Las aerotablas esperaban en la azotea. Embutidos en sus trajes de camuflaje, los tres cortadores avanzaron por ella como gráciles ondas en el aire. Aya apenas vio cómo se desarrollaba el ataque; giraban los brazos de manera casi imperceptible, los movimientos de los lanzamientos eran como brisas repentinas que alborotaban el polvo y las hojas de la azotea.
Todo transcurría de forma sumamente silenciosa e incorpórea... hasta que comenzaron las explosiones.
Una lluvia de destellos blancos inundó el oscuro cielo, proyectando trémulas sombras sobre la azotea. En los oídos de Aya retumbó una ráfaga de detonaciones.
—¡Vamos! —dijo Frizz, tirando de su mano.
Diez pasos más tarde, deslumbrada por los fogonazos, Aya notó la superficie de una aerotabla bajo los pies. Un cuerpo alto y musculoso se apretó contra ella y le rodeó la cintura con un brazo.
—¡Agárrate fuerte! —gritó Tally. La tabla salió disparada hacia arriba y el rugido de las hélices elevadoras inundó el aire. Tally tenía el cuerpo duro y nervudo, como una gimnasta llena de cables de acero—. Creí haberte dicho que cerraras los ojos.
—Lo siento. —Aya se agarró con fuerza a la cintura de Tally mientras parpadeaba para ahuyentar los puntos. Se acordó de todas las veces que Moggle la había deslumbrado...
¡Moggle! Su aerocámara estaba fuera, seguro que maltrecha y desorientada como consecuencia de las bombas flash.
—Perdona, Tally-wa, pero ¿puede venir Moggle con nosotros?
—¿Quién?
—Mi aerocámara.
—Tu... Un momento. ¿Tienes una aerocámara?
Aya parpadeó una vez más.
—Aquí casi todo el mundo tiene una aerocámara. ¿Cómo sino podríamos colgar cosas en nuestras fuentes?
—¿Me estás diciendo que cada persona tiene su propia fuente? —Tally soltó una carcajada—. ¡Esta ciudad es delirante!
Aya miró por encima de su hombro. Deslumbradas por el aluvión de bombas flash, las cámaras volaban sin rumbo fijo, aturdidas. Las tablas ultrarrápidas de los cortadores solo habían tardado unos segundos en dejarlas atrás.
—Por favor. A Moggle no le gusta quedarse sola.
—Ni hablar —aulló Tally contra el viento—. ¿Aún no te has dado cuenta de que estamos intentando escondernos?
—Naturalmente que sí... pero esto sería para después. Para la historia.
—Olvídalo. La historia tampoco es mi asignatura predilecta. Sobre todo cuando habla de mí.
Aya observó el rostro camuflado de Tally y durante un vertiginoso momento le recordó a Lai. Pero era una comparación absurda. Tally era la persona más famosa del mundo y Lai era una extra voluntaria, o por lo menos lo fue hasta que Aya la lanzó a una fama indeseada.
—Tally-wa, ¿por qué vais disfrazados de imperfectos?
—Por si alguna de esas aerocámaras nos filma. Nadie debe saber que estamos en la ciudad. Hablando de lo cual... —Tally hizo un gesto con la mano y su traje de camuflaje adoptó el corte y la textura de un uniforme de residencia.
Aya asintió, pero seguía encontrándolo frustrante. Ahí estaba, subida a una aerotabla con Tally Youngblood, y nadie podía verlo. ¡Si por lo menos llevara encima una cámara espía!
Cayó en la cuenta de que había visto muy pocas imágenes reales de Tally. Hasta las imágenes de los libros de historia eran retratos o dibujos manga, como si Tally perteneciera a los tiempos de los preoxidados, cuando aún no existían las cámaras.
Pero los extras deseaban conectar con sus héroes, por eso Nana Love era Nana-chan en lugar de Nana-sensei, por muy elevada que fuera su fama. La gente famosa debía facilitar al mundo imágenes de su persona.
Unas pocas tomas por el bien de la historia no harían ningún daño.
Mientras sobrevolaban como flechas el solar en construcción, con las hélices aullando, Aya activó su pantalla ocular. Abrió una señal de rastreo y susurró un breve mensaje a Moggle en japonés...
«Síguenos hasta donde puedas.»Pasara lo que pasara a continuación, seguro que iba a ser increíblemente lanzable.
Pusieron rumbo al límite de la ciudad.
Soplaba un viento gélido, pero a Tally no parecía afectarle. Aya subió la calefacción de su mono de guardabosques, contenta de haberse deshecho de su limoso vestido de fiesta.
Las tablas de los cortadores eran sorprendentemente potentes incluso llevando dos pasajeros. Claro que, una vez que dejaran atrás la rejilla magnética y tuvieran que tirar de Hiro, perderían velocidad.
Y una vez fuera de la ciudad Moggle ya no podría seguirlos.
—Tally-wa —probó—, cuando salgamos de la ciudad podríamos coger la línea de alta velocidad. Tiene un montón de metal.
Tally negó con la cabeza.
—Estará demasiado transitada. En estos momentos hay muchos guardas camino de la montaña, además del Comité de Concordia Global.
—Pero estarán encantados de dejarte pasar. ¡Eres Tally Youngblood! Debes de tener méritos a montones.
—¿Méritos?
—Oh... En mi ciudad los méritos reflejan... —Aya forcejeó con su inglés— el respeto de la autoridad, como la fama pero por hacer cosas para la comunidad. Puesto que tú nos liberaste de los tiempos de la perfección, mi ciudad te proporcionaría toda la ayuda que necesitaras.
—No me interesa su ayuda.
Aya se preguntó si los admiradores del Sin Nombre no tendrían razón, después de todo.
—¿Te preocupa que mi ciudad haya construido esa arma?
Tally se encogió de hombros.
—Yo no diría que me preocupa. En realidad, simplificaría mucho las cosas. Después de todo, otros gobiernos han sido derrocados antes que este. —Se volvió hacia Aya y esbozó una sonrisa de dientes afilados—. Por mí.
Empezaba a clarear y la naturaleza se desplegaba ante ellos negra e inabarcable. Abajo, las luces de las fábricas eran cada vez más escasas y la pantalla ocular de Aya comenzaba a perder las fuentes.
De todos modos, nadie había lanzado nada nuevo: ¿adónde se dirigía Aya Fuse? ¿Eran esas espectaculares desapariciones meras maniobras publicitarias? ¿Constituía la catapulta magnética el comienzo de una nueva y oscura era bélica?
Nadie se había percatado todavía de que Tally Youngblood se encontraba en la ciudad. La primera noche de fama de Aya no había transcurrido exactamente como ella esperaba, pero por lo menos tenía a todo el mundo pendiente de la historia del Exterminador de Ciudades.
Sonrió. ¡Rescatada de los alienígenas por Tally Youngblood!
Cuando se acercaban al límite de la rejilla, la formación se contrajo para concentrar sus fuerzas magnéticas. Aya sintió la vibración del equipo de Hiro en el momento en que conectaba con las aerotablas.
—Adiós, Moggle —suspiró en japonés—. Regresa a casa sana y salva.
—¿Estás lista? —preguntó Tally—. Puede que el viaje sea un poco agitado.
—No te preocupes. No creo que sea peor que surfear sobre un tren ultrarrápido.
—Nunca se sabe. —Tally la miró por encima del hombro con los ojos entornados—. Cuando Shay y yo hemos visto tu reportaje y todas las proezas que hacías (actuar de incógnito, surfear sobre trenes ultrarrápidos, volar por la catapulta magnética) hemos llegado a la conclusión de que eras una chica dura.
Aya hizo una ligera inclinación de cabeza, consciente de que se estaba sonrojando.
—¿En serio?
—En serio. Y nos hemos dicho que no te importaría vivir una aventura más, Aya-la, teniendo en cuenta la elevada posición que salvar el mundo ocupa en tu lista de prioridades.
Aya la miró detenidamente, tratando de leer la expresión de su cara. Estaba casi segura de que «-la» era un buen título. Tally había llamado «Shay-la» a su amiga por lo menos una vez.
—¿Una aventura?
—Para eso estamos aquí, para llevarte en una aventura.
Aya asintió, pero seguía teniendo sus dudas.
—Pero vosotros habéis venido para protegerme de... —ignoraba cómo se decía «frikis» en inglés— de esos extraños individuos, ¿no?
—Cierto. —Tally se encogió de hombros—. Pero también queremos llegar al fondo de esto y encontrar a nuestro amigo desaparecido, así que nos dijimos que una chica dura como tú estaría dispuesta a ayudarnos, Aya-la. Digamos que en calidad de cortadora honorífica.
Aya notó que en sus labios se dibujaba una sonrisa, y tuvo que recordarse que no debía inclinarse.
—Por supuesto. Será un honor.
—Sabía que dirías eso, aunque lamento que tus amigos tengan que acompañarnos.
—Para ellos también será un honor, Tally-wa.
—Yo no estaría tan segura. ¿Sabes esa señal de rastreo que has estado enviando a tu aerocámara?
—Hum, ¿mi qué?
—Tu aerocámara, Aya-la... La que nos ha estado siguiendo. —Tally esbozó otra amplia sonrisa—. Hemos incrementado un poco la señal. No tanto para que los guardas locales nos incordien, pero lo suficiente.
Aya tragó saliva.
—¿Lo suficiente para qué?
Tally dirigió la vista al frente.
—Para eso.
Aya miró a lo lejos. No veía nada salvo el manto oscuro de la naturaleza y el resplandor del alba acariciando el horizonte.
—Cuando los veas, avísame —dijo Tally—. Quiero que parezca realista.
—¿Realista? —murmuró Aya. Un segundo después sus ojos vislumbraron un puñado de luces entre las estrellas agonizantes. Aguzó la mirada, borrando de su pantalla ocular el último resto de interfaz urbana, y se dio cuenta de lo que eran.
Los faros de tres aerovehículos.
—¿Son amigos tuyos, Tally-wa?
—No los he visto en mi vida, pero creo que tú sí.
Aya pestañeó mientras su entusiasmo tomaba una dirección nueva y angustiante. Los aerovehículos se estaban acercando con rapidez, el chirrido de sus hélices elevadoras resonaba en la naturaleza... Los inhumanos habían vuelto a dar con ella.
Y Tally Youngblood lo había permitido.