Aya no era consciente de lo irritante que podía ser la naturaleza. La jungla era sorprendentemente calurosa, tortuosa e ilógica. Por todas partes aparecía bloqueada por gigantescas raíces que descendían de los árboles. Telas de araña titilaban entre los helechos y nubes de insectos infestaban el húmedo aire. El suelo, convertido por la lluvia en un laberinto de cascadas, arroyos y aludes de barro, estaba tomado por trepadoras que se enganchaban a los tobillos. El mono de guardabosques de Aya estaba teniendo problemas para mantener el limo a raya, y las ropas de Frizz —el traje de etiqueta que se había puesto para la fiesta de tecnocerebros— amenazaban con caerse a trozos.
Solo había una cosa buena que decir de la densa vegetación: que hacía soportables los aguaceros. Aunque la lluvia se abría camino hasta el suelo de la jungla de forma ininterrumpida, rodando por los troncos de los árboles y las saturadas hojas, por lo menos no te aporreaba la cabeza.
Costaba creer que ruinas de los tiempos de los oxidados pudieran sobrevivir en ese clima, pero Aya podía vislumbrar entre los árboles los esqueletos metálicos de viejos edificios. Envueltos por trepadoras y helechos, la jungla se empeñaba en suavizar sus líneas y ángulos rectos.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó Frizz—. ¿Cómo vamos a encontrar a los demás si no les mensajeamos?
—Shay dijo que nos veríamos donde siempre —contestó Tally.
—¿El lugar de siempre? —Aya se apartó un mosquito de la nariz—. Pensaba que no habíais estado antes aquí.
—Se refiere al edificio más alto de las ruinas. —Una sonrisa jugueteó en los labios de Tally—. Era el lugar donde nos reuníamos siempre en la época de los imperfectos.
Frizz frunció el entrecejo y Aya presintió que se avecinaba un momento de Sinceridad Radical.
—Tú y Shay sois contradictorias —dijo—. Unas veces os comportáis como si fuerais grandes amigas y otras como si os odiarais.
—Tal vez se deba a que unas veces somos grandes amigas —replicó Tally— y otras nos odiamos.
—No lo entiendo —dijo Frizz.
Tally suspiró.
—En los tiempos de los perfectos siempre acabábamos en bandos contrarios. No porque quisiéramos pelear, sino porque estaban constantemente reprogramándonos y manipulándonos para que nos traicionáramos unos a otros. —Su tono se suavizó—. Supongo que nos quedamos estancadas allí.
—Pero cuando la historia de la catapulta metálica salió a la luz, le pediste ayuda —repuso Frizz—. Por lo tanto, es tu amiga, ¿no?
—Por supuesto. Ella me salvó de una vida de cabeza de burbuja, como al resto del mundo. No obstante, a lo largo del camino tuvimos muchas peleas. —Tally afiló la mirada—. Por eso flipo con tu operación cerebral. Cuando otra gente te reprograma pueden suceder cosas malas. Cosas que luego ya no tienen arreglo.
—Tú podrías arreglar algunas cosas —dijo Frizz— si hablaras con la gente en lugar de esconderte en la naturaleza.
Tally levantó una ceja y Aya se apresuró a intervenir.
—Creo que deberíamos decidir adónde vamos y dejar esto para más tarde.
—A ver si lo he entendido bien —dijo Tally, dirigiéndose a Frizz—. ¿Tuviste que operarte el cerebro para poder hablar de las cosas?
—Antes mentía constantemente. No podía confiar en mí mismo, así que tuve que cambiar.
—¡Menuda cobardía! —espetó Tally—. ¿No pudiste simplemente aprender a decir la verdad?
—Eso es justamente lo que estoy aprendiendo, Tally.
—¡Pero no tomas decisiones! —Tally se señaló la sien—. Yo todavía tengo programaciones de especial en mi cerebro, pero lucho contra ellas todos los días.
—Y he observado que a veces pierdes —dijo Frizz.
Tally torció el gesto.
—Todavía no me has visto perder de verdad, cabeza de burbuja. Y reza por que no ocurra.
—Técnicamente no soy un...
Aya se interpuso entre los dos.
—En lugar de comparar operaciones, deberíamos decidir qué camino tomar, ¿no os parece? Está dejando de llover.
Tally fulminó a Frizz con la mirada durante un largo instante y luego levantó la vista. El martilleo de la lluvia contra las hojas había amainado.
—Me parece bien —resopló.
Caminó hasta el árbol más cercano, saltó sobre el tronco y se puso a trepar hacia la copa. Frizz y Aya la observaban en silencio. Era fascinante ver la infalible gracilidad con que se deslizaba entre los helechos y correteaba por ramas que parecían demasiado frágiles para soportar su peso.
—No puedo dejar de irritarla —dijo Frizz.
Aya suspiró.
—Supongo que Tally y Sinceridad Radical no son una buena combinación. Ella y Shay han vivido muchas cosas juntas. Después de todo, libraron una guerra cuando tenían nuestra edad.
Frizz apartó la mirada del árbol.
—¿Y si tiene razón? Tal vez sea demasiado perezoso para decir la verdad sin cirugía.
—No eres perezoso, Frizz. Muy poca gente es capaz de crear su propia camarilla.
—Puede. —Frizz aplastó un mosquito que tenía en el brazo—. Pero si no fuera por mi Sinceridad Radical, no estaríamos atrapados en esta jungla.
—No, seríamos prisioneros. —Aya se volvió hacia él y clavó la mirada en sus ojos manga—. Y si no fuera por tu Sinceridad Radical probablemente no me habrías detenido esa noche para alabarme la nariz.
—No digas eso. —Frizz la atrajo hacia sí—, A veces me asusta el hecho de que nos hayamos encontrado por puro azar. Si hubieras abandonado esa fiesta un minuto antes no nos habríamos conocido.
Aya le retiró del pelo una hoja de helecho húmeda.
—Y ahora no estarías atrapado en esta jungla de barro.
—Prefiero estar aquí contigo a en cualquier otro lugar sin ti.
Aya se abrazó a su cuello. Tenía la americana empapada, desgarrada por la espalda como consecuencia del violento aterrizaje, y a ella todavía le dolían las costillas, pero así y todo se apretó fuertemente a él.
—Me da igual lo que piense Tally-wa. Cuando dices cosas así me alegro de que no puedas mentir.
Frizz la atrajo suavemente hacia sí y sus labios se fundieron en un beso. Durante unos instantes, los mosquitos y la lluvia desaparecieron en torno a Aya, dejando únicamente el calor trémulo de Frizz en sus brazos.
Algo agitó repentinamente el follaje. Levantaron la vista.
Era Tally... descendiendo por la espesura agarrándose a ramas y lianas, columpiándose y saltando de una percha a otra.
Aterrizó suavemente entre los helechos, a unos metros de ellos. Se quedó un rato mirándoles fijamente. Sus facciones de cortadora se mostraron intensas y desprotegidas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Aya separándose de Frizz.
—He divisado inhumanos cerca de aquí.
—¿Te han visto?
—Naturalmente que no. —Tally se dio la vuelta con el semblante ensombrecido.
—Pero estás molesta —dijo Frizz.
—No es nada.
Aya decidió no preguntar, pero Frizz, naturalmente, tenía otra idea.
—Te ha molestado que nos besáramos, ¿verdad?
Tally se volvió hacia él y la expresión de su cara pasó del pasmo a la rabia y de ahí a otra cosa...
—Frizz —dijo quedamente Aya—, no creo que a Tally-wa le importe que nosotros...
—La última vez que besé a alguien acabé viendo cómo moría —contestó Tally sin más—. Y estaba pensando que la muerte es una de esas cosas que no tienen arreglo. Ni hablando de ella, ni con toda la cirugía cerebral del mundo, podemos repararla.
Aya tragó saliva y se apretó contra Frizz con el corazón palpitante.
—Lo siento, Tally-wa —dijo—. Es una historia triste.
—Lo sé. —Tally desvió la mirada—. No puedo creer que os haya contado esto. ¿Tu descerebrada cirugía es contagiosa?
Aya asintió lentamente.
—Pero no deberías dejar de besar por lo que te sucedió —dijo Frizz.
Tally le sostuvo la mirada y soltó una risa amarga.
—¿Quieres que nos quedemos aquí a hablar de historia antigua?
—No —se apresuró a decir Aya—. Creo que hemos tenido suficiente Sinceridad Radical por el momento.
—Entonces seguidme.
Tally se dio la vuelta y penetró en el laberinto de helechos, árboles y barro. Aya echó a andar detrás de ella con un suspiro.