32. El plan

—¡Volvemos a la ciudad! —gritó Tally.

La tabla giró en redondo bajo sus pies y Aya se apretó con fuerza a Tally tras recordar que las pulseras protectoras no funcionaban en la naturaleza.

—¿Y mi hermano? —gritó.

—Lo tengo —respondió Tally, inclinándose hacia Hiro—. ¡Será mejor que te agarres a la tabla! —gritó—. ¡ Es más seguro!

Tally acercó la tabla a los brazos extendidos de Hiro y segundos después Aya vio cómo sus dedos agarraban los costados.

La tabla salió disparada en dirección a la ciudad. Pese a la conexión magnética, los nudillos de Hiro se tiñeron de blanco cuando aceleraron.

Aya contempló el oscuro bosque que pasaba zumbando bajo sus pies. La idea de remolcar a Hiro ya le había parecido complicada cuando iban despacio.

—¿Y si Hiro se cae? —gritó al oído de Tally—. ¡Estamos indefensos! Nos has utilizado como... —su inglés flaqueó.

—La palabra es «cebo» —aulló Tally—. Te lo explicaré todo más tarde, Aya-la. ¡En estos momentos tienes que confiar en mí!

Aya cerró los ojos y se recordó a sí misma que estaba viajando con Tally Youngblood —la persona más famosa del mundo—, no con una de las chifladas Chicas Astutas.

Por aterradora que le pareciera la situación, todo iría bien.

Se atrevió a echar un vistazo por encima del hombro. Los tres aerovehículos estaban acortando distancias. Cuando los tuvieron encima, las hélices elevadoras empezaron a alborotar el aire.

Tally se puso a mecer la tabla y Aya se aferró aún más a su cintura.

—¿Qué haces?

—Quieren desestabilizarnos. ¡Tenemos que dar la impresión de que lo están consiguiendo!

—¿Por qué? —gritó Aya al tiempo que procuraba mantener el equilibrio sin desplazar los pies. ¡Un paso en falso y aplastaría los dedos de Hiro!

—¿Es que no escuchas? —aulló Tally—. ¡No queremos desvelar nuestra identidad!

Aya frunció el entrecejo. ¿Qué sentido tenía fingir que estaban en apuros? Si los cortadores habían elaborado una estrategia, ¿no había llegado el momento de ponerla en práctica?

El límite de la ciudad apareció ante ella; tal vez quisieran hacer allí su jugada. En cuanto estuvieran sobre la rejilla magnética, Hiro ya podría volar y las pulseras protectoras volverían a funcionar.

Miró en derredor. Frizz y Fausto estaban a solo diez metros de ellos. Frizz tenía sus ojos manga más abiertos que nunca. Fausto estaba columpiando la tabla adelante y atrás con una expresión de delirante placer en su rostro de plástico imperfecto. Ren y Shay volaban bajo y recto y los estaban adelantando.

Un aerovehículo descendió hasta colocarse a la altura de Aya y Tally. La puerta lateral se abrió y Aya vio a dos frikis provistos de equipos elevadores que la estaban mirando fijamente.

—Están esperando a que lleguemos a la rejilla —dijo Tally—. Eso significa que no quieren matarnos.

—Qué bien. —Aya tragó saliva y pensó en todas las cosas peores que la muerte que esos frikis podrían haber planeado.

El aerovehículo se aproximó un poco más y Aya notó una vibración en el aire que le resultaba familiar.

—¡Onda expansiva! —gritó justo en el instante en que la turbulencia arremetía.

Se le destaparon los oídos y el feroz viento le cerró los ojos de golpe. La tabla chocó con una bolsa de baja presión y cayó. Sintió que sus pies se separaban de la superficie y se aferró a la cintura de Tally con todas sus fuerzas.

La tabla volvió a subir con un impulso seco y el tobillo de Aya se torció cuando sus pies chocaron con un bulto de la superficie.

Los dedos de Hiro...

Oyó su grito mientras se precipitaba al vacío, con el límite de la ciudad todavía lejos.

—¡Tally! —aulló.

—Tranquila.

El cuerpo de Tally se retorció entre los brazos de Aya y realizó un giro de infarto. Por un momento, Aya no tuvo nada debajo salvo árboles y matorrales. Estaba prácticamente cabeza abajo y las hélices elevadoras la empujaban hacia abajo, hacia la figura descontrolada de Hiro.

Quería gritar, pero toda la energía se le iba en estrangular la cintura de Tally.

Los aullidos de pánico de Hiro retumbaron con fuerza en sus oídos cuando pasaron por su lado. Luego la tabla giró de nuevo y las enderezó. Tally agarró a Hiro por el brazo y lo subió tranquilamente a la tabla.

Estaba blanco.

—Siento haber apurado tanto, Hiro —dijo Tally en tanto levantaba la vista hacia los aerovehículos—. No quería que pareciera una maniobra fácil.

Estaban haciendo equilibrios sobre la tabla, abrazados unos a otros. Las hélices rechinaban bajo el peso añadido de Hiro.

La nariz de Aya captó un olor a metal quemado.

—¿Nos estamos recalentando?

—Ajá —dijo Tally—, Justo en el momento oportuno.

Cruzaron el límite de la ciudad en el instante en que las hélices se clavaban con un chirrido metálico. La tabla vibró al conectar con la rejilla magnética.

Así y todo, seguían perdiendo altura...

—¡La tabla tiene demasiado peso! —gritó Hiro—. ¡Suéltame! ¡Ya puedo volar!

—Todavía no. —Tally mantuvo el brazo en su cintura.

Seis inhumanos habían saltado de los vehículos y estaban persiguiendo las tres aerotablas de los cortadores por parejas. Las agujas de sus dedos brillaban como carámbanos a la luz del alba.

—Ahora viene cuando os los cargáis, ¿verdad? —dijo Aya. Confió en que Moggle estuviera lo suficientemente cerca para poder filmar el instante en que los cortadores se despojaran de sus disfraces y sorprendieran a los inhumanos.

—Todavía no —contestó Tally.

Aya vio que Frizz y Fausto, acorralados por dos inhumanos, perdían el control de la tabla y empezaban a dar vueltas.

Miró abajo. El suelo seguía aproximándose con excesiva rapidez para su gusto. Tally dirigió la tabla hacia un estrecho callejón abierto entre dos fábricas, donde les aguardaba uno de los inhumanos con sus cuatros brazos extendidos.

—¡Suéltame! —bramó Hiro.

Tally asintió.

—De acuerdo, en tres segundos... dos...

Cuando llegó a uno lo empujó de la tabla. Hiro saltó con los brazos en cruz... pero algo no iba bien.

Estaba girando descontroladamente, moviendo los brazos y las piernas como peonzas. Un inhumano se acercó y le clavó una aguja.

—¡Hiro! —gritó Aya—. ¡Tally, haz algo!

—No te preocupes, Aya-la. Las cosas están yendo según lo planeado.

Giró en redondo para alejarse del inhumano, pero otro les esperaba al otro lado del callejón. La tabla iba derecha hacia él.

—¡Tally, sube!

—Deja de sacudir los brazos, Aya-la, o tendremos problemas.

—¡Ya tenemos problemas!

Se estamparon contra los brazos extendidos del inhumano y Aya notó el pinchazo de una aguja en el costado. Un frío gélido empezó a propagarse por su cuerpo, exprimiéndole los pulmones y el corazón con sus tentáculos.

—Haz algo —murmuró, esperando aún que el disfraz de plástico inteligente de Tally se desintegrara y desvelara su intimidante rostro de cortadora.

Entonces la vio aferrada a la mano de Tally, una de las hombreras de Hiro con la correa abierta. Tally se la había arrancado deliberadamente. La dejó caer mientras la aerotabla giraba en dirección al suelo.

—Resiste unos segundos más, Aya-la. No me gustaría que te golpearas la cabeza. —Tally se desplomó sobre la superficie de la tabla y cerró los párpados, pero su voz sonó totalmente despierta cuando farfulló—: Y cuando despiertes, no me llames Tally. Somos una pandilla de amigos imperfectos, ¿entendido?

—¿Por qué...?

—Confía en mí, Aya-la. Salvar el mundo puede ser complicado a veces.

Aya estaba perdiendo el conocimiento y la cabeza le daba vueltas, pero captó lentamente cuál había sido el plan desde el principio: que los inhumanos capturaran a los cortadores disfrazados.

Aya y los demás no habían sido más que un mero cebo...

Y Tally Youngblood —la persona más famosa del mundo, artífice de la lluvia mental— no era más que una tergiversadora Reina del Limo.