Capítulo V

EL ARTE OLVIDADO DE LA FABRICACIÓN DEL ORO

La Alquimia era Química moderna en su antigua apariencia. Pero era también el arte de la transmutación de los metales básicos en metales preciosos.

Durante muchos siglos, los eruditos creyeron que los elementos químicos eran estables y que, por tanto, no podían transformarse. Éste es el motivo por el cual fueron considerados los alquimistas como soñadores, charlatanes o idiotas. Pero, en el año 1919, el gran físico inglés Rutherford dio la razón a los alquimistas y transmutó el nitrógeno en oxígeno e hidrógeno, bombardeándolo con helio. Aquél fue el gran día de la reivindicación de la doctrina alquímica de la transmutación.

La Alquimia, en tanto que transformación controlada de un elemento en otro, fue objeto de un prolongado estudio tanto por Oriente como por Occidente, estudio que gradualmente dio nacimiento a la Química moderna. Existen extensos manuscritos medievales que describen con detalle el equipo de los alquimistas, que comprendía retortas, vasijas de vidrio, útiles para destilar, hornos y otras cosas necesarias para la Gran Obra. El costo de un laboratorio alquímico medio debió de haber sido considerable.

Es absurdo suponer que todos estos fabricantes de oro enterraban su fortuna, sudando durante meses y años junto a sus hornos, sin una esperanza de conseguir algunos resultados tangibles de su trabajo. Aunque existieron individuos que abandonaron la Alquimia después de haber fracasado en la transmutación de los metales viles en oro, el número de personas que perseveraron durante toda su vida fue sorprendentemente elevado.

Dado el costoso equipo de laboratorio y los materiales requeridos para el proceso de la transmutación, ¿cómo podían pagarlos si no obtenían algún género de beneficio?

A lo largo de los siglos, los alquimistas proclamaron que podían conseguir transmutaciones del mercurio, del estaño o del plomo, en oro. Aquéllos que opinan que todo lo que los antiguos hicieron podemos mejorarlo nosotros, naturalmente expresarán sus dudas acerca de la capacidad de los alquimistas para realizar esta hazaña científica. ¿Fue la Alquimia una especie de charlatanería? Es verdad que la Historia menciona algunos nombres de personas que intentaron hacer un negocio de la credulidad y la codicia de sus contemporáneos; pero no es menos cierto que existen documentos históricos, fechados hace muchos siglos, que demuestran que los gobernantes consideraban con frecuencia a los alquimistas como una amenaza para la economía del Estado.

El emperador romano Diocleciano promulgó un edicto en Egipto, en los alrededores del año 300 de nuestra era, en el cual ordenaba fueran quemados todos los libros que versaban sobre «el arte de fabricar oro y plata». Este decreto prueba que el Gobierno romano estaba seguro de que dicho arte de transmutación de metales había existido. Indudablemente, habría sido innecesario promulgar decretos prohibiendo este oficio a menos que se supiera que con anterioridad había sido practicado.

Un grabado en la roca, hallado cerca de Alice Springs, en Australia. Representa una figura no aborigen, en posición horizontal. En realidad es una especie de rompecabezas arqueológico.

Antigua pintura rupestre encontrada en el valle del río Prince Regent, en Kimberleys (Australia). La figura de la izquierda parece llevar un casco espacial, provisto de antena. Constituye un misterio la presencia en Australia del hombre barbudo tocado con mitra y las tres mujeres europeas.

Al bloquear la Corriente del Golfo, la Atlántida pudo ser la causa de la última Edad del Hielo en Europa y América.

El hundimiento de la Atlántida, hace 12 000 años (de acuerdo con Platón), pudo haber puesto fin a la Edad del Hielo, al permitir que la cálida Corriente del Golfo avanzara en dirección Norte para convertirse en la «calefacción central» de Europa.

Este mismo emperador firmó una orden para destruir todos los lugares, secretos y abiertos, del culto cristiano, así como los libros cristianos. Todos los seguidores de Cristo fueron eliminados de los cargos oficiales en el Imperio Romano. Roma pretendía exactamente lo que había declarado en el edicto gubernamental.

El decreto contra la Alquimia y sus practicantes era del mismo tipo, y probablemente la existencia de oro producido artificialmente se daba tan por supuesta como la presencia de los cristianos. El emperador romano intentaba eliminar de la circulación todos los documentos escritos acerca de este secreto arte. No es difícil descubrir los motivos de Diocleciano. El emperador se percató de que el oro era un poder. Un alquimista capaz de fabricarlo a un costo barato podría convertirse en una amenaza para el Estado. Semejante hombre podía comprar territorios o funcionarios. Merece citarse aquí el viejo caso del guardia pretoriano Didio Marco, un millonario romano que compró todo el Imperio romano por el equivalente de unos treinta y cinco millones de dólares. No obstante, pronto fue decapitado por el emperador Septimio. Este episodio histórico estaba todavía fresco en la mente de los ciudadanos romanos cuando Diocleciano prohibió la práctica de la Alquimia.

Según el alquimista Zósimo (año 300 de nuestra era), el templo de Ptah, en Menfis, poseía fundiciones, y este dios era reverenciado como el protector de los alquimistas. Las palabras Química y Alquimia proceden del nombre de Egipto (Khemt). Así, se ha perpetuado hasta hoy una tradición muy antigua al utilizar las palabras Alquimia, Química, químico.

En el siglo VIII, el árabe Jabir (Geber) sistematizó el conocimiento alquímico procedente de Egipto, y por este motivo es conocido como el padre de esta ciencia. Jabir era un alquimista practicante que describía no solamente el equipo que necesitaba un laboratorio para la transmutación, sino, también, los requisitos mentales y morales del aprendiz. «El artífice de este trabajo debe estar muy bien instruido y perfeccionado en la ciencia de la Filosofía natural», escribía el erudito árabe. Considerando el tiempo y las tareas implicados en descubrir el secreto de la transmutación, Jabir advertía al discípulo que no fuera extravagante «porque podría ocurrir que no descubriera el arte, y se encontrara en la miseria».

Se sobrentiende que el adepto árabe hablaba de cosas muy concretas: un laboratorio químico, y esfuerzos pacientes que no pagarían sus dividendos hasta transcurridos varios años. Pero aseguraba a los estudiantes que «el cobre podría ser cambiado en oro» y que «mediante nuestra destreza podemos fabricar plata con facilidad». Estas afirmaciones no pueden ser cómodamente rebatidas, ya que el nombre de Jabir figura en la historia de la Química moderna.

Una de las peculiaridades de la Alquimia era su extensión. La Alquimia fue conocida en China en una época tan remota como el año 133 a. C. La historia de Chia y el alquimista Chen cuenta que, cuando Chia necesitaba dinero, su amigo el alquimista frotaba una piedra negra sobre una baldosa o un ladrillo y transformaba estos artículos tan corrientes en preciosa plata. Éste era un modo fácil de fabricar dinero.

La biografía de Chang Tao-ling, quien estudió en la Academia Imperial de Pekín, hace referencia al Tratado de elixir refinado en nueve calderos, que halló en una caverna y cuyo autor parece ser que fue el propio Emperador Amarillo (siglo XXVI a. C.)[7].

El ingrediente básico de la Alquimia china era el cinabrio o sulfuro de mercurio, utilizado tanto en la transmutación como en la preparación del «jugo de oro», el elixir de la juventud. «Tú puedes transmutar el cinabrio en oro puro», afirma el documento histórico Shih Chi escrito en el siglo I a. C.

La opinión generalizada entre los practicantes del arte alquímico en China, India, Egipto y Europa Occidental era que el mercurio y el azufre tenían propiedades poco usuales para la transmutación, lo cual resulta realmente turbador. Después de todo, hay una larga distancia desde Pekín a Alejandría, y desde Benarés al París medieval. ¿Cuál era la fuente primitiva de esta doctrina?

En el año 175 a. C. se promulgó una ley en China contra la práctica de la falsificación del oro mediante métodos alquímicos. Este hecho demuestra dos cosas: en primer lugar, la Alquimia debió de haber existido en China durante muchos siglos antes de convertirse en un problema para el país del Celeste Imperio, y, en segundo lugar, la producción total de oro por parte de los alquimistas debió de ser lo suficientemente grande como para que el Estado sintiera sus efectos.

La India tuvo también su Alquimia. Los comentadores hindúes de este arte creían igualmente que el mercurio y el azufre eran elementos primarios. Pero, a diferencia de los alquimistas chinos y europeos, atribuían una polaridad positiva al mercurio, y negativa al azufre. Asimismo intentaron descubrir el elixir de la inmortalidad y el secreto de la fabricación del oro.

Considerando el hecho de que el arte de la transmutación y la producción de oro colocaban a sus adeptos en una situación peligrosa a causa de la envidia, la malicia, el posible saqueo o incluso la pérdida de la vida, por no hablar de la sospecha por parte de las autoridades, los alquimistas utilizaban textos cuidadosamente cifrados y mapas enigmáticos. Ello fue particularmente cierto en los países europeos en los que la Inquisición se ocupaba de localizar y liquidar a cualquier culpable de practicar las «ciencias mágicas» procedentes del Oriente pagano.

La cuestión de si el oro ha sido realmente producido por un proceso alquímico en el pasado, puede ser apasionadamente discutida. Pero algunos decretos y documentos reconocen implícitamente el hecho de que los gobernantes de muchas naciones no tenían dudas acerca de la posibilidad de la transmutación de los metales. Ésta es una buena prueba de la realidad de la Alquimia en tiempos pasados.

Durante el siglo XIII y principios del XIV, la Alquimia debió de haberse difundido ampliamente, ya que atrajo la atención del Vaticano. Esta Ciencia fue prohibida por una bula del papa Juan XXII, en el año 1317. Este documento, titulado Spondent Pariter, condenaba a los alquimistas al exilio y establecía onerosas multas contra los estafadores que hacían un negocio de la transmutación.

Todas estas prohibiciones de la Alquimia son muy sospechosas. Se coloca una indicación de Prohibido fumar en un tren, porque la gente lleva cigarrillos en el bolsillo. ¿Cuál era el motivo para colocar estas indicaciones de Prohibido fabricar oro? Si no hubiese existido una transmutación ilegal, seguramente tampoco habría habido una necesidad de gastar caro pergamino en largos decretos redactados con severidad.

Enrique IV de Inglaterra promulgó un acta, en 1404, en la cual declaraba que la multiplicación de metales era un crimen contra la Corona. Esto ocurrió durante la guerra de los Cien Años y la Revolución de los Campesinos. Un rey de Inglaterra no se sentiría propenso a firmar un decreto contra una amenaza mítica mientras sostenía una guerra muy real en Francia y luchaba contra los siervos hambrientos en su propio país. Aparentemente, la aparición de oro procedente de una fuente desconocida comenzaba a preocupar al Gobierno inglés.

Por otra parte, el rey Enrique IV otorgó permisos a John Cobbe y John Mistelden para practicar «el filosófico arte de la conversión de los metales», y estas licencias fueron debidamente aprobadas por el Parlamento. Este oro hecho alquímicamente era utilizado en la acuñación, lo que demuestra que la Corona no toleraba la manufactura de oro alquímico, excepto si el Tesoro de su Majestad era su recipiendario final.

Pero mucho más significativo que el bando de Enrique IV sobre la Alquimia, fue su derogación oficial por Guillermo y María de Inglaterra en el año 1688, que reza: «Y, además, desde la elaboración del susodicho decreto, diversas personas han llegado, mediante su estudio, aplicación y discernimiento, a una gran habilidad y perfección en el arte de fundir y refinar metales, y otramente mejorarlos y multiplicarlos».

El Acta de Casación establece que muchos ingleses debían partir del reino de Enrique IV a países extranjeros «para ejercer el citado arte», con gran detrimento del reino. El nuevo decreto anunciaba que «todo el oro y la plata que hubieran extraído gracias al susodicho arte» debía volver al Tesoro de Sus Majestades en la Torre de Londres, donde el precioso metal sería vendido a su cumplido valor de mercado, y no se plantearían preguntas.

Después de este cambio de política, el rey y la reina hicieron una declaración referente a la conveniencia del estudio de la Alquimia. Estos hechos históricos son muy extraordinarios, ¡porque hoy podría haber oro, fabricado alquímicamente, amontonado en lingotes en las bóvedas del Banco de Inglaterra! Es importante indicar que, por lo que sabemos, Inglaterra ha recibido siempre sus provisiones de oro desde países extranjeros. Resulta evidente que los soberanos de Inglaterra se dieron cuenta de que era más ventajoso controlar las reservas de oro que permitir que este oro procedente de una fuente desconocida llegara a dominar la economía del reino. Esta Acta de Casación expresa con claridad que el oro manufacturado artificialmente era realmente producido en Inglaterra, y también que su entrada estaba centralizada en el Tesoro de Sus Majestades.

Esta posibilidad de que se hubiera producido en algún momento oro artificial en Inglaterra queda demostrada por un espécimen de oro alquímico que el autor ha examinado personalmente en el Departamento de Monedas y Medallas del Museo Británico de Londres. Tiene la forma de una bala, lo cual es comprensible, dado que eso es lo que era antes de la transmutación. El registro del Museo contiene el siguiente breve encabezamiento referente a esta bala de oro:

«Oro fabricado por un alquimista a partir de una bala de plomo, en presencia del coronel MacDonald y el doctor Colquhoun, en Bupora, en el mes de octubre de 1814».

Aunque se ha perdido la información acerca de la transmutación de referencia, subsiste el hecho de que está reconocido oficialmente como un raro espécimen de oro alquímico, conservado en uno de los museos más grandes del mundo.

Johann Helvetius (1625-1709), médico del príncipe de Orange, tenía fama de haber realizado transmutaciones alquímicas de metales básicos en oro. En cierta ocasión, Porelius, el inspector general del Tesoro en Holanda, se personó en el laboratorio de Helvetius para observar su trabajo alquímico. Más tarde Porelius fue a ver al joyero Brechtel y solicitó de él que hiciera un análisis del oro de Helvetius. Después de una prueba muy severa, se halló que el oro tenía cinco gramos más que antes de la prueba.

Ahora bien: ¿qué es la transmutación? El plutonio, un elemento que no existe en la Tierra, puede ser creado por los físicos nucleares, y éste es un caso de transmutación. Una hipotética transmutación de mercurio en oro implicaría cambiar la estructura atómica del mercurio. El número de electrones, sus órbitas y la organización de los protones determinan el elemento. Resulta notable que, según la antigua Alquimia, el oro se elaborara siempre a partir del mercurio o el plomo. En la tabla periódica de los elementos, el número atómico del oro es el 79, el del mercurio, el 80, y el del plomo, el 82; en otras palabras: son vecinos. Fue Mendeleiev quien, en 1879, formuló por vez primera la tabla de los elementos y los clasificó en un orden de peso creciente según su estructura atómica. La pregunta es: ¿habían descubierto los alquimistas las tablas de los elementos antes que Mendeleiev?

Los eruditos árabes tales como Jabir, Al Razi, Farabi y Avicena, que vivieron entre los siglos VIII y XI, trajeron la ciencia de la Alquimia a la Europa Occidental. Costosos libros manuscritos fueron llevados de ciudad en ciudad. Contenían escritos cifrados y diagramas misteriosos que pocos podían leer, y menos aún, comprender. Algunos de estos manuscritos y tratados englobaban verdaderas Química y Alquimia, aunque otros incluían versiones distorsionadas de fórmulas y métodos antiguos de ningún valor práctico.

Los alquimistas vagaban de un sitio a otro practicando su arte en secreto. Era peligroso declarar la propia pericia en la transmutación de los metales viles en oro, porque los soberanos sometían a menudo al hombre hablador «a tortura, con objeto de obtener sus fórmulas alquímicas». En el Compendio de Alquimia (1471), Sir George Ripley aconsejaba a los estudiantes y practicantes de este arte «conservar los secretos dentro de sí mismos, ya que el hombre juicioso dice que conservar no es dañar».

Un pionero de la Ciencia moderna como Alberto Magno (1206-1280), el cual escribió prolijamente sobre Astronomía y Química, no sólo creía en la realidad de la transmutación alquímica, sino que incluso dictó reglas acerca de la forma de practicar el arte. Aconsejaba «evitar cuidadosamente la asociación con príncipes y nobles, y cultivar la discreción y el silencio».

Roger Bacon (¿1214? – 1294) dejó un manuscrito cifrado que el profesor Wm. R. Newbold descifró al parecer: contiene una fórmula para fabricar cobre. En la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania existe un matraz con el siguiente certificado fechado en 1.º de diciembre de 1926: «Esta retorta contiene cobre metálico elaborado según la fórmula secreta de Roger Bacon».

El gran doctor Paracelso (1493-1541) descubrió el cinc, y fue el primero en identificar el hidrógeno. La fama de Paracelso como alquimista fue tan extraordinaria, que hubo de abrirse su tumba en Salzburgo, porque corrían rumores de que, juntamente con el cadáver del médico se habían enterrado secretos alquímicos y grandes tesoros. No obstante, no se halló nada en el sepulcro. Su famosa espada, cuya empuñadura contenía la llamada piedra filosofal, había desaparecido igualmente, sin dejar huella.

Nicolás Flamel (1330-1418), notario de París, fue otro gran alquimista. En sus trabajos de iluminar documentos y manuscritos, estaba en contacto con tratantes de libros. En su Figuras jeroglíficas relata que le fue ofrecido en venta, por parte de un extranjero, a un precio razonable, un tomo muy antiguo de Abraham el Judío, y que lo compró. Flamel y su esposa Pernelle necesitaron muchos años para llegar a la conclusión de que el libro era un tratado de antigua alquimia.

Utilizando el texto, Nicolás Flamel fue capaz de conseguir su primera transmutación de media libra de mercurio en plata pura, el día 17 de enero de 1382, cuando tenía 52 años. El 25 de abril del mismo año, consiguió fabricar su primer oro alquímico.

Los ciudadanos del París del siglo XIV eran menos escépticos acerca de la capacidad de Flamel para manufacturar oro, que los parisienses de hoy. Pero tenían buenos motivos: el alquimista construyó muchos hospitales e iglesias en París durante los treinta y seis años de su provechoso trabajo alquímico. Este hecho lo admite él mismo: «En el año 1413, después del tránsito de mi fiel compañera, a la que echaré de menos durante el resto de mi vida, ella y yo habíamos fundado ya y financiado catorce hospitales en esta ciudad de París, juntamente con tres capillas, completamente nuevas, decoradas con costosos regalos y que se beneficiaban con buenas rentas, siete iglesias con numerosas reparaciones hechas a sus cementerios, así como lo que habíamos realizado en Boulogne[8], que es apenas menos que lo que hicimos aquí».

Nicolás Flamel escribe que en algunas de sus iglesias «había hecho dibujar marcos o signos procedentes del libro Abraham el Judío». Estos signos podían ser vistos realmente hace doscientos años en lugares tales como el Cementerio de los Inocentes, la iglesia de St. Jacques de la Boucherie y St. Nicolas des Champs. El Museo Cluny contiene el sepulcro de Flamel.

El libro de Abraham el Judío, probablemente no es ficticio, ya que figura inscrito en el Catalogus librorum philosophicorum hermeticorum, editado por el doctor Pierre Borelli en 1654. Borelli, evidentemente, no fue un sabio ordinario, ya que era lo bastante perspicaz como para imaginar «barcos aéreos» y los medios «por los cuales puede uno aprender la pura verdad referente a la pluralidad de mundos».

Según el doctor Borelli, el cardenal Richelieu ordenó una búsqueda de libros alquímicos en la casa y en las capillas de Flamel, búsqueda que debió de haber resultado provechosa porque, antaño, el cardenal fue visto leyendo el libro de Abraham el Judío con anotaciones hechas por Flamel en los márgenes.

El caso de George Ripley, un alquimista inglés del siglo XV, fue igualmente espectacular. Elias Ashmole, el erudito inglés del siglo XVII, que legó una colección a Oxford, conocida como el Museo Ashmoleano, cita un documento, existente en Malta, que menciona un registro de las contribuciones de cien mil libras hechas cada año por Sir George Ripley a la Orden de San Juan de Jerusalén, en Rodas, para ayudar a esta isla a luchar contra los turcos. Sería conveniente recalcar que el valor de la libra, hace quinientos años, era inmensamente superior al de la actualidad.

Otros alquimistas fabricaban, evidentemente, tanto oro, que uno de ellos se ofreció a financiar las Cruzadas, y otro, a sufragar la deuda nacional de su país. Con las crisis monetarias actuales, y con los déficits que se acumulan anualmente, los ministros de Hacienda harían bien en acudir a la Alquimia para reforzar sus reservas de oro.

El Papa Juan XXII, que promulgó una bula contra los alquimistas, ¡demostraba, sin embargo, un gran interés por este arte! Es muy posible que, después de haber leído con atención numerosos documentos confiscados sobre la Alquimia, decidiera hacer experimentos en la ciencia de la transmutación. De hecho, escribió un trabajo alquímico, Ars Transmutatoria, en el que relata cómo había trabajado sobre la piedra filosofal de Aviñón, y cómo había manufacturado alquímicamente doscientas barras de oro, cada una de ellas con un peso de un quintal métrico, es decir, cien kilogramos. Después de su muerte, en 1334, ¡se hallaron en la bóveda del tesoro papal 25 000 000 de florines[9]! El origen de esta considerable fortuna nunca pudo ser satisfactoriamente explicado, porque, en esa época de guerras, y dado el conflicto eclesiástico existente entre Aviñón y el Vaticano, las rentas papales eran escasas.

El Museo Kunsthistorisches, de Viena, contiene una prueba extraordinaria de la práctica de la Alquimia en siglos pasados. Está catalogada como un Alchimisdsches Medaillon: una medalla oval de 40x37 cm de tamaño, que pesa 7 kg. Excepto la tercera parte superior del disco, que es de plata, las otras dos terceras partes son sólido oro.

Este medallón es el protagonista de una historia excitante. En un monasterio agustino, en Austria, había, en el siglo XVI, un joven monje llamado Wenzel Seiler. El pobre se aburría con la vida del monasterio, pero, no poseyendo riquezas, no tenía forma de abandonarlo. Un anciano fraile que protegía a Wenzel le había hablado de un tesoro enterrado en el monasterio, por lo que éste se decidió a ir en su busca.

Tras largos esfuerzos, halló una vieja arca de cobre debajo de una columna. Contenía un pergamino con extraños signos y letras, y cuatro jarras de polvo rojizo. Seiler había esperado, sin embargo, hallar monedas de oro en la caja, y quedó tan desilusionado que pensó en arrojar el contenido. Pero el anciano monje se interesó por el documento e insistió en que el polvo debía ser conservado.

Finalmente, el viejo fraile llegó a la conclusión que el polvo rojo debía de ser el precioso componente transmutador de los alquimistas. Más tarde, Wenzel Seiler sustrajo un viejo plato de estaño de la cocina de la abadía, y, después de cubrirlo con el polvo rojo, lo introdujo en el fuego. ¡Como por arte de magia, el plato de estaño se convirtió rápidamente en oro sólido!

Seiler se sintió tan dichoso con el resultado del experimento, que se fue a la ciudad a vender el oro. Recibió veinte ducados por él, aunque el viejo fraile no consideró prudente que un joven monje se dedicara a vender oro. El anciano, que cayó enfermo, murió pronto, y dejó al joven fraile Wenzel como único poseedor del polvo que producía oro.

Dándose cuenta de que era incapaz de explotar su descubrimiento y escapar del monasterio sin ayuda, Wenzel confió su secreto a Francis Preyhausen, otro joven monje, y ambos hicieron planes para abandonar la abadía cuando llegara la primavera.

Con sus ducados, Wenzel compró vino para disfrutar de las visitas de su joven primo Anastasio, de Viena. Rumores acerca del plato robado, de los veinte ducados obtenidos del joyero y de botellas de vino vacías, llegaron hasta el abad, el cual llamó a Seiler para someterle a un interrogatorio. Más tarde, el abad, junto con los frailes más ancianos, acudió a la celda de Wenzel Seiler. Abrió la puerta y vio al desnudo Anastasio sobre la cama de Wenzel. ¡Al ver su anatomía, súbitamente los ancianos monjes se percataron de que Anastasio era Anastasia! Después de unos momentos embarazosos, durante los cuales la muchacha tuvo tiempo de cubrirse con una manteleta, los hombres de Dios le endilgaron un sermón sobre los peligros de su pecado.

Luego, el joven Wenzel fue flagelado y encerrado en su celda. Las cuatro preciosas jarras con el polvo rojo fueron subrepticiamente pasadas a través de los barrotes de la ventana al monje Francis, que estaba esperando en el exterior. Más tarde, Wenzel Seiler fue trasladado a una celda interior, y el futuro empezó a aparecer sombrío. No obstante, Francis Preyhausen no se estuvo quieto y cuidó de su escapatoria.

Durante un penoso viaje, los jóvenes monjes se dieron cuenta de cuán peligrosa se había vuelto su vida con el polvo mágico en sus manos. Pero Francis era más inteligente que Wenzel, y ocultó el polvo.

En Viena se procuraron la ayuda del conde Peter von Paar, un amigo del emperador Leopoldo I de Alemania, Hungría y Bohemia (1640-1705), pues el noble era un ardiente estudiante de Alquimia. Se concertó una entrevista con el emperador, el cual estaba también interesado en el antiguo arte.

En presencia de Leopoldo I, del padre Spies y del doctor Joachim Becher, el exfraile Wenzel Seiler transmutó una onza de estaño en oro puro, en el transcurso de un cuarto de hora. Una declaración escrita en este sentido fue firmada por los testigos.

La amistad del conde Von Paar no resultó ser tan sincera como había parecido en un principio: pistola en mano, obligó a Wenzel a enajenar una parte del polvo rojo. Afortunadamente para Wenzel y Francis, el noble alemán murió poco después del incidente.

El emperador Leopoldo I se convirtió posteriormente en el protector de Seiler. Junto con el conde Waldstein, el capitán de la guardia de corps, el propio emperador fabricó oro alquímico con el polvo rojo de Wenzel Seiler. En 1675, se acuñó un ducado especial con la imagen de Leopoldo I, partiendo del oro alquímico producido por el soberano. En su reverso figuraba la siguiente inscripción:

Con el polvo de Wenzel Seiler

Fui transformado de estaño en oro

Seiler realizó satisfactorios experimentos alquímicos en el Palacio de los Caballeros de San Juan, en la Kämtnerstrasse en Viena, y, por orden del conde Von Waldstein, fabricó una cadena de oro a partir del metal alquímico.

El día 16 de setiembre de 1676, el emperador nombró caballero al monje alquimista Von Rheinburg, nombre de soltera de la aristocrática madre de Seiler (en tanto que su padre no fue más que un plebeyo), y le nombró químico de la Corte.

Estando a punto de agotarse el polvo rojo, Wenzel Seiler y Leopoldo I concentraron sus esfuerzos en multiplicarlo, pero sin resultado. En 1677, una gran medalla de plata fue sumergida en el compuesto transmutador, y sólo su parte inferior se transformó en oro.

Existe una pintura del siglo XIX, realizada por el artista polaco Matejko, que describe dramáticamente una auténtica transmutación alquímica efectuada por Michael Sendivogius, en Cracovia, ante el rey Segismundo III de Polonia, a principios del siglo XVII.

La Alquimia no se limitaba sólo a fabricar oro: algunos alquimistas pretendían que producía también gemas. En tal caso, debieron de haber sido los primeros fabricantes de piedras sintéticas.

La Ciencia moderna puede transformar un terrón de antracita en un diamante de valor, pero el proceso es costoso. El doctor Willard Libby, ganador del premio Nobel, creó diamantes en 1969, por el procedimiento de introducir un bloque de grafito entre dos ingenios nucleares. El doctor E. O. Lawrence, de EE. UU., efectuó transmutaciones de una serie de elementos durante los años 40.

En 1897, el doctor Stephen H. Emmens, médico británico que vivía en Nueva York, pretendió haber descubierto un método para transmutar la plata en oro. Entre abril de 1897 y agosto de 1898, oro por valor de diez mil dólares fue vendido por el médico a la «Assay Office» de Estados Unidos, en Wall Street. El New York Herald publicó en aquella época los siguientes titulares acerca del doctor Emmens: ESTE HOMBRE FABRICA ORO Y LO VENDE AL TESORO DE LOS ESTADOS UNIDOS. La «Asay Office» admitió que compraba el oro, pero al mismo tiempo planteó la cuestión: «¿Lo manufacturaba, tal como pretendía, a partir de la plata?».

Tiene poca importancia si los alquimistas pudieron realmente o no transmutar la plata, el estaño o el plomo, en oro. Lo más significativo es el hecho de su idea de que un elemento químico podía ser transformado en otro. Hasta la llegada de Curie y Rutherford, la Ciencia había excluido esta posibilidad. En resumen: los alquimistas anticiparon nuestros conceptos científicos modernos con respecto a la esencia de la materia.

En su Interpretation of Radium, publicado en 1909, el doctor Frederick Soddy, premio Nobel, que inventó el término «isótopo» y fue el pionero de los físicos nucleares, no se burlaba precisamente de la Alquimia:

«Es curioso reflexionar, por ejemplo, acerca de la notable leyenda de la piedra filosofal, una de las creencias más antiguas y más universales, cuyo origen, a pesar de haber penetrado profundamente en la Historia del pasado, probablemente no podemos descubrir.

»A la piedra filosofal se le reconocía el poder no sólo de transmutar los metales, sino también el de actuar como el elixir de vida. Ahora bien: cualquiera que haya sido el origen de este revoltillo de ideas aparentemente sin significado, se trata realmente de una perfecta y muy poco alegórica expresión de nuestros auténticos puntos de vista actuales».

La tradición egipcia atribuía a Thoth, Hermes o Mercurio, el ser portador de la cultura que había revelado a la Humanidad las Artes Herméticas, una de las cuales era la Alquimia. Hermes o Mercurio fue también el fundador de la Medicina. Así, pues, la moderna Medicina está construida sobre la roca de la Ciencia Hermética. Es fascinante seguir el curso de la Ciencia médica desde el hechicero prehistórico, herbario, mago, sacerdote, hasta el farmacéutico y el facultativo de la vida contemporánea.