45. Manos

—¡Moggle, te necesito! —gritó Aya.

Hiro ya había salido disparado hacia el techo. Uno de los robots giró en redondo para irle a la zaga mientras los otros dos descendían directamente hacia Aya y Frizz.

—¡Salta! —Frizz la cogió de la mano y se impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas.

Se elevaron en el aire, girando descontroladamente el uno sobre el otro, como dos aeropelotas unidas entre sí. Una ventisca de nieve titilante se levantó a su alrededor.

—¡Suéltame... ya! —gritó Frizz.

Su mano resbaló por los dedos de Aya y sus cuerpos salieron despedidos en direcciones opuestas. Los robots pasaron volando entre los dos, separados apenas por una distancia de pocos centímetros.

Dando volteretas en el aire, Aya vio que una gran pared se le venía encima. Dobló las rodillas y la golpeó con los pies con todas sus fuerzas. El metal tronó y Aya se alejó rebotando.

—¡Moggle, aquí! —volvió a gritar.

La aerocámara estaba debajo de ella, con su pintura negra de camuflaje salpicada de motas blancas, dando vueltas y bandazos, como si los brillantes focos la hubieran dejado ciega.

—¡Por aquí! —aulló—. ¡Sigue mi voz!

Un robot elevador estaba volando hacia ella con los dedos extendidos, listos para apresarla...

Moggle embistió a Aya en el estómago, apartándola de la trayectoria del robot.

Abrazada a la cámara. Aya se dobló con un gemido mientras sus dedos tanteaban los lisos costados, buscando algo a lo que agarrarse. La mano gigante empezó a girar, pero muy lentamente porque estaba diseñada para transportar cargas pesadas, no para perseguir a gente.

—¡Deprisa, sube! —gritó Aya.

La aerocámara salió disparada hacia arriba y los dedos del robot aplastaron el aire bajo los pies agitados de Aya.

Hiro pasó volando por su lado, en dirección descendente, con las palmas de las manos unidas y el traje de camuflaje cubierto de puntos blancos. Parecía una constelación de destellos con forma de Hiro. Uno de los robots le estaba pisando los talones, levantando remolinos de nieve a su paso.

—¿Frizz? —llamó Aya, mirando a su alrededor.

Frizz estaba realizando saltos mortales por el aire con una mano a solo unos metros de él.

—¡Moggle, allí! —aulló. La aerocámara vibró en sus brazos, apuntando en diferentes direcciones, casi desprendiéndose de su abrazo, hasta que finalmente subió—. ¡No, arriba no!

Oyó gritar a Frizz y bajó la vista. Había rebotado contra una pared y aterrizado directamente en los dedos extendidos del robot. En esos momentos estaba forcejeando con la mano mientras esta se iba cerrando a su alrededor.

—¡Hiro! —gritó Aya—. ¡Tienes que ayudar a Frizz!

—¡No puedo! —gritó Hiro a su vez, agitando descontrolada— mente los brazos y las piernas—. ¡Algo le pasa a mi equipo!

—¡Baja, Moggle! —chilló Aya, presa de la frustración—. ¡Ya!

La aerocámara obedeció al fin y descendió en picado. Los pies de Aya se movían desenfrenadamente. Uno de sus tobillos chocó contra la palma metálica del robot y unos puntos rojos le nublaron la visión. Cuando volvió a ver, advirtió que Moggle seguía bajando en picado.

—¡No tan deprisa!

Pero la aerocámara se había convertido de pronto en un trozo de metal inerte, sin energía, que como un ancla tiraba de ella hacia el duro suelo de tierra.

—¡Moggle! —gritó—. ¡Despierta!

No obtuvo respuesta y Aya la soltó. Trató de enderezar el cuerpo para impulsarse hacia arriba, pero, por la razón que fuera, ya no era ingrávida. Las almohadillas de su equipo de aeropelota estaban tan muertas como Moggle.

Su caída ganó velocidad. El suelo se elevó como un puño gigante y un ruido sordo le atravesó el cuerpo.

Y durante un largo instante nadó en un mar de oscuridad...