ELECTRICIDAD EN EL REMOTO PASADO
En 1938-1939, un arqueólogo alemán, Wilhelm König, halló cerca de Bagdad una serie de ánforas de barro con los cuellos recubiertos de asfalto, y en su interior, unas varillas de hierro encerradas en cilindros de cobre. König describió su hallazgo en 9 Jahre Irak publicado en Austria en 1940. Pensó que se trataba de baterías eléctricas. ¿Baterías eléctricas procedentes de la antigua Babilonia? La idea era demasiado fantástica, y necesitaba corroboración.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Willard Gray, de la «General Electric Company», fabricó un duplicado de estas baterías de 2000 años de antigüedad, llenándolas con sulfato de cobre en lugar del desconocido electrólito, que se había evaporado. Fue probada la batería gemela de la antigua pila babilónica en forma de vaso, ¡y funcionó! Ésta es una prueba concluyente de que, efectivamente, los babilonios utilizaron la electricidad. En vista de que una serie de artículos galvanizados habían sido extraídos en la misma área geográfica, se presumió que uno de los fines de la batería era la galvanización, y dado que se hallaron vasijas similares en la choza de un mago, pudo conjeturarse que tanto los sacerdotes como los artesanos guardaban su conocimiento como una profesión secreta. La fecha de los materiales galvanizados era la del año 2000 a. C., es decir, que tenían dos mil años más de antigüedad que las pilas de cerámica de König. Debe indicarse aquí que el chapeado y la galvanización no fueron introducidos hasta principios del siglo XIX. Una vez más, se demuestra cómo un cierto proceso tecnológico utilizado hace 4000 años fue redescubierto en los tiempos modernos.
La presencia de baterías en la arcaica Babilonia, indica que en la Antigüedad debieron de utilizarse ciertos aparatos eléctricos. El profesor Danis Saurat[27] halló las pruebas de ingenios eléctricos en el antiguo Egipto. Quizás éstos podían explicar aquellos misteriosos relámpagos de luz procedentes de los ojos de Isis que los devotos del culto pudieron contemplar.
Los autores clásicos hicieron muchos relatos en sus obras que demostraban la realidad de la existencia de lámparas incandescentes de la antigüedad. Por desgracia, no hay forma de descubrir si estas lámparas brillaban por efecto de la luz eléctrica, o bien gracias a alguna otra clase de energía.
Numa Pompilio, segundo rey de Roma, tenía una luz perpetua brillando en la cúpula de su templo. Plutarco habla de una lámpara que quemaba a la entrada del templo de Júpiter-Amón, y de la que sus sacerdotes pretendían que había estado encendida durante siglos.
Luciano (120-180 de nuestra era), escritor satírico griego, nos ofrece un relato detallado de sus viajes. En Hierápolis, Siria, pudo ver una joya que resplandecía en la cabeza de la diosa Hera, capaz de iluminar con claridad todo el templo durante la noche. En el mismo sentido, el templo de Hadad, o Júpiter, en Baalbek, estaba provisto de otro tipo de iluminación: piedras resplandecientes.
Una hermosa lámpara dorada en el templo de Minerva, que podía estar encendida durante un año, fue descrita por Pausanias (siglo II). San Agustín (354-430 de nuestra era), en una de sus obras, dejó una descripción de una lámpara maravillosa. Fue localizada en Egipto en un templo dedicado a Isis, y san Agustín afirma que ni el viento ni el agua podían apagarla. Una lámpara incandescente fue hallada en Antioquía durante el reinado de Justiniano de Bizancio (siglo VI). Una inscripción indicaba que había estado ardiendo durante más de 500 años.
A principios de la Edad Media, una lámpara perpetua procedente del siglo III fue hallada en Inglaterra, habiendo estado encendida, por tanto, durante siete siglos.
Cuando fue abierto, cerca de Roma, en 1401, el sepulcro de Pallas, hijo de Evander, inmortalizado por Virgilio en la Eneida se halló que la tumba estaba iluminada por una linterna perpetua que había estado encendida durante más de 2000 años.
Un sarcófago que contenía el cuerpo de una mujer joven, de estirpe patricia, fue hallado en la Via Apia, cerca de Roma, en abril de 1485. Al quitar el ungüento oscuro que preservaba el cuerpo de la descomposición, la muchacha apareció con un aspecto viviente, con sus labios rojos, su cabello oscuro y su figura bien proporcionada. Fue exhibida en Roma y vista por veinte mil personas. Al abrir el cerrado mausoleo, una lámpara encendida dejó estupefactos a los hombres que trabajaban en él. ¡Debía de haber estado ardiendo durante 1500 años!
En su Edipo Egipcíaco (Roma, 1652), el jesuita Kircher se refiere a lámparas encendidas halladas en las bóvedas subterráneas de Menfis.
Resulta evidente, tan sólo a partir de las baterías babilónicas, que la electricidad fue conocida por los pueblos de Oriente en un remoto pasado.
Durante su estancia en la India, el autor oyó hablar acerca de un antiguo documento guardado en la «Biblioteca de los Príncipes Indios», en Ujjain, titulado Agastya Samhita el cual contiene instrucciones para fabricar baterías eléctricas:
«Colocar una plancha de cobre, bien limpia, en una vasija de barro, cubrirla con sulfato de cobre y, luego, con serrín húmedo. Después de esto, poner una capa de mercurio amalgamado con cinc encima del serrín húmedo, para evitar la polarización. El contacto producirá una energía conocida por el doble nombre de Mitra-Varuna. El agua se escindirá por la acción de esta corriente en Pranavayu y Udanavayu. Se dice que una cadena de cien vasijas de este tipo proporcionan una fuerza muy activa y eficaz».
El Mitra-Varuna es llamado hoy cátodo-ánodo y Pranavayu y Udanavayu son, para nosotros, el oxígeno y el hidrógeno. Este documento demuestra también la presencia de electricidad en Oriente, hace mucho, mucho tiempo.
En el templo de Trevandrum, Travancore, el reverendo Mateer de la Misión protestante de Londres, vio «una gran lámpara dorada, que había estado encendida durante más de 120 años», en una cueva en el interior del templo.
Los descubrimientos de lámparas incandescentes en los templos de la India, y la antigua tradición de las lámparas mágicas de los nagas —los dioses y diosas en forma de serpiente que vivían en cuevas subterráneas en los Himalayas— hacen pensar en la posibilidad de la utilización de luz eléctrica en una era olvidada. Tomando como base el texto de Agastya Samhita en el que se dan directrices concretas para la construcción de baterías eléctricas, esta especulación no resulta tan extravagante.
La Historia demuestra que los sacerdotes de la India, Sumer, Babilonia, Egipto, y sus cofrades del otro lado del Atlántico —en México y Perú—, fueron custodios de la Ciencia. Parece probable que, en una época remota, estos doctos hombres se vieron obligados a ocultarse en lugares inaccesibles del mundo para salvar su acumulado conocimiento de los saqueos de la guerra y de los cataclismos geológicos. No estamos aún seguros de lo que sucedió en Creta, Angkor o Yucatán, y de por qué estas sofisticadas civilizaciones desaparecieron súbitamente.
Si sus sacerdotes tenían la capacidad de predecir el futuro, debieron de haber anticipado dichas calamidades. En tal caso, habrían llevado su herencia a centros secretos, tal como el poeta ruso Valery Briusov describe en verso:
Los poetas y sabios
Guardianes de la Fe Secreta,
Ocultaron sus antorchas encendidas
En desiertos, catacumbas y cuevas.
Esta ciencia arcaica todavía pervive. En 1966, el autor visitó el valle de Kulu en el Himalaya. En la ciudad de Kulu existe un notable templo antiguo, sobre una colina, dedicado al dios Siva. Su característica especial es un mástil de hierro, de 18 metros de altura, erigido cerca del templo. Durante una tormenta eléctrica, el polo atrae la «bendición del Cielo», en forma de relámpagos que descienden fulgurantes por el mástil y golpean una estatuilla de Siva situada en su base. Las piezas del destrozado Siva son luego pegadas entre sí por el sacerdote, y utilizadas para la siguiente «bendición». Esta costumbre ha existido desde tiempo inmemorial, lo cual significaría que la existencia de conductores eléctricos en la India fue una realidad desde los tiempos más antiguos.
Respecto al Tibet, se sabe también que había poseído lámparas milagrosas que estuvieron encendidas durante largos períodos de tiempo. El padre Evariste-Regis Huc (1813-1860), que viajó extensamente por Asia durante el siglo XIX, dejó una descripción de una de estas lámparas incandescentes, que él mismo pudo ver en aquel país.
En Australia, el autor tuvo noticias de un pueblo de la jungla, cerca del monte Wilhelmina, en la mitad occidental de Nueva Guinea, o Irian occidental. Separada de la civilización, esta aldea posee «un sistema de iluminación artificial igual, si no superior, al del siglo XX», como afirmó C. S. Downey en una conferencia sobre «iluminación y tráfico urbano», en Pretoria, África del Sur, en 1963.
Los traficantes que penetraron en esta pequeña aldea, perdida en las altas montañas, dijeron que «se habían quedado asombrados al ver muchas lunas suspendidas en el aire y brillando con gran resplandor durante toda la noche»[28]. Estas lunas artificiales eran pesadas bolas de piedra montadas sobre columnas. Después del crepúsculo, comenzaban a brillar con una extraña luz, parecida al neón, e iluminaban todas las calles.
Ion Idriess es un conocido escritor australiano que vivió entre los isleños del estrecho de Torres. En sus Sueños de Mer habla de una historia acerca de las booyas que oyó contar a los ancianos aborígenes. Una booya es una piedra redonda metida en una gran caña de bambú. Había solamente tres de estos cetros de piedra conocidos en las islas. Cuando un jefe apuntaba esa piedra redonda hacia el firmamento, centelleaba un rayo de luz azul verdosa. Esta «luz fría» era tan brillante, que los espectadores parecían quedar envueltos en ella. Dado que el estrecho de Torres baña las playas de Nueva Guinea, uno puede establecer cierta relación entre estas booyas y las «lunas» del monte Wilhelmina.
Leyendas de parecidas piedras brillantes llegan hasta nosotros procedentes del otro lado del Pacífico: Sudamérica. Barco Centenera, cronista de los conquistadores, escribió acerca del descubrimiento de la ciudad de Gran Moxo, cerca de las fuentes del río Paraguay, en el Matto Grosso. En una obra fechada en 1601, describe el cuadro de esta ciudad isleña, y afirma: «En la cúspide de una columna de casi ocho metros de altura había una gran luna que iluminaba todo el lago, disipando la oscuridad».
Hace 50 años, el coronel P. H. Fawcett oyó hablar a los nativos del Matto Grosso de unas misteriosas luces frías vistas en las ciudades perdidas de la jungla. Escribiendo al autor británico Lewis Spence, le dijo: «Esta gente posee una fuente de iluminación, extraña para nosotros; de hecho, son un residuo de una civilización que pereció, y de la que han conservado un antiguo conocimiento». Fawcett marchó en busca de las ruinas de esta desaparecida civilización, y comunicó haber descubierto una ciudad perdida en la jungla. Podemos creer en la sinceridad del coronel Fawcett, porque sacrificó su vida en aquella expedición.
La noción de que la electricidad es un descubrimiento nuevo, parece haber sido puesta en duda por estos relatos históricos y frecuentes acerca de lámparas perpetuas. Pero los antiguos también pudieron haber utilizado otras formas de energía para producir luz.