38. Metal

El trío sobrevolaba velozmente la vegetación escudriñando el cielo por si aparecían perseguidores.

Tally tenía razón: una madeja de gruesos cables se extendía sobre la bóveda de la jungla, ofreciendo soporte magnético para transportar el hierro rescatado de las ruinas. Había metal de sobra. Tres personas con equipos de aeropelota no eran nada frente a toneladas de chatarra.

Así y todo, resultaba inquietante volar sin aerotabla. Edén Maru hacía que pareciera fácil, pero Aya sentía que se tambaleaba como si estuviera haciendo equilibrios sobre unos zancos invisibles.

Más desconcertante aún era la ausencia de Moggle. El segundo juego de ojos de Aya se encontraba solo y perdido, probablemente dañado, y con cada segundo que pasaba se distanciaban un poco más.

Si por lo menos tuviera una cámara-botón...

—¿Veis esas ruinas? —preguntó Tally—. Nos reuniremos allí con Shay y Fausto.

Delante y a la derecha, donde se divisaba un pedazo de océano bañado de sol, un enorme edificio se elevaba por encima de la jungla con la punta eclipsada por las nubes, que se iban abriendo lentamente. Estaba rodeado de otros edificios desnudos en diferentes fases de desmantelamiento. Pese a la distancia, Aya alcanzaba a vislumbrar la lluvia de chispas que brotaba de las cuchillas. Allí, sobre la jungla, podía hacerse una idea del vasto territorio que abarcaban las ruinas. Recordó que las ciudades de los oxidados habían llegado a tener poblaciones de diez y veinte millones de habitantes, muchos más que cualquier ciudad moderna. Y los inhumanos las estaban desmontando.

—¿Para qué querrán tanto metal? —preguntó Aya.

Frizz se volvió hacia ella.

—Puede que aquí fabriquen los proyectiles que descubriste y los trasladen en trenes ultrarrápidos hasta las montañas que han vaciado.

—Tú teoría no está mal, Frizz-la, pero no creo que sea tan sencillo —dijo Tally—. David y yo hemos recorrido todo el planeta. Allí donde vamos descubrimos que alguien ha estado saqueando furtivamente las ruinas. Y más deprisa de lo que pueden hacerlo las ciudades.

—¿Y son siempre los frikis? —preguntó Aya.

—Eso creemos. Un amigo nuestro los vio desmantelar las grandes ruinas cercanas a mi ciudad natal. Fue él quien nos habló de ellos. —Tally miró a Aya—. Luego desapareció, como habrías hecho tú si no hubiéramos acudido en tu ayuda.

—Eso explica por qué todo el mundo se pelea por el metal —dijo Frizz—. Nuestra ciudad incluso habla de abrir la tierra para rescatar lo que los oxidados dejaron en las minas.

Tally le miró fríamente.

—Si lo intentan recibirán una visita del nuevo comando de Circunstancias Especiales.

Guardó silencio. Segundos después se detuvo en seco y descendió hacia la espesura. El trío se sumergió en las densas capas de ramas, lianas y mantos de telarañas pegajosas.

—¿Qué ocurre? —susurró Aya.

—Alguien ha oído tu mensaje.

Aya escrutó el fragmentado cielo, pero no vio nada.

La superficie del traje de Tally cobró vida. Las escamas verdes de camuflaje empezaron a desplazarse, como si el traje estuviera dividiéndose en varias piezas, y a trepar lentamente por el mono de Aya, que se volvió hacia Frizz y descubrió que también subían por él. El traje de camuflaje se estaba desplegando como alas hechas de escamas.

—Esto ocultará vuestros infrarrojos —dijo Tally—. No os mováis.

Una sombra avanzó por la jungla bloqueando los escasos rayos de sol que lograban abrirse paso entre las hojas. Aya alcanzó a divisar la causa antes de que el traje de camuflaje le cubriera el rostro: dos aerovehículos estaban pasando muy despacio por encima de sus cabezas.

Cuando el peso de los vehículos presionó los cables, la jungla se inundó con un chirrido. Una bandada de pájaros levantó el vuelo y durante unos instantes el aire se llenó de verdes aleteos. Aya notaba cómo su equipo de aeropelota temblaba con las corrientes magnéticas y el pelo se le erizaba.

Los vehículos parecieron detenerse y Aya oyó voces, probablemente de frikis que estaban escudriñando las profundidades de la jungla con equipos de aeropelota. Clavó la mirada en el suelo y contuvo la respiración.

Finalmente las sombras se alejaron y el chirrido se perdió en la distancia.

Muchos segundos después de que el sonido hubiera cesado, Tally liberó a Aya y a Frizz. El traje regresó a su cuerpo y mientras se reestructuraba dejó al descubierto pequeñas partes de la piel de Tally. Aya advirtió que sus brazos estaban cubiertos de finas cicatrices.

—He ahí la razón de que no podamos enviar mensajes —dijo Tally.

—¿Sabes?, a lo mejor han reparado en la paliza que les has dado a sus obreros —repuso Aya con dolorosas inspiraciones. Los brazos de Tally la habían dejado como una hoja de papel arrugada.

—A lo mejor. —Tally sonrió—. Pero el caso es que saben que andamos por la zona. Tendremos que quedarnos aquí abajo hasta que los vehículos desaparezcan.

Permanecieron suspendidos en el aire, escuchando el incesante zumbido de los insectos. Aya se sentía cada vez más cómoda con su equipo de aeropelota. Practicó el ejercicio que hacían los inhumanos de agitar el aire mientras se dejaba llevar por la fresca brisa que corría entre las copas de los árboles.

Allí, en la capa más alta del follaje, la jungla ofrecía un aspecto mucho menos lúgubre. Las lianas daban flores y el sol atrapaba la iridiscencia de las alas de los insectos. Una bandada de pájaros de cresta rosada revoloteaba sobre sus cabezas. Graznaban y competían por las mejores ramas exhibiendo una panza blanca flanqueada de alas verdes. Uno con un brillante pico amarillo entre dos ojos redondos como cuentas estaba mirando a Aya con recelo.

Quizá la jungla no estuviera tan mal después de todo, si podías flotar por encima del barro y el limo. Obviamente, su exuberancia hizo que Aya echara aún más de menos una cámara.

—Tally-wa —dijo Frizz en voz baja—. ¿Puedo preguntarte algo?

—¿Puedo impedírtelo?

—Probablemente no —contestó Frizz—. ¿Y si esos cilindros que encontró Aya no fueran en realidad armas?

—¿Qué otra cosa podrían ser? —preguntó Aya.

Frizz guardó silencio unos instantes mientras contemplaba los cables enristrados a su alrededor.

—¿Y si no fueran más que metal? Porque ese es el principal problema, ¿no?

—Frizz, los cilindros tenían dentro materia inteligente, ¿recuerdas? —dijo Aya—. ¡Eso demuestra que son armas!

Frizz meneó la cabeza.

—Demuestra que tienen un sistema de teledirección. ¿Y si estuvieran programados para volar hasta esta isla?

—¿Por qué iba a querer alguien bombardearse a sí mismo? —preguntó Aya.

—No tendrían que apuntar necesariamente a los edificios —repuso Frizz.

—Eso es cierto —intervino Tally—. Después de todo, esto es una isla. Los cilindros podrían estar programados para caer en el océano. Eso los enfriaría y luego solo tendrían que rescatar el metal.

Frizz se volvió para mirarla, agitando con las manos los helechos que lo envolvían.

—Dijiste que los inhumanos estaban sacando metal de todo el planeta. Puede que las catapultas magnéticas solo sean una forma de hacerlo llegar hasta aquí.

—Más fácil que arrastrarlo clandestinamente por medio planeta —dijo Tally—. Puede que todas esas montañas que encontramos vacías ya hubieran lanzado todo el metal que contenían.

Frizz asintió.

—Eso explicaría por qué estaban abandonando el lugar que descubriste, Aya-chan. Porque ya estaban prácticamente listos para enviar el metal a esta isla.

—¡Frizz! —aulló Aya—. ¿Por qué te pones de su lado?

—No me pongo de su lado. —Frizz se encogió de hombros—. Me pongo del lado de la verdad.

—¿Qué ocurre, Aya-la? ¿Temes que tu pequeño reportaje deje de ser válido? —Tally rio entre dientes—. No me sorprendería que te hubieras equivocado. Cuando uno solo ve las cosas a través de aerocámaras y fuentes acaba por no ver lo que tiene delante de las narices.

Aya quiso replicarle, pero solo alcanzó a farfullar sonidos incomprensibles. Fulminó con la mirada a Frizz.

Este se aclaró la garganta.

—Seguimos sin tener idea de para qué quieren todo ese metal.

—No están construyendo nada en esta isla —dijo Aya—. Solo hemos visto unas pocas fábricas y almacenes.

Tally lo meditó unos instantes.

—¿Os acordáis de lo que dijo Udzir sobre los sacrificios? —dijo Aya—. ¿No os pareció un comentario un tanto inquietante?

—Dijo que quería salvar a la humanidad. —Tally suspiró—. Si nos basamos en la historia, eso puede significar desde energía solar a lesiones cerebrales a nivel mundial.

—¡O destrucción a nivel mundial! —añadió Aya.

—Dada la expansión desenfrenada de las ciudades, David y yo hemos estado tentados de destruir personalmente el planeta. —Tally meneó la cabeza—. A veces tengo la impresión de que estamos retrocediendo a la era de los oxidados.

—Y sin metal no puedes ser un oxidado —murmuró Frizz.

Tally le miró.

—¿Crees que los inhumanos están intentando frenar la expansión?

Frizz se encogió de hombros.

—Se necesita metal para construir edificios y líneas de alta velocidad.

—Y sin rejillas de acero nada puede sostenerse en el aire —añadió Tally—. Ni los coches, ni las tablas, ni esas elegantes mansiones flotantes.

—En ese caso, ¿no creéis que la gente volvería a la minería a cielo abierto? —preguntó Aya.

—Es más fácil hacer saltar por los aires un robot minero que una mansión con gente —murmuró Tally.

Aya levantó una ceja.

—Si hacer saltar cosas por los aires era a lo que uno tendía... en circunstancias especiales. —Tally se encogió de hombros—. Si eso es lo que están haciendo los frikis, podría incluso apoyarles. Cuando dejen de secuestrar a gente.

Aya contempló el desmantelamiento de los elevados edificios a través del follaje, desconcertada ante la posibilidad de que Frizz y Tally pudieran tener razón.

Si las catapultas magnéticas no eran armas, significaba que el mundo no estaba entrando en una espantosa nueva era bélica. Si los frikis habían encontrado una forma de impedir que las ciudades destruyeran la naturaleza, significaba que en el mundo había seres humanos sumamente sensatos, y que Toshi Banana y los de su calaña tendrían que cerrar el pico para siempre.

Por desgracia, también significaba que una descerebrada de quince años llamada Aya Fuse la había pifiado con la historia más importante desde la lluvia mental.