El mundo entero daba vueltas.
Todo giraba de forma incierta e irreal bajo sus pies. Una mezcla de rabia, euforia y pánico, sazonada con el sabor frío de la traición, invadía sus pensamientos. Sus cinco sentidos se fundían en un rugido constante, como si ya no tuviera certeza de nada.
De pronto, algo concreto: un punto de dolor en medio de ese revoltijo de sensaciones. Algo feroz que le acuchillaba el hombro y corría, caliente como el fuego, por sus venas.
Aya Fuse despertó sobresaltada.
—¡No! —Se sentó de golpe, presa de una furia repentina, pero unas manos fuertes la devolvieron al suelo.
—No grites —susurró alguien—. Se supone que dormimos.
¿Dormir? Pero si el corazón le iba a cien, su sangre hervía de energía. Su cuerpo sufrió una convulsión y sus agarrotadas manos arañaron el duro suelo metálico en el que yacía.
Transcurridos unos instantes, su vista se aclaró al fin.
Una cara imperfecta la estaba mirando desde arriba. Dos dedos descendieron y le abrieron suavemente los párpados para examinar un ojo y luego el otro.
—Procura relajarte. Creo que me pasé con la dosis.
—¿Dosis de qué? —preguntó Aya, corta de resuello.
—De zumo reanimante —dijo la chica imperfecta—. Pero te repondrás enseguida.
Aya permaneció tumbada. El corazón le aporreaba el pecho y la sensación de ardor en el hombro empezaba a amainar. Respiraba despacio, a la espera de que el mundo dejara de dar vueltas.
Pero la tranquilidad era un concepto relativo. A medida que su cuerpo absorbía la delirante energía que acababa de poseerla, fue cayendo en la cuenta de dónde se encontraba: en el compartimento de carga de un gran aerovehículo que estaba atravesando una violenta tormenta. La estructura temblaba, el metal bajo su cuerpo corcoveaba y la lluvia aporreaba las ventanillas. Las hélices elevadoras chirriaban en su lucha por mantener la nave estable y su cacofonía se unía al aullido del viento.
En la tenue y cambiante oscuridad, Aya tardó unos segundos en recordar que la chica imperfecta que la había despertado iba disfrazada.
—Tally Youngblood —musitó—, eres un desperdicio de gravedad tergiversador y traidor.
Tally rio.
—Me alegro de que fuera en japonés, Aya-la, porque no sonaba muy respetuoso.
Aya cerró los ojos, instando al embotado engranaje de su cerebro a cambiar al inglés.
—Nos... has mentido.
—No es cierto —repuso Tally con calma—. Simplemente no expliqué los detalles de nuestro plan.
—¿Te parece esto un detalle? —Aya miró el oscuro compartimento zarandeado por la tormenta. Una puerta metálica, sin ventanilla, separaba este de la cabina de los pilotos. Las paredes estaban forradas de redes de sujeción. Se respiraba un aire caliente y pesado, y Aya podía notar los hilos de sudor bajo su mono—. ¡Confiamos en ti e hiciste que esos frikis nos capturaran! ¡A propósito!
—Lo siento, Aya-la, pero no nos pareció una buena idea explicar nuestro plan a unos aleatorios obsesionados con las fuentes. No teníamos otra manera de averiguar dónde viven esos secuestradores, y no podíamos correr el riesgo de que lo convirtieras en tu siguiente gran reportaje.
—¡Jamás lo habría hecho!
—Lo mismo les dijiste a las Chicas Astutas.
Aya abrió la boca, pero las palabras no pasaron de su garganta. Su furia se avivó de nuevo y las últimas gotas de zumo reanimante hirvieron en su sangre. ¿Por qué se empeñaba Tally en distorsionarlo todo?
—¡Ese caso no tiene nada que ver! —consiguió decir al fin—. Puede que haya engañado a las Chicas Astutas, pero no las utilicé como cebo.
—Como cebo no, pero las utilizaste, Aya-la. Y nosotros necesitábamos hacer lo mismo con vosotros.
—¡Pero nos mentiste!
Tally se encogió de hombros.
—¿Cómo era eso que dijiste en tu entrevista? «A veces es preciso mentir para encontrar la verdad.»Horrorizada, Aya volvió a enmudecer al ver sus propias palabras utilizadas en su contra. Pero un instante después se acordó de la persona que las había dicho antes que ella: Frizz. La última vez que lo vio estaba dando volteretas sobre la tabla de Fausto, camino del suelo.
—¿Están bien... mis amigos?
—Tranquila, están todos bien. —Tally se hizo a un lado.
Aya se incorporó y apoyó la espalda en la vibrante pared del aerovehículo. Shay y Fausto estaban sentados en la pared de enfrente, con Hiro todavía inconsciente hecho un ovillo entre los dos. La larga silueta de Ren estaba tendida en medio del compartimento, roncando plácidamente.
Frizz yacía junto a Aya, completamente inmóvil. Se acercó y le apretó una mano... pero no respondió.
—¿Seguro que está bien? —preguntó—. Anoche Frizz recibió dos pinchazos.
—Ya he contrarrestado los nanos que os inyectaron. Solo está dormido. —Tally se arremangó un brazo y observó atentamente los tatuajes flash que lo cubrían por completo. Estaban dispuestos como una interfaz, no como un mero adorno—. Habéis estado inconscientes seis horas, lo que me parece una exageración. ¿Siempre dormís hasta el mediodía?
El aerovehículo dio un bandazo, disparando los dolores y magulladuras que Aya había acumulado en su cuerpo. Tenía los músculos entumecidos a causa de las horas que había pasado agazapada en la reserva, huyendo de las cámaras paparazzi y durmiendo en un suelo metálico que no hacía más que corcovear.
—No. Estábamos agotados de habernos pasado la noche corriendo de un lado a otro a la espera de que nos rescataras. —Aya escupió las dos últimas palabras.
—Lo creas o no, Aya-la, estás más segura aquí que en tu ciudad. Los frikis te habrían raptado tarde o temprano. Siempre lo hacen. Así, por lo menos, podemos protegerte.
Aya soltó un bufido.
—Habéis hecho un gran trabajo hasta el momento.
—Yo te veo intacta. —Tally entornó los ojos—. Por ahora.
—¿Cómo crees que me siento? —bramó Aya—. ¡Eres la persona más famosa del mundo y nos has utilizado!
—¿Que cómo creo que te sientes? —Tally se inclinó hacia ella. Sus ojos negros brillaron con una intensidad inesperada—. Sé muy bien lo que significa que te manipulen, Aya-la. Y sé muy bien lo que significa estar en peligro. Mientras tu ciudad se dedica a construiros mansiones, mis amigos y yo nos dedicamos a proteger este planeta. Hemos derramado más sangre que la que corre por tus venas, ¡así que no intentes hacerme sentir culpable!
Aya retrocedió. Durante unos terribles instantes había vislumbrado el rostro especial tras la máscara y oído las cuchillas en la voz de Tally. Recordó los estremecedores rumores que corrían por el colegio sobre el verdadero significado de la palabra «cortadores».
Súbitamente, los creyó.
—No te sulfures, Tally-wa —dijo Shay desde el otro lado del compartimento de carga—. Los aleatorios son frágiles y todavía necesitamos su ayuda.
La ira desapareció del semblante de Tally, que hundió la espalda en la red de sujeción, como si el arrebato la hubiera dejado agotada. Volvía a parecer una imperfecta corriente.
—De acuerdo, pero habla tú con ella.
Shay se volvió hacia Aya con las manos extendidas.
—Comprendo tu indignación, Aya. Te confesaré que yo también he sentido por Tally lo que tú sientes ahora. Y no pocas veces.
Tally sonrió.
—No podrías vivir sin mí, Shay-la.
—Estaba viviendo sin ti —dijo Shay—. El resto de los cortadores lo estábamos pasando de fábula en Diego antes de que aparecieras con este descerebrado plan.
—¿Descerebrado? —Aya miró primero a Shay y luego a Tally—. Pensaba que erais amigas.
—Uña y carne —dijo Shay con voz queda—. Pero ser capturada por una pandilla de frikis no es la idea que yo tengo de diversión. ¿Qué opinas tú, Fausto? ¿Te gusta estar atrapado en este descalabrante aerovehículo?
—Me encanta —respondió distraídamente Fausto mientras cambiaba los cuadros de su uniforme de residencia, como si no quisiera involucrarse en la conversación.
—No recuerdo que tuvieras una idea mejor —dijo Tally.
—Tenía un montón de ideas. —Shay se volvió hacia Aya—. Pero he aprendido que, cuando a Tally se le mete un plan en la cabeza, más te vale seguirlo. Si no lo haces, descubrirás lo muy, muy especial que puede ser Tally.
Aya tragó saliva, preguntándose si su inglés se había mezclado con eso que le habían inyectado los inhumanos. La cabeza volvía a darle vueltas. Los cortadores no coincidían en absoluto con lo que cabría esperar de unas personas famosas y cargadas de méritos que se dedicaban a salvar el mundo.
—Por «especial»... ¿te refieres a algo bueno o a algo malo? —preguntó.
—Ni una cosa ni otra, simplemente especial. —Shay se encogió de hombros—. Tally hace que las cosas ocurran, y lo más fácil es seguirle la corriente. Y tú, ¿piensas ser una buena aleatoria y ayudarnos?
—¡Si los cortadores sois vosotros! —dijo Aya—. Vosotros pusisteis fin a la era de la perfección. Además, solo tengo quince años. ¿Cómo podría ayudaros?
Shay sonrió.
—Según la tosca traducción que vimos de tu reportaje, parece que se te da muy bien lo de engañar a la gente.
Aya suspiró.
—Gracias por recordármelo.
—De nada. Lo único que queremos de ti es que mientas un poco más. Explica a nuestros secuestradores por qué un puñado de imperfectos extranjeros estaba intentando sacarte de la ciudad. —Shay señaló su máscara de imperfecta—. De nada nos servirán nuestros disfraces si empiezan a sospechar.
Aya frunció el entrecejo, consciente de que no iba a ser una misión fácil.
—Ni siquiera habláis japonés.
—Estoy segura de que se te ocurrirá alguna explicación —dijo Shay, tras lo cual soltó una carcajada—. Imagina el gran reportaje que obtendrás de todo esto. ¡La cortadora honoraria!
Aya asintió lentamente con la cabeza. Sería un reportaje alucinante: los cortadores piden a una imperfecta que les ayude a salvar el mundo. Además, podría mostrar qué clase de persona era, en realidad, la famosa Tally Youngblood.
—Pero no tengo cámara. Sin imágenes, los reportajes carecen de valor.
—¿Estás segura? Enciende tu pantalla ocular.
Aya flexionó el dedo anular. Las fuentes familiares habían desaparecido, pero en la margen de su visión flotaban algunas señales: el idioma irreconocible de alguna ciudad por la que estaban pasando y fragmentos de la interfaz del aerovehículo bajo varias capas de seguridad. Y en una esquina, su último rango facial captado cuando atravesaron las aerocámaras bombardeadas con flash: ocho.
—Estoy entre los diez primeros —murmuró.
Entonces la vio: la señal de Moggle, débil pero constante, emitida desde solo unos metros.
La miró estupefacta.
—Moggle está adherida a la panza del vehículo.
—Efectivamente —dijo Shay—. Se coló mientras nos subían. Tu pequeña aerocámara es muy lista.
Aya miró la silueta durmiente de Ren.
—Gracias a sus modificaciones.
—Un chico inteligente.
—Eso significa que ya tienes una historia —dijo Tally—. ¿Vale lo suficiente para que inviertas tu tiempo en ayudarnos a salvar el mundo?
—¿Prometes protegernos?
—Lo prometo.
Aya respiró hondo, recordando las palabras de Lai acerca del trineo.
—Os ayudaré. Porque resulta que a mí, después de todo, me gusta este mundo.
—Todo un detalle por tu parte, Aya-la —dijo Shay—. ¿Qué me dices de tus amigos? ¿Serán un problema?
—No. Estoy segura de que también querrán ayudar. —Aya asió la mano de Frizz y se preguntó si no debería despertarlos a los tres. Era preferible que se enteraran de lo que estaba pasando en ese momento, antes de que alguno tuviera la oportunidad de... contarlo todo.
Aya miró sorprendida a Frizz. Estaba empezando a revolverse bajo su mano. Un gemido escapó de sus labios... de esos hermosos labios que solo podían decir la verdad.
Y de pronto comprendió que ese no era el mejor momento para Sinceridad Radical.