50. Mil caras

—Recuérdame otra vez por qué estoy haciendo esto.

—Para mostrar tu apoyo. —Aya ajustó los destellos del vestido de Tally y dio un paso atrás para admirarlos—. Eres la persona más famosa del planeta, Tally-wa. Si cuentas a todo el mundo que apoyas el proyecto de los extras, conseguirán muchos más miembros.

—Y menos problemas por todo el metal que se han llevado —añadió Fausto. Se ajustó la corbata—. Y por secuestrar a la gente que los veía.

—Además, Tally-wa —dijo Shay alisándose el pelo—, ¡hace siglos que no vamos a una fiesta!

Tally se limitó a gruñir mientras se miraba recelosamente en la enorme pantalla mural de Aya. Lucía un vestido de fiesta negro como la noche, de terciopelo y materia inteligente, que brillaba como las estrellas. Idóneo para la Fiesta de las Mil Caras.

—Alegra esa cara —dijo Shay—. Antes siempre vestías así.

—Cuando era una cabeza de burbuja.

Aya trató de imaginarse a Tally siempre contenta y en la inopia y sacudió la cabeza. Con el rostro y los brazos surcados de cicatrices y tatuajes flash, hasta embutida en un vestido de fiesta seguía pareciendo una cortadora.

—¿Sabes una cosa? —susurró Aya—. Si quisieras, podrías quitarte los tatuajes.

—Ni hablar. —Tally se pasó un dedo por el brazo—. Me recuerdan cosas que no deseo olvidar.

—Estás preciosa —dijo David. Había elegido una vieja americana de seda de Hiro tras declarar que todo lo que pudiera salir de un agujero en la pared le inquietaba. Llevaba toda la tarde, desde su llegada de Singapur con Tally, nervioso, como si la ciudad le agobiara.

El apartamento de Aya se encontraba algo concurrido esa noche. Estaban los nueve —Aya, Frizz, Hiro y Ren, Andrew, David y los tres cortadores— todos los que aparecían en el reportaje Exodo. Lo habían lanzado dos días antes y los nueve se encontraban entre las mil caras más famosas de la ciudad. Solo Mansión Oscilante ofrecía protección suficiente para mantener las cámaras paparazzi a raya.

Por lo menos había espacio para todos. A su regreso, Aya había descubierto que su apartamento había crecido en proporción a su fama, duplicando su tamaño. Puede que el rango facial no lo fuera todo, pero ser la tercera persona más famosa de la ciudad tenía sus ventajas.

—Sigo sin entender por qué tenemos que ir a esa estúpida fiesta —dijo Tally—. ¿No podría hacer un anuncio en la fuente?

Aya arrugó la frente.

—No tendría ninguna gracia. Y no ayudaría tanto a los extras.

—Además —intervino David—, se lo debemos por la veintena de naves que nos cargamos.

—Supongo que tienes razón.

Tally echó una última ojeada triste a su vestido.

Shay soltó una risita.

—Tuvieron suerte de que no utilizáramos nanos.

A la salida les aguardaba una multitud de aerocámaras.

—Vale —dijo Tally—, decididamente odio esta ciudad.

Aya respiró hondo, pero se dio cuenta de que no podía discutírselo. Empezaba a irritarle que la siguieran a todas partes y le enviaran mensajes a todas horas, que las pequeñas imitaran su peinado y las fuentes detractoras se burlaran de su nariz. Había momentos en que se preguntaba si algún día volvería a gozar de intimidad.

Últimamente hasta su propia aerocámara le ponía nerviosa. Aunque Ren la había abierto y había retirado las modificaciones de los extras, Aya seguía teniendo pesadillas llenas de traición y ejércitos de Moggles parlantes.

Pero era inútil tratar de fingir que no estaba disfrutando de su rango facial de un dígito. Después de todo, ahí estaba, con todos su amigos famosos, camino de la fiesta de Nana Love, con una sonrisa en el rostro y Moggle detrás para captar cada segundo.

—¿Cómo vamos a traspasar esas cosas? —preguntó Tally.

—¿Con brillobombas? —propuso Fausto.

—¡Con nanos! —exclamó Shay.

—¡Ni lo uno ni lo otro! —intervino Aya—. No siempre es necesario bombardear cosas, Tally-wa. En esta ciudad tienes una burbuja de reputación.

—¿Una qué?

—Las cámaras retrocederán en cuanto eches a andar.

Tally dio unos pasos y el muro de aerocámaras se alejó de la frontera de los cincuenta metros de Mansión Oscilante. David la tomó del brazo y tiró un poco más de ella. Pasados unos instantes les siguieron los demás, rodeados por una esfera de aerocámaras casi perfecta.

—Este lugar es muy extraño —dijo Andrew Simpson Smith—. ¿Todas las ciudades son así?

—No —respondió Tally—. Después de la lluvia mental esta quedó particularmente descerebrada.

—¡La economía de la reputación no tiene nada de descerebrada! —protestó Hiro. Durante los últimos días había estado practicando su inglés con Andrew Simpson Smith y le gustaba soltar frases largas—. El deseo de ser famoso motiva a la gente, lo cual hace que el mundo sea más interesante.

Tally soltó un bufido.

—He visto esa motivación en acción, Hiro. También puede llevarte a tergiversar la verdad.

Aya suspiró, preguntándose cuándo pensaba Tally hacer borrón y cuenta nueva. La mayoría de las fuentes ya habían olvidado los errores de su reportaje sobre el Exterminador de Ciudades. Tenían cosas mejores que lanzar ahora que Aya Fuse les había dado un nuevo futuro sobre el que especular, un concepto de extra completamente nuevo.

Y, a diferencia de ciertas personas, ella no había hecho saltar nada por los aires.

La mansión de Nana Love era todo un espectáculo.

Había una gran presencia de neogourmets alardeando de su nuevo aerogel comestible e inteligente. La nube flotaba sobre sus cabezas cambiando de forma y sabor con el transcurso de la noche y disputándose con las aerocámaras el mejor aeroespacio.

Con los ojos muy separados y la piel pálida, los monos quirúrgicos estaban jugando a ser extras, si bien la mayoría había pasado de modificarse los pies. Los equipos de aeropelota en gravedad cero también estaban de moda, aunque Hiro no paraba de farfullar que a la gente no le iría mal un poco de práctica.

Las brillocámaras, inventadas expresamente para esa fiesta, estaban por todas partes. Flotando a la altura de los ojos cual entrometidas luciérnagas, cada una filmaba solo unos pocos píxeles y la inter— faz urbana componía a partir de ellos una imagen continua. Todo el mundo podía navegar por la fiesta como si hubiera enviado su propia aerocámara invisible.

Obviamente, las brillocámaras no tardaron en sacar de quicio a Tally. Aplastó un puñado contra el suelo y el resto retrocedió, creando una respetable burbuja de reputación. Al rato Tally desapareció en las estancias privadas de la mansión de Nana Love, seguida de los demás cortadores.

—Buenas noches, Aya —dijo una voz familiar en inglés.

Aya levantó la vista y encontró a Udzir suspendido en el aire, junto a Moggle, luciendo un elegante sari y sosteniendo una copa de champán con los dedos curvos de su pie.

Hizo una profunda inclinación para ocultar la expresión de su cara. Aunque Udzir les había explicado su cirugía con todo detalle, los extras todavía le producían escalofríos. La palidez de su piel les ayudaba a producir vitamina D a partir del más mínimo rayo de sol. También los ojos separados tenían su razón de ser: en los primeros asentamientos orbitales vivirían tan hacinados que la percepción de profundidad normal no sería necesaria.

Así y todo, el efecto conjunto ponía los pelos de punta.

—Espero que estés disfrutando de la fiesta —dijo.

—Claro. Fuiste muy amable al conseguirme una invitación.

—No fui yo —dijo Aya.

Como la nueva cara de humanidad extraterrestre, Udzir se encontraba entre las cien personas más famosas. Todo el mundo bromeaba con el hecho de que fuera el único extra que, estrictamente hablando, no tenía nada de extra.

—En cualquier caso, mi presencia aquí se la debo a tu reportaje. —Hizo una pequeña reverencia en el aire—. Has ayudado enormemente a nuestra causa, Aya.

—Me alegro de que las cosas se aclararan antes de que Tally— sama os calcinara toda la flota.

—Nosotros también. Aunque al final el drama de nuestro rescate ha demostrado ser más valioso que las naves que perdimos. Extraño fenómeno, la fama.

—Dímelo a mí. ¿Habéis reclutado a muchas personas?

—Ajá. —Udzir miró por encima del hombro de Aya—. Y algunas más esta noche.

—Eh, Fisgona.

Aya se dio la vuelta y sus ojos se abrieron como platos.

—¿Lai? ¿Cómo has...?

—¿Conseguido entrar? —le preguntó Lai con una sonrisa—. Como tú, con una invitación.

Aya pestañeó. No se le había ocurrido consultar los rangos faciales de las Chicas Astutas últimamente, pero claro, con el relanzamiento de una nueva versión de la historia...

—Novecientos cincuenta y siete —le informó Lai—, ya que pensabas preguntármelo.

—Oh, debes de estar muy disgustada.

Lai se encogió de hombros.

—No importará demasiado cuando esté en órbita. —Miró a Udzir, que se había vuelto para hablar con otro invitado—. Solo espero que Míster Célebre Cara Extraterrestre comprenda que en los nuevos territorios no habrá tiempo para la fama.

Aya rio y se imaginó a Lai con cuatro manos y ojos de pez. Ahuyentó la imagen de su cabeza con un escalofrío.

—Todavía lamento haberos filmado a hurtadillas.

—Y yo lamento haberte lanzado por una catapulta magnética. —Lai calló un instante—. Un momento, no lo lamento en absoluto. Fue realmente divertido.

Aya volvió a reír.

—Supongo que tienes razón. ¿Y cómo están las Chicas Astutas?

—Seguramente viendo esta fiesta en sus pantallas murales.

Aya frunció el entrecejo.

—¿En serio? Jamás habría pensado que a las Chicas Astutas les fuera este rollo de las Mil Caras.

Lai se encogió de hombros, miró de soslayo a Moggle y se acercó un poco más a Aya.

—¿Quieres una primicia para una historia?

—¿Una historia? —preguntó Aya. Aún no había pensado demasiado en su siguiente lanzamiento. Después del fin del mundo y el nacimiento de los nuevos territorios, todo se le antojaba anodino. Y seguía preguntándose sobre la posibilidad de hacerse guardabosques—. Bueno.

—Pero tienes que prometerme que no se la contarás a nadie hasta que corten la tarta.

Aya enarcó una ceja. Era una tradición en la Fiesta de las Mil Caras que Nana Love sacara una tarta rosa gigante al dar la medianoche y todas las caras célebres se congregaran a su alrededor para compartir sus porciones de fama.

—Hummm... hecho.

Lay ahuyentó unas cuantas brillocámaras con la mano, pegó los labios al oído de Aya y bajó la voz hasta un levísimo susurro.

—He inyectado en la tarta una materia inteligente que inventó Edén. Se está expandiendo mientras hablamos, volviendo el azúcar digamos que... inestable.

—¿Inestable?

—Chissst. —Lai soltó una risita—. Cuando Nana la corte, explotará. Nada letal... solo una lluvia de azúcar.

Aya la miró boquiabierta mientras trataba de imaginarse las caras ilustres de la ciudad cubiertas de azúcar glaseado rosa.

—Pero eso es...

—¿Una genialidad? Estoy de acuerdo. —Lai se alejó con una sonrisa—. Recuerda tu promesa, Fisgona. Has de guardar el secreto.

Aya localizó a Frizz por medio de un mensaje y fue a su encuentro en la terraza de arriba. Estaba solo, contemplando los jardines privados en penumbra.

—Tengo un dilema ético que plantearte, Frizz.

Frizz se dio la vuelta. Sus ojos manga brillaban con los fuegos artificiales de seguridad.

—¿Un dilema ético? ¿En esta fiesta?

Aya miró a su alrededor. No había brillocámaras flotando en el aire y Moggle era la única aerocámara a la vista. Esta noche las cámaras tenían prohibido el acceso al jardín de Nana Love, de ahí, probablemente, que la terraza estuviera vacía.

—Imagina que fueras un lanzador y supieras que algo iba a suceder en, digamos, una fiesta, y que ese algo podría suponer un terrible bochorno para el anfitrión, pero has prometido no contárselo a nadie.

—Hummm. ¿Estamos hablando solo de un bochorno?

—Sí, pero grande.

Frizz se encogió de hombros.

—Probablemente mantendría mi promesa.

Aya suspiró mientras contemplaba las ventanas de la ciudad titilando con la luz de las fuentes: todo el mundo estaba viendo las Mil Caras en sus pantallas murales.

—A veces desearía poder compartir secretos contigo.

—Tal vez puedas hacerlo pronto.

Aya frunció el entrecejo.

—¿De qué estás hablando?

—He estado meditando lo que dijo Tally, lo de que soy un cobarde por no decir la verdad por mí mismo. —Se señaló la sien—. Puede que Sinceridad Radical esté quedando anticuada.

—¡Si la camarilla tiene más seguidores que nunca!

—Precisamente. Ya no me necesitan.

Aya parpadeó, tratando de imaginar a Frizz sin sus bochornosos arranques de sinceridad.

—No sé, Frizz-chan. En cierto modo te necesito a mi lado para que me ayudes a ser sincera.

Frizz le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia sí.

—No te preocupes, seguiré estando a tu lado. Y no voy a renunciar a la sinceridad, solo a la Sinceridad Radical.

Aya apoyó su peso en él.

—Pero si no te sientes obligado a decir la verdad, ¿cómo sabré que todavía te gusta mi narizota? Has de saber que no voy a cambiármela. Tally-wa me hizo prometérselo.

—Me lo contó. No tienes de qué preocuparte. Una pequeña intervención cerebral no me hará cambiar de parecer. No con respecto a ti.

Se quedaron un buen rato en la terraza, escuchando el ir y venir de las risas y la música.

Se le hacía extraño permanecer al margen de la fiesta. Aya había visto las fiestas de las Mil Caras en las fuentes desde que le alcanzaba la memoria, imaginando que era una de las elegidas. Y, ahora que finalmente se encontraba allí, solo deseaba estar a solas con Frizz contemplando la ciudad que se extendía al otro lado de los vastos jardines de Nana Love exentos de cámaras, inmensamente feliz de que nadie más deseara privacidad esa noche.

El alboroto a sus espaldas era una simple fiesta, después de todo. Generaciones de cabezas de burbuja habían residido en esa misma mansión, luciendo más o menos las mismas ropas, diciendo básicamente las mismas cosas. Las brillocámaras y los rangos faciales no cambiaban eso...

De abajo llegó un ruido sordo y Aya bajó la vista.

Era David, levantándose del suelo. Seguramente había saltado de alguna ventana.

Tally Youngblood le seguía de cerca, descendiendo con la gracilidad de una flor de cerezo, atrapando repisas y marcos con las manos y los pies para ralentizar la caída. Aterrizó suavemente, deslizó su brazo por la cintura de David y juntos echaron a andar por el jardín.

Frizz se inclinó un poco más.

—Me estaba preguntando sobre esos dos.

—Ya oíste lo que dijo Tally, por eso —susurró Aya—. Nadie desde...

Pero Tally estaba arrimándose a David, empujándolo hacia la oscuridad del jardín, uniendo su hombro al de él en el aire frío de la noche.

—Moggle, ¿lo estás grabando? —comenzó Aya. Luego meneó la cabeza—. Olvídalo.

Se volvió hacia Frizz y lo alejó de la terraza con una sonrisa.

—Es casi medianoche. Vamos a ver cómo cortan la tarta.

FIN