Capítulo III


Menuda criatura es el hombre[15]

Un buen día, Britania, en sus meditaciones (quizá en la actitud en la que se la presenta en las monedas de cobre), descubre que quiere a Veneering en el Parlamento. Se le ocurre que Veneering es un «hombre representativo» —cosa que en estos tiempos no puede dudarse— y que la fiel Cámara de los Comunes de Su Majestad está incompleta sin él. Así pues, Britania le menciona a un caballero relacionado con la abogacía que si Veneering dejara «en depósito» cinco mil libras, podría escribir, detrás de su nombre, dos iniciales que le saldrían al módico precio de dos mil quinientas la letra[16]. Queda entendido, entre Britania y el caballero del mundo de la abogacía, que nadie se va a embolsar las cinco mil libras, que tras ser depositadas desaparecerán por conjuro y encantamiento mágicos.

Este caballero del mundo de la abogacía, que goza de la confianza de Britania, va, directamente, de la dama a Veneering, y este, tras recibir el encargo, se declara enormemente halagado, pero pide un poco de tiempo para asegurarse de «si cuenta con el apoyo de sus amigos». Por encima de todo, dice, necesita tener la seguridad, en un momento tan trascendental, de «si cuenta con el apoyo de sus amigos». El caballero del mundo de la abogacía, en interés de su cliente, no puede permitirle mucho tiempo a ese fin, pues la dama cree conocer a alguien dispuesto a depositar seis mil libras; pero dice que le concede a Veneering cuatro horas.

Veneering le dice a la señora Veneering: «Tenemos que ponernos en marcha», y se lanza al interior de un milord. En ese mismo momento, la señora Veneering le entrega el bebé a la niñera; aprieta las aquilinas manos contra la frente para ordenar el palpitante intelecto que hay dentro; pide el carruaje; y repite de manera distraída y devota, en una mezcla de Ofelia y cualquier mujer de la antigüedad que se inmolara, la que prefiráis: «Hemos de ponernos en marcha».

Veneering, tras haber dado orden al conductor de que embista a todo el que se le ponga de por medio, como la Caballería Real en Waterloo, es conducido de manera furiosa a Duke Street, Saint James. Allí se encuentra con Twemlow en sus alojamientos, recién salido de las manos de un artista secreto que le ha hecho algo en el pelo con yemas de huevo. El proceso exige que Twemlow, durante dos horas, permita que el pelo se le ponga de punta y se seque gradualmente, por lo que se halla en el estado idóneo para recibir esa información; también se parece al Monumento de Fish Street Hill, que conmemora el incendio de Londres, y al rey Príamo[17] en cierta incendiaria ocasión narrada en un episodio no del todo desconocido de los clásicos.

—Mi querido Twemlow —dice Veneering, agarrando sus dos manos—, como mi más antiguo y querido amigo…

(«Entonces ya no puede haber duda en el futuro —se dice Twemlow—, ¡y SOY YO!»)

—… ¿Cree usted que su primo, lord Snigworth, accedería a dar su nombre como Miembro de mi Comité? No me atrevo a pedirle su patrocinio; solo pido su nombre. ¿Cree que me daría su nombre?

Twemlow, repentinamente abatido, replica:

—No creo que se lo diera.

—Mis opiniones políticas —dice Veneering, sin ser consciente de haber tenido ninguna—, son idénticas a las de lord Snigworth, y quizá, en aras del sentir popular y de los principios del pueblo, me daría su nombre.

—Podría ser —dice Twemlow—, solo que…

Y se rasca perplejo la cabeza, sin acordarse de las yemas de huevo, y su desconcierto aumenta al descubrir que está pegajosa.

—Entre amigos tan antiguos e íntimos como nosotros —añade Veneering—, no debería haber reservas en un caso así. Prométame que si le pido que haga por mí algo que no desea hacer, o le plantea la menor dificultad, me lo dirá con total libertad.

Twemlow tiene la amabilidad de prometérselo, y con todo el aspecto de que, de todo corazón, piensa mantener su palabra.

—¿Tendría alguna objeción a escribirle a lord Snigsworth para pedirle este favor? Naturalmente, si me lo concediera sabría que solo se lo debo a usted; mientras que, al mismo tiempo, se lo plantearía a lord Snigsworth como algo totalmente relacionado con el interés popular. ¿Tendría alguna objeción?

Dice Twemlow, con la mano en la frente:

—Usted me ha exigido una promesa.

—Es cierto, mi querido Twemlow.

—Y espera que la mantenga de manera honorable.

—Desde luego, mi querido Twemlow.

—Pues, pensándolo bien… escuche lo que le digo —le insta Twemlow con gran delicadeza, como si, en el caso de no haberlo pensado bien, lo habría hecho directamente—, pensándolo bien, me disculpará que no le dirija ninguna misiva a lord Snigworth.

—¡Bendito sea, bendito sea! —dice Veneering, terriblemente desilusionado, aunque agarrándole de nuevo las dos manos, con un fervor especial.

No hay que extrañarse de que el pobre Twemlow se negara a imponerle una carta a su noble primo (hombre con gota en el carácter), en la medida en que su noble primo, que le pasa una pequeña anualidad que le permite vivir, se la cobra, como suele decirse, con creces; y cada vez que visita Snigsworthy Park lo somete a una especie de ley marcial; le ordena que cuelgue el sombrero de un colgador concreto, que se siente en una silla concreta, que hable de temas concretos a personas concretas, y lleve a cabo ejercicios concretos: como cantar las alabanzas de los Barnices de la Familia (por no hablar de los Cuadros), y abstenerse de los Vinos de la Familia más exquisitos, a no ser que se le invite expresamente a compartirlos.

—Sin embargo —dice Twemlow—, hay una cosa que puedo hacer por usted, y es trabajar para usted.

Veneering le lanza más bendiciones.

—Iré al club —dice Twemlow, con el ánimo cada vez más excitado—. Veamos, ¿qué hora es?

—Las once menos veinte.

—Estaré en el club —dice Twemlow— a las doce menos diez, y me quedaré todo el día.

Veneering tiene la sensación de que sus amigos le dan su apoyo y dice:

—Gracias, gracias. Sabía que podía confiar en usted. Se lo he dicho a Anastatia justo antes de salir de casa para venir a verle a usted… naturalmente el primer amigo al que he ido a ver para hablar de algo tan trascendente, mi querido Twemlow… le he dicho a Anastatia: «Hemos de ponernos en marcha».

—Tenía razón, tenía razón —replica Twemlow—. Dígame, ¿ella ya se ha puesto en marcha?

—Ya lo está —dice Veneering.

—¡Bien! —exclama Twemlow, como caballero educado que es—. El tacto de una mujer es inapreciable. Tener al bello sexo con nosotros es lo mismo que tenerlo todo.

—Pero no me ha comentado —observa Veneering— qué opina de que entre en la Cámara de los Comunes.

—Creo —replica Twemlow, comprensivo— que es el mejor club de Londres.

Veneering vuelve a bendecirlo, baja corriendo las escaleras, se sube a su milord y le indica al cochero que embista contra el Pueblo Británico y entre a la carga en la City.

Mientras tanto, Twemlow, con el ánimo cada vez más excitado, se alisa el pelo lo mejor que puede —que no es gran cosa, pues tras esas pegajosas aplicaciones está inquieto, y sobre la cabeza tiene una superficie un tanto pastosa— y se dirige al club a la hora indicada. En el club enseguida se procura una ventana grande, recado de escribir, y todos los periódicos, y se instala, inamovible, para que todo el Pall Mall[18] lo contemple respetuosamente. A veces, cuando entra un hombre que le asiente con la cabeza, Twemlow dice: «¿Conoce a Veneering?». El hombre dice: «No, ¿es miembro del club?». Twemlow dice: «Sí, se presenta por Pocket-Breaches». Dice el hombre: «¡Ah! ¡Espero que le salga a cuenta!», bosteza y se aleja. A eso de las seis, Twemlow comienza a convencerse de que está agotado de trabajar, y piensa que es una verdadera lástima que no se hubiera dedicado a agente parlamentario.

Tras salir de casa de Twemlow, Veneering se dirige a toda velocidad a la oficina de Podsnap, al que encuentra leyendo el periódico, de pie y con ganas de disertar sobre el asombroso descubrimiento que ha hecho: que Italia no es Inglaterra. Veneering le suplica respetuosamente a Podsnap que le perdone por interrumpir el flujo de sus sabias palabras, y le informa de lo que flota en el ambiente. Le dice que las opiniones políticas de los dos son idénticas. Le da a entender a Podsap que él, Veneering, se formó sus opiniones políticas mientras estaba sentado a los pies de él, Podsnap. Quiere saber ardientemente si «cuenta con el apoyo» de Podsnap.

Dice Podsnap, con bastante severidad:

—En primer lugar, veamos, Veneering, ¿quiere saber mi opinión?

Veneering balbucea que tan antiguo y querido amigo…

—Sí, sí, todo eso está muy bien —dice Podnsap—, pero ¿ya se ha decidido a aceptar ese distrito de Pocket-Breaches tal como está, o me pide mi opinión acerca de si debería aceptarlo o dejarlo?

Veneering repite que el deseo de su corazón y el afán de su alma consiste en que Podsnap le dé su apoyo.

—Bien, seré claro con usted, Veneering —dice Podsnap, frunciendo el entrecejo—. Inferirá usted que, como no estoy en el Parlamento, este no me interesa nada, ¿no?

¡Bueno, claro que Veneering lo sabe! Naturalmente que Veneering sabe que si Podsnap decidiera ir allí, allí estaría, en un espacio de tiempo entre un abrir y cerrar de ojos y lo que tardamos en ver llegar la luz!

—No me merece la pena —añade Podsnap, aplacándose gradualmente—, y en mi posición es todo menos importante. Pero no es mi deseo erigirme como norma para otra persona de una posición distinta. Usted considera que le merece la pena y que es importante para su posición. ¿No es eso?

Siempre con la condición de que Podsnap le dé su apoyo, Veneering contesta que sí.

—Pero no me pide consejo —dice Podsnap—. Bien. Pues no se lo doy. Pero me pide ayuda. Bien. Entonces me pondré en marcha por usted.

Veneering le bendice al instante, y le informa de que Twemlow ya se ha puesto en marcha. Podsnap no acaba de aprobar que alguien ya esté en marcha —y lo ve casi como un atrevimiento—, pero tolera a Twemlow, y dice que es un sujeto bien relacionado que no causará ningún daño.

—Hoy no tengo nada especial que hacer —añade Podsnap—, e iré a ver a algunas personas influyentes. Había quedado para cenar, pero enviaré a la señora Podsnap y me excusaré de ir personalmente, y cenaré con usted a las ocho. Es importante que anotemos nuestros progresos y luego comparemos nuestras notas. Y ahora, veamos. Debería contar con un par de sujetos activos y enérgicos, de modales distinguidos, que le hagan algunas gestiones.

Veneering, tras cierta cavilación, se acuerda de Boots y Brewer.

—A quienes conocí en su casa —dice Podsnap—. Sí, nos irán bien. Que cada uno tenga un coche de alquiler y que hagan gestiones.

Veneering menciona de inmediato qué gran bendición le parece tener un amigo capaz de tan espléndidas sugerencias administrativas, y se siente realmente eufórico con la idea de que Boots y Brewer vayan a hacer gestiones, pues el asunto cobra un aspecto muy de campaña electoral y de enorme ajetreo. Abandona a Podsnap al galope, se lanza a por Boots y Brewer, que de manera entusiasta le prestan su apoyo enseguida saliendo disparados cada uno en su coche de punto y en direcciones opuestas. A continuación, Veneering visita al caballero del mundo de la abogacía que goza de la confianza de Britania, y con él negocia algunos asuntos delicados, y dicta una alocución a los electores independientes de Pocket-Breaches, anunciando que se presenta entre ellos para pedirles el voto igual que un marinero regresa a la casa de su infancia: una frase que no empeora por el hecho de que no haya estado en ese lugar en su vida y ni siquiera tenga una idea clara de dónde está.

La señora Veneering, en esas horas tan trascendentales, no permanece mano sobre mano. En cuanto aparece el carruaje, con sus mejores jaeces, se sube a él, con sus mejores galas, y da la orden: «A casa de lady Tippins». Esa seductora vive en Belgravian Borders encima de un fabricante de corsés, con un maniquí de tamaño natural en la planta baja de una distinguida belleza y vestido de enaguas azules, lazo de las enaguas en la mano, y que vuelve la cabeza hacia la ciudad en inocente sorpresa. Y no es de extrañar, al descubrirse vistiéndose en esas circunstancias.

¿Está en casa lady Tippins? Está en casa, con la habitación en penumbra y con la espalda (como las de la dama del escaparate de la planta baja, aunque por una razón distinta) astutamente vuelta hacia la luz. Lady Tippins se queda tan sorprendida al ver a la querida señora Veneering tan temprano —en plena noche, afirma aquella hermosa criatura— que casi levanta los párpados, bajo la influencia de la emoción.

La señora Veneering le comunica de manera incoherente que a Veneering le han ofrecido Pocket-Breaches; que ha llegado el momento de darle apoyo; que Veneering ha dicho: «Tenemos que ponernos en marcha»; que ha ido a verla como esposa y como madre, para suplicarle a lady Tippins que se ponga en marcha; que el carruaje está a disposición de lady Tippins para que se ponga en marcha; que ella, propietaria de ese carro y esos caballos flamantes y distinguidos, regresará a casa a pie —aunque le sangren los pies, si hace falta— para ponerse en marcha (sin especificar cómo) hasta caer rendida al lado de la cuna de su bebé.

—Querida —dice lady Tippins—, tranquilícese; le haremos entrar.

Y lady Tippins se pone en marcha de verdad, y también pone en marcha los caballos de los Veneering; pues se pasa el día rondando por la ciudad, visita a todas las personas que conoce y exhibe sus virtudes sociales y su abanico verde de manera muy provechosa, exclamando con prodigiosa velocidad: «Querida amiga, ¿qué le parece? ¿Para qué cree que he venido? Ni se lo imagina. Finjo que hago de agente electoral. ¿Y por qué lugar, de entre todos? Pocket-Breaches. ¿Y por qué? Porque el amigo más querido que tengo en el mundo lo ha comprado. ¿Y quién es el amigo más querido que tengo en el mundo? Se llama Veneering. Y no omitamos a su esposa, que es la amiga más querida que tengo en el mundo; y declaro a todas luces que me olvidaba de su bebé, que es el otro. Y llevamos a cabo esta pequeña farsa para cubrir las apariencias, ¡es de lo más estimulante! Mi preciosa niña, lo más gracioso es que nadie sabe quiénes son estos Veneering, y que ellos no conocen a nadie, y que tienen una casa que parece salida del cuento de Aladino, y que dan cenas dignas de Las mil y una noches. ¿Despiertan su curiosidad? Diga que quiere conocerlos. Venga y cene con ellos. No la aburrirán. Diga con quién quiere verse allí. Formaremos nuestro propio grupito, y le garantizo que no le darán la lata ni un momento. Debería ver sus camellos de oro y plata. A su mesa la llamo la Caravana. ¡Venga a cenar con los Veneering, mis Veneering, mi propiedad exclusiva, los amigos más queridos que tengo en el mundo! Y sobre todo, querida, procure prometerme su voto e interés por Pocket-Breaches; pues ni se nos ocurre gastarnos ni seis peniques en ello, cariño, y que solo accederemos a entrar en el Parlamento por los espontáneos cómo se llamen de los incorruptibles no sé cuántos».

Ahora bien, el punto de vista expresado por la hechicera Tippins, en el sentido de que este ponerse en marcha y contar apoyos es para cubrir las apariencias, puede no ir tan desencaminado, aunque no es toda la verdad. A base de coger coches de alquiler e ir de un sitio a otro se consigue, o se cree que se consigue —que también cuenta— más de lo que sabe la hermosa Tippins. Muchas grandes y ambiguas reputaciones se han creado a base de coger coches de alquiler e ir de un sitio a otro. Cosa especialmente válida en todos los asuntos parlamentarios. Si el asunto de que se trata es de meter a un hombre en el Parlamento, o sacarlo, o ningunearlo, o de promover una línea de ferrocarril, o de ponerle obstáculos, o lo que sea, nada se considera tan eficaz como correr hacia ninguna parte a toda prisa: resumiendo, como coger un coche de alquiler e ir de un sitio a otro.

Probablemente porque esta razón está en el aire, Twemlow, lejos de ser el único convencido de que trabaja como un troyano, se ve superado por Podsnap, que a su vez es superado por Boots y Brewer. A las ocho, cuando todos esos esforzados trabajadores se reúnen para cenar en casa de los Veneering, queda entendido que los coches de alquiler de Boots y Brewer no deben alejarse de la puerta, sino que hay que traer baldes de agua del abrevadero más cercano y echarla en las patas de los caballos allí mismo, por si Boots y Brewer tuvieran que montar al instante y desaparecer. Estos veloces mensajeros precisan que el Analista procure que sus sombreros queden depositados donde puedan cogerlos al instante; y cenan (aunque extraordinariamente bien) con el aire de un bombero encargado del coche que espera que de un momento a otro le llegue la noticia de una tremenda conflagración.

Al iniciarse la cena, la señora Veneering observa con voz débil que, si eso continúa muchos días, no sabe si resistirá.

—Muchos días sería demasiado para todos nosotros —dice Podsnap—, ¡pero le haremos entrar!

—Le haremos entrar —dice lady Tippins, agitando deportivamente su abanico verde—. ¡Viva Veneering!

—¡Le haremos entrar! —dice Twemlow.

—¡Le haremos entrar! —dicen Boots y Brewer.

En sentido estricto, sería difícil señalar qué puede impedirle entrar, pues Pocket-Breaches ha cerrado su pequeño trato, y Veneering no tiene oposición. No obstante, acuerdan que deben «estar en marcha» hasta el último momento, y que si se detienen podría ocurrir algo inconcreto. También acuerdan que están demasiado agotados por el trabajo que han hecho, y que necesitan reforzarse para el que les espera, y para ello qué mejor que un tónico de la bodega de Veneering. Por tanto, el Analista tiene órdenes de traer la crème de la crème de la botellería, y al cabo de un rato resulta que apoyarlo se convierte en una palabra difícil de pronunciar; lady Tippins inculca animosamente la necesidad de empollar al querido Veneering; Podsnap aboga por imponerlo; Boots y Brewer por apostrofarlo; y Veneering da gracias a sus devotos amigos, a todos y cada uno, por empoimpoapostrofarlo.

En estos inspirados momentos, a Brewer se le ocurre una idea que es el gran éxito del día. Consulta su reloj y dice (como Guy Fawkes) que ahora mismo se irá a la Cámara de los Comunes a ver cómo están las cosas.

—Me estaré una horita por el vestíbulo —dice Brewer, con un semblante de lo más misterioso—, y si todo va bien ya no volveré, y le diré al cochero que esté a las nueve de la mañana en mi puerta.

—No se me ocurre nada mejor —dice Podsnap.

Veneering afirma que jamás podrá agradecerle este último servicio. Asoman las lágrimas en los afectuosos ojos de la señora Veneering. Boots demuestra envidia, queda rezagado, y su intelecto pasa a considerarse de segunda. Todos se apiñan en la puerta para despedir a Brewer. Este le dice al cochero:

—¿Qué, está fresco su caballo? —Mientras observa al animal con ojo crítico. El cochero dice que está fresco como una lechuga—. Pues adelante, a la Cámara de los Comunes.

El cochero se lanza al pescante, Brewer salta al interior, todos lo vitorean al salir, y el señor Podsnap dice:

—Fíjese en lo que le digo, señor. He aquí a un hombre de recursos; un hombre que se abrirá paso en la vida.

Cuando llega el momento de que Veneering pronuncie un inteligente y apropiado tartamudeo a los hombres de Pocket-Breaches, solo Twemlow y Podsnap le acompañan en tren a ese lugar apartado. El caballero del mundo de la abogacía se halla en la estación de Pocket-Breaches, con un coche abierto que lleva pegado el cartel de «VivaVeneering», como si fuera una pared; y avanzan de manera espléndida entre las sonrisas del populacho, hasta una pequeña y frágil casa consistorial con soportales, bajo la cual se venden cebollas y cordones de bota, conjunto que el caballero de la abogacía dice que constituye un mercado; y desde la ventana principal de ese edificio Veneering habla al atento universo. En el momento en que se quita el sombrero, Podsnap, como ha acordado con la señora Veneering, le telegrafía a esa esposa y madre: «Ya ha empezado».

Veneering se pierde en los callejones sin salida de la oratoria, y Podsnap y Twemlow han de exclamar «¡Eso! ¡Bien dicho!», y en ocasiones, cuando es totalmente incapaz de dar marcha atrás en uno de esos callejones, es «¡Esooo! ¡Bieeen diichooo!» con aire de burlona convicción, como si lo ingenioso de todo aquello les proporcionara un placer exquisito. Pero Veneering hace dos observaciones buenísimas; tan buenas que se supone que se las ha sugerido el hombre de la abogacía, mientras charlaban un momento en las escaleras.

El primer punto es el siguiente. Veneering establece una original comparación entre el país y un barco; atinadamente llama al barco la Nave del Estado, y al primer ministro, el Timonel. El objetivo de Veneering es que en Pocket-Breaches sepan que el amigo de su derecha (Podsnap) es un hombre adinerado. En consecuencia dice:

—Y, caballeros, cuando los maderos de la Nave del Estado no son sólidos y el Timonel no es diestro, ¿asegurarán la nave esos grandes Aseguradores Marítimos que se cuentan entre nuestros mundialmente famosos príncipes del comercio? ¿Se arriesgarán por ella? ¿Confiarán en ella? Bueno, caballeros, si apelara al honorable amigo de mi derecha, que se cuenta entre los más honorables y respetados de esa clase tan honorable y respetada, contestaría: «¡No!».

El punto segundo es este. Hay que dejar escapar el dato revelador de que Twemlow está emparentado con lord Snigworth. Veneering imagina una situación de los asuntos públicos que probablemente no podría darse nunca (aunque no es del todo cierto, pues la imagen que pinta es ininteligible para él y para todos los demás), y afirma:

—Bueno, caballeros, si expusiera este programa a cualquier estrato social, me parece que sería recibido con escarnio, y lo señalaría el dedo del menosprecio. Si expusiera ese programa a cualquier comerciante digno e inteligente de su población (bueno, permítanme que me lo tome como algo personal y diga nuestra población), ¿qué respondería? Respondería: «¡Váyase a paseo!». Eso es lo que respondería, caballeros. En su honesta indignación respondería: «¡Váyase a paseo!». Pero supongamos que ascendiera en la escala social. Supongamos que entrelazara mi brazo con el del respetado amigo de mi izquierda, y, caminando con él a través de los bosques de sus antepasados, y bajo las copudas hayas de Snigsworthy Park, me acercara al noble palacio, cruzara el patio, entrara por la puerta, subiera la escalinata, y, pasando de una habitación a otra, me encontrara por fin en la augusta presencia del pariente próximo de mi amigo, lord Snigsworth. Y supongamos que le dijera a ese venerable conde: «Milord, me hallo ante su señoría, presentado por el pariente próximo de su señoría, mi amigo de la izquierda, para exponerle ese programa». ¿Cuál sería la respuesta de su señoría? Bueno, pues me respondería: «¡Váyase a paseo!». Eso es lo que me respondería, caballeros. «¡Váyase a paseo!» Utilizando de manera inconsciente, en su elevada esfera, el mismo lenguaje que el digno e inteligente comerciante de nuestra población, el pariente próximo y querido de mi amigo situado a la izquierda me respondería en su ira: «¡Váyase a paseo!».

Veneering acaba con este último triunfo, y el señor Podsnap le telegrafía a la señora Veneering: «Ya ha acabado».

Luego hay una comida en el hotel con el caballero de la abogacía, y luego, en debida sucesión, vienen la nominación y la declaración. Finalmente el señor Podsnap le telegrafía a la señora Veneering: «Le hemos metido».

Otra espléndida comida le espera a su regreso a los salones de los Veneering, y lady Tippins los está esperando, y también Boots y Brewer. Cada uno afirma con modestia que gracias a su intervención individual «ha entrado»; pero en general todos coinciden en que el golpe maestro fue esa idea que tuvo Brewer de ir a la Cámara de los Comunes aquella noche a ver cómo iba todo.

En el curso de la velada, la señora Veneering relata un pequeño y conmovedor incidente. La señora Veneering tiene cierta predisposición a las lágrimas, y más aún después de las últimas emociones. Antes de retirarse de la mesa en compañía de lady Tippins dice, de una manera emocionada y físicamente débil:

—Pensarán que soy tonta, lo sé, pero he de mencionarlo. Mientras estaba sentada junto a la cuna de mi bebé, la noche antes de la elección, noté que la pequeña tenía el sueño intranquilo.

El Analista químico, que lo observa todo con aire tristón, siente el diabólico impulso de sugerir «Gases» y abandonar ese empleo, pero se reprime.

—Tras un intervalo casi convulsivo, el bebé juntó las manitas y sonrió.

La señora Veneering se detiene allí, y el señor Podsnap considera que le corresponde decir:

—¡Me pregunto por qué!

—Me pregunté si podría ser —dice la señora Veneering, mirando alrededor desde su pañuelo— que las hadas le estuvieran diciendo al bebé que su papá pronto sería diputado.

La señora Veneering se siente tan abrumada por la emoción que todos se levantan para dejarle paso a Veneering, que rodea la mesa al rescate y la saca del comedor de espaldas, mientras los pies de ella rozan la alfombra de manera impresionante: después de comentar que tanto estar en marcha ha superado con mucho sus fuerzas. Si las hadas mencionaron las cinco mil libras, y estuvieron en desacuerdo con el bebé, es algo sobre lo que no se especuló.

El pobrecillo Twemlow, bastante agotado, está emocionado, y sigue emocionado después de que lo hayan dejado sano y salvo sobre el establo de Duke Street, Saint James. Pero allí, sobre el sofá, una tremenda reflexión irrumpe en la mente del afable caballero, apartando cualquier otra idea menos tremenda.

—¡Cielo santo! Ahora que lo pienso, ¡si no había visto a sus electores hasta el día de hoy, hasta que los vimos nosotros!

Después de recorrer su habitación a pasos, desasosegado, el inocente Twemlow regresa a su sofá y se lamenta:

—Este hombre me volverá loco o me matará. Lo he conocido demasiado mayor. ¡No soy lo bastante fuerte para resistirlo!