21

Steven

La chica se mudó el fin de semana. Will no nos dijo nada ni a Camilla ni a mí, pero un sábado por la mañana, aún con el pijama puesto, entré en el pabellón a ver si Will necesitaba ayuda, pues Nathan se había retrasado, y ahí estaba ella, caminando por el pasillo con un tazón de cereales en una mano y el periódico en la otra. Se sonrojó al verme. No sé por qué: yo iba con un pijama perfectamente decente. Recuerdo que pensé, más adelante, que hubo una época en que era perfectamente normal encontrarse con bellas jovencitas que salían de la habitación de Will por la mañana.

—Solo le traigo el correo a Will —dije, y lo mostré.

—Aún no se ha levantado. ¿Quiere que lo avise? —Se llevó la mano al pecho escudándose tras el periódico. Llevaba una camiseta de Minnie Mouse y unos pantalones bordados como los que usaban las mujeres en Hong Kong años atrás.

—No, no. No si está dormido. Mejor que descanse.

Cuando se lo dije a Camilla, pensé que le agradaría la noticia. Al fin y al cabo, cómo se había enojado cuando la joven se fue a vivir con su novio. Pero solo se mostró un poco sorprendida, tras lo cual adoptó esa tensa expresión que significaba que ya se estaba imaginando todo tipo de consecuencias indeseables. No lo llegó a expresar, pero tengo la certeza de que no veía con buenos ojos a Louisa Clark. Aunque, ya puestos, no sé a quién veía con buenos ojos Camilla últimamente. Daba la impresión de estar anclada en el desencanto.

No llegamos a saber la verdadera razón que había motivado la mudanza de Louisa (Will solo habló de unos «problemas de familia»), pero no paraba quieta. Cuando no cuidaba de Will, se lanzaba a limpiar y lavar, iba o venía a toda prisa de la agencia de viajes o de la biblioteca. La habría reconocido en cualquier parte del pueblo porque siempre llamaba la atención. Vestía la ropa más colorida que jamás había visto fuera de los trópicos: vestidos cortos con colores de piedras preciosas y zapatos extrañísimos.

Le habría dicho a Camilla que su presencia animaba el lugar. Pero ya no era sensato hacer ese tipo de comentarios a Camilla.

Al parecer, Will le dio permiso para usar su ordenador, pero ella se negó y siguió utilizando el de la biblioteca. No sé si temía que pensáramos que era una aprovechada o si no quería que Will viera qué estaba haciendo.

En cualquier caso, Will parecía un poco más feliz ahora que ella estaba por aquí. Un par de veces me llegaron sus conversaciones por la ventana abierta y estoy convencido de que oí a Will reírse. Hablé con Bernard Clark, solo para asegurarme de que le parecía bien la situación, y dijo que era un poco complicado, pues había roto con su novio de siempre y en su casa todo parecía estar en el aire. También mencionó que había solicitado plaza en un curso para continuar con sus estudios. Decidí no contarle esa parte a Camilla. No quería que comenzara a pensar qué podía significar todo aquello. Will dijo que le gustaba la moda y ese tipo de cosas. Louisa, sin duda, estaba de buen ver, y tenía una figura estupenda..., pero, sinceramente, no sé quién diablos habría comprado el tipo de ropa que ella se ponía.

Un lunes por la noche Louisa preguntó si Camilla y yo la podríamos acompañar al pabellón, con Nathan. Había cubierto la mesa con folletos, horarios, los documentos del seguro y otras cosas que había imprimido de Internet. Había copias para cada uno de nosotros, en carpetas de plástico transparente. Lo tenía todo organizadísimo.

Quería, dijo, mostrarnos sus planes para las vacaciones. (Louisa ya había advertido a Camilla de que iba a hacer como si todas esas actividades fueran para disfrute de ella, pero aun así vi que la mirada de Camilla se volvía más acerada a medida que Louisa detallaba todas las reservas que había realizado).

Era un viaje extraordinario, que daba la impresión de estar repleto de actividades inusuales, cosas que no me imaginaba a Will haciendo ni siquiera antes del accidente. Pero, cada vez que mencionaba algo (descenso de ríos, puenting o lo que fuera), alzaba un documento frente a Will en el que se mostraba que otras personas con el mismo tipo de lesión formaban parte de esa actividad y decía: «Si voy a probar todas esas cosas que debería probar, según tú, entonces vas a tener que hacerlas conmigo».

Tengo que admitirlo: me quedé impresionado con ella. Era una jovencita llena de recursos.

Will la escuchó y vi que leía los documentos que colocaba frente a él.

—¿Dónde has encontrado toda esta información? —dijo, al fin.

Louisa alzó una ceja.

—La información es poder, Will —contestó.

Y mi hijo sonrió, como si hubiera dicho algo especialmente sagaz.

—Entonces... —concluyó Louisa, una vez que se acabaron las preguntas—. Salimos dentro de ocho días. ¿Es todo de su agrado, señora Traynor? —Se percibía un leve tono de desafío en la manera en que lo dijo, como si la retara a que dijera que no.

—Si eso es lo que queréis hacer, entonces me parece bien —respondió Camilla.

—¿Nathan? ¿Aún contamos contigo?

—Por supuesto.

—Y... ¿Will?

Todos lo miramos. Hubo una época, no hace demasiado tiempo, en que una sola de estas actividades habría sido impensable. Hubo una época en que Will se habría negado en redondo solo para regodearse en el malestar de su madre. Siempre había sido así, este hijo nuestro: muy capaz de hacer lo contrario de lo que debía solo para que nadie pensara que había dado el brazo a torcer. No sé de dónde adquirió ese rasgo, esa necesidad de rebelarse. Tal vez a ello se debía que fuera un negociador tan brillante.

Alzó los ojos y me miró, con una mirada indescifrable, y sentí que me ponía tenso. Y entonces miró a la joven y sonrió.

—¿Por qué no? —dijo—. No voy a perderme cómo Clark se lanza por unos rápidos.

El cuerpo de la joven dio la impresión de desinflarse un poco, por el alivio, como si hubiera temido que se negara.

Es extraño: admito que, cuando apareció en nuestras vidas, al principio no me fie mucho de ella. A pesar de todas sus bravatas, Will se encontraba en una situación vulnerable. Me daba un poco de miedo que fuera capaz de manipularlo. Es un hombre joven y rico, al fin y al cabo, y esa condenada Alicia que se había arrojado a los brazos de su amigo le había hundido la autoestima.

Pero vi cómo Louisa lo miraba, con una extraña mezcla de orgullo y gratitud, y de repente sentí una inmensa alegría por tenerla ahí. Aunque no hablábamos de ello, mi hijo se hallaba en la más insostenible de las situaciones. Pese a que no sé muy bien cómo lo hacía, ella al menos parecía ofrecerle una pequeña tregua.

Durante unos días, en la casa persistió un ambiente sutil pero sin duda festivo. Camilla irradiaba una discreta esperanza, si bien se negó a admitir ante mí que se trataba de eso. Yo conocía su forma de pensar: en realidad, ¿qué teníamos que celebrar, después de todo? Por la noche, ya tarde, la oí hablar por teléfono con Georgina, justificándose por haber accedido. Hija de su madre, Georgina ya buscaba la manera en que Louisa podría estar aprovechándose de la situación de Will.

—Se ofreció a pagarse sus gastos, Georgina —dijo Camilla. Y añadió—: No, cariño. No creo que tengamos opción. Nos queda muy poco tiempo y Will ha aceptado, así que solo voy a desear que todo vaya bien. Creo que tú deberías hacer lo mismo.

Sabía cuánto le costaba defender a Louisa, ser amable con ella. Pero toleraba a esa joven porque sabía, tan bien como yo, que era nuestra única forma de hacer un poco feliz a nuestro hijo.

Louisa Clark se había convertido, aunque ninguno de nosotros lo admitiese en voz alta, en nuestra única esperanza de mantenerlo con vida.

Anoche salí a tomar algo con Della. Camilla estaba visitando a su hermana, así que fuimos a dar un paseo junto al río en el camino de vuelta.

—Will se va a ir de vacaciones —dije.

—Qué maravilla —respondió.

Pobre Della. Sabía que se esforzaba en contener su necesidad de preguntarme acerca de nuestro futuro, de considerar cómo influiría este evento inesperado, pero supuse que no lo haría nunca. No hasta que todo quedara resuelto.

Caminamos, contemplamos los cisnes, sonreímos a los turistas que salpicaban en sus barcas bajo el sol vespertino, y ella habló sobre lo maravilloso que sería para Will, que tal vez demostraba que estaba aprendiendo a adaptarse a su situación. Eran palabras enternecedoras, pues yo sabía muy bien que, en cierto sentido, tenía razones legítimas para desear que todo llegara a su fin. Al fin y al cabo, fue el accidente de Will lo que truncó nuestros planes de vivir juntos. Seguro que en secreto esperaría que mis responsabilidades respecto a Will acabaran algún día, para ser así libre.

Y yo caminé a su lado, sintiendo el tacto de su mano en mi brazo, escuchando su voz cantarina. No podía decirle la verdad: esa verdad que solo unos pocos de nosotros sabíamos. Que si esa joven fracasaba con sus ranchos y su puenting, sus hidromasajes y todo lo demás, qué paradoja, me convertiría en un hombre libre. Porque yo solo dejaría a mi familia si Will decidía, después de todo, que aún quería ir a ese lugar infernal en Suiza.

Yo lo sabía, y Camilla lo sabía. Aunque ninguno de los dos lo quisiera admitir. Solo tras la muerte de mi hijo yo sería libre para vivir la vida que deseaba.

—No —dijo Della, al ver mi expresión.

Querida Della. Ella sabía en qué estaba pensando aunque no lo supiera ni yo mismo.

—Son buenas noticias, Steven. De verdad. Nunca se sabe, tal vez sea el comienzo de una nueva vida para Will, una vida independiente.

Puse la mano sobre la de ella. Un hombre más valiente tal vez le habría confesado qué estaba pensando en realidad. Un hombre más valiente la habría dejado marchar hace mucho tiempo..., a ella y quizá también a mi esposa.

—Tienes razón —dije, con una sonrisa forzada—. Esperemos que vuelva con un montón de historias sobre el puenting o cualquiera de esos horrores que a los jóvenes les gusta infligirse a sí mismos.

Me dio un pequeño codazo.

—Tal vez te haga poner uno en el castillo.

—¿Descenso de ríos por el foso? —dije—. Lo consideraré como posible atracción para el próximo verano.

Con esa imagen improbable en la cabeza, paseamos, riendo de vez en cuando, por el camino hasta el cobertizo.

Y entonces Will contrajo neumonía.