Centenares de intelectos, pasados y presentes, desempeñaron una parte en este libro. El autor actuó meramente como un director de orquesta. Sus músicos fueron los escritores clásicos, los sacerdotes del antiguo Egipto, Babilonia, India y México, los filósofos de la antigua Grecia y China, los eruditos de la Edad Media y, finalmente, los científicos modernos. El tema de su composición es la Génesis del Conocimiento y sus periódicos crescendos y diminuendos en la Historia.
Tres objetivos se buscan en este trabajo:
«La civilización es más antigua de lo que suponemos», es la tesis principal de este tratado.
Con el progreso de la Ciencia, el concepto del tamaño y edad del Universo ha cambiado radicalmente en los últimos cuatrocientos años. Hombres perspicaces, tales como Bruno, Galileo y Darwin, desafiaron a sus contemporáneos de mente estrecha y afirmaron que el mundo era mayor y más antiguo de lo que el hombre había creído. Hace doscientos años, el naturalista francés Buffon calculó la edad de la Tierra. Creyó que nuestro planeta se había enfriado hace 35 000 años, y que la vida apareció aproximadamente unos 15 000 años atrás. Esta cronología del erudito francés era más racional que la creencia general existente en Inglaterra —por el tiempo de la coronación de la reina Victoria, en 1837— de que la Tierra y el hombre habían sido creados en el año 4004 a. C.
Pero la Geología y el darvinismo desacreditaron este concepto medieval, y veinticinco años más tarde, Lord Kelvin añadió diez millones de años a la edad terrestre. Gracias a técnicas perfeccionadas, la edad de la corteza terrestre ha sido determinada en unos 3300 millones de años, en tanto que la del planeta en conjunto se calcula en 4600 millones de años. ¡En sólo 200 años, la edad de la susodicha corteza de nuestro planeta había ascendido desde 35 000 a 3 300 000 000 de años!
Pocas décadas atrás, se consideraba que el hombre había aparecido hace 600 000 años. Nuevos hallazgos en el sur y el este de África, ampliaron el lapso de existencia del Homo sapiens a dos millones de años. El último descubrimiento de dientes y mandíbulas antropoides en el sur de Etiopía, efectuado por el antropólogo de Chicago F. Clark Howell, en 1969, confirma esta cifra.
Una tendencia a retrasar el origen de la civilización ha sido igualmente notable en el campo de la Historia. Antes de Schliemann, ningún sabio en Europa podía concebir que Troya hubiera existido en una época tan remota como el año 2800 a. C. Con anterioridad a las excavaciones de Evans en Creta, ningún historiador tenía la audacia de imaginar una cultura cretense 2500 años antes de nuestra era. Hace cuatro décadas no había ningún erudito en el mundo que se atreviera a admitir una elevada civilización, en el valle del Indo, contemporánea de las primeras dinastías de Egipto. ¿Cuántos eruditos había, hace un cuarto de siglo, que aceptaran la idea de que las civilizaciones de América Central hubieran tenido una existencia ininterrumpida durante 4000 años? No obstante, las ruinas de la ciudad de Dzibilchatun, en el Yucatán, son mudo testigo de esta verdad.
A partir de los ejemplos antes mencionados, se deduce la razonable conclusión de que el origen del hombre y la aparición de la civilización pudieran ser menos recientes de lo que actualmente se acepta.
La gran cantidad de datos históricos ofrecida en este libro demuestra la presencia de una ciencia arcaica en el pasado. Pero ¿quiénes fueron los maestros de los antiguos egipcios, babilonios y griegos, de los cuales recibimos nosotros un bagaje de conocimientos a través de los árabes?
Sobrecogidos por las maravillas de nuestra tecnología y nuestra Ciencia, estamos perdiendo contacto con la gente de épocas primitivas a las que tanto debemos.
El hombre está civilizado sólo cuando recuerda su ayer y especula sobre su mañana. El primate empezó a separarse del reino animal cuando desarrolló un cerebro superior y una postura erecta. Se convirtió en un verdadero hombre al aventurarse en el campo del pensamiento abstracto: Religión, Matemáticas, Arte y Música.
El verdadero criterio del crecimiento del hombre es su capacidad para remontarse al mundo de las ideas, es decir, para apreciar la belleza, para distinguir lo correcto y lo equivocado, para hacer abstracciones. Hasta que alcanzó ese nivel, el hombre sólo fue un eslabón entre los cuadrúpedos y los bípedos.
La Ciencia, es decir, la observación empírica del mundo que nos rodea, y la Filosofía, o sea, la formulación de generalizaciones, han ayudado al hombre a llegar a perspectivas más correctas referentes al Universo.
La historia de la civilización es la historia del ascenso del hombre al mundo mental. Fue William Prescott, el gran americanista, quien dijo: «Una nación puede desaparecer y dejar únicamente el recuerdo de su existencia; pero los datos científicos que haya cosechado perdurarán siempre».
¿Ha paseado usted, como el autor, alrededor de las pirámides de Gizeh, y se ha sobrecogido ante el gigantesco tamaño de las piedras que forman su estructura, y asombrado por la delgadez de las junturas existentes entre ellas?
¿Se ha detenido usted, en la ciudad de México, ante las pinturas de Quetzalcóatl, divinidad que vuela en una nave alada, y se ha estremecido por esta prehistórica noción de la aviación?
¿Ha contemplado canoas provistas de estabilizadores en el Pacífico, y admirado a los morenos isleños que han estado realizando viajes oceánicos durante millares de años?
¿Ha deambulado por la dormida ciudad de Pompeya y examinado los ladrillos elaborados con arena incrustada, parecidos al moderno hormigón, que fabricaban los esclavos romanos?
¿Ha visitado usted el santuario existente en el interior de la colosal estatua de bronce de Buda, en Kamakura, Japón, y se ha maravillado de la destreza de los metalúrgicos japoneses de hace 700 años?
¿Ha paseado alrededor de los megalitos de Stonehenge e intentado resolver un enigma? (¿De qué modo unos hombres que vestían pieles podrían haber diseñado y construido esta computadora en piedra?)
Si lo ha hecho, querrá entonces seguir al autor en un viaje turístico a la tierra del pasado. Este libro trata acerca de personas reales, lugares innegables y acontecimientos auténticos. Y aún más: trata acerca de cosas que nuestros antepasados pensaron y soñaron hace mucho tiempo.
Durante los pasados trescientos o cuatrocientos años, la Ciencia ha venido redescubriendo más que descubriendo. Babilonia, India, Egipto, Grecia y China fueron la cuna de la Ciencia. «Los viejos inventos han sido reinventados; los antiguos experimentos han sido de nuevo inventados», decía Alejandro Graham Bell, inventor del teléfono.
Este libro trata de la penicilina antes de Fleming; de los aeroplanos antes de los hermanos Wright; de los satélites de Júpiter antes de Galileo; de los viajes a la Luna antes de las sondas «Apolo»; de la teoría atómica siglos antes de Rutherford; de las baterías eléctricas antes de Volta; de las computadoras antes de Wiener y de la Ciencia antes de esta Edad de la Ciencia.
Un relato fragmentario de las aventuras del hombre antiguo en el reino científico no es una historia de la Ciencia. Pero este bosquejo pondrá de manifiesto hechos históricos —no ortodoxos— de valor educativo, provocará la especulación acerca de las causas de los avanzados conceptos científicos y tecnológicos de las civilizaciones primitivas, o, al menos, entretendrá al lector con una historia más extraña que la ficción.