Seguirle el ritmo a Tally no era demasiado divertido.
Gracias a sus músculos y reflejos de especial, nada la detenía, ni los gigantescos embrollos de maleza, ni los árboles muertos desmenuzados en una docena de fragmentos ni los ensordecedores aguaceros. Trepaba a lo alto de los árboles para inspeccionar el terreno y saltaba por el engranaje de ramas, estirándose como un mono contra el cielo. Mientras aguardaba con cara de tedio a que Aya y Frizz le dieran alcance, la lluvia y el barro resbalaban por su traje de camuflaje convertido en un mosaico de cien tonos de verde diferentes.
Moggle saltaba de ruina en ruina utilizando los campos magnéticos como piedras de arroyo. En los escasos lugares donde la aerocámara no podía avanzar sola, Aya y Frizz tenían que transportarla bajo el bochornoso calor. Tally se negaba a cargar con ella alegando que no le gustaban las cámaras. Aya se sorprendía de lo mucho que podía pesar un fardo de elevadores, objetivos y cerebros electrónicos del tamaño de una pelota de fútbol.
Pero lo peor de todo era pasar a rastras por debajo de las intrincadas raíces colgantes, deslizarse por el barro y apartar telarañas y trepadoras a manotazos. Cortinas de hojas putrefactas se le desintegraban en las manos y de cada paso en falso emergían nidos de ciempiés. La luz plomiza del encapotado cielo apenas lograba filtrarse entre los árboles y mantenía el suelo de la jungla en constante penumbra.
Para distraerse, Aya se preguntó a quién se había referido Tally. Muchas personas habían perecido en la Guerra de Diego, pero, que ella recordara, ningún cortador. Así pues, ¿a quién estuvo besando Tally? En aquel entonces el que no era cortador era un imperfecto o un cabeza de burbuja. No tenía sentido.
Tally no tenía nada que ver con la gente famosa normal. Si a Nana Love se le hubiera muerto un novio, la ciudad al completo conocería su nombre. Tally, en cambio, era tan reservada que hasta sus arranques de Sinceridad Radical resultaban enigmáticos.
Aya notó que un moquito le estaba picando en el brazo y lo aplastó... demasiado tarde. La sangre quedó desparramada por el machacado cuerpecillo. Suspiró y lo ahuyentó con los dedos.
—¿Cómo soporta Tally-sama vivir aquí? —comentó—. Es de lo más incómodo.
—No creo que la comodidad le importe mucho —gruñó Frizz. Estaba tratando de saltar por encima de un tronco podrido con Moggle a cuestas.
Aya le cogió la aerocámara.
—Tampoco parece que le importen mucho sus amigos. ¿Qué le importa entonces?
—Por lo pronto, el planeta. —Frizz posó el pie nuevamente en el fango y recuperó a Moggle—. Por eso estamos aquí, ¿no lo recuerdas?
—Ah, sí... eso. —Aya suspiró, marchando pesadamente—. Jamás imaginé que salvar el mundo fuera tan sofocante y limoso. ¿Vamos siquiera en la dirección correcta? Hace siglos que no veo a Tally. Estará otra vez reconociendo el terreno.
—Vayamos a donde vayamos, por lo menos hay metal.
Moggle estaba elevándose de sus brazos. Cuando sus elevadores encontraron suficiente sostén, avanzó con brío.
Frizz y Aya siguieron a la aerocámara hasta que la jungla se abrió frente a ellos. En el centro de un claro recién cortado se alzaban dos viejos edificios de los tiempos de los oxidados con las vigas de hierro infestadas de trepadoras.
Aya parpadeó, deslumbrada por la repentina claridad; por lo visto hacía ya un rato que el aguacero había parado. Parecían dos mundos distintos: en la jungla todavía llovía, pues los árboles goteaban como ropas mojadas, mientras que allí, en el claro, los rayos de sol jugueteaban con los helechos.
Tally aterrizó a su lado con un ruido sordo.
—Silencio —susurró mirando hacia los edificios—. Los frikis que he visto hace un rato siguen ahí arriba.
Aya retrocedió hacia las sombras mientras murmuraba:
—¿Y nos has traído directamente hasta ellos?
—Necesitamos un transporte. ¿Creías que iba a quedarme mirando cómo cruzabais la jungla a pie?
—¿Quieres que vuelvan a capturarnos? —preguntó Frizz.
—Con tu operación de cabeza de burbuja, no. Lo contarías todo.
—Técnicamente no soy un...
—Esperad aquí. —Tally cruzó el claro a la carrera y se adentró en la maleza que rodeaba las ruinas.
Aya escudriñó los edificios.
Uno era mucho más alto que el otro, aunque no tan grande como algunos que había divisado desde el aerovehículo. En cualquier caso, como todos los edificios de los tiempos de los oxidados, era grande y simple, de infantiles ángulos rectos, y exento de huecos y módulos móviles, apenas una enorme columna horadando el aire. Las trepadoras se ceñían con fuerza a sus vigas, como si la jungla deseara echar abajo el vasto esqueleto de metal.
En lo alto de la torre había tres inhumanos manejando un elevador de construcción. Embutidos en sus equipos de aeropelota, semejaban nadadores peleando contra el aire bochornoso. Agitaban sus pies de largos dedos como si fueran otro par de manos.
Frizz levantó un dedo. —Allí.
Tally estaba trepando por el centro del edificio más alto, a través de la frondosa vegetación y los boquetes abiertos en los suelos viejos y podridos. Saltaba de una planta a otra impulsándose con su equipo de aeropelota prestado, elegante y sigilosa como un gato avanzando hacia su presa.
—Síguela, Moggle —susurró Aya—. Pero no dejes que te vean.
Le propinó un empellón y la aerocámara cruzó raudamente el claro y desapareció entre las ruinas.
Tally ya había alcanzado la cima del edificio, pero los inhumanos estaban tan absortos en su trabajo que no la vieron acercarse. Estaban guiando las garras del elevador y sus cuchillas para arrancar un amplio tramo de vigas.
Moggle subió raudamente por la ruina con algún que otro rayo de sol reflejándose en sus objetivos. Aya habría dado cualquier cosa por observar a Tally desde la perspectiva de la aerocámara, pero sabía que si activaba su antena de piel les descubrirían.
Las cuchillas del elevador cobraron vida y ensordecedores chirridos brotaron de sus dientes al morder el metal. Sobresaltadas por el súbito escándalo, nubes de pajarillos marrones —murciélagos, se percató Aya un segundo después— emergieron de la oscuridad interior de los edificios. Cascadas de chispas caían formando arcos fulgurantes.
Una vez que el fragor se hubo propagado por la jungla, Tally salió volando de su escondite y embistió a uno de los inhumanos. Doblándose en dos, la figura salió despedida del edificio y quedó flotando lánguidamente en el aire.
Sus compañeros se dieron la vuelta, pero Tally ya había regresado a su escondite aprovechando el rebote de la colisión. Los dos inhumanos se hicieron gestos de desconcierto, agitando frenéticamente el aire, tratando de comprender qué había sucedido.
Tally salió nuevamente de su guarida y se abalanzó sobre ambos. Sus golpes fueron raudos y los dos cuerpos se pusieron a dar volteretas en el aire.
—Oh, oh —dijo Frizz.
Estaba señalando a la primera víctima de Tally, que había empezado a alejarse de las ruinas. Cada vez más distanciada del campo magnético de los edificios, finalmente empezó a descender...
—¿Crees que tendrá un aterrizaje suave? —preguntó Aya.
—Lo dudo —dijo Frizz al tiempo que emergía de las sombras y gritaba—: ¡Tally, allí!
Pero las cuchillas del elevador seguían serrando metal y el eco de sus chirridos retumbaba en toda la jungla. Una auténtica lluvia de chispas caía alrededor de Tally mientras esta forcejeaba con los otros dos inhumanos.
—¡No puede oírte! —gritó Aya—. ¿Qué hacemos?
—¿Crees que Moggle podría cazarla al vuelo? —preguntó Frizz—. ¿Como hizo en la ciudad, cuando tú y yo nos caímos de la tabla?
—Moggle tampoco puede oírnos.
La inhumana estaba ahora sobre la jungla, precipitándose hacia la espesura, todavía inconsciente.
—¡Envíale un mensaje! —gritó Frizz.
—Pero Tally dijo que no debíamos...
—¡Tienes que hacerlo!
Aya tragó saliva y dobló el dedo anular.
—¡Moggle, atrapa a la friki que está cayendo! ¡Deprisa!
Cortó la conexión y confió en que el mensaje hubiera sido demasiado breve para poder ser rastreado.
La diminuta silueta de Moggle salió disparada hacia la inhumana. Las dos figuras se encontraron justo al filo de las copas de los árboles y desaparecieron por la frondosa bóveda.
—Confío en que no haya llegado demasiado tarde —murmuró Frizz.
El chirrido de las cuchillas calló al fin y sus últimos ecos se fundieron con el griterío de las desconcertadas aves. El elevador se alejó unos metros de las ruinas y sus enormes garras descendieron en dirección a ellos.
Tally estaba en la cabina de control con los dos inhumanos a bordo.
—¡Os traigo equipos de aeropelota! —gritó—. Deben de tener un circuito magnético en esta zona para trasladar el metal. ¡Se acabó el caminar!
—Qué bien —respondió Aya—. Pero ¿has visto lo que le ha ocurrido a la tercera friki?
Tally escudriñó el horizonte.
—Qué raro. ¿Adónde ha ido?
Aya esperó a que el elevador descendiera un poco más mientras se preguntaba cómo iba a explicarle lo que acababa de hacer.
La Sinceridad Radical de Frizz le ahorró el mal trago.
—Se ha alejado dando volteretas más allá del campo magnético de las ruinas.
—¿Se ha estrellado contra el suelo? —preguntó Tally.
Frizz negó con la cabeza.
—No. Hemos enviado a Moggle a por ella.
—Buena idea. —Tally sonrió—. Veo que los chicos de ciudad no siempre sois unos completos inútiles.
—Solo hay un problema —continuó Frizz—. Como Moggle estaba en lo alto de las ruinas y no podía oírnos, hemos tenido que enviarle un mensaje.
—¿Le habéis enviado un mensaje?
Frizz asintió.
—Era eso o dejar que se estrellara.
Aya tragó saliva y se preparó para una explosión de furia cortadora.
Pero Tally mantuvo la voz serena y fría.
—Tenías que enviar tu juguete detrás de mí, ¿verdad? ¿No se te ha pasado por la cabeza que la aerocámara podría delatarnos? ¿O que quizá yo no desee que todo lo que hago aparezca en un reportaje para descerebrados?
—Lo siento —musitó Aya, todavía a la espera de un arrebato de ira.
Tally se limitó a suspirar.
—Será mejor que nos pongamos en marcha. No tardarán en venir hacia aquí.
—Esto... Tally —dijo, nerviosa, Aya—. No sabemos utilizar los equipos de aeropelota.
—Ponedlos en gravedad cero —espetó Tally— y os remolcaré.
Mientras se ataban las almohadillas, Aya se volvió hacia el lugar donde Moggle había desaparecido con la inhumana. Nada se movía en la espesura salvo algunos pajarillos que regresaban a sus nidos después del trastorno. Aya deseaba desesperadamente activar la perspectiva de Moggle para comprobar si la inhumana y su aerocámara habían sobrevivido.
Pero seguro que a Tally no le haría gracia la idea.
Cuando tuvo el equipo de aeropelota bien ajustado, Frizz se lo activó. Una inquietante ingravidez se adueñó de su cuerpo, como si espíritus invisibles la hubieran cogido por los brazos y las piernas. Aya dio un paso al frente y se descubrió flotando hacia arriba, impulsada por una suave brisa.
—¡Deja de jugar y cógete a mi mano! —le ordenó Tally.
—¡Pero Moggle no ha vuelto aún!
—¿Crees que me importa? ¡Tenemos que irnos!
—¿No podría enviarle un mensaje para decirle que nos siga? Si no lo hago, se quedará esperando.
—No te preocupes, Aya-la —dijo Tally agarrándola de la muñeca con firmeza—. Seguirás siendo real aunque no tengas una cámara observándote.
Recogió la mano que le tendía Frizz y se elevó en el aire tirando de los dos.