Tú ¿qué?
Estábamos en las colinas, a las afueras del pueblo, cuando se lo dije. Patrick se encontraba a medias de una carrera de veinticinco kilómetros y quería que lo cronometrara mientras lo seguía en bicicleta. Como montar en bicicleta se me daba un poco peor que la física cuántica, la tarea dio lugar a una generosa porción de insultos y frenazos por mi parte y de gritos exasperados por la suya. De hecho, quería recorrer cuarenta kilómetros, pero le dije que el sillín no aguantaría tanto y, además, uno de nosotros tenía que hacer la compra semanal después de ir a casa. Se nos habían acabado la pasta dentífrica y el café instantáneo. Eso sí, el café solo lo tomaba yo. Patrick se había pasado al té de hierbas.
Al llegar a lo alto de la colina Sheepcote, yo jadeante y con piernas que pesaban como plomo, decidí soltarlo ahí mismo. Pensé que aún le quedaban quince kilómetros para llegar a casa y recuperar el buen humor.
—No voy a ir al Norseman.
Patrick no se detuvo, pero casi. Se giró para mirarme, mientras sus piernas aún seguían moviéndose, y parecía tan conmocionado que casi me estrello contra un árbol.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Es que... tengo trabajo.
Se volvió hacia la carretera y recuperó la velocidad anterior. Ya habíamos pasado la cima de la colina y tuve que frenar con todas mis fuerzas para no adelantarlo.
—Entonces, ¿cuándo tomaste esta decisión? —Habían aparecido gotas de sudor en la frente de Patrick y se le marcaban los tendones de las pantorrillas. Si los miraba mucho tiempo, perdía el equilibrio.
—Este fin de semana. Solo quería estar segura.
—Pero ya hemos reservado tu vuelo y todo.
—Es easyJet. Te devolveré las treinta y nueve libras, si tanto te molesta.
—No es eso. Pensé que ibas a venir a apoyarme. Dijiste que vendrías a animarme.
Qué bien se le daba a Patrick enfurruñarse. Cuando comenzábamos a salir, solía tomarle el pelo con eso. Lo llamaba el viejito gruñón. Me hacía reír y a él lo irritaba tanto que dejaba de estar enfurruñado solo para que me callara.
—Oh, vamos. Ya ves cómo te apoyo. Ya sabes que odio montar en bici. Pero estoy aquí para apoyarte.
Recorrimos casi dos kilómetros antes de que volviera a hablar. Tal vez no fueran más que imaginaciones mías, pero pensé que el martilleo de los pies de Patrick contra el suelo había adquirido un tono decidido y lúgubre. El pueblo se extendía bajo nosotros mientras yo resoplaba en los tramos cuesta arriba y no conseguía evitar que el corazón me latiera a toda velocidad cada vez que pasaba un coche. Iba en la vieja bici de mi madre (Patrick no me dejaba ni acercarme a su velocísima bicicleta) y no tenía marchas, así que a menudo me quedaba atrás.
Echó un vistazo en mi dirección y aminoró la marcha un poquito para que recuperara el terreno perdido.
—Entonces, ¿por qué no pueden contratar a alguien de la agencia? —dijo.
—¿A alguien de la agencia?
—Para ir a la casa de los Traynor. Es decir, si llevas con ellos seis meses, seguro que tienes derecho a unas vacaciones.
—No es tan sencillo.
—No veo por qué no. Comenzaste a trabajar ahí sin saber nada, al fin y al cabo.
Contuve la respiración, lo cual fue difícil, teniendo en cuenta que pedalear me había dejado sin aliento.
—Porque tiene que ir de viaje.
—¿Qué?
—Tiene que ir de viaje. Y nos necesitan a mí y a Nathan para ayudarlo.
—¿Nathan? ¿Quién es Nathan?
—El cuidador médico. El tipo al que conociste cuando Will vino a casa de mi madre.
Vi cómo Patrick pensaba. Se limpió el sudor de los ojos.
—Y antes de que lo preguntes —añadí—, no, no tengo una aventura con Nathan.
Patrick redujo el paso y se quedó mirando el asfalto, hasta que casi pasó a correr sin moverse del lugar.
—¿Qué es esto, Lou? Porque..., porque me parece que se está borrando la línea que separa lo que es el trabajo y lo que es... —se encogió de hombros— normal.
—No es un trabajo normal. Ya lo sabes.
—Pero Will Traynor parece que tiene prioridad sobre todo lo demás últimamente.
—Ah, claro, no como esto. —Retiré las manos del manillar y señalé con un gesto los pies en movimiento de Patrick.
—Esto es diferente. Él te llama, tú vas corriendo.
—Y si tú vas corriendo, yo voy corriendo. —Intenté sonreír.
—Qué graciosa. —Se dio la vuelta.
—Son seis meses, Pat. Seis meses. Tú fuiste el que dijo que debía aceptar este trabajo. No me culpes por tomármelo en serio.
—No creo... No creo que sea el trabajo... Es que... creo que hay algo que no me estás contando.
Dudé solo un momento, pero fue un momento demasiado largo.
—Eso no es cierto.
—Pero no vas a venir conmigo al Norseman.
—Ya te lo he dicho, yo...
Patrick negó con la cabeza levemente, como si no me oyera bien. Comenzó a bajar corriendo por la carretera, a alejarse de mí. Por la rigidez de su espalda, supe que estaba muy enfadado.
—Oh, vamos, Patrick. ¿No podríamos parar un minuto y charlar de esto?
Habló con un tono testarudo.
—No. Me estropearía el tiempo.
—Entonces, para el cronómetro. Solo cinco minutos.
—No. Tengo que hacerlo en condiciones reales.
Comenzó a correr más rápido, como si hubiera adquirido nuevas fuerzas.
—¿Patrick? —dije. De repente, me costó mantenerme a su altura. Se me resbalaban los pies sobre los pedales, maldije y solté una patada a un pedal para que volviera a su lugar—. ¿Patrick? ¡Patrick!
Le miré fijamente a la nuca y las palabras salieron de mi boca antes de saber qué estaba diciendo.
—Vale. Will quiere morir. Quiere suicidarse. Y este viaje es mi último intento para que cambie de opinión.
Las zancadas de Patrick se acortaron y luego se volvieron más lentas. Se detuvo en la carretera, la espalda recta, aún sin mirarme. Se dio la vuelta, despacio. Al fin había dejado de correr.
—Repítelo.
—Quiere ir a Dignitas. En agosto. Estoy intentando que cambie de opinión. Y esta es mi última oportunidad.
Me miró como si no supiera si creerme.
—Sé que parece una locura. Pero tengo que hacerle cambiar de opinión. Por eso... Por eso no voy al Norseman.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Tuve que prometer a su familia que no se lo diría a nadie. Para ellos sería horrible si se supiera. Horrible. Mira, ni siquiera él sabe que lo sé. Todo ha sido... muy complicado. Lo siento. —Le tendí la mano—. Si no, te lo habría contado todo.
No respondió. Parecía abatido, como si yo hubiera hecho algo espantoso. Frunció un poco el ceño y tragó saliva, dos veces.
—Pat...
—No. Ahora... Ahora necesito correr, Lou. Yo solo. —Se pasó una mano por el pelo—. ¿Vale?
Tragué saliva.
—Vale.
Por un momento, dio la impresión de haber olvidado por qué estábamos ahí. Se puso en marcha de nuevo y lo miré desaparecer por la carretera, frente a mí, la cabeza al frente, decidida, las piernas devorando la carretera bajo él.
Envié el mensaje al día siguiente de volver de la boda.
¿Alguien me podría recomendar un buen lugar para que un tetrapléjico viva aventuras? Busco algo que esté bien para alguien sano, algo que haga olvidar a mi amigo por un momento su depresión, lo limitada que es su vida. En realidad, no sé qué busco, pero agradezco todas las sugerencias. Es urgente.
Abeja Atareada.
Al conectarme de nuevo me quedé mirando la pantalla, perpleja. Había recibido ochenta y nueve respuestas. Recorrí la pantalla de arriba abajo, incapaz de creer que todas ellas estuvieran relacionadas con mi pregunta inicial. A continuación, eché un vistazo a mi alrededor, a los otros usuarios de los ordenadores de la biblioteca, con unas ganas enormes de que uno me mirara para contárselo. ¡Ochenta y nueve respuestas! ¡A una sola pregunta!
Había relatos de puenting para tetrapléjicos, de natación, de piragüismo, incluso de paseos a caballo con la ayuda de una montura especial. (Cuando vi el vídeo que habían enlazado en la respuesta, sentí una decepción al saber que Will no soportaba los caballos. Parecía muy divertido).
Nadaban junto a delfines y buceaban con ayudantes. Había sillas flotantes que le permitirían ir de pesca y bicicletas adaptadas que lo llevarían campo a través. Algunos habían colgado fotografías o vídeos de sí mismos mientras tomaban parte en estas actividades. Unos pocos recordaron, entre ellos Ritchie, mis mensajes anteriores y quisieron saber qué tal le iba.
Todo esto parecen buenas noticias. ¿Se siente mejor?
Tecleé una respuesta rápida:
Tal vez. Pero tengo la esperanza de que este viaje marque la diferencia.
Ritchie respondió:
¡Esa es mi chica! Si dispones del dinero para organizarlo, ¡todo es posible!
Scootagirl escribió:
No olvides poner fotos de él con el arnés. ¡Me encanta la expresión de los tíos cuando están boca abajo!
Los adoré (a los tetras y a sus cuidadores) por su valor, generosidad e imaginación. Esa tarde dediqué dos horas a anotar sus sugerencias y seguí los enlaces a las páginas que recomendaban e incluso hablé con algunos en el chat. Cuando salí, ya tenía destino: iríamos a California, al rancho Four Winds, un centro especializado que ofrecía una ayuda experta «de tal modo que hasta se te olvidará que necesitabas esa ayuda», según su página web. El rancho en sí, un edificio de madera a ras de suelo ubicado en un claro de bosque en Yosemite, lo había construido un antiguo especialista de escenas peligrosas para el cine que se negaba a que su lesión medular limitara las cosas que podía hacer, y el libro de visitas estaba lleno de viajeros felices y agradecidos que aseguraban que la estancia les había cambiado la perspectiva acerca de su discapacidad... y acerca de ellos mismos. Al menos seis usuarios del chat habían estado ahí y todos dijeron que había dado un giro a sus vidas.
Adaptado a las sillas de ruedas, ofrecía todos los servicios de un hotel de lujo. Había bañeras a ras de suelo con discretos asideros y masajistas especializados. Había auxiliares sanitarios y un cine con espacios para las sillas de ruedas junto a las butacas normales. Había una bañera de hidromasaje accesible al aire libre, desde donde se podía contemplar las estrellas. Pasaríamos ahí una semana y a continuación unos pocos días en la costa, en un hotel donde Will podría nadar y disfrutar de la costa escarpada. Mejor aún, había descubierto un final apoteósico para las vacaciones que Will no olvidaría jamás: un salto en paracaídas con la asistencia de instructores formados para ayudar a tetrapléjicos. Contaban con un equipo especial con el que sujetar a Will al monitor (al parecer, lo más importante era proteger las piernas para que las rodillas no les golpeasen en la cara).
Iba a mostrarle el folleto del hotel, pero no le diría nada acerca de esto. Sencillamente, aparecería ahí junto a él y lo vería saltar. Durante unos minutos escasos y preciosos Will sería ingrávido y libre. Habría escapado de esa temida silla. Habría escapado de la gravedad.
Imprimí toda la información y puse esa hoja en primer lugar. Cada vez que la miraba, nacía en mí el germen de una ilusión: porque sería mi primer viaje al extranjero y porque podría ser lo que había estado buscando.
Podría ser lo que haría cambiar a Will de parecer.
A la mañana siguiente, en la cocina, se lo mostré a Nathan, ambos sigilosamente inclinados sobre el café como si estuviéramos conspirando en la clandestinidad. Nathan hojeó los papeles que había impreso.
—He hablado con otros tetrapléjicos acerca del salto en paracaídas. No existe ningún impedimento médico para hacerlo. Disponen de unos arneses especiales que alivian la presión en la médula.
Estudié el rostro de Nathan con ansiedad. Sabía que Nathan no apreciaba mucho mis habilidades para cuidar del bienestar médico de Will. Para mí era importante que viera con buenos ojos mis planes.
—Este lugar dispone de todo lo que podríamos necesitar. Dicen que, si llamamos con antelación y llevamos receta, incluso nos conseguirían cualquier medicina genérica que necesitáramos, así que no corremos el riesgo de quedarnos sin ellas.
Nathan frunció el ceño.
—Tiene buena pinta —dijo, al fin—. Has hecho un gran trabajo.
—¿Crees que le va a gustar?
Se encogió de hombros.
—No tengo ni idea. Pero... —me devolvió los papeles— nos has sorprendido a todos, Lou. —Su sonrisa era socarrona y solo se apreciaba en un lado de la cara—. No hay ningún motivo para que no nos sorprendas de nuevo.
Antes de irme por la noche, le mostré mis planes a la señora Traynor.
Acababa de aparcar el coche y dudé antes de acercarme a ella, pues Will podría vernos por la ventana.
—Sé que es caro —dije—. Pero... creo que tiene una pinta maravillosa. De verdad, pienso que Will podría pasar los mejores momentos de su vida. Si..., si sabe qué quiero decir.
Lo miró todo en silencio y a continuación estudió los precios que había calculado.
—Yo pago mis gastos, si quiere. Por el alojamiento y la comida. No quiero que nadie piense...
—Está bien —dijo, interrumpiéndome—. Haz lo que tengas que hacer. Si crees que puedes convencerlo para ir, entonces haz las reservas.
Comprendí lo que quería decir. No había tiempo para intentar nada más.
—¿Crees que podrás convencerlo? —preguntó.
—Bueno... Si yo... Si finjo que es... —tragué saliva— en parte porque es un deseo mío. Will cree que no he hecho gran cosa con mi vida. No deja de decirme que tendría que viajar. Que debería... hacer cosas.
La señora Traynor me miró con suma atención. Asintió.
—Sí. Eso parece muy propio de Will. —Me devolvió los papeles.
—Yo... —Respiré hondo y entonces, para mi sorpresa, descubrí que era incapaz de hablar. Tragué saliva, dos veces—. Lo que ha dicho antes. Yo...
La señora Traynor no dio la impresión de estar dispuesta a esperar a que hablara. Agachó la cabeza y llevó esos dedos esbeltos a la cadena que llevaba al cuello.
—Sí. Bueno, me tengo que ir. Te veo mañana. Dime qué te responde.
Esa noche no fui al apartamento de Patrick. Tenía intención de ir, pero algo me alejó del polígono industrial y, en su lugar, crucé la calle y subí al autobús que pasaba por mi casa. Caminé los ciento ochenta pasos que me separaban de ella y entré. Era una noche cálida y todas las ventanas se hallaban abiertas para que entrara la brisa. Mi madre estaba cocinando y canturreaba en la cocina. Mi padre, sentado en el sofá con una taza de té, mientras el abuelo dormitaba en su sillón, con la cabeza ladeada. Thomas dibujaba con esmero sobre sus zapatos con un rotulador negro. Saludé y pasé ante ellos, preguntándome cómo era posible que en tan poco tiempo ya no sintiera que esa fuera mi casa.
Treena trabajaba en mi habitación. Llamé a la puerta y entré para encontrarla ante mi escritorio, encorvada sobre una pila de libros de texto, con unas gafas que no le había visto antes. Era extraño verla rodeada de cosas que yo había escogido para mí misma, que los dibujos de Thomas ocultaran ya las paredes que yo había pintado con tanto esmero, que esos garabatos aún ensuciaran la esquina de mi cortina. Tuve que hacer un esfuerzo para no dejarme llevar por el resentimiento.
Me miró por encima del hombro.
—¿Me ha llamado mamá? —dijo. Echó un vistazo al reloj—. Creí que le iba a dar de merendar a Thomas.
—Está en ello. Le va a dar palitos de pescado.
Treena me miró y se quitó las gafas.
—¿Te encuentras bien? Estás hecha un asco.
—Tú también.
—Lo sé. Me puse a dieta, una estúpida dieta desintoxicante. Me ha dado urticaria. —Se llevó una mano al mentón.
—No necesitas ponerte a dieta.
—Sí. Bueno..., hay un tipo en Contabilidad 2 que me gusta. Pensé en hacer un esfuerzo. La urticaria siempre te vuelve más atractiva, ¿verdad?
Me senté en la cama. Era mi edredón. Sabía que Patrick lo detestaría, con esas alocadas formas geométricas. Me sorprendió que Katrina lo usara.
Treena cerró el libro y se reclinó en la silla.
—Entonces, ¿qué está pasando?
Me mordí el labio, hasta que me lo preguntó de nuevo.
—Treen, ¿crees que yo podría volver a estudiar?
—¿Estudiar? ¿Qué?
—No lo sé. Algo relacionado con la moda. Diseño. O tal vez solo costura.
—Bueno..., claro que hay cursos. Seguro que hay uno en mi uni. Lo podría mirar, si quieres.
—Pero ¿aceptan a personas como yo? ¿Personas sin cualificaciones?
Arrojó el bolígrafo al aire y lo cogió al vuelo.
—Oh, les encantan los estudiantes maduros. En especial, los estudiantes maduros con una ética del trabajo ya demostrada. Tal vez tengas que hacer un curso de adaptación, pero no veo por qué no. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—No lo sé. Es algo que dijo Will hace algún tiempo. Que debería..., que debería hacer algo con mi vida.
—¿Y?
—Y no dejo de pensar..., tal vez ya sea hora de que yo haga lo que tú estás haciendo. Ahora que papá tiene trabajo, tal vez tú no seas la única capaz de hacer algo de provecho con su vida.
—Tendrías que pagar.
—Lo sé. He estado ahorrando.
—Sospecho que tal vez sea un poco más de lo que has conseguido ahorrar.
—Podría solicitar una beca. O tal vez un préstamo. Y tengo bastante para sobrevivir durante un tiempo. He conocido a una parlamentaria que dijo que tenía contactos con una agencia que podría ayudarme. Me dio su tarjeta.
—Un momento —dijo Katrina, que se giró en la silla—, no lo entiendo. Pensé que querías continuar con Will. Pensé que el objetivo de todo esto era que siguiera con vida y tú siguieras trabajando para él.
—Lo sé, pero... —Alcé la vista al techo.
—Pero ¿qué?
—Es complicado.
—También lo es la flexibilización cuantitativa. Pero aun así sé que significa imprimir dinero.
Se levantó de la silla y fue a cerrar la puerta de la habitación. Bajó la voz para que nadie nos oyera.
—¿Crees que vas a perder? ¿Crees que va a...?
—No —dije atropelladamente—. Bueno, espero que no. Tengo planes. Grandes planes. Luego te los enseño.
—Pero...
Estiré los brazos por encima de la cabeza y entrelacé los dedos.
—Pero... me gusta Will. Un montón.
Me estudió. Adoptó esa cara de pensar tan suya. No hay nada más aterrador que la expresión pensativa de mi hermana cuando te clava la mirada.
—Oh, mierda.
—No...
—Vaya, esto sí que es interesante.
—Lo sé. —Dejé caer los brazos.
—Quieres un trabajo. Para poder...
—Es lo que me dicen los otros tetras. Los tetras con los que hablo en los foros. No se puede ser ambas cosas. No se puede ser la cuidadora y la... —Alcé las manos para cubrirme la cara.
Sentí que tenía su mirada clavada en mí.
—¿Lo sabe él?
—No. Ni siquiera sé si yo lo sé. Es que... —Me eché sobre la cama de mi hermana, boca abajo. Olía a Thomas. Con un ligero toque a mermelada—. No sé qué pensar. Solo sé que la mayor parte del tiempo preferiría estar con él antes que con cualquier otra persona.
—Incluido Patrick.
Y ahí estaba, a plena vista. La verdad es que apenas lograba aceptarlo yo misma.
Sentí que las mejillas se me ruborizaban.
—Sí —confesé al edredón—. A veces, sí.
—Joder —dijo mi hermana, al cabo de un minuto—. Y yo que pensaba que a mí me gustaba complicarme la vida.
Se tumbó junto a mí y miramos el techo. Abajo oímos al abuelo que silbaba sin ritmo, acompañado por los ruidos de Thomas, que estrellaba una y otra vez un vehículo de control remoto contra un rodapié. Por alguna razón inexplicable, mis ojos se cubrieron de lágrimas. Al cabo de un minuto, sentí que los brazos de mi hermana me rodeaban.
—Qué jodida loca —dijo, y ambas comenzamos a reírnos.
—No te preocupes —la tranquilicé, limpiándome la cara—. No voy a hacer ninguna tontería.
—Bien. Porque, cuanto más pienso en ello, más creo que se debe a la intensidad de la situación. No es real, es parte de todo este drama.
—¿Qué?
—Bueno, es una situación a vida o muerte, al fin y al cabo, y todos los días te enclaustras en la vida de este hombre, te encierras en ese extraño secreto. Eso crea una sensación de intimidad falsa. Eso, o sufres de un extraño complejo de Florence Nightingale.
—Créeme, no se trata de eso, de verdad.
Nos quedamos ahí, mirando al techo.
—Pero es una locura, pensar en querer a alguien que no puede..., ya sabes, corresponderte. Tal vez todo esto no sea más que una reacción de pánico por haberte ido por fin a vivir con Patrick.
—Lo sé. Tienes razón.
—Y los dos lleváis juntos muchísimo tiempo. Es normal que te atraigan otras personas.
—Sobre todo cuando Patrick está obsesionado con ser el Hombre Maratón.
—Y tal vez vuelvas a tener problemas con Will. Es decir, aún recuerdo cuando pensabas que era un imbécil.
—A veces aún lo pienso.
Mi hermana cogió un pañuelo y me limpió los ojos. Luego apartó algo con el pulgar de mi mejilla.
—Dicho todo esto, es buena idea ir a la universidad. Porque, para decirlo a las claras, tanto si las cosas con Will acaban de pena como si no, vas a necesitar un trabajo de verdad. No vas a dedicarte a esto para siempre.
—Con Will las cosas no van a acabar de pena, como dices. Él... va a estar bien.
—Claro que sí.
Mi madre estaba llamando a Thomas. La oíamos cantando en el piso de abajo, en la cocina. «Thomas. Tomtomtomtom Thomas...».
Treena suspiró y se frotó los ojos.
—¿Vas a volver a casa de Patrick esta noche?
—Sí.
—¿Quieres ir a tomar algo al Spotted Dog y enseñarme esos planes? Voy a ver si mamá puede acostar a Thomas. Vamos, tú invitas, ahora que estás tan forrada que vas a ir a la universidad.
Eran las diez menos cuarto cuando volví a la casa de Patrick.
Mis planes, asombrosamente, habían recibido la completa aprobación de Katrina. Ni siquiera había hecho eso tan suyo de añadir: «Sí, vale, pero sería incluso mejor si...». Hubo un momento en que me pregunté si solo intentaba ser amable, porque era evidente que yo estaba perdiendo un poco los estribos. Pero no dejaba de decir cosas como: «¡Vaya, no me puedo creer que hayas descubierto esto! Tienes que sacar un montón de fotografías cuando se tire del puente». O: «¡Imagina qué cara va a poner cuando le hables del salto en paracaídas! ¡Va a ser fantástico!».
Cualquiera que nos hubiera mirado en el bar habría pensado que éramos dos amigas que se llevaban a las mil maravillas.
Aún reflexionando sobre todo esto, entré en silencio. El apartamento estaba a oscuras desde fuera y me pregunté si Patrick se habría acostado temprano como parte de su programa de entrenamiento intensivo. Dejé el bolso en el suelo del pasillo y abrí la puerta del salón, mientras pensaba qué amable había sido al dejar una luz encendida para mí.
Y entonces lo vi. Estaba sentado a la mesa, puesta para dos, con una vela en el centro. Cuando cerré la puerta detrás de mí, Patrick se levantó. Ya se había consumido la mitad de la vela.
—Lo siento —dijo.
Lo miré fijamente.
—Fui un idiota. Tienes razón. Este trabajo tuyo son solo seis meses y me he comportado como un crío. Debería estar orgulloso de que estés haciendo algo tan meritorio y de que te lo estés tomando tan en serio. Fui un poco... exagerado. O sea, lo siento. De verdad.
Me tendió la mano. La tomé entre las mías.
—Está muy bien que intentes ayudarle. Es admirable.
—Gracias. —Le apreté la mano.
Cuando habló de nuevo, fue después de respirar un momento, como si hubiera logrado soltar un discurso memorizado de antemano.
—He preparado la cena. Me temo que es ensalada otra vez. —Pasó junto a mí de camino al frigorífico y sacó dos platos—. Te prometo que vamos a salir a darnos un buen banquete cuando acabe el Norseman. O tal vez cuando tenga que empezar a tomar carbohidratos. Es que... —Resopló—. Supongo que no he tenido mucho tiempo para pensar últimamente. Supongo que eso es parte del problema. Y tienes razón. No hay ningún motivo para que me sigas. El triatlón es asunto mío. Tienes todo el derecho a quedarte a trabajar.
—Patrick... —dije.
—No quiero discutir contigo, Lou. ¿Me perdonas?
Su mirada rebosaba ansiedad y olía a colonia. Esos dos hechos cayeron sobre mí, lentamente, como una losa.
—Pero siéntate —continuó—. Vamos a comer y luego... No sé. Vamos a pasarlo bien. Hablemos de algo diferente. No de correr. —Soltó una risa forzada.
Me senté y miré a la mesa.
En ese momento, sonreí.
—Esto está muy bien —dije.
Patrick realmente era capaz de hacer maravillas con la pechuga de pavo.
Nos comimos la ensalada de verduras, la ensalada de pasta y la ensalada de mariscos, además de una ensalada de frutos exóticos que había preparado como postre, y yo bebí vino mientras que él seguía con su agua mineral. Tardamos, pero al final comenzamos a relajarnos. Ahí, enfrente de mí, había un Patrick a quien no había visto desde hacía mucho tiempo. Era divertido, atento. Se controló para no decir nada acerca de los maratones y se reía cada vez que notaba que la conversación giraba hacia ese tema. Sentí los pies de Patrick bajo los míos y nuestras piernas se entrelazaron, y poco a poco una sensación tensa e incómoda comenzó a disolverse en mi pecho.
Mi hermana estaba en lo cierto. Mi vida se había vuelto extraña y aislada de todo el mundo que conocía: la difícil situación de Will y sus secretos me habían anegado. Tenía que hacer un esfuerzo para no perder de vista el resto de mí misma.
Comencé a sentirme culpable por la conversación que había mantenido con mi hermana. Patrick no me dejaba levantarme, ni siquiera para ayudarle a quitar la mesa. A las once y cuarto se levantó y llevó los platos y las fuentes a la cocina y comenzó a cargar el lavavajillas. Yo me quedé en mi asiento, escuchándolo, pues me hablaba desde el otro lado de ese pequeño umbral. Me froté el lugar donde el hombro y el cuello se unen, para intentar deshacer los nudos que parecían estar incrustados ahí. Cerré los ojos, intenté relajarme y pasaron unos minutos antes de que me fijara en que la conversación había cesado.
Abrí los ojos. Patrick se encontraba en la puerta y sostenía la carpeta con mis planes. Tenía en las manos varios papeles.
—¿Qué es todo esto?
—Es... el viaje. Ese del que te he hablado.
Observé cómo hojeaba todos los papeles que le había mostrado a mi hermana, fijándose en el itinerario, las fotografías, la playa de California.
—Creí... —Cuando recuperó la voz, sonó extrañamente apagada—. Creí que ibas a Lourdes.
—¿Qué?
—O..., no sé..., al hospital de Stoke Mandeville... o a alguna parte. Cuando dijiste que no podías venir porque tenías que ayudarlo, creí que era un trabajo de verdad. Fisio, o curación por la fe, o algo así. Esto parece... —Negó con la cabeza, incrédulo—. Parecen las mejores vacaciones de tu vida.
—Bueno..., más o menos, eso es lo que es. Pero no para mí. Para él.
Patrick hizo una mueca.
—No... —dijo, negando con la cabeza—. Tú no te lo pasarías bien, claro. Bañeras de hidromasaje bajo las estrellas, nadar con delfines... Oh, mira: «Los lujos de un hotel de cinco estrellas» y «Servicio de habitaciones veinticuatro horas». —Alzó la vista hacia mí—. Esto no es un viaje de trabajo. Es una maldita luna de miel.
—¡Eso no es justo!
—¿Y esto sí? ¿Tú... de verdad crees que te voy a esperar aquí sentado mientras te vas con otro hombre a unas vacaciones como estas?
—También viene su cuidador.
—Ah. Ah, sí. Nathan. Entonces está todo bien, claro.
—Patrick, vamos... Es complicado.
—Entonces, explícamelo. —Me arrojó los papeles—. Explícamelo, Lou. Explícamelo de tal manera que pueda entenderlo.
—Para mí es importante que Will quiera vivir, que vea en el futuro cosas buenas.
—¿Y entre esas cosas buenas estás tú?
—Eso no es justo. Mira, ¿alguna vez te he pedido que dejes de trabajar en lo que te gusta?
—Mi trabajo no incluye hidromasajes con otros hombres.
—Bueno, no me importaría. ¡Puedes darte hidromasajes con otros hombres! ¡Todas las veces que quieras! Ya está. —Intenté sonreír, con la esperanza de que él me devolviera la sonrisa.
Pero no picó el anzuelo.
—¿Cómo te sentirías tú, Lou? ¿Cómo te sentirías si te dijera que iba a ir a una convención de gimnasia con, no sé, Leanne, la de los Diablos, porque necesita que la animen?
—¿Que la animen? —Pensé en Leanne, con su pelo rubio ondeante y sus piernas perfectas, y me pregunté vagamente por qué se le había ocurrido precisamente ese nombre.
—¿Y cómo te sentirías si te dijera que ella y yo saldremos a cenar a menudo y tal vez vayamos a bañeras de hidromasajes o viajemos por ahí juntos? A algún lugar a unos diez mil kilómetros de aquí, solo porque estaba un poco desanimada. ¿De verdad no te molestaría?
—Will no está un poco desanimado, Pat. Quiere matarse. Quiere ir a Dignitas y acabar con su vida. —Oí la sangre que palpitaba en mis oídos—. Y no le des la vuelta de ese modo. Tú fuiste quien llamó a Will tullido. Tú fuiste el que dejó muy claro que no sería una amenaza para ti. «El jefe perfecto», dijiste. Alguien por quien no merecía la pena preocuparse.
Volvió a dejar la carpeta en la encimera.
—Bueno, Lou... Ahora estoy preocupado.
Hundí la cara entre las manos y me quedé así un minuto. Fuera, en el pasillo, oí abrirse la puerta contra incendios y las voces de unas personas que se apagaron cuando esta se cerró detrás de ellas.
Patrick recorría con la mano, despacio, hacia delante y hacia atrás, el borde de los armarios de la cocina. Un pequeño músculo se le marcó en el mentón.
—¿Sabes cómo me siento, Lou? Siento que estoy corriendo, pero que siempre voy un poco por detrás del resto. Siento... —Respiró hondo, como si intentara recobrar la compostura—. Siento que algo malo aguarda a la vuelta de la siguiente curva, y que todo el mundo sabe de qué se trata menos yo.
Alzó los ojos hacia los míos.
—No creo estar siendo poco razonable. Pero no quiero que vayas. No me importa si no quieres ir al Norseman, pero no quiero que vayas a estas... vacaciones. Con él.
—Pero yo...
—Llevamos casi siete años juntos. Y has conocido a este hombre, has tenido este trabajo, durante cinco meses. Cinco meses. Si vas con él, me estás diciendo algo sobre nuestra relación. Sobre qué sientes por mí.
—Eso no es justo. No tiene nada que ver con nosotros —protesté.
—Sí tiene que ver con nosotros, si decides ir a pesar de todo lo que acabo de decir.
Cuando recuperé la voz, hablé en un susurro.
—Pero él me necesita.
Tan pronto como lo dije, tan pronto oí esas palabras y vi cómo se retorcían y reagrupaban en el aire, supe cómo me habría sentido si él me hubiera dicho lo mismo a mí.
Patrick tragó saliva, negó con la cabeza un poco, como si le costara asimilar lo que acababa de decir. Dejó la mano a un lado de la encimera y a continuación me miró.
—Nada de lo que diga va a cambiar las cosas, ¿verdad?
Así era Patrick. Siempre más inteligente de lo que yo me esperaba.
—Patrick, yo...
Patrick cerró los ojos, solo un momento, se dio la vuelta y salió del salón, dejando los últimos platos vacíos en el aparador.