta creencia es compartida actualmente por la Ciencia.

Además, los sabios de la Antigüedad poseían ciertas ideas referentes a la evolución cósmica. Los egipcios, babilonios, hindúes, griegos y chinos, llegaron todos a la misma conclusión, a saber, que nuestra evolución planetaria está de algún modo cerca del fiel de la balanza.

Los filósofos de la era clásica sostenían que en cada estrella había una inteligencia. Aquiles Tacio, Diodoro, Crisipo, Aristóteles, Platón, Heráclides del Ponto, Cicerón, Teofrasto, Simplicio, Macrobio, Proclo, Plotino, y los primitivos padres de la Iglesia, tales como Orígenes, san Agustín, san Ambrosio y otros, abundaban en esta opinión. Así, en el Pensamiento Antiguo, hombres sabios afirmaron lo que los modernos científicos dicen actualmente: que el Universo está vivo.

El antiguo culto a los planetas y las estrellas ha estado tan arraigado a través de los siglos, que tenemos un residuo de él en los nombres de los días de la semana. El limes es el día de la Luna, el martes, el de Marte, el miércoles, el de Mercurio, el jueves se denomina así en honor de Júpiter, el viernes, en honor de Venus, el sábado es el día de Saturno, y el domingo, el del Sol.

Desde la aurora de la civilización, los hombres asociaron a los planetas con dioses y ángeles que poseían atributos especiales y formaban una jerarquía celestial. Esto ocurrió tanto en la antigua Grecia y Roma, como en Babilonia, Egipto y la India.

El soberano de los dioses era Zeus-Júpiter. Su procreador era el dios del tiempo, Cronos-Saturno, en cuyas manos estaba el destino del mundo. En el antiguo Egipto, Saturno era adorado con el nombre de Ptah, en Menfis. En China, el planeta Saturno era la Estrella Imperial.

Ahora bien: Saturno, en lo que concierne a su visibilidad, aparece como un pequeño planeta oscuro. Es un misterio el hecho de que se diera tanto relieve a este planeta en los panteones de todo el mundo. ¿Cuántos de nuestros lectores lo han visto? Por su brillo y su magnitud aparente, Júpiter y Venus deberían haber sido los planetas escogidos por los antiguos para los papeles rectores. Pero lo más sorprendente es que, en tamaño, Saturno es el segundo planeta de nuestro sistema, después de Júpiter. ¿Cómo conocía este hecho la gente de la Antigüedad?

¿El conocimiento astronómico de este tipo vino de otra civilización terrestre, o bien, de una extraterrestre? Dicha teoría, aunque discutida, puede al menos aportar algo de luz a este enigma de la mitología.

En todo el Globo pueden hallarse leyendas sobre el descenso de los dioses del Cielo a la Tierra. El Nuevo Testamento contiene un pasaje significativo: «No os olvidéis de la hospitalidad, pues por ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles». (Heb. 13: 2.) Si los ángeles eran mensajeros etéreos de Dios, no tenían necesidad de alimentarse. No obstante, Lot recibió a sus dos huéspedes angélicos y los trató magníficamente. Esos ángeles que comían y bebían debieron de haber sido criaturas humanas y, por tanto, muy posiblemente, visitantes procedentes de otro planeta.

En Palenque, México, hay una tumba con un extraño dibujo en relieve. Representa un objeto cónico con un tubo de escape encendido. Un hombre estirado mirando hacia arriba y sosteniendo palancas en sus manos está dentro de esta máquina, parecida a un cohete. Los arqueólogos no han aportado ninguna explicación satisfactoria para estas enigmáticas esculturas. Los jeroglíficos mayas que figuran en el marco del dibujo del sarcófago han sido interpretados como el Sol, la Luna y la estrella polar, dando así una significación cósmica al dibujo. Las fechas que aparecen en la tumba son las de los años 603 y 633 de nuestra era. En términos históricos, son relativamente recientes. Pero el sacerdote grabado en el sarcófago era el custodio de la vieja ciencia de los mayas, quienes podrían así haber deseado perpetuar el recuerdo de cohetes espaciales existentes en la protohistoria.

Quetzalcóatl, el portador de la cultura que todavía es adorado por los mexicanos, era llamado la Serpiente con Plumas. El Codex Vindobonensis lo representa como descendiendo del espacio. ¿Un visitante espacial?

Los aztecas tenían una plaza en Tenochtitlán, actualmente ciudad de México, donde se llevaba a cabo una significativa ceremonia. Hombres que portaban unas alas eran atados con cuerdas a una cruz movible que giraba sobre un poste alto. Cuando las cuerdas estaban tensas, la cruz empezaba a girar, elevando a los hombres-pájaro en el aire. Con frecuencia, éstos volaban con la cabeza hacia abajo, como si fuesen los Hijos del Sol que vinieran a la Tierra. El lugar era llamado Volador por los españoles, y la costumbre persiste en nuestros días. Además del hecho de que era una alegoría de una antigua tradición acerca del descenso de los dioses celestes, demostraba también el deseo, largo tiempo abrigado por el hombre, volar.

Incluso en este siglo se han desarrollado mitos. El «culto del cargo», de los melanesios, consiste en una extraña creencia de que el «cargo» o artículos manufacturados, tales como cuchillos, objetos de estaño, jabón o cepillos de dientes, serían traídos a las tribus, que están todavía en la Edad de Piedra, por las «grandes canoas» o los «grandes pájaros». Cuando los aviones norteamericanos descargaron sus fardos de artículos alimenticios en la jungla, para proveer a las tropas avanzadas australianas y norteamericanas, en el año 1943, los nativos lo consideraron como el cumplimiento del mito. Después de la guerra continuaron construyendo «pistas de aterrizaje» imitadas para que los grandes pájaros pudieran desembarcar el «cargo». Construyeron incluso inmensos almacenes para las esperadas mercancías; y al ver instalaciones de radio, levantaron mástiles con antenas y construyeron «aparatos de radio» de bambú, por medio de los cuales esperaban ponerse en contacto con los «dioses».

Influidos por el cristianismo, algunos pensaron que podían hablar a Jesucristo a través de estos «radiotransmisores» de bambú. Pero, en todas estas creencias infantiles, había alguna base de realidad: los «grandes pájaros» (aeroplanos), las «grandes canoas» (buques de vapor) y el «cargo» (artículos manufacturados por el hombre blanco).

De modo parecido, las antiguas leyendas de los «dioses que descendían a la Tierra» y de una era en que «hombres y dioses» vivían juntos, podrían ser un recuerdo popular de una época en que se vieron en nuestra atmósfera naves espaciales de una tecnología diferente.