42. Segunda oportunidad

—Estás chiflada —dijo Hiro. —Mira ahí fuera —dijo Aya—. La base de los frikis no está tan lejos. ¡Y llevamos trajes de camuflaje!

—Pero los cortadores se han llevado todas las aerotablas —señaló Ren—. ¿Pretendes que vayamos a pie?

—En realidad… —Aya frunció el entrecejo mientras miraba el suelo—. Tenemos suficientes piezas de equipo de aeropelota para los tres. Podemos ir bastante deprisa con ellas.

—¿Quieres que flotemos por la jungla de noche? —preguntó Frizz—. ¿Con lo difícil que resulta ya a la luz del día?

Ren asintió.

—Ahí abajo hay animales salvajes, Aya-chan. Además de serpientes y arañas venenosas.

Aya gruñó. ¿A qué venía todo ese apocamiento?

—Lo que pasa es que estás abochornada por haberla pifiado con la historia —dijo Hiro.

—No es por eso… —empezó Aya. Entonces miró a Frizz—. Vale, estoy abochornada, pero aquí sigue habiendo una historia y nosotros seguimos siendo lanzadores. ¿O no?

—Yo soy más bien un fundador de camarillas —farfulló Frizz.

—Da igual lo grande que sea la historia —dijo Ren—. Ni siquiera tenemos una… —Calló y miró a Aya—. Esto… ¿dónde está Moggle?

—¡Claro! —exclamó Aya—. Moggle podría remolcarme con un equipo de aeropelota, puede que incluso pudiera remolcar a dos. ¡Podríamos sobrevolar la jungla y de ese modo evitar las lianas y los bichos venenosos!

—Pero Moggle sigue en aquellas ruinas —dijo Frizz.

—¿Has perdido a Moggle? —gritó Hiro—. ¿Otra vez?

Aya negó con la cabeza.

—No la he perdido, ¿vale? Solo está esperando en unas ruinas que encontramos por el camino. Tenemos que enviarle un mensaje.

—Propuesta descerebrada por dos razones —contestó Hiro—. En primer lugar, si enviamos un mensaje los frikis bajarán y nos capturarán. En segundo lugar, aquí un mensaje alcanzaría como mucho un kilómetro. No hay interfaz urbana para repetirlo, solo jungla.

—Tiene razón, Aya —dijo Ren con las manos extendidas—. Solo nos queda esperar a Tally.

Aya suspiró y se hundió en el suelo.

Si no conseguía relanzar la historia, sería recordada para siempre como la imperfecta que la pifió con la historia más importante desde la lluvia mental, como una lanzadora incompetente que necesitó a Tally Youngblood para descubrir la verdad.

El nombre de Aya Fuse sería para siempre sinónimo de embustera.

Levantó la vista. Por la razón que fuera, Frizz estaba emitiendo quedos gruñidos.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí... —Torció el gesto—. Bueno, casi.

Aya reconoció la expresión de angustia y sonrió.

—Tienes una idea, ¿verdad?

Frizz negó con la cabeza mientras se mordía el labio.

—¡Demasiado peligroso!

—¡Vamos! —le suplicó Aya—. ¡Suéltala!

—¡Transmisión lineal! —barbotó, señalando la antena parabólica que les había dejado David. Se frotó las sienes—. Solo tenemos que colocarla en la dirección adecuada.

Ren asintió lentamente.

—Como ha dicho David, los frikis no oirán nada.

Anochecía y el horizonte estaba salpicado de focos y cascadas de chispas. Desde el mar llegaba la primera brisa fresca del día, transportando su olor salobre.

—Creo que es allí —dijo Frizz señalando un punto en la oscuridad—. Dos rascacielos en un claro, uno el doble de alto que el otro.

—Pero los inhumanos han regresado a ellas. —Aya estaba observando las chispas que caían de la torre más alta—. ¿No nos oirán?

Ren se volvió hacia la antena parabólica.

—La transmisión cubrirá un área reducida y esos obreros tienen un edificio que descuartizar. Sería absurdo que estuvieran buscando frecuencias aleatorias.

—Supongo que tienes razón.

Aya jugó nerviosamente con los mandos de su traje de camuflaje. Las escamas titilaron y adquirieron una textura semejante a una corteza de árbol. El equipo de aeropelota quedó completamente oculto bajo el traje.

—¿Ves ese elevador pesado? —Ren señaló una máquina que en ese momento abandonaba las ruinas—. Si Moggle sigue esa línea de cables y luego gira en aquel punto, en veinte minutos estará aquí.

Aya meneó la cabeza al recordar todos los virajes y cambios de rumbo que Tally había efectuado yendo hacia allí. Abajo, en las copas de los árboles, el cableado no era visible, pero desde esa altura los elevadores y aerovehículos que iban y venían desvelaban su trayectoria como un mapa móvil y luminoso desplegado en la oscuridad.

—Me quedaré aquí y guiaré a Moggle mientras vosotros esperáis allí abajo. —Ren señaló el lugar donde la pila de chatarra se adentraba en la jungla—. Quitaos las capuchas y le diré a Moggle que busque dos cabezas con luces infrarrojas.

—Tres —dijo Hiro.

Aya se volvió hacia él.

—Lo siento, Hiro, pero Moggle no puede remolcar a tres personas.

—¿Has olvidado que yo sí sé volar con un equipo de aeropelota? No necesito que nadie me remolque. —Hiro se elevó en el aire y efectuó una pirueta para demostrarlo—. Y no pienso dejar que mi hermanita me eclipse dos veces en una semana.

Aya sonrió.

—Me alegro de que nos acompañes.

Ren acercó la antena parabólica a la pared exterior y, arrodillándose, la colocó sobre una pila de escombros. Con sumo cuidado, orientó la parábola metálica hacia las remotas ruinas.

En los mandos parpadearon unas luces, pero Ren mantuvo la vista fija en el horizonte mientras ajustaba la antena muy lentamente, sondeando la oscuridad con su rayo invisible.

Transcurrieron largos minutos así, los dedos de Ren girando la antena con la lentitud de un minutero. En la habitación solo se oía el rechinar de cuchillas cortando metal.

—Todavía no puedo creer que nos hubiéramos equivocado con la historia —murmuró Hiro.

Aya sonrió.

—Gracias por incluirte, Hiro. Pero tenías razón, fue culpa mía.

Hiro gruñó.

—Eres afortunada por tener una segunda oportunidad...

—Quizá...

—No, seguro —dijo Ren, mirando el parpadeo de los controles—. ¡Hay respuesta!

—¿Moggle está bien? —preguntó Aya.

—Eso parece desde aquí. Incluso ha recargado su batería. Debió de encontrar un rincón soleado.

Aya sintió que una sonrisa se dibujaba en sus labios. Volvía a tener una aerocámara.

—En marcha —dijo Hiro.

Flotó hasta un boquete abierto en el suelo y descendió por él. Frizz le siguió impulsándose hacia abajo con las manos.

Antes de bajar, Aya se volvió hacia Ren.

—¿Estarás bien aquí solo?

—Claro. Pero no os entretengáis demasiado. —Dio unas palmaditas a la antena—. Si dentro de veinticuatro horas no habéis vuelto, lanzaré esto al mundo entero. Vuelo nocturno

Descendieron por el esqueleto de hierro, flotando a través de suelos derrumbados, como submarinistas explorando un barco hundido. El gemido de las cuchillas se perdió en la distancia y la oscuridad creció alrededor de Aya.

Con Moggle en camino, al fin podría recuperar todas esas horas de vuelo por la jungla sin cámara. No porque las imágenes de la naturaleza le hicieran a uno famoso. Más bien lo contrario. Tal como había dicho Miki, la fama era obvia, y en la jungla casi todo permanecía oculto.

Pero Aya quería recordar su sereno esplendor.

—¿Por allí? —preguntó Hiro cuando su hermana llegó al nivel del suelo. Estaba señalando la pila de acero y cascotes.

—Sí, pero esperemos unos minutos —dijo Aya—. Está bajando un elevador.

Aguardaron en la penumbra hasta que el elevador soltó su carga de chatarra. El metal crujió y se dobló, triturando cascotes de hormigón conforme se asentaba sobre la pila.

—Deprisa —dijo Frizz—. Antes de que venga otro.

Hiro ya había penetrado como una bala en el retorcido laberinto sin mirar atrás. Aya se juró que algún día aprendería a dirigir un equipo de aeropelota como es debido. Flotar con gravedad cero era más rápido que gatear, pero excesivamente lento cuando te estaban cayendo amasijos de acero descalabrantes.

El progreso entre los escombros se le estaba haciendo eterno. Los cables sueltos que sobresalían de las vigas tiraban de ella en la oscuridad; únicamente el blindaje del traje de camuflaje la protegía de incontables arañazos transmisores del tétanos. Y no podía dejar de imaginar que otro elevador avanzaba sobre ellos con una descomunal pila de chatarra para aplastarlos a todos.

Finalmente se estaban acercando a la jungla. Las lianas habían trepado por la maraña de metal y el zumbido de los insectos ahogaba el chirrido distante de las sierras cortadoras. Aya apenas veía, pero el griterío de las aves la guio hasta el límite de la pila.

—Uau —dijo la voz de Frizz en la oscuridad—. Cómo cambia de noche.

Era cierto: la jungla se había transformado. El sofocante calor había remitido y en la oscuridad resonaban cientos de sonidos indefinibles. El denso perfume de las plantas de floración nocturna inundaba el aire y sombras fugaces eclipsaban las estrellas.

—Quitaos las capuchas —dijo Hiro—. Moggle espera tres cabezas con infrarrojos.

Aya obedeció y un enjambre de mosquitos se formó al instante frente a su cara. La nube era tan espesa que en su primera bocanada de sorpresa le entraron varios bichos. Los escupió.

—¡Estos mosquitos son enloquecedores!

El ruido de una bofetada sonó en la dirección de Frizz.

—Tendremos que tomar algo contra la malaria cuando volvamos a casa —dijo.

—¿Qué es la malaria? —preguntó Aya.

—Una enfermedad que transmiten las picaduras de mosquito.

—¡Puaj! ¿Hay algo en esta jungla que no transmita enfermedades?

—Oye, Frizz —dijo la voz de Hiro en la oscuridad—, ¿por qué sabes esas cosas?

—Cuando estudiaba cirugía cerebral recibí algunas clases de medicina. Tal vez me haga médico cuando Sinceridad Radical quede obsoleta.

—Ya está obsoleta —señaló Hiro.

—¿Médico? —Aya pegó un manotazo a un zumbido próximo a su oreja—. No lo sabía.

Frizz rio entre dientes.

—A pesar de Sinceridad Radical, hay muchas cosas que no sabes de mí.

—¡Silencio! —susurró Hiro—. ¿Podéis oírlo?

Cuando callaron oyeron un ruido en la zumbante jungla. Algo se movía entre las lianas con vacilante cautela, haciendo crujir las ramas de los árboles.

El ruido se fue acercando lentamente.

—Esto... ¿hola? —llamó Aya en voz baja.

Un destello de luz estelar brilló entre las trepadoras. Aya reconoció la silueta de unos objetivos que se mecían alegremente en el aire.

—¡Vaya, por una vez no me has deslumbrado! —dijo Aya, sintiendo que una sonrisa le iluminaba la cara.

Finalmente volvía a tener una aerocámara.

Volaban tan deprisa que ni tan siquiera los mosquitos tenían tiempo de atacarles.

Aya tenía un brazo alrededor de Moggle y el otro alrededor de Frizz, los cuerpos muy juntos. La aerocámara los remolcaba por entre las copas de los árboles, siguiendo la red de cables en dirección a la base de los inhumanos. Hiro volaba al lado de ellos, únicamente visible en los breves momentos en que su traje de camuflaje cubría las estrellas del cielo.

Suspendida sobre el negro océano de la jungla, con el feroz viento descendiendo por su cuerpo, era casi como surfear sobre un ultrarrápido. Pero aquello era mejor que cualquier tren: las corrientes magnéticas eran invisibles y silenciosas, de modo que Aya podía oír los reclamos de los pájaros, murciélagos y criaturas desconocidas que pasaban por su lado.

Se preguntó dónde estarían entonces las Chicas Astutas. Todavía escondidas, seguramente, esperando a que su indeseada fama decayera. Las echaba de menos, y curiosamente Tally Youngblood le había recordado a Lai, o comoquiera que se llamara ahora. Lai tenía declarada la guerra a los méritos y los rangos faciales; Tally luchaba contra la programación de especial de su cerebro. Ambas deseaban desaparecer y, sin embargo, no paraban de hacer cosas que aumentaban su fama.

Y ambas se encontraban a caballo entre la cordura y la locura. Aya recordó la mirada asesina que le había clavado Tally por llamar imperfecto a David. ¿Qué otra cosa tendría que haberle llamado? ¿Perfecto?

¿Acaso le gustaba? No obstante, había dicho que no había besado a nadie desde...

—¿Aya? —sonó la voz de Hiro a su espalda—. Nos estamos acercando.

Aya escudriñó el oscuro horizonte y divisó multitud de aerovehículos y elevadores pesados con sus luces apuntando a la base de los inhumanos.

Hiro se materializó fugazmente y su mano, negra como el cielo, les hizo señas para que se adentraran en la espesura.

Moggle descendió reduciendo la velocidad y la oscuridad de la jungla los envolvió. Cuando se detuvieron, Aya se ciñó la capucha para mantener a raya los bichos.

—¿Veis ese elevador? —dijo Hiro.

A su espalda, un elevador pesado se estaba acercando con una carga de chatarra en sus fauces. La jungla crujía y gemía con la presión de esas toneladas de metal sobre los cables desparramados por su bóveda. Aleteos y chillidos agitados sacudieron el húmedo y perfumado aire.

—Sería difícil no verlo —dijo Aya. En las inmediaciones de sus faros danzaban nubes de insectos. Se preguntó si la pintura de camuflaje de Moggle era tan invisible como sus trajes—. Creo que deberíamos bajar un poco más.

—No —contestó Hiro—. Tenemos que seguirlo.

—¿Seguirlo?

—Se traigan lo que se traigan entre manos, está relacionado con el metal. Veamos adónde llevan toda esa chatarra.

Aya observó la lenta aproximación de la máquina. De sus fauces colgaban enormes vigas, además de cables y tuberías, todas las entrañas metálicas de los edificios de los oxidados. Parecía una enorme bestia terminándose una comida pesada.

—Vale —dijo Frizz—. Pero aunque llevemos trajes de camuflaje debemos actuar con cautela.

—Estoy de acuerdo —convino Hiro—. La base del elevador está rodeada de faros que apuntan hacia fuera. Si nos colocamos justo debajo, estaremos en medio de los faros.

Aya asintió.

—Y estos deslumbrarán a todo el que mire hacia arriba.

La jungla se fue llenando de sombras alargadas. Aya se apretó contra el tronco que tenía más cerca y su traje de camuflaje mimetizó la áspera corteza. Los cables se combaban a su alrededor, las ramas se doblaban y crujían, su equipo de aeropelota temblaba en las corrientes magnéticas.

Cuando las fauces del elevador sobrevolaron sus cabezas, se le formó un nudo en la garganta. La máquina desprendía polvo de hormigón, y Aya tuvo que recordarse que los inhumanos no verterían chatarra en la jungla.

O, por lo menos, eso esperaba.

Finalmente el círculo de faros se encontraba directamente encima de ellos.

—¡Ahora! —dijo Hiro, saliendo disparado hacia arriba.

Aya se agarró a Moggle.

—¡Vamos, Frizz!

La aerocámara los subió en línea recta y Aya quedó completamente cegada por las luces. Segundos más tarde, ella y Frizz alcanzaban la oscuridad de la base del elevador.

Los faros apuntaban hacia fuera en todas direcciones, vibrando de energía y ondeando el aire con su calor.

—La vista es impresionante —dijo Hiro.

Aya contempló la jungla iluminada bajo sus pies.

Bandadas de pájaros se dispersaban con la aproximación del elevador, nubes de insectos se concentraban en su camino batiendo sus iridiscentes alas azules y anaranjadas, y los ojos brillantes de atemorizadas criaturas nocturnas se alzaban hacia la extraña máquina que sobrevolaba la espesura.

—Espero que lo estés filmando, Moggle —susurró Aya.

—Ahí está —dijo Frizz.

Frente a ellos, a solo unos kilómetros, se extendía una línea brillante sobre el horizonte: la base de los inhumanos.