Capítulo III

LOS DESCUBRIMIENTOS CREAN PROBLEMAS

Los paleontólogos y arqueólogos han realizado una serie de curiosos hallazgos que todavía aguardan una explicación lógica. De hallarse las correspondientes respuestas, la historia del hombre aparecerá bajo una nueva perspectiva. Si los siguientes hechos están bien fundados, la civilización podría haber tenido un origen mucho más antiguo.

En unas excavaciones efectuadas en el año 1933 en Chou-kou-tien, cerca de Pekín, el doctor F. Weidenreich descubrió una serie de cráneos y esqueletos. Uno de los primeros pertenecía a un anciano europeo; otro, a una mujer joven, con una cabeza estrecha, típicamente melanesia en su estructura; un tercer cráneo fue considerado como perteneciente a una joven de rasgos característicamente esquimales. ¿Un varón europeo, una muchacha procedente de los trópicos y otra del círculo polar ártico descubiertos en la ladera de una colina china? En primer lugar, ¿cómo pudieron llegar hasta China hace 30 000 años? Este episodio de la Prehistoria es un misterio.

¿Poseía el hombre del último período glacial facilidades técnicas para enderezar un gigantesco colmillo curvado de mamut? Hasta el reciente descubrimiento de lanzas construidas con colmillos de mamut —efectuado por el doctor O. N. Bader, cerca de Vladimir, URSS—, ningún científico sospechaba que el hombre prehistórico hubiera poseído la capacidad necesaria para transformar un colmillo curvado en una serie de venablos de hueso rectos.

Los arqueólogos rusos hallaron en el mismo lugar una aguja de hueso, réplica de nuestra propia aguja de acero. Al igual que los venablos, tenía una antigüedad de 27 000 años. La fabricación de tales artilugios por el hombre de la Edad Glacial era algo totalmente inesperado e implicaba una nueva valoración de los puntos de vista acerca de la tecnología de la Edad Glacial.

Los famosos cráneos de Jericó, rellenos con arcilla y concha, representan exquisitos rostros de tipo egipcio. Han sido fechados aproximadamente en el año 6500 a. C., lo cual significa unos 1500 años antes del comienzo de la civilización egipcia. Este descubrimiento plantea muchas preguntas. ¿Fueron estas caras momificadas el resultado de un deseo de inmortalizar al hombre? Si es así, proporcionan la prueba de la existencia de la religión en un período muy primitivo. Pero el pensamiento abstracto no le llega al hombre de la noche a la mañana: exige un largo proceso. ¿De qué fuente lo recibió el pueblo de Jericó?

El profesor Luther S. Cressman, de la Universidad de Oregón, encontró en Lamos Cave, al este de Nevada, 200 pares de sandalias tejidas con fibras. Diestramente fabricadas por un artesano, estas sandalias podrían ser tomadas por modernas sandalias usadas en Saint-Tropez o Miami. Por medio de la prueba del carbono-14, se determinó su antigüedad en unos 9000 años.

He aquí un misterioso grabado en la roca, hallado cerca de Naval, Uzbekistán (Unión Soviética), Se estima que su antigüedad es de unos 3000 años Los hombres parecen llevar mascarillas de respiración. El objeto que vemos circuido por rayos, ¿podría ser un cohete espacial?

Este cráneo de uro tiene centenares de miles de años. Como sabemos, el hombre no disponía entonces de arcos ni de flechas. Sin embargo, el animal muestra en su parte central un agujero redondo, característico de las perforaciones que causan las balas, sin líneas radiales.

Un carro tirado por dragones, viajando entre las nubes. Se trata de una idea aeronáutica de la antigua China.

Los enigmáticos mapas del almirante Piri Reis, fechados en 1513 y 1528. Muestran la Antártida (no descubierta aún) así como ríos inexplorados de Sudamérica. La fuente original de estos mapas se remonta a la época de Alejandro Magno.

En la antigua India se tenían nociones de aviación, según sugiere este bajorrelieve.

Pero, estas sandalias son realmente recientes cuando se las compara con la huella de calzado descubierta en una veta de carbón en el Cañón del Pescador, Pershing County, también en Nevada. La impresión de la suela es tan clara, que son visibles las huellas de una fibra dura. La edad de esta huella de pie se estima aproximadamente en unos 15 millones de años. Sin embargo, el hombre no debía aparecer hasta 13 millones de años más tarde. En otras palabras: según la opinión general, el hombre primitivo apareció hace unos 2 millones de años, pero ¡sólo empezó a llevar zapatos hace unos 25 000 años! ¿A quién pertenecía esta pisada?

El doctor Chow Ming Chen efectuó un descubrimiento similar en el desierto de Gobi, en el año 1959. Se trataba de una perfecta impresión de una suela ribeteada sobre la piedra arenisca, y se calculaba que tenía una antigüedad de millones de años. La expedición no pudo explicar este hecho.

Las pinturas rupestres de Brandberg, en el sudoeste de África, representan figuras de bosquimanos juntamente con las de mujeres blancas. Los exactos perfiles europeos de estas últimas están pintados con un tinte claro, y el cabello aparece de color rojo o amarillo. Las muchachas se adornan con joyas y un elaborado tocado de conchas o piedras. Las atractivas y jóvenes cazadoras llevan arcos y bolsas de agua en sus pechos. Calzan también zapatos, en tanto que los negros no. Algunos arqueólogos consideran que estas jóvenes eran audaces viajeras que llegaron desde Creta o Egipto, hace 3500 años. No obstante, hay algo peculiar en estas muchachas blancas. Parecen capsienses procedentes del Norte de África, quienes vivieron hace unos 12 000 años. Ambas tienen los mismos largos torsos, arcos, tocados, y franjas en forma de ligas en las piernas.

La Dama Blanca de Brandberg, estudiada por el abate Henri Breuil, es una pieza maestra. Por su vestido y por el hecho de llevar una flor en la mano, se parece a una muchacha torera de Creta. Pero, por alguna razón, ni los leopardos ni los hipopótamos figuran en las pinturas de ésta galería de arte. Dichos animales no existían hace mucho tiempo en esta parte de África, en tanto que son corrientes en la actualidad.

Esta circunstancia hace pensar en la posibilidad de que pudiera ser más remota la época de las amazonas blancas en África.

En un acantilado rocoso al este de Alice Springs, en el corazón de Australia, Michael Terry descubrió, en 1962, una talla del extinto Nototherium mitchelli. Este animal, tipo rinoceronte, desapareció hace unos 2500 años atrás. En el mismo lugar halló seis tallas de lo que podrían considerarse cabezas de morueco. Éstas le recordaron las pinturas asirias del morueco.

Un ser humano de aproximadamente dos metros de estatura aparecía entre las enigmáticas imágenes de la roca. Las piernas y muslos anchos, y una mitra, parecida a las utilizadas por los faraones, daban a la figura un aspecto completamente distinto de las representaciones estilizadas de la forma humana pintadas por los aborígenes australianos. Aunque la figura aparece en una posición horizontal, está de pie, como si caminase por una pared hacia abajo.

De forma que aquí tenemos otro misterio: tallas del extinguido rinoceronte australiano, el morueco, desconocido en Australia hasta la llegada de los ingleses, y un hombre, no australiano, con una tiara babilónica o egipcia. Las señales de la erosión en la escultura de la roca indican su gran antigüedad. ¿Consiguió el hombre del Próximo Oriente o de Asia alcanzar la Australia Central en la Antigüedad? Y, en tal caso, ¿por qué medios? Parece que deberían ser revisados nuestros puntos de vista acerca de la extensión de los viajes del hombre primitivo.

Dado que el hombre es un desarrollo evolutivo reciente (aproximadamente dos millones de años), su coexistencia con monstruos que vivieron hace miles o incluso millones de años se considera imposible por parte de la Ciencia.

No obstante, el profesor Denis Saurat, de Francia, ha identificado las cabezas de animales que figuran en el calendario de Tiahuanaco, en Sudamérica, como pertenecientes a toxodones, animales prehistóricos que vivieron en el período terciario, hace muchos millones de años[2]. Según el escritor y arqueólogo americano A. Hyatt Verrill, las cerámicas Cocle de Panamá representan un lagarto volador que se parece mucho al pterodáctilo que vivió eones de tiempo antes que el hombre[3].

En 1924, la expedición científica Doheny descubrió en el cañón de Hava Supai, en el Norte de Arizona, tallada en la roca, una figura que se parecía extraordinariamente al extinguido tiranosaurio erguido sobre sus patas traseras. En otra escultura rupestre, en Big Sandy River, Oregón, el escultor prehistórico dejó el retrato de un estegosauro, una criatura que vivió antes de la aparición del hombre sobre nuestro planeta.

Los dibujos, ejecutados rascando la piedra arenisca roja con un pedernal, muestran señales de gran antigüedad. La existencia de los artistas debió de ser contemporánea a la de los monstruos prehistóricos; de otro modo, ¿cómo podía el hombre primitivo dibujar bestias que no había visto jamás? Naturalmente, estos hechos imposibles amenazan dar al traste con toda la estructura de la Antropología.

Alrededor de 1920, el profesor Julio Tello halló unos recipientes en el distrito de Nasca, cerca de Pisco, Perú. Quedó sorprendido por las figuras de llamas pintadas en los vasos, ya que los animales mostraban cinco dedos. Actualmente la llama tiene sólo dos dedos, pero, en un primitivo período evolutivo, hace decenas de miles de años, poseía cinco. Y esto no es una simple conjetura, porque en la misma región se han descubierto esqueletos de llamas prehistóricas con cinco dedos.

El descubrimiento de esculturas megalíticas en Marcahuasi por el doctor Daniel Ruzo, en 1952, fue de importancia fundamental. Marcahuasi, situado a unos 80 kilómetros al nordeste de Lima, Perú, es una meseta que tiene una altitud de 4000 metros, donde el aire es frío, y difícilmente crece nada entre las piedras graníticas.

Al penetrar en un anfiteatro de la roca, Ruzo se halló de pronto ante enormes figuras de personas y animales esculpidas en la piedra. Aparecieron ante él caras caucasianas, negras y semíticas. Leones, vacas, elefantes y camellos, que nunca habían vivido en las Américas, maravillaron al doctor Ruzo. Pudo reconocer al Amphichelydia, un extinguido antepasado de la tortuga, conocido sólo gracias a sus restos fósiles. Las imágenes del caballo planteaban una cuestión candente. ¿Acaso el escultor era contemporáneo del caballo americano? La circunstancia de que el caballo desapareció de América hace unos 9000 años proporcionaba una fecha definitiva para estos antiguos trabajos de esculturas. El caballo reapareció en el Nuevo Mundo solamente en el siglo XVI, cuando los conquistadores lo llevaron desde España.

Analizando el blanco porfirio diorítico, a partir del cual se habían esculpido las cabezas, los geólogos llegaron a la conclusión de que la piedra habría necesitado al menos diez mil años para adquirir el tinte grisáceo que mostraba al ser cortada.

Los misteriosos escultores de estos gigantescos monumentos conocían las leyes de la perspectiva y la óptica. Algunas figuras pueden verse al mediodía, otras en otros momentos del día, desvaneciéndose a medida que las sombras progresan. Hallar un museo de diez mil años de antigüedad donde se exhibían animales que, o bien nunca habían vivido en Sudamérica, o se habían extinguido hacía decenas de miles de años, juntamente con retratos esculpidos de hombres negros y blancos que vinieron al Nuevo Mundo dentro de los últimos 500 años, representaban un desafío para la Ciencia ortodoxa. El doctor Daniel Ruzo leyó una comunicación al respecto en la Universidad de la Sorbona y otras instituciones científicas. Aunque los círculos oficiales —por haber visto las fotografías de estas esculturas— difícilmente podían negar el hecho de este sorprendente descubrimiento, pusieron, no obstante, en duda, la teoría de Ruzo de que otras razas, además de la india cobriza, habían vivido en América del Sur. Sin embargo, fueran quienes fuesen los escultores rupestres, no puede ponerse en duda su coexistencia con animales extinguidos.

También por los años 50 se realizó un extraño hallazgo en Costa Rica. Se descubrieron, esparcidas en la jungla, centenares de esferas perfectamente modeladas, hechas con piedra volcánica. El tamaño oscilaba desde dos metros y medio hasta unos pocos centímetros. Algunas de las más grandes pesaban seis toneladas. Globos similares han sido localizados también en Guatemala y México, pero no en ningún otro lugar del mundo[4]. Estas bolas plantearon muchas preguntas. ¿Qué antigua raza pudo haberlas cincelado y pulimentado tan perfectamente? Las dificultades técnicas para fabricar estas esferas y transportarlas hasta los lugares escogidos deberían de haber sido enormes. ¿Cuál era el objetivo de estas bolas de piedra? ¿O acaso son formaciones geológicas naturales, como pretenden algunos científicos? Algunas de estas esferas descansan en plataformas de piedras, lo cual parece indicar que fueron situadas allí por alguna razón. Muchas están dispuestas en racimos, en líneas rectas o en dirección Norte-Sur. Aparece una indicación de una pauta geométrica, ya que algunos grupos forman triángulos, cuadrados o círculos. Se ha sugerido que estos indicadores megalíticos podían tener algún significado astronómico. Sería interesante dibujar un gráfico completo que mostrara la situación de estos globos y ver luego si existía alguna semejanza con las constelaciones del mapa celeste. Sin embargo, existe una teoría alternativa: la de que las bolas de piedra fueron utilizadas para la observación astronómica, a la manera de los megalitos de Stonehenge.

Las gigantescas cabezas de piedras de los olmecas halladas en La Venta, Tres Zapotes y otros lugares de México, pueden ser clasificadas como artefactos de un tipo similar. Estas colosales cabezas esculpidas en basalto negro tienen una altura de 1,50 a 3 metros, y sus pesos oscilan desde 5 hasta 40 toneladas. Están colocadas en plataformas de piedra, precisamente como las esferas descritas más arriba. Las canteras de basalto más cercanas se hallan a una distancia de 50 a 100 kilómetros. ¿Cómo, un pueblo que no disponía de vehículos con ruedas o de animales de carga, podía transportar estas enormes masas de roca a través de pantanos y selvas hasta los lugares elegidos? Las inmensas caras de La Venta y San Lorenzo han sido fechadas en el año 1200 a. C., lo que constituye otra sorpresa para los historiadores de la Ciencia.

Pero dejemos aparte las cabezas de piedra y hablemos de cráneos auténticos. En el piso bajo del Museo de Historia Natural, en Londres, se exhibe un cráneo humano. Procede de una caverna del Norte de Rhodesia, y tiene un agujero completamente redondo en su lado izquierdo. No aparecen grietas radiales, que son corrientes cuando se causa una herida con un arma arrojadiza. El lado derecho del cráneo está destrozado. Los cráneos de los soldados muertos por un disparo de rifle tienen un aspecto idéntico. El cráneo pertenece a un hombre que vivió hace unos 40 000 años, en un tiempo en que no se fabricaban los fusiles. Una flecha no podría haber producido un agujero tan perfectamente redondo en el lado izquierdo del cerebro y destrozado el lado derecho.

El Museo Paleontológico de la URSS posee un cráneo de un uro que tiene una antigüedad de centenares de miles de años. Muestra un limpio agujero redondo en su parte frontal, y la prueba científica demostró que, aunque el cráneo había sido perforado, el cerebro no resultó afectado, y la herida del animal sanó. En un remoto pasado, el hombre-mono estaba, se supone, armado sólo de mazas. El agujero, perfectamente redondo, sin líneas radiales, se parece al que produce un proyectil balístico. La pregunta es: ¿Quién mató al uro?

Un meteorito de forma poco corriente, hallado cerca de Eaton, Colorado, creó un enigma. El análisis realizado por el experto americano en meteoritos H. H. Nininger indicaba que el objeto estaba compuesto de una aleación de cobre, plomo y cinc, es decir, latón, el cual no existe en la Naturaleza. El meteorito no podía haber sido un «residuo espacial», porque cayó en 1931.

En el siglo XVI, los conquistadores españoles descubrieron un clavo de hierro, de 18 cm, sólidamente incrustado en la roca, en una mina del Perú. Se ha calculado que la roca tenía una antigüedad de decenas de miles de años. Dado que el hierro era desconocido para los indios americanos hasta la llegada de los conquistadores, uno se pregunta a quién pertenecía este clavo. El virrey español don Francisco de Toledo guardó en su estudio, como un recuerdo, este misterioso clavo[5].

Según el Times londinense del día 24 de diciembre de 1851, Mr. Hiram de Witt halló una pieza de cuarzo aurífero en California. Al caerle al suelo accidentalmente, mostró en su interior un clavo de hierro con una cabeza perfecta. Aproximadamente por la misma época, Sir David Brewster dirigió una comunicación a la Asociación Británica para el Adelanto de la Ciencia, que causó gran sensación. Un bloque de piedra de la cantera Kingoodie, en el Norte de Inglaterra, contenía un clavo cuya punta estaba corroída. Pero al menos una pulgada de él, incluyendo la cabeza, permanecía incrustado en la roca. Debido a la gran antigüedad de los estratos geológicos en que fueron hallados estos clavos, la identidad de sus constructores sigue constituyendo un misterio.

En 1885, en la fundición de Isidor Braun de Vöcklabruck, Austria, se rompió un bloque de carbón, y de él cayó un pequeño cubo de acero, de 67 X 47 mm. Mostraba una profunda incisión a su alrededor, y los bordes estaban redondeados en dos lados. Únicamente manos humanas podían haber hecho esto. El hijo de Braun envió el objeto al Museo de Linz, pero en el transcurso de las décadas se perdió. No obstante, se ha guardado un modelo de dicho cubo en el Museo de Linz. Revistas contemporáneas, tales como Nature (Londres, noviembre de 1886), o L’Astronomie (París, 1887) publicaron artículos acerca de este extraño hallazgo. Algunos científicos se esforzaron en definirlo como un meteorito procedente del período carbonífero terciario. Otros solicitaban una explicación para la fisura existente alrededor del cubo, su perfecta forma y sus bordes redondeados, y pretendían que su origen era artificial. La discusión no ha concluido aún.

Estas dudas no pueden ser resueltas a menos que revisemos nuestra Prehistoria. Los hechos reunidos aquí apuntan a la existencia de una tecnología en lo que hemos supuesto como la aurora de la Humanidad. Dos teorías pueden explicar los artefactos descritos en este capítulo: o bien existió algún tipo de civilización tecnológica en un pasado remoto, o la Tierra ha sido visitada por seres procedentes de otros mundos estelares.

La verdadera importancia de los múltiples objetos exhibidos en los museos puede haber escapado a nuestra comprensión. Estos criptogramas en mármol, piedra, madera o bronce, pueden esconder un significativo mensaje. En 1946, la Institución Carnegie informó de un hallazgo arqueológico realizado en Kaminaljuyu, Guatemala: una peculiar figurilla —de 32 cm de longitud— de un hongo que mostraba en su raíz una cara humana con los ojos dilatados.

El significado de este objeto era oscuro. Pero cuando se hubieron estudiado los relatos españoles acerca de los hongos sagrados y de su uso por los sacerdotes mexicanos, los experimentadores decidieron probar con estos hongos. Descubrieron que desencadenaban un estado de trance narcótico, con visiones psicodélicas. La figurilla representaba simbólicamente toda esta historia.

El nacimiento de la Metalurgia, la Química, la Medicina, la Física, la Astronomía, la Tecnología y otros formidables logros de los antiguos se esbozará en los capítulos siguientes.