Dos figuras con traje de camuflaje les esperaban en el límite de la jungla, encaramadas al alto muro que rodeaba la flota de los extras.
Cuando aterrizaron, Tally se quitó la capucha y el fuego se reflejó en sus ojos negros.
—Fausto y Shay están esperando una señal. Dentro de noventa segundos lanzarán nuevas bombas a menos que les indique lo contrario, de modo que empieza a explicarte.
—Los extras... quiero decir los frikis, no son lo que creíamos.
—¿Para qué son entonces todos esos misiles? —preguntó David, quitándose también él la capucha.
—No son misiles —dijo Aya—. Son naves.
Tally frunció el entrecejo.
—¿Naves?
—Todo encaja, Tally-wa. ¡Solo tienes que escucharme! ¡Cogen metal de todo el planeta! ¡Y flotan en el aire! ¡Tienen cuatro manos... porque allí arriba no necesitan pies!
Hiro le estrechó la mano y murmuró:
—Despacio, Aya.
—O por lo menos di algo que tenga sentido —espetó Tally—. Solo te quedan setenta segundos.
Aya cerró los ojos, intentando ordenar la historia en su cabeza. Todos los hilos que había estado siguiendo desde sus primeros pasos en la montaña excavada estaban empezando a unirse.
—Cuando puse a prueba aquel cilindro para mi reportaje, la materia inteligente estaba programada para guiarlo hacia arriba... pero no para que regresara a la Tierra. ¿Y recuerdas lo que dijo Fausto? ¿Que las catapultas magnéticas serían perfectas para lanzar los cilindros en órbita de forma permanente? Pues eso es justamente lo que están haciendo los frikis, con la diferencia de que su intención no es agotar los recursos del mundo, sino utilizarlos allí arriba.
—¿Para qué? —preguntó Tally.
—Para vivir. ¡Ha sido tu amigo Andrew el que nos lo ha explicado! Con todo ese metal y esa materia inteligente piensan construir asentamientos orbitales. La finalidad de las catapultas magnéticas es enviar materias primas a esos asentamientos.
—Todas las montañas que encontramos estaban vacías —dijo lentamente David—. ¿Es porque el metal ya ha sido lanzado?
Aya asintió, señalando la llanura en llamas.
—Y todo eso son naves, cohetes para trasladar a la gente. Las catapultas magnéticas les matarían si intentaran lanzarse por ellas a toda velocidad. Lo dijeron las Chicas Astutas. Por eso tienen la base aquí, en el ecuador, el lugar más fácil para lanzarse en órbita.
—Y llevan equipos de aeropelota —añadió Hiro en un inglés desesperantemente lento— para practicar la ingravidez.
—En órbita, donde dos manos extras son más útiles que dos pies —dijo David. Se volvió hacia Tally—. Quedan veinticinco segundos.
Aya advirtió que el recelo se dibujaba en las facciones perfectas y crueles de Tally. Según Frizz, Tally jamás había reparado la programación de su cerebro. Había sido diseñada para sentir desprecio por todo el que no era un especial, para pensar que la humanidad siempre estaba intentando destruir el mundo. ¿Y si su cirugía cerebral no le permitía ver lo que los extras estaban planeando realmente?
Tal como había dicho Udzir, los cohetes eran muerte y esperanza en una misma máquina, todo dependía del uso que se les diera. Aya ni siquiera era especial y había vivido en el error hasta que Andrew habló, convencida por su educación y por su propia tergiversación de que los extras eran una amenaza para el mundo.
Era muy fácil creer una historia si te la repetías las veces suficientes.
Tally cerró los ojos y meneó la cabeza.
—Si detenemos el bombardeo aunque solo sea unos minutos, podrían lanzar suficientes cosas de esas para destruir el planeta.
David posó una mano en su hombro.
—¿Por qué querrían hacer tal cosa? Hasta los oxidados consiguieron evitarlo. Construyeron los misiles, los apuntaron hacia sus objetivos...
Tally abrió los ojos.
—Pero nunca apretaron el botón. ¡Shay! ¡Fausto!
—Lo hemos oído todo —dijo la voz de Shay—. No más bombas por hoy.
Aya dejó escapar un suspiro largo y trémulo.
Tally se volvió para contemplar la flota de los extras y las facciones de su rostro se suavizaron. La red de camuflaje seguía ardiendo y todas las naves estaban negras y calcinadas. Aun así, solo unas cuantas habían quedado completamente destruidas, derribadas sobre un costado y con su combustible inflamado brotando como ríos de fuego en la oscuridad.
Había cientos de naves todavía en pie, tal vez miles. Las suficientes para trasladar una ciudad entera al cielo.
—Bien, cortadores —dijo Tally con voz cansada—, creo que deberíamos echarles una mano con esos incendios.
—¿Por qué no? —respondió Shay—. ¡Apagar incendios es casi tan divertido como iniciarlos!
Tally se cubrió la cara con la capucha y subió a su tabla. Su traje de camuflaje adoptó un tono naranja fuerte, como un mono de bombero, y salió disparada hacia la llanura incendiada.
Aya vio que otras dos aerotablas se elevaban por encima del bosque de siluetas metálicas y se unían a los aerovehículos de los extras para rociar con espuma los restos incendiados de la red de camuflaje y las naves que estaban peligrosamente cerca de las fugas de combustible inflamado.
—La zona está deforestada —dijo David—. Una vez que la red de camuflaje se haya consumido, el fuego ya no tendrá de qué alimentarse. —Se echó la capucha sobre la cara—. De todos modos, no os mováis de aquí. Ya os habéis achicharrado suficiente por hoy.
Aya asintió. Las escamas solidificadas de su traje de camuflaje crujían con el más mínimo gesto y habían adoptado permanentemente un tono gris humo veteado de rojo fuego.
—Dile a Tally que la culpa no es suya. Nosotros pensamos lo mismo.
David la miró y se encogió de hombros.
—Es lógico. Todos nos hemos criado en el mundo que los oxidados estuvieron a punto de destruir. Cuesta recordar que hicieron algo más que pelear entre sí. Pero gracias.
—¿Por qué? ¿Por tergiversar la verdad y hacer que todos vinierais aquí esperando encontrar monstruos exterminadores? —preguntó Aya.
—No, por ayudar a Tally a reprogramarse un poco más.
David se elevó en el aire y su aerotabla cruzó velozmente la tormenta de fuego.
—Buen trabajo, Aya-chan —dijo Hiro.
Aya miró a su hermano.
—¿Me tomas el pelo?
Hiro negó con la cabeza.
—Lo digo en serio. Por fin has aprendido a lanzar una historia sin adelantarte a los acontecimientos.
Aya soltó una carcajada que provocó otro aullido de dolor en sus costillas. Se frotó los costados con un gemido. Tenía un esguince en el hombro derecho de haber sido remolcada a velocidades de aeropelota, y la muñeca como si se la hubieran metido en un aparato para hacer sushi.
—Mira —dijo Hiro.
Moggle y Frizz estaban sobrevolando la calcinada red de camuflaje envueltos en una nube de humo.
—¿Estás bien? —le mensajeó Aya.
—Un poco chamuscado —dijo Frizz—, pero hemos conseguido tomas increíbles.
Aya meneó la cabeza. Por una vez le traía sin cuidado tener imágenes de todo eso. Finalmente, las piezas sueltas de las últimas dos semanas encajaban como los fragmentos de chatarra que componían las naves de los extras. Era un alivio no tener que luchar más con hechos incomprensibles y con su total falta de Sinceridad Radical.
Cuando Frizz aterrizó y la envolvió en un dulce abrazo, un zumbido tranquilizador recorrió su maltrecho cuerpo.
Finalmente había dado con la verdad de esta historia.