40. La pila

La vegetación de la jungla había sido recortada alrededor de la base de los rascacielos, pero una pila de chatarra cubría las viejas calles de los oxidados.

La pila hizo pensar a Aya en un juego para niños en el que dejabas caer un puñado de palillos al suelo y luego debías retirarlos de uno en uno sin mover los demás. Pero en lugar de palillos eran enormes vigas de hierro con pegotes de hormigón viejo y cables herrumbrosos.

No se veía un solo friki a ras de suelo. Los equipos de desmantelamiento estaban en lo alto de los rascacielos, cortando metal para la pila.

—¿Veis el rascacielos más alto? —señaló Tally—. Permaneced ocultos hasta que lleguemos a él.

—¿Tenemos que atravesar todo eso? —Aya miró a Frizz—. He oído decir que algunas ruinas contienen esqueletos de oxidados.

Tally soltó una carcajada.

—Eso es en el norte. Aquí abajo, en el trópico, la jungla se lo come todo.

Entró en la pila sorteando escombros y acero.

—Genial —dijo Aya antes de seguirla.

Deslizarse por los descuartizados edificios era, en cierto modo, como moverse por la jungla. Las vigas estaban húmedas y resbaladizas a causa de la lluvia, y en sus caras oxidadas criaban liquen.

Pero el duro acero era mucho menos indulgente que los troncos y helechos. Aya y Frizz flotaban detrás de Tally rozando vigas y trozos de hormigón irregulares, coleccionando arañazos como si estuvieran trepando por un espino.

—Recuérdame que tome algo contra el tétanos cuando volvamos a casa —dijo Frizz mientras inspeccionaba un arañazo sangrante que le cruzaba la palma de la mano.

—¿Qué es el tétanos?

—Una enfermedad transmitida por el óxido.

—¿El óxido transmite enfermedades? —gritó Aya apartando raudamente las manos de la vieja viga de acero que tenía delante—. No me extraña que los oxidados se extinguieran.

—Chist —susurró Tally—. Algo se acerca.

En torno a ellos bailaron unas sombras: un gran objeto estaba pasando por encima de sus cabezas.

A través de la maraña de metal, Aya vislumbró un enorme pedazo de rascacielos transportado por las garras de un elevador de construcción como el tórax de un gigante muerto en las fauces de un depredador. Los cantos recién cortados brillaban con el sol.

—Me pregunto dónde tiene previsto dejarlo —musitó Frizz.

El elevador se detuvo justo sobre sus cabezas y Aya notó una vibración a lo largo de la pila. Las vigas a su alrededor estaban titilando, los campos magnéticos se revolvían bajo las toneladas de viejo metal.

El temblor cesó bruscamente.

—Oh, oh —dijo Frizz.

El pedazo de rascacielos cayó de las garras del elevador.

Aya se agarró a la viga que tenía más cerca y se impulsó con todas sus fuerzas.

El esqueleto de hierro se estrelló contra la chatarra situada justo encima de su cabeza, chirriando y rebotando sobre el metal, y el impacto resonó en toda la pila. Una lluvia de óxido y hormigón rodó por el cuerpo de Aya al tiempo que cegadoras nubes de polvo se levantaban a su alrededor. Las vigas se doblaban y retorcían bajo el peso de la nueva adquisición.

—¡Aya! —oyó gritar a Frizz.

Se dio la vuelta. Frizz tenía la americana atrapada en un revoltijo de cables, con los retorcidos extremos asomando como anzuelos por la seda. Al intentar sacar los brazos, las mangas se dieron la vuelta y las manos le quedaron atrapadas dentro.

Aya se abrió paso hasta él, le cogió por los hombros y tiró con todas sus fuerzas. Frizz logró desprenderse de la americana con un sonido desgarrador.

El esqueleto de acero seguía asentándose y provocando lluvias de polvo. El amasijo de hierros cedía en torno a ellos y las viejas vigas escupían óxido a medida que adoptaban nuevas formas.

Aya y Frizz salieron disparados, volando casi a ciegas entre las nubes de óxido y hormigón pulverizado, mientras las vigas se iban cerrando a su alrededor. Aya vislumbró a Tally a través de la cortina de polvo. Les estaba esperando con la espalda apoyada contra una barra de acero tan alta como ella dispuesta entre dos vigas horizontales, como un palillo de dientes manteniendo abierta la boca de un gigante...

Y combándose lentamente bajo la presión.

—¡Vamos! —gritó Tally.

Aya se impulsó con la viga que tenía más cerca y ella y Frizz pasaron zumbando por su lado.

Tally les fue a la zaga, abandonando la barra de acero, que resbaló hacia un lado rechinando como uñas contra metal. Se dobló, se retorció, y finalmente salió despedida hacia el centro de la pila.

La enorme estructura cedió y una avalancha de colmillos metálicos mordió el lugar que Frizz y Aya acababan de desocupar. Despidiendo otras nubes de hormigón pulverizado, la nueva incorporación se meció sobre la pila hasta detenerse.

Tally, Aya y Frizz penetraron en el ordenado entramado del rascacielos más alto.

—Uau —murmuró Aya—. Nos ha ido de pelos.

—De nada —dijo Tally frotándose los hombros.

Aya recordó la fuerte impresión que le había producido Tally la primera vez que la vio, y no solo por su fuerza. Tally había sentido la dinámica de la pila y afirmado una barra de hierro en el lugar justo para conseguirle a Frizz los largos segundos que necesitaba para escapar.

No había duda de que Tally era especial, aunque Moggle no hubiera estado allí para filmarla.

Le hizo una profunda inclinación.

—Gracias, Tally-sama.

Frizz estaba contemplando el amasijo de hierros, demasiado con— mocionado para poder hablar. Tenía la cara cubierta de polvo de hormigón.

—De nada. —Tally asintió en señal de aprobación—. Habéis logrado conservar la cabeza.

—Por muy poco. —Aya levantó la vista cuando el elevador empezó a alejarse—. ¿Crees que querían matarnos?

—Ni siquiera nos han visto —dijo Tally.

—Me has salvado la vida, Aya —dijo quedamente Frizz.

—No lo he hecho sola... —empezó Aya, pero Frizz la sujetó por los hombros y la besó. Sus labios sabían a sudor y polvo de hormigón.

Cuando se separaron, Aya miró de reojo a Tally y esta puso los ojos en blanco.

—Me alegra comprobar que estáis bien.

—Lo estamos. —Aya sonrió a Frizz y a continuación se miró un rasguño que tenía en el hombro—. Aunque me temo que voy a pillar esa enfermedad de los oxidados.

—Tranquila, Shay lleva medicinas para todo. —Tally levantó la vista—. Y ya la tenemos aquí.

Aya miró hacia arriba. La esquelética torre se alzaba hasta donde alcanzaba la vista, y por sus derruidas paredes entraba directamente el sol. Podía oír el eco de las cuchillas contra el metal y de los escombros que caían por los agujereados suelos.

De pronto, unas sombras rielaron en la oscuridad como ondas en el aire. Descendieron despacio, rodeándoles y adquiriendo forma humana. Estaban sobre unas aerotablas completamente camufladas.

Un brazo titilante retiró una capucha y debajo apareció el rostro de Shay.

—¡Caray, tenéis una pinta horrible!

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —dijo Hiro, quitándose él también la capucha—. ¿En una trituradora de piedras?

—Más o menos. —Aya señaló el amasijo, todavía chirriante—. Casi nos aplasta esa...

Se detuvo bruscamente. Había cinco figuras con trajes de camuflaje: Hiro, Ren, Fausto, Shay... y alguien más.

Un chico se quitó la capucha y dejó al descubierto una cara imperfecta llena de cicatrices.

—Nos has encontrado —dijo quedamente Tally.

El chico se encogió de hombros.

—Lo tuve un poco difícil después de que huyerais antes de lo planeado, pero supuse que vendríais al lugar de siempre.

Tally se volvió hacia Aya y Frizz mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa.

—Os presento a David. Ha venido a rescatarnos.