47. Dos pájaros de un tiro

Las cosas empezaban a cuadrar. Más o menos.

Poco después de que el aerovehículo aterrizara en la base con el piloto automático, los frikis debieron de caer en la cuenta de que Tally Youngblood había llegado. ¿Quién, aparte de los especiales, se habría atrevido a saltar sobre la jungla? Además, Frizz había revelado el nombre de Tally a Udzir.

Eso explicaba por qué los inhumanos habían permitido que Aya, Frizz y Hiro deambularan libremente por su campamento. Tenían miedo de enfrentarse a ellos y estaban esperando a tenerlos acorralados para atacar. Con sus trajes de camuflaje parecían auténticos cortadores.

Pero había algo que Aya no alcanzaba a comprender...

—¿De qué conoces a Tally? ¿Y qué haces aquí?

Andrew Simpson Smith sonrió orgulloso.

—Young Blood cayó del cielo cerca de mi pueblo hace tres años y medio.

—¿Cayó del cielo? —repitió Aya—. ¿Cerca de tu pueblo?

Andrew asintió.

—Está muy lejos de aquí. Entre los hombrecillos.

—¿Los hombrecillos? —preguntó Aya, mirándole detenidamente. ¿Se había operado los dientes para tenerlos así de torcidos? De sus ropas colgaban trozos de pelaje desgreñado, como si hubieran sido confeccionadas con animales muertos—. ¿Perteneces a una camarilla que recrea a los preoxidados?

El desconcierto le nubló el rostro.

—No te entiendo. A lo mejor no hablas la lengua de los dioses tan bien como yo. —Andrew se inclinó un poco más hacia ella—. La mayoría de esos flotantes tampoco.

Aya suspiró y decidió ceñirse a un inglés básico.

—¿Eres de la ciudad de Tally?

—Mi gente vive en la naturaleza —respondió firmemente Andrew—, pero ahora sabemos cómo funcionan los imanes y otras magias. Ayudamos a Young Blood a vigilar las ciudades para asegurarnos de que no dañen la Tierra. Así fue como conocí a los flotantes.

Aya asintió lentamente.

—Tally dijo que tenía un amigo al que habían secuestrado los frikis. ¿Se refería a ti?

—Sí. —Bajando la voz, Andrew añadió—: A los flotantes no les gusta que los espíen.

Moggle habló de nuevo.

—Andrew, tal vez deberías explicarles lo que has aprendido de nosotros.

Aya puso los ojos en blanco. ¿Realmente creían los inhumanos que ese tipo con pinta de preoxidado podía convencerla de algo?

Pero el hombre estaba asintiendo.

—¿Sabes lo de la forma de la Tierra, Aya?

—¿Cómo dices?

—Por lo visto la Tierra no es plana, sino redonda como una pelota.

Hiro soltó una carcajada, pero Frizz inclinó la cabeza y dijo:

—Sí, lo habíamos oído.

—Entonces podréis entenderme. —Andrew se acuclilló frente a Moggle y colocó un dedo sucio sobre su redondeada piel de camuflaje—. Todos vivimos en la superficie de esta pelota. Cada vez hay más gente, más ciudades y menos naturaleza.

—Lo sabemos. —Frizz se acuclilló a su lado—. Lo llamamos expansión.

—Expansión. —Andrew asintió—. La palabra de los dioses que significa hacerse más grande. Pero la pelota terrestre no se hace más grande.

—Ajá —convino Frizz—. Tenemos lo que tenemos y punto.

Andrew sonrió.

—Y ahí es donde entra el ingenio de los flotantes. ¿Qué os parecería la idea de construir una nueva ciudad... aquí?

Su dedo vagó por el aire y se detuvo a unos centímetros de la piel de Moggle.

Frizz se quedó mudo unos instantes y luego dijo:

—¿En el espacio?

Andrew asintió lentamente y extendió las manos como si estuviera calentándolas sobre la superficie de Moggle.

—Sobre nuestras cabezas hay un lugar estable llamado «órbita». Un anillo que rodea el mundo.

—No me lo puedo creer —murmuró Hiro.

Andrew soltó una risita.

—Al principio cuesta, lo sé, pero Young Blood me ha contado que el mundo es ilimitado e infinito. Has de aprender a ver más allá de los hombrecillos.

—¿Los hombrecillos? —preguntó Hiro.

Frizz miró la gigantesca pieza metálica que se alzaba sobre ellos.

—Al parecer tenías razón, Aya. Cuando les vimos fabricar esta cosa dijiste que parecía una nave.

Aya observó detenidamente el misil, la nave o lo que demonios fuera, y negó con la cabeza.

—¡Pero es idéntica a una de esas armas de los oxidados!

—Los oxidados tenían más de un sueño —contestó la voz inhumana.

Aya advirtió que no había salido de Moggle y se dio la vuelta. Udzir y otros dos inhumanos estaban suspendidos en el aire, frente a ella.

—Después de inventar los primeros exterminadores de ciudades —continuó—, los rediseñaron para enviar a la gente al espacio. Muerte y esperanza dentro de una misma máquina.

—¿Todo tiene que ver con eso? —preguntó quedamente Aya—. ¿Con el espacio?

—¡Por eso sois tan torpes con los equipos de aeropelota! —exclamó Hiro—. No los utilizáis para desplazaros más deprisa, sino para acostumbraros a la ingravidez.

—¡Entonces sí creéis en la órbita! —dijo entusiasmado Andrew—. ¡Es un lugar donde la gente flota!

Aya cerró los ojos y recordó su periplo por la jungla.

—Y por eso os habéis operado todos como frikis. Si no hay gravedad los pies no sirven de nada. Por eso todos tenéis cuatro manos.

Udzir frunció el entrecejo mientras nadaba en el aire.

—No somos «frikis», Aya Fuse. Cada cambio que nos hacemos nos adapta mejor a nuestro futuro hogar. Somos los primeros humanos extraterrestres. —Hizo una reverencia—. Y nos hacemos llamar extras.

Aya apenas consiguió ahogar una risa.

—Te aseguro —le dijo Udzir con firmeza— que lo de nuestro nuevo hogar va completamente en serio.

—Lo siento, es solo que en mi ciudad «extra» significa... Da igual, no tiene importancia.

—Así pues, estáis del lado de Tally —dijo Frizz—. Todo ese metal abandonará para siempre la Tierra.

Udzir asintió.

—Dos pájaros de un tiro. Podemos ralentizar la expansión urbana aquí en la Tierra y redirigirla al espacio. Ha llegado el momento de que los humanos abandonemos nuestro hogar, antes de que lo destruyamos.

—¿Os quedaréis en órbita? —preguntó Frizz—. ¿No iréis a otro planeta?

—Asentamientos orbitales permanentes —contestó Udzir—. Lo bastante próximos a la Tierra para enviar provisiones mediante catapultas magnéticas y lo bastante próximos al Sol para disponer de la energía solar que queramos. Y miniecosistemas para reciclar agua y oxígeno.

—Los oxidados nunca consiguieron salvarse de esa manera —dijo otro extra—. Estaban demasiado abrumados por la superpoblación y las guerras. Pero ahora la humanidad se ha reducido y está más unida. Tenemos otra oportunidad.

—A menos que Tally Youngblood y los cortadores nos lo impidan —añadió Udzir, volviéndose hacia Aya—. Una posibilidad que debemos agradecerte a ti.

—¿A mí? —espetó Aya—. ¿Por qué no contasteis a la gente lo que estabais haciendo? ¡Si no os hubierais escondido aquí y no hubierais secuestrado a gente, estoy segura de que Tally se habría puesto de vuestro lado!

—Sentimos mucho respeto por Tally Youngblood —dijo Udzir—, pero no podíamos contar nuestros planes. ¿Crees que las ciudades nos permitirían llevarnos el metal de las ruinas? ¿O construir una flota de naves fácilmente convertibles en exterminadores de ciudades?

—Deberíais enviar un mensaje a Tally y explicárselo —intervino Frizz—. Es muy probable que ya se encuentre aquí, y si ve esas naves pensará lo mismo que nosotros.

—Nunca ha querido escucharnos —dijo Udzir—. Tal vez podrías intentarlo tú, Aya Fuse.

Aya asintió lentamente al tiempo que sus últimas dudas se disipaban. Los extras no estaban intentando destruir el mundo; estaban intentando salvarlo. Los equipos de aeropelota en gravedad cero, los dedos simiescos, la nave espacial que se elevaba frente a ella, finalmente toda la historia encajaba.

La historia más importante desde la lluvia mental...

—Lo intentaré —dijo—, pero con una condición. Que me devolváis mi aerocámara.

—Debí imaginarlo —suspiró Udzir.

Agitó una mano y Aya sintió que su equipo de aeropelota resucitaba y sus extremidades se volvían ligeras. Hiro empezó a flotar y Moggle se elevó del suelo con vacilación.

—¿Eres tú? —le preguntó Aya.

Sus luces nocturnas parpadearon.

Con una sonrisa, Aya pestañeó para ahuyentar los puntos y activó su pantalla ocular.

—Tally-wa, ¿estás ahí? Tengo novedades.

Nadie respondió.

Aya meneó la cabeza.

—Probablemente se halle a más de un kilómetro de aquí. ¿Podéis aumentar mi señal?

—Podemos intentarlo —dijo Udzir—, pero si tu mensaje sale por nuestra red, Tally no creerá que sea... —Su voz se apagó lentamente.

Fuera, un fragor débil estaba inundando la noche, como si se avecinara una tormenta. Aya podía notarlo en las plantas de los pies, y las paredes del edificio estaban temblando. Oyó el aullido lejano de una alarma.

—Esto huele a Young Blood —murmuró Andrew, y Aya asintió.

Tally estaba, finalmente, haciendo saltar algo por los aires.