Capítulo II

INNOVACIONES EN LA ANTIGÜEDAD

Los logros de la Ciencia moderna son extraordinarios; pero con nuestra civilización de naves espaciales, rascacielos, drogas maravillosas y reactores atómicos, estamos propensos a minimizar las realizaciones científicas de los antiguos.

La gente de épocas primitivas tenía ya muchos de los problemas con que nos enfrentamos hoy, y en ocasiones los resolvían casi del mismo modo. Por ejemplo, los antiguos romanos cambiaban, en algunas calles importantes, la dirección del tráfico durante las horas punta. La ciudad de Pompeya se servía de gesticulantes policías de tráfico para solucionar el problema de la congestión. Rótulos indicadores de las calles se utilizaban ya en Babilonia hace más de 2500 años, con algunos nombres curiosos, tales como, por ejemplo, la Calle que ningún enemigo puede pisar. En Nínive, la capital de Asiria, aparecía la siguiente: Prohibición de aparcamiento: Carretera Real — Prohibido obstruirla. Las señales eran en verdad más eficaces que las nuestras, ¡porque, en lugar de una notificación de multa, el conductor del carro recibía una sentencia de muerte!

La antigua ciudad de Antioquía fue el lugar en que pudo contemplar la primera calle iluminada de la Historia. Los aztecas mantenían permanentemente un listón coloreado en la calle pavimentada, con objeto de dividir el tráfico en dos líneas. Nuestras calles y carreteras, por lo general, tienen sólo líneas pintadas para separar las direcciones del tráfico.

Herón, un ingeniero de Alejandría, construyó una máquina de vapor que implicaba tanto los principios de la turbina como los de la propulsión a chorro. De no haber sido por los repetidos incendios de la Biblioteca de Alejandría, podríamos haber conocido la historia del carro de vapor existente en Egipto. Al menos, sabemos que Herón inventó una especie de cuentakilómetros que registraba la distancia recorrida por un vehículo.

Las excavaciones de Mohenjo Daro, Harappa y Kalibanga, en el Pakistán y la India, han puesto de manifiesto el sorprendente hecho de que hace 4500 años existió un sistema de planificación ciudadana. Las calles de estas antiguas ciudades eran rectas, y los bloques, rectangulares. Se descubrió también un suministro de agua y un sistema de desagüe, muy bien organizados.

Los ladrillos con que se construían estas ciudades estaban cocidos al fuego. Debido a su solidez, fueron utilizados por los británicos en la construcción del lecho del ferrocarril en la línea Karachi-Lahore, hace más de cien años. Es notable, asimismo, el hecho de que estos ladrillos se manufacturan todavía en la actualidad en el área de Mohenjo Daro, de acuerdo con los prototipos procedentes de las ruinas. Esto demuestra que la tecnología había alcanzado una cúspide en el distante e insospechado pasado de la India, y que, por alguna razón, no progresó ulteriormente. A partir de entonces, todo se redujo a una imitación de las viejas técnicas.

La calefacción central o por medio de agua caliente fue inventada, a principios del siglo XVII, por Bonnemain, y perfeccionada por Duvoir. No obstante, 4000 años antes de estos inventores europeos, los coreanos acaudalados tenían habitaciones primaverales calentadas con aire caliente que circulaba por tuberías instaladas en el subsuelo. Los antiguos romanos utilizaban una calefacción de tipo similar. Durante la Edad Media se olvidaron los procedimientos científicos de la Antigüedad, y los europeos tuvieron que resignarse a temblar de frío durante muchos siglos.

La ciudad prehistórica de Catal Huyuk, en Turquía, tiene una antigüedad de 8500 años. Pues bien: en sus ruinas se han hallado trozos de alfombras de una calidad tan inmejorable que pueden compararse favorablemente con las más hermosas que se tejen en la actualidad. Ningún sabio del siglo pasado habría atribuido semejante edad a tales alfombras.

La hermosa cabeza de la reina sumeria Shub-ad, exhibida en el Museo Británico, demuestra que, en la Antigüedad, las personas se parecían mucho a nosotros. La encantadora joven lleva una peluca sorprendentemente moderna, amplios pendientes y collar. Esta sofisticada muchacha, que utilizaba cosméticos, peluca y joyas caras, murió en un suicidio ritual en el año 2900 a. C., 2150 años antes de que Moisés comenzara sus escritos.

Por alguna razón, en el antiguo Egipto, el nivel de calidad de la joyería, al igual que el de la arquitectura, fue superior en los períodos primitivos. Los anillos, collares, pendientes, diademas y coronas de la V-XII dinastía[1] exhibidos en el Museo de El Cairo y en el Museo Metropolitano de Nueva York, están más perfectamente acabados y son más hermosos que los de las dinastías posteriores. Entre las pirámides de Egipto, las primeras estructuras son superiores en cuanto a la calidad de su ejecución. La curva del progreso inició un notorio descenso en Egipto alrededor del año 1600 a. C.

Por extraño que parezca, los estratos inferiores de Mohenjo Daro muestran instrumentos de una calidad superior y una joyería más refinada que los de las capas superiores.

Debido a la situación política en el Oriente Medio, el canal de Suez está cerrado actualmente. Es muy poco conocido el hecho de que el canal no es realmente una idea nueva. Su construcción fue comenzada durante el reinado del faraón Necho (609-593 a. C.) y completada por el conquistador persa Darío después de la muerte del soberano egipcio. En el transcurso de los siglos, las arenas de Arabia obstruyeron el canal. Sin embargo, los árabes lo dragaron y abrieron a la navegación en el siglo VII de nuestra era. Al no ser debidamente mantenido, fue pronto bloqueado de nuevo por las arenas, y hasta el año 1869 quedó cortada toda comunicación entre el Mediterráneo y el mar Rojo.

Al igual que la historia del canal de Suez, la de la navegación contiene una serie de páginas interesantes. Las modernas compañías italianas de navegación deben de haber obtenido la idea de los lujosos buques de línea de los antiguos romanos: dos naves romanas, halladas en la década de 1920 en el fondo del lago Nemi en Italia, fueron restauradas entre los años 1927 y 1932. Los buques eran grandes y amplios, con cuatro líneas de remeros. Estaba prevista la acomodación de 120 pasajeros en 30 camarotes, con cuatro literas en cada uno, y adecuados departamentos para el equipaje. Los barcos estaban ricamente decorados: suelos de mosaico, que describían escenas de la Ilíada, paredes hechas con paneles de ciprés y pinturas que adornaban la sala de estar y la biblioteca. Un reloj de sol, en el techo, indicaba la hora, y se cree que una pequeña orquesta entretenía a los pasajeros en el salón.

A popa había un gran restaurante, con su correspondiente cocina. Los pasajeros disfrutaban de pan recién cocido para los desayunos, y las minutas de las comidas podían compararse, en cuanto a suculencia, con la decoración del comedor. Algunos hallazgos son sorprendentes: cacerolas de cobre, que proporcionaban agua caliente para los baños, y lampistería absolutamente moderna, especialmente las cañerías y los grifos de bronce. ¡Siglos después, Colón y Magallanes no habrían siquiera soñado con tales barcos!

Los patricios romanos que viajaban en cruceros de placer a través del Mediterráneo, disfrutaban, en verdad, de la dolce vita. Por un extraño capricho de la fatalidad, estos dos buques romanos fueron destruidos no por Cartago, sino por los bombarderos alemanes, en los últimos tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Evidentemente, sus realistas contornos engañaron a los experimentados pilotos, haciéndoles creer que se trataba de lanchones en construcción.

Según las crónicas chinas, el erudito budista Fa-hien regresó de la India en los alrededores del año 500 de nuestra era. Navegó directamente desde Ceilán hasta Java, y luego, al Norte de China, a través del mar de la China. El buque transportaba más de doscientos pasajeros, con su equipaje, y era más grande que los barcos de Vasco da Gama, que cruzaron el océano Indico unos mil años más tarde.

En un documento llamado «Fusang», que forma parte de los anales del Imperio chino, el sacerdote budista chino Hoeishin relató, allá por el año 499 de nuestra era, la historia de sus viajes a tierras lejanas. El país a donde el monje llegó, después de cruzar el Pacífico, se cree que era la América Central. Un hecho comprobado es que, en el curso del último siglo, un junco pirata chino alcanzó California. Acostumbraba ser exhibido en la isla Catalina, cerca de Los Ángeles.

En 1815 fue hallado cerca de Santa Bárbara, California, un junco japonés que estuvo navegando a la deriva, a través del océano Pacífico, durante diecisiete meses. Por milagro, sobrevivía un marinero. Después de todo, la historia de Hoieshin podría ser cierta.

La Gran Muralla de China es el muro más largo que jamás se haya construido sobre el haz de la Tierra. Fue levantada por tres millones de obreros, en un plazo de 37 años, hace, aproximadamente, 22 siglos. La longitud del muro es de 2414 kilómetros, y se eleva desde 6 hasta 15 metros sobre el nivel del suelo. El muro es suficientemente ancho para permitir una línea de vehículos en cada dirección.

En el año 3100 a. C., el rey Menes de Egipto elaboró un vasto plan de ingeniería para desviar el curso del Nilo, con objeto de construir su capital de Menfis. Ninguna nación había intentado nunca llevar a cabo un proyecto tan gigantesco como aquél.

Aunque los adminículos sanitarios de porcelana no constituyen necesariamente una prueba de elevada cultura, demuestran la presencia de una tecnología y un estado sanitario desarrollados. Hace sólo 200 años brillaban por su absoluta ausencia. No obstante, 4000 años atrás eran corrientes en la ciudad de Cnosos, en Creta, los baños privados, con un sistema central de desagüe y cañerías de cerámica.

Las habitaciones del palacio de Minos estaban ventiladas por chimeneas de aire. Con sus habitaciones acondicionadas y sus excelentes baños y servicios, el palacio no era sólo «moderno», sino también grande, tan grande como el palacio de Buckingham.

En Chan Chan, la capital del Imperio chimú, en Sudamérica, que floreció entre los siglos XI-XV, se han descubierto cañerías para el agua caliente y fría en baños decorados con azulejos. Esta realización tecnológica no existía en Europa en tiempo de Ricardo Corazón de León o Juana de Arco.

Los antiguos poemas épicos de la India describen realizaciones científicas de los primeros pobladores de la tierra del Ganges. Estos relatos, cuando se comprueba el ingenio de los artífices orientales, dejan de ser simples leyendas.

Las pinturas de la cueva de Ajanta, cerca de Bombay, son admiradas por los turistas extranjeros y por los visitantes indios. Mucho se ha escrito acerca de la excelencia de estos trabajos artísticos, pero poco se ha revelado acerca de las pinturas luminosas utilizadas en estos murales. En una de las catacumbas del siglo VI existe una pintura que muestra un grupo de mujeres, portadoras de presentes. Cuando la luz eléctrica está encendida, la hermosa pintura carece de perspectiva. Pero cuando el guía apaga las luces, y los espectadores permanecen en la oscuridad durante unos pocos minutos, hasta que sus ojos se acostumbran a ella gradualmente, las figuras de la pared parecen volverse tridimensionales, como si estuviesen hechas en mármol. Este fantástico efecto fue obtenido por el antiguo artista, gracias al inteligente empleo de pinturas luminosas, cuyo secreto se ha perdido para siempre.

En un templo del siglo XII, en Halebid, Mysore, puede admirarse una serie de columnas de esteatita. En uno de estos pilares de piedra, de acabado rugoso, existen unas franjas pulimentadas. Cuando una persona mira a su superficie, lisa como un espejo, puede ver dos imágenes reflejadas al mismo tiempo: uno se ve a sí mismo en posición erecta y en posición invertida. El desconocido artesano debió de haber estudiado óptica, para lograr un efecto tan extraordinario. En la ciudad de Ahmedabad, Gujerat, existen dos minaretes del siglo XI ante los cuales se yergue un arco con una lacónica inscripción: «Torres balanceantes. Secreto desconocido». La altura de los minaretes es de 23 metros, y la distancia entre ellos, de 8. Mientras un grupo de visitantes llega a la cima de una torre, el guía asciende hasta el balcón de la otra, se agarra a la barandilla y empieza a balancear su minarete. Inmediatamente la otra torre comienza a oscilar, con la consiguiente diversión o alarma de los visitantes. Estos notables efectos demuestran que las raíces de la Ciencia se hunden profundamente en el pasado.

En la Casa de los cuatro estilos, en las ruinas de Pompeya, se descubrió, en 1938, una estatuilla de mármol de la diosa india Lakshmi, lo cual parece significar que Roma debió de mantener lazos comerciales y culturales con la India.

Si, al igual que el autor, ha viajado usted y visto las tiendas de Madrás y Bombay, repletas de saris coloreados, podría sorprenderse al saber que, durante los reinados de Vespasiano y Diocleciano, se vendían en Roma productos textiles procedentes de la India, aunque tan sólo podían proporcionárselos las personas muy acaudaladas. Por las sedas, brocados, muselinas y tejido de oro importados de la India, Roma desembolsaba anualmente una suma considerable: tal vez el equivalente de cuarenta millones de dólares.

La seda, producida en China desde el año 2640 a. C., fue importada a la antigua Roma en el siglo I de nuestra era. Debido a la enorme distancia y a los riesgos inherentes a su transporte, la adquirían los romanos a precios astronómicos.

Una de las siete maravillas del mundo antiguo fue el faro de Alejandría, de 135 metros de altura, situado en la isla de Pharos y construido en mármol blanco. La torre tenía un espejo movible que, durante la noche, proyectaba su luz de forma que podía ser vista desde una distancia de 400 kilómetros. De día se utilizaba la luz solar, y de noche, el fuego. El faro existió desde el año 250 a. C. hasta el 1326 de nuestra era, en que un terremoto lo destruyó.

Estas realizaciones de los pueblos de la Antigüedad no fueron superadas en los siglos posteriores. En la Edad Media experimentó la Humanidad una regresión en cuanto a progreso científico, y sólo durante los últimos 300 años empezó la ciencia a recobrarse de nuevo.

Ninguna raza ha construido nunca 5000 kilómetros de carretera tal como lo hicieron los habitantes del Perú, que cruzaron cañones y perforaron montañas con túneles que todavía se utilizan hoy.

La primera carta de navegación y el primer barco fueron construidos por los sumerios 4000 años antes de nuestra era. El siguiente gran salto, en cuanto a medios de transporte, se dio sólo en 1802 al inventarse el buque de vapor; más tarde, en 1825, lo siguió el tren. Esta aceleración en la tecnología y el transporte llegó a la cúspide con la invención del aeroplano, en 1903, y la primera nave espacial tripulada, en 1961.

Después del viaje a la Luna del Apolo VIII, el New York Times atribuye el verdadero mérito de este hecho histórico a «los hombres de muchos países y centurias: Euclides, Arquímedes, Newton, Kepler, Copérnico, Tsilkovski, Oberth, Godard y muchos otros». Es sensato considerar a esta luz semejantes logros, porque detrás de nuestros científicos atómicos sigue estando Demócrito. Nuestra aviación y nuestros ingenieros astronáuticos tuvieron un predecesor en la Antigüedad: Herón, con su propulsión a chorro. En pos de nuestros pinitos cibernéticos se halla Dédalo, con sus autómatas y sus robots. Hay, pues, que buscar el origen de la Ciencia moderna en la más remota antigüedad.