La oscuridad burbujeó a su alrededor, y el rugido del agua le inundó los oídos como un trueno interminable. La impresión del impacto la había desorientado por completo. Solo sentía el frío helador. Sus brazos y piernas se agitaban mientas el agua le llenaba la boca y la nariz, oprimiéndole el pecho...
Finalmente su cabeza atravesó la superficie. Mientras ella jadeaba y escupía, sus manos arañaban el agua en la oscuridad, buscando algo sólido a lo que agarrarse.
—¡Eh! ¿A qué viene todo esto?
Su grito retumbó en el vasto espacio, pero no obtuvo respuesta.
Chapoteó unos instantes, resoplando y aguzando el oído.
—¿Hola...?
Una mano la agarró de la muñeca y tiró hacia arriba. Aya quedó suspendida en el aire, temblando y chorreando agua.
—¿Qué... qué está pasando aquí?
—No nos gustan las lanzadoras —respondió una voz.
El comentario no le sorprendió. Aya ya había dado por sentado que las chicas querrían lanzar su propio reportaje sobre sus proezas en los trenes ultrarrápidos para llevarse ellas toda la fama.
Puede que hubiera llegado el momento de tergiversar la verdad.
—¡No soy una lanzadora!
Alguien soltó un bufido y una voz más próxima a ella dijo:
—Me has seguido desde la fiesta o, para ser exactos, tu aerocámara me ha seguido. Estabas buscando una historia.
—Una historia no, te estaba buscando a ti —repuso Aya mientras, presa de otro escalofrío, luchaba por evitar que los dientes le castañetearan. Tenía que convencerlas para que no volvieran a arrojarla al lago—. Os vi la otra noche.
—¿Nos viste dónde? —dijo la voz más cercana estrujándole la muñeca.
Tenía que ser Edén; nadie podría sostenerla de ese modo en el aire sin la ayuda de un equipo de aeropelota.
—Sobre un tren ultrarrápido. Intenté averiguar quiénes erais, pero las fuentes no hablan de vosotras.
—Nos gusta así —dijo la primera voz.
—¡Vale, ya lo he pillado! —exclamó Aya—. ¿Piensas tenerme aquí colgada mucho tiempo?
—¿Prefieres que te suelte? —preguntó Edén.
—No, pero es que... me estás triturando la muñeca.
—Pues llama a tu tabla.
—Oh... vale.
El pánico le había hecho olvidarse por completo de su aerotabla. Aya alargó la mano que tenía libre y giró la pulsera protectora de la otra. Unos segundos después la aerotabla le rozó los pies y el puño férreo de Edén la soltó.
Durante unos instantes se tambaleó sobre la tabla, frotándose la muñeca.
—Gracias, supongo.
—¿Nos estás diciendo que no eres una lanzadora? —habló de nuevo la primera voz, tal vez la mujer imperfecta que había visto de refilón. Retumbó en la oscuridad grave y gruñona, como si su dueña se hubiera operado expresamente la garganta para inspirar miedo.
—Bueno, he colgado algunas cosas en mi fuente. Las mismas que el resto de la gente.
—¿Fotos de tu gato? —dijo alguien con una risita.
—¿Siempre vas a las fiestas disfrazada de bombardera? —preguntó Edén—. ¿Y acompañada de una aerocámara?
Aya se abrazó el torso. La túnica empapada se le adhería a la piel y los dientes iban a empezar a castañetearle en cualquier momento.
—Quería unirme a tu camarilla, por eso tenía que seguirte. Moggle es muy buena en eso.
—¿Moggle? —preguntó la voz amenazadora.
—Eh... mi aerocámara.
—¿Tu aerocámara tiene nombre?
Un estallido de risas retumbó a su alrededor. Aya comprendió que había más chicas de las que había imaginado ocultas en la oscuridad. Puede que una docena.
—Espera un momento —dijo la voz de Edén—¿Cuántos años tienes?
—Hum... ¿quince?
La luz cegadora de una linterna horadó la oscuridad.
—¡Ay! —Aya cerró los ojos.
La persona que sostenía la linterna dijo:
—Ya decía yo que esa nariz parecía grande incluso con infrarrojos.
Cuando los ojos de Aya se hubieron acostumbrado a la luz de la linterna, empezaron a distinguir algunas caras. Parecían Anodinas, la camarilla de las chicas que no querían ser guapas ni exóticas sino simplemente normales, como si tal concepto todavía existiera. Exceptuando la silueta musculosa y acolchada de Edén Maru, las figuras que la rodeaban parecían idénticas: cuerpos genéricos diseñados para pasar desapercibidos en medio de una multitud. Tuvo la impresión de que eran todo chicas, como la noche que las vio subidas a un tren ultrarrápido.
—Así que de noche te gusta salir a hurtadillas —dijo Edén.
—Ajá. Lo prefiero a morirme de asco en mi habitación de la residencia.
—¿Te aburres con facilidad? —preguntó la otra chica con su voz gruñona, arrastrando las palabras—. Entonces deberías surfear alguna vez.
—¿Surfear? —Aya tragó saliva—. ¿Insinúas que puedo montar con vosotras?
Se oyeron algunas protestas.
—Solo tiene quince años —repuso la chica que sostenía la linterna.
—¿Acaso sigues en la época de la perfección? —dijo la chica de la voz gruñona—. ¿A quién le importa la edad que tenga? Logró colarse en Nueva Belleza y ha venido sola hasta aquí. Probablemente tenga más agallas que muchas de vosotras.
—¿Qué hay de la aerocámara? —intervino Edén—. Si lanza un reportaje tendremos a los guardas encima.
—Si quisiera, podría avisarlos directamente. —La chica de la voz amenazadora avanzó con su tabla hasta tener su nariz a solo unos centímetros de la de Aya—. Así que o la dejamos aquí abajo para siempre o la aceptamos en el grupo.
Aya contempló las aguas negras del lago y tragó saliva.
—Eh... ¿puedo opinar?
—Aquí la única que opina soy yo —espetó la chica. Luego sonrió—. No puedes opinar, pero puedes elegir. —¿Eh?
La chica sostuvo a Moggle a un brazo de distancia. Aya reparó en el cepo que llevaba adherido a la piel. Estaría bloqueada, clínicamente muerta, hasta que alguien lo retirara.
—Puedes elegir entre coger tu aerocámara y largarte o permitir que la tire al agua y venir a surfear con nosotras.
Aya parpadeó y oyó las gotas de agua helada que todavía le caían de la túnica. Ren aseguraba que había hecho a Moggle resistente al agua, pero ¿sabría regresar sola a este punto exacto del lago?
—¿Qué importancia tiene para ti salir de tu muermo de habitación?
Aya tragó saliva.
—Mucha.
—En ese caso, no es una elección difícil.
—Es que... esa cámara me costó muchos méritos.
—No es más que un juguete. Como ocurre con los rangos faciales y los méritos, no tiene ningún valor si no quieres dárselo.
¿El rango facial no tenía ningún valor? A esa chica le faltaba un tornillo. Pero tenía razón en una cosa: nada le importaba tanto como salir del tedioso y patético Akira Hall.
Ren podría ayudarla a encontrar de nuevo ese lugar...
Aya cerró los ojos.
—Vale. Quiero ir con vosotras. Suéltala.
La cámara cayó al lago con un sonoro plaf.
—Buena elección. No es ese juguete lo que necesitas.
Aya abrió los ojos, luchando por contener las lágrimas.
—Me llamo Jai —dijo la chica con una inclinación.
—Aya Fuse. —Devolvió el saludo y sus ojos aterrizaron en las ondas del agua. Ni rastro de Moggle.
—Volveremos a vernos pronto —dijo Jai.
—¿Pronto? Acabas de decir...
—Creo que como quinceañera ya te has divertido bastante por esta noche.
—¡Lo has prometido!
—Y tú has dicho que no eres una lanzadora. Quiero ver hasta qué punto has tergiversado la verdad.
Aya abrió la boca para protestar, pero las palabras murieron en sus labios. No tenía sentido discutir en ese momento. Ya había perdido a Moggle.
—Pero ni siquiera sé quiénes sois.
Jai sonrió.
—Somos las Chicas Astutas, y estaremos en contacto. En marcha todas, ¡tenemos un tren que coger!
Las chicas activaron sus aerotablas, girando alrededor de Aya, e inundaron la cueva con el eco de sus gritos y silbidos. Sus linternas titilaron, y Aya oyó cómo se alejaban a toda velocidad al tiempo que sus gritos eran engullidos por las bocas de las alcantarillas.
Se quedó sola en la oscuridad, conteniendo las lágrimas.
Había renunciado a Moggle por nada. Cuando las Chicas Astutas consultaran su fuente, averiguarían lo de sus reportajes. Y si descubrían que su hermano era uno de los lanzadores más famosos de la ciudad, ya nunca volverían a confiar en ella.
—Condenado Hiro —murmuró. Si no fuera por señor Cara Célebre, ser una extra no le habría resultado tan difícil. No tendría tanto que demostrar.
Y no habría cambiado a Moggle... por nada.
Apretó los puños y dejó caer su tabla hasta que los elevadores rozaron el agua con un chapoteo. Arrodillándose, alargó una mano en la oscuridad y posó la palma suavemente sobre la superficie. Todavía podía notar el movimiento de las ondas en el lugar donde Moggle se había hundido.
—Lo siento —susurró—. Pero volveré muy pronto.