MONOS Y SIGLOS
En una época en que incluso un escolar sabe que el Sinanthropus, nuestro simiesco patriarca prehistórico, vivió hace más de 600 000 años, es curioso reproducir las palabras de una luminaria de la Ciencia de principios del siglo XIX —Cuvier—, el cual declaró en cierta ocasión: «Hombres prehistóricos, distintos físicamente de los hombres actuales, nunca han existido sobre la Tierra». Sin embargo, sí han existido, y sus esqueletos pueden ser contemplados hoy en los museos.
Es sintomático que, en tanto que los europeos de hace un siglo o dos consideraban erróneamente que el origen del hombre y del Universo se remontaba como máximo a 6000 años antes de su tiempo, muchos pensadores del remoto pasado poseyeron un concepto realmente científico del largo período de la evolución humana.
Según el sánscrito Libro de Manú (aproximadamente siglo II a. C.), el germen de la vida apareció por vez primera en el agua a causa de la acción del calor. Luego se manifestó como un mineral, una planta, un insecto, un pez, un reptil, un mamífero, y finalmente, en forma de hombre. Otras escrituras brahmánicas de gran antigüedad catalogan las Encamaciones de Vishnú en el siguiente orden: pez, tortuga, verraco, hombre-león, enano, hombre con un hacha, Rama y Krishna. Nuevamente podemos reconocer en esta alegoría una noción predarviniana de la evolución. El pez se convierte en un reptil, el mamífero, más tarde, ocupa su lugar. Luego aparecen los primates gigantes y enanos. El Gigantopithecus tenía una altura de cinco metros, mientras que el Pithecanthropus era corto de talla. El Cro-Magnon, el «hombre con un hacha», fue el verdadero progenitor del hombre moderno. Rama es un símbolo del hombre civilizado. Krishna representa la meta futura de la Humanidad: el hombre cósmico. Estas notables ideas de los sabios indios se anticipaban en varios millares de años a la teoría de la evolución.
«El antepasado del hombre es un pez: criaturas vivientes surgieron procedentes del agua», decía Anaximandro en el siglo VI antes de nuestra era. Lucrecio, poeta romano del siglo I, pintó un cuadro de la «supervivencia del más apto» en su poema Sobre la Naturaleza.
Es absolutamente evidente que estas bien definidas nociones de la evolución existieron mucho tiempo antes de Lamarck y Darwin. Y, hace tan sólo cien años, los darvinistas encontraron un muro de oposición, de ridículo y de temor. En una conferencia, dada en estos penosos años, acerca de la evolución, la esposa de Sir David Brewster, sabio eminente, se desmayó al escuchar unos hechos que sus tiernos oídos no podían soportar. Incluso hasta hace pocos años, algunos Estados de América tenían leyes que prohibían la enseñanza de la teoría de la evolución. Realmente, no hay nada ofensivo en la teoría de la evolución: un proceso cósmico de crecimiento desde las formas inferiores de vida hacia las superiores, que encierra la promesa de un futuro más grande para el hombre. Y, ¡quién sabe!, tal vez los antiguos mayas tenían razón. Según su libro sagrado, el Popol Vuh el mono es un descendiente del hombre primitivo.
Una comparación entre el conocimiento científico que prevaleció hace más de dos mil años y las creencias generalizadas en los pasados trescientos años, nos lleva a la conclusión de que los antiguos superaron a nuestros antepasados en la interpretación de los fenómenos que observaron.
Los pueblos del pasado creían en la tremenda antigüedad del mundo y de la Humanidad, antigüedad que calculaban en decenas de millares, e incluso millones de años. Para el europeo de los tiempos napoleónicos, la Tierra y el hombre fueron creados por Dios hace tan sólo algunos miles de años. Sin embargo, los asiáticos tenían diferentes puntos de vista.
Los brahmanes de la India calculaban la duración del Universo, o el día de Brahma, en 4320 millones de años. Los drusos del Líbano fijaban el comienzo de la Creación 3430 millones de años atrás. La actual edad de la Tierra se considera que es de unos 4600 millones de años, en tanto que la de la corteza se estima en unos 3300 millones. Entre estas cifras surgen extraños paralelos. Lo realmente extraordinario es el cómputo del tiempo de los brahmanes en miles de millones de años: una cronología cósmica de este tipo era desconocida hasta nuestros días.
Según Simplicio (siglo VI de nuestra era), los antiguos egipcios llevaron registros de observaciones astronómicas durante 630 000 años. Los archivos de Babilonia tenían una antigüedad de 470 000 años —escribe Cicerón—, con la advertencia de que él no cree semejante afirmación. Hiparco (190-125 a. C.) aludía a crónicas asirias que se remontaban hasta 270 000 años en el pasado.
Los sacerdotes egipcios dijeron a Heródoto, en el siglo V a. C., que el Sol no había salido siempre por donde lo hacía entonces. Esto significaba que habían llevado registros de la precesión de los equinoccios, abarcando un período de, al menos, 26 000 años.
El historiador griego Diógenes Laercio (siglo III d. C.) afirmaba que los registros astronómicos de los sacerdotes egipcios empezaban 49 219 años antes de nuestra era. Hizo también mención de sus anotaciones correspondientes a 373 eclipses solares, y 832 lunares, para lo cual se habría precisado un período de, aproximadamente, 10 000 años.
El historiador bizantino Jorge Sincelos afirmaba que los cronistas de los faraones habían anotado todos los acontecimientos ocurridos durante 36 525 años. Martianus Capella (siglo V) escribió que los sabios egipcios, antes de impartir su conocimiento al mundo, habían estudiado secretamente la Astronomía durante más de 40 000 años.
La primera dinastía posterior al Diluvio fue reconstruida por los sacerdotes babilonios hasta 24 150 años antes de su tiempo.
Según el Codex Vaticanus A-3738, los mayas conservaban su sistema de división del tiempo desde 18 612 años antes de Jesucristo.
Heródoto sitúa el reinado de Osiris en, aproximadamente, el año 15500 a. C., según la información que le facilitaron los sacerdotes de la tierra del Nilo. Hacía la advertencia de que estaba absolutamente seguro de la exactitud del dato.
El calendario lunar de Babilonia y el calendario solar de Egipto coincidían en el año 11542 a. C. Los cómputos del calendario de la India empezaban con el año 11652 antes de nuestra era.
Según Platón, los sacerdotes egipcios establecían la fecha del hundimiento de la Atlántida 9850 años a. C., mientras que los libros zoroástricos fijaban «el comienzo del tiempo» en el 9600 a. C.
Puede ser discutida la exactitud de estos datos; pero no puede evitarse llegar a la conclusión de que los antiguos estaban mucho más cerca de la verdad que los eruditos y clérigos de hace uno o dos siglos, quienes pensaban que el mundo había sido creado en el año 4004 a. C., según el estudio cronológico bíblico del obispo Ussher.
El Universo de los brahmanes era casi tan antiguo como el de la Ciencia moderna. Las crónicas de los mayas, egipcios y babilonios, se remontan a mayor antigüedad en el tiempo de lo que lo hace nuestra Historia. Considerando lo que nuestra Ciencia tiene aún que aprender, sería presuntuoso acusarlos de exageración.
Los horizontes mentales de los pueblos de la Antigüedad eran vastos, y nosotros sólo estamos empezando a ver hoy lo que ellos percibieron ayer.
Los sacerdotes de Babilonia y Egipto creían que el hombre se civilizó hace medio millón de años. Llevaban registros históricos y astronómicos en sus archivos, tal como nos dicen Simplicio y Cicerón. Podemos sonreír respecto a tales afirmaciones y al otorgamiento a la civilización de unos cinco mil años para progresar desde el carro hasta el automóvil, desde los arcos y flechas hasta la bomba atómica, desde la barca hasta la nave espacial…
Aunque legítimamente deducidas de las pruebas paleontológicas disponibles en la actualidad, algunas deducciones de la Antropología, como veremos después, son discutibles. Según la Antropología, aparecieron monos antropoides hace unos dos millones de años. No eran ni hombres ni monos. Existe una posibilidad de que tanto el hombre moderno como el simio de nuestros días tengan un antepasado común.
En consecuencia, si este período de dos millones de años, que representa el lapso de la existencia del hombre sobre la Tierra, se considera como si fuese un año, entonces el Australopithecus apareció el 1.º de julio, el Pithecanthropus surgió el 14 de octubre, el hombre de Neandertal en Navidad, y el de Cro-Magnon en los días 27, 28, 29 y 30 de diciembre. Hoy estamos a 31 de diciembre —siempre según esta escala—, y este día ha tenido una duración de 5500 años.
El hombre primitivo empezó a construir sus herramientas entre los meses de julio y setiembre de este Gran Año, y a principios de la segunda semana de diciembre, descubrió el fuego. Durante once meses de este Gran Año de la Evolución, el antepasado del hombre fue separándose lentamente del reino animal, adoptando una postura erecta y desarrollando un cerebro más grande.
Nuestro progenitor inmediato es el hombre de Cro-Magnon. Tenía una talla de seis pies (1,80 metros), era inteligente y bien parecido. Apareció durante el último período glacial, hace unos 35 000 años, y tuvo una existencia continuada hasta la aurora de la Historia, en que se convirtió en el padre del hombre moderno.
El Neandertal de Europa no se le parecía. Tenía una talla de sólo 1,65 m, cortos miembros musculosos, amplia caja torácica, y pesaba alrededor de los 82 kg. Este hombre prehistórico poseía una frente muy pequeña, carecía casi de barbilla y, en comparación con el de Cro-Magnon, era feo. Durante el período más primitivo de su existencia, el Cro-Magnon fue contemporáneo del Neandertal, a quien eliminó del escenario europeo gracias a su fortaleza e inteligencia. El Neandertal no era el abuelo del Cro-Magnon, aunque hubo cruces ocasionales entre las razas, en beneficio del más primitivo, creando un tipo Neandertal mixto.
La evolución trabajó durante centenares de miles de años para producir el Neandertal a partir de los primates. Si fue necesario un período de tiempo tan largo para que se desarrollara esta criatura rechoncha, carente de frente, sin barbilla, y de nariz gruesa, ¿cómo pudo el más evolucionado Cro-Magnon haberse desarrollado en el espacio de unos pocos millares de años? Éste es su retrato: se vestía con pieles que estaban cosidas y bordadas; tallaba huesos de mamut; pintaba hermosas figuras sobre la roca, y llevaba calendarios de acuerdo con la observación de la Luna. Disponía incluso de escuelas de arte.
Nuestro planeta ha tenido períodos glaciares inesperados de distinta duración. El último finalizó, aproximadamente, hace 12 000 años. Pero existieron períodos interglaciares, en uno de los cuales vivimos nosotros todavía. Hace 150 000 años prevaleció un clima cálido, durante el cual la civilización pudo haber nacido, florecido y, posteriormente, muerto en un alud de hielo y olas del océano. El hombre de Cro-Magnon podría haber sido un superviviente de este Jardín del Edén. Tal hipótesis explicaría su voluminoso cerebro y dilatada frente. Asimismo pudo haber transportado en sí rasgos hereditarios procedentes de una raza más antigua, del mismo modo que nosotros portamos sus genes.
Ahora bien: utilizando la misma escala comparativa, dividamos el día que estamos viviendo —31 de diciembre— en 12 horas, desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde, desde la salida del sol hasta el ocaso. Hoy, a las 7 de la mañana, descubrimos el bronce, la escritura y la rueda. A las 8, empezamos a construir ciudades. Poco después de las 11, aprendemos el modo de fundir y forjar el hierro. Entre las 1 y las 2 de la tarde, los antepasados griegos meditan sobre la naturaleza del Universo —desde el átomo hasta el viaje espacial—. Alrededor de las 4,30 de la tarde, salimos de una histórica siesta —la Era de la Oscuridad— y comenzamos a desarrollar el legado científico de Grecia. A las 5 de la tarde, los exploradores navegan por los océanos, abriendo nuevos continentes. Ya en el crepúsculo, robamos el fuego atómico de Prometeo y, finalmente, volamos a la Luna. Todo ocurre en la última hora del último día de este Gran Año.
Si todo lo anterior es correcto, entonces la historia del hombre no tiene paralelo en cuanto a su evolución. El caballo necesitó sesenta millones de años para convertirse en lo que es ahora. El antepasado del antílope vivió hace 150 millones de años, y sus descendientes han cambiado muy poco.
Hay algo extrañamente irreal en la imagen de un animal que trepa a los árboles y que, en dos millones de años, se convierte en un bípedo capaz de construir máquinas para navegar por el agua, rodar sobre tierra, o volar por el aire o el espacio interplanetario, mientras que sus retrasados primos saltan aún de árbol en árbol. Resulta difícil creer que la historia del hombre sea tan corta, mientras que la del caballo es treinta veces más larga.
Volviendo a nuestro reciente origen, parece que el hombre de Cro-Magnon no pudo haber desplegado sus talentos artísticos sin una herencia procedente de otro ciclo de civilización, del cual nada sabemos. Tampoco nosotros pudimos haber alcanzado la Luna sin el legado biológico procedente del Cro-Magnon.
Sólo pruebas materiales procedentes de la protohistoria pueden convertir esta especulación en una verdad científica. Pero lo que sabemos, nos permite ya suponer que la ruta evolutiva de la Humanidad es mucho más larga de lo que se considera en la actualidad. El descubrimiento de un esqueleto humanoide en Tuscany, en 1958, por los doctores J. Hurzeler y H. de Terra, en un estrato del Mioceno de 10 millones de años de antigüedad, viene a apoyar la teoría del autor acerca de la antigüedad del hombre.
¿Acaso nuestro crecimiento ha sido acelerado por otra civilización galáctica, millones de años más antigua que la nuestra? «¿Somos, quizás, una simple propiedad o hacienda —meditaba Charles Fort—, una propiedad de una supercivilización cósmica que crea dioses a partir de monos?».