Capítulo VI

EL CADUCEO DE HERMES

Los automóviles de los médicos llevan generalmente un emblema: una varilla con dos culebras enroscadas y dos alas abiertas en la cúspide. Éste es el caduceo de Hermes, y, por medio de este antiguo símbolo, la Medicina moderna reconoce su deuda con los sabios de la Antigüedad.

Una reciente expedición arqueológica al Valle de los Reyes, en Egipto, desenterró una serie de momias. Muchas de las mandíbulas poseían puentes y dientes artificiales que se parecían asombrosamente al trabajo de un dentista moderno. Pocos científicos habían esperado hallar una prueba de semejante destreza en odontología en el Egipto antiguo, hace tantos miles de años.

Se han desenterrado también cráneos mayas en la costa de Jaina en Campeche, México, que muestran una asombrosa pericia en cirugía dental. ¡Las coronas y los empastes estaban todavía en su sitio después de muchos siglos! El taladro y la colocación de las ataraceas fue realizado por hombres que respetaban siempre la parte vital de los dientes. Los adhesivos utilizados son desconocidos por ahora, pero debieron de ser de una gran calidad, dado que los empastes siguen todavía intactos.

Hace 2500 años, los cirujanos preincaicos realizaban operaciones delicadas en el cerebro. La trepanación es una técnica nueva en cirugía moderna, de modo que resultaba sorprendente hallar millares de cráneos en Perú con señales de trepanación afortunada. Los instrumentos utilizados eran puntas de flecha de obsidiana, escalpelos, cuchillos de bronce, tenacillas y agujas para suturas. Según la Historia de la Medicina, la misma operación, realizada en el «Hotel Dieu», en París, en el año 1786, resultaba invariablemente fatal.

Asimismo se efectuaban amputaciones en Sudamérica. Los médicos incas utilizaban gasas como apósitos, y posiblemente, cocaína como anestésico. Los incas descubrieron drogas importantes tales como la quinina, la cocaína y la belladona.

En la antigua Babilonia existía un peculiar método de tratar la enfermedad. Heródoto describe cómo los pacientes eran colocados en la calle frente a sus viviendas. Era un deber moral para los viandantes preguntarles acerca de sus sufrimientos. Partiendo de sus propias experiencias, los simpatizantes sugerían remedios que les parecían efectivos por haberlo oído o por haberlos utilizado ellos mismos. Experimentando con distintas medicinas, los pacientes hallaban cuál de ellas les producía un efecto más beneficioso. Esta experimentación en masa creó la base de la farmacopea y el diagnóstico de los siguientes siglos.

Nuestros fármacos asombrosos como la penicilina, la aureomicina o la terramicina tuvieron su origen en el antiguo Egipto[10]. Un papiro médico de la XI dinastía habla de un cierto tipo de hongo, que crece en el agua estancada, el cual se utilizaba para el tratamiento de las llagas y heridas abiertas. ¿Poseían penicilina 4000 años antes de Fleming?

Los antibióticos no eran desconocidos para los antiguos. Estiércol caliente y semilla de soja cuajada, que tienen propiedades antibióticas, se utilizaban respectivamente en la antigua Grecia y China para curar heridas y extirpar diviesos, e incluso carbunclos.

Los egipcios empleaban como anestésico en las intervenciones quirúrgicas una droga mineral desconocida. Conocían también la relación existente entre el sistema nervioso y los movimientos de nuestros miembros, y, por tanto, no les eran extrañas las causas de la parálisis. El Papiro Smith alude a cuarenta y ocho casos clínicos. Los antiguos pueblos del Nilo practicaban la higiene, y, hablando en un sentido general, su Medicina era ampliamente superior a la practicada muy posteriormente en Europa durante la Edad Media, lo que constituye otro nuevo ejemplo de la decadencia del conocimiento.

Los médicos del país de las pirámides conocían las funciones del corazón y las arterias, y el modo de medir el pulso. Imhotep (4500 a. C.), el arquitecto de la pirámide de Zoser, está considerado como el primer médico que registra la Historia.

La antigua India poseía un conocimiento médico avanzado. Sus doctores estaban informados acerca del metabolismo, el sistema circulatorio, la genética y el sistema nervioso, así como de la transmisión de las características específicas mediante la herencia. Los médicos vedas conocían métodos para contrarrestar los efectos del gas venenoso, efectuaban operaciones cesáreas, intervenciones del cerebro, y utilizaban anestésicos.

Sushruta (siglo V a. C.) catalogó el diagnóstico de 1120 enfermedades. Describió 121 instrumentos quirúrgicos, y fue el primero en efectuar experimentos de cirugía plástica.

El Sactya Grantham, un libro brahmán compilado alrededor del año 1500 a. C., contiene el siguiente pasaje, que da instrucciones acerca de la vacuna antivariólica: «Tomad con la punta del cuchillo el contenido de la inflamación, inyectadlo en el brazo del paciente, mezclándolo con su sangre. De ello se seguirá una fiebre, pero la enfermedad sanará fácilmente y no creará complicaciones». Edward Jenner (1749 - 1823) es considerado como el descubridor de la vacuna, ¡más parece que la antigua India tiene un derecho precedente!

El Reino Unido y otros países tienen actualmente programas de asistencia médica subvencionados por el Estado. Pero los médicos del Imperio inca y de la tierra de los faraones también recibían su remuneración del Gobierno, y la asistencia médica era gratuita para todo el mundo. Indudablemente, parece que no hay nada nuevo bajo el sol.

El emperador chino Tsin-shi (259-210 a. C.) poseía un «espejo mágico» que podía «iluminar los huesos del cuerpo». ¿Rayos X en la antigua China? Estaba colocado en el palacio de Hien-yang, en Shensi, en el año 206 a. C. Cuando una paciente se situaba de pie frente al espejo rectangular, que tenía un tamaño de 1,76x1,22 m, la imagen aparecía invertida, pero todos los órganos y huesos eran visibles, exactamente como en nuestras fluoroscopias. Aquel espejo era utilizado exactamente para el mismo propósito: diagnosticar la enfermedad.

Es muy poco sabido que un cirujano chino, llamado Hua T’o, empleaba la anestesia, hace dieciocho siglos, para efectuar sus intervenciones quirúrgicas. El cronista Hou Han Shu, de la última Dinastía Han (25-220 de nuestra era), reproduce una comunicación que parece procedente de una moderna revista médica:

«Primeramente hacía aspirar al paciente polvo de cáñamo de una ampolla, mezclado con vino, y, tan pronto como sobrevenía la intoxicación y la inconsciencia, efectuaba una incisión en el vientre o en la espalda y cortaba todo el tejido mórbido. Si la parte afectada era el estómago o el intestino, limpiaba cuidadosamente estos órganos con el uso del cuchillo, y eliminaba la materia contaminante que había causado la infección. Luego cosía la herida y aplicaba un ungüento maravilloso que producía la curación en cuatro o cinco días. Al cabo de un mes, el paciente estaba completamente recuperado».

El Instituto Lester, de Shanghai, fundado por un magnate británico en los años 30, ha descubierto bases científicas en los antiguos remedios chinos. El doctor Bernard Reed ha hallado que toda medicina, incluso aquéllas tan extrañas como la piel de un asno, el cerebro de un perro, el globo del ojo de un carnero, el hígado de un cerdo o las algas marinas, poseían una razón química para su eficacia.

Si bien la transfusión de sangre fue introducida en la Medicina occidental en el siglo XVII, había sido practicada ya por el aborigen australiano durante miles de años. Nuestro método es parecido al que este aborigen utilizaba: tomaba la sangre, bien de una vena situada en mitad del brazo, bien de una en la parte interna, por medio de un junquillo hueco. La transfusión de sangre se realizaba también por la boca; pero la técnica de este método, aunque mostrada a diversos investigadores, permanece impenetrable.

Al parecer, el exorcista australiano es todavía un heredero del antiguo conocimiento. Conoce perfectamente la vena adecuada de la que debe ser tomada la sangre. Misteriosamente, escoge también el donante idóneo. La transfusión sanguínea se practica no sólo en los casos críticos de accidentes y enfermedad, sino también para proporcionar vitalidad a los más ancianos.

Durante siglos, cuando se vieron amenazados por una sequía inminente u otra calamidad, con peligro de merma de los alimentos, los aborígenes utilizaban anticoncepcionales por vía oral. Se amasaba en forma de resina de una planta particular, y era ingerida por la mujer.

No sólo son sorprendentes estos hechos, sino que es también una lástima que, debido a la destribalización y a la carencia de interés por parte de la profesión médica, las medicinas herbarias de los aborígenes australianos estén casi olvidadas. Los nativos ya no cultivan las plantas medicinales, y están en peligro de perder su valiosa herencia[11].