Aya, lógicamente, lo había estudiado todo sobre los especiales en el colegio.
Mucho tiempo atrás, la ciudad de Tally Youngblood había creado una clase especial de perfectos que, a diferencia de los cabezas de burbuja, eran crueles, implacables y mortales. Teóricamente, los especiales debían proteger la ciudad, perseguir a los fugitivos y mantener el orden. Pero poco a poco pasaron a convertirse en una camarilla secreta en la que cada generación modificaba a la siguiente, como mala hierba creciendo sin control. Despreciaban a quienes no eran especiales y deseaban tener el mundo entero bajo su control. Finalmente se hicieron con el gobierno de su ciudad e iniciaron la Guerra de Diego.
En aquel entonces, Tally y sus amigos eran especiales, pero de una clase denominada «cortadores». Los cortadores eran jóvenes e independientes, y habían descubierto la forma de reprogramar su cerebro. Se rebelaron contra el malvado líder de los especiales, liberaron su ciudad y salvaron Diego. Hecho esto, esparcieron la lluvia mental por todo el planeta, poniendo fin de este modo a la era de los perfectos.
Al verse frente a Tally, Aya sintió un estremecimiento de reputación descomunal por todo el cuerpo. Tenía delante a la persona que había creado su mundo. Las fuentes, los tecnocerebros, la fama, todo aquello que era importante para ella había surgido de la lluvia mental.
Contemplar una cara tan familiar y, al mismo tiempo, tan desconocida era mareante.
Para empezar, en las lecciones escolares, Tally-sama nunca le había inspirado miedo. Pero en persona sus uñas eran largas y afiladas, y sus ojos, negros y penetrantes. Tenía cerca de veinte años, tres más que en los tiempos de la lluvia mental, y ahora vivía en la naturaleza, protegiéndola de la expansión de las ciudades.
Su aspecto era salvaje: el cabello largo y rebelde, los tatuajes flash atenuados por el sol, la piel bronceada.
Aya se separó de Frizz e hizo una torpe inclinación mientras confiaba en que su inglés no le fallara.
—Es un honor conocerte, Tally-sama.
—Me llamo Tally Youngblood.
Aya se inclinó de nuevo.
—Lo siento. Sama es un tratamiento de respeto.
—Genial, otro culto a mi persona. —Tally puso los ojos en blanco—. Justo lo que el mundo necesita.
Aya oyó unas risitas. Los otros cortadores —un chico y una chica— se habían quitado las capuchas de camuflaje, dejando al descubierto rostros como el de Tally: perfectos y crueles, surcados de tatuajes flash. Sus ojos viajaban por la habitación con nerviosa energía y en sus labios jugaba una sonrisa, como si estuvieran disfrutando de la situación.
—Yo soy Aya Fuse.
Tally no le devolvió la inclinación. Simplemente rio.
—No hace falta que lo jures. Parece que hasta la última fuente de esta ciudad te conoce. ¡Y deja de hacer inclinaciones!
—Lo... lo siento. —Aya se descubrió asintiendo enérgicamente. Deseó que los demás dijeran algo, pero Hiro, Ren y Frizz estaban tan paralizados como ella.
Los tres cortadores estaban paseándose por el apartamento, inspeccionando las habitaciones.
—¿Ha intentado entrar aquí alguien más? —dijo Tally.
—No —respondió Aya—. Es un edificio muy seguro.
—Sí, lo advertimos en los diez segundos que tardamos en colarnos —dijo la otra cortadora—. Por cierto, ¿llamáis a esto esconderse? ¡Ahí fuera hay cincuenta aerocámaras por lo menos!
—Lo hemos intentado, pero últimamente mi rango facial se ha disparado.
La chica la miró impasible, como si sus palabras carecieran de sentido.
—¿«Rango facial»? ¿Significa eso que eres funcionaría del gobierno? ¿No eres un poco joven?
—No. El rango facial mide... la fama.
Los ojos de la chica recorrieron el vasto apartamento.
—¿Vives aquí? No me extraña que las ciudades estén expandiéndose. ¡Todavía una imperfecta y ya tiene cinco habitaciones!
—Vivo aquí, pero no todos los imperfectos consiguen... —Aya calló, frustrada con su inglés. Hiro tenía razón, la gente que no era de la ciudad no podía entender la economía de la reputación. Y tampoco parecía el mejor momento para ponerse a explicarla.
—¡Tú eres Shay-sama! —exclamó Frizz, emergiendo de un paseo por su pantalla ocular—. Puesto doscientos catorce, básicamente por menciones en clases de historia —susurró en japonés.
Sintiéndose una estúpida por no haberla reconocido, Aya asintió. Todos los cortadores eran famosos. Algunos hasta tenían su propio culto, pero Aya era incapaz de acordarse de todos.
—Te pido disculpas, Shay-sama —dijo—. La historia reciente no es mi fuerte.
Tally y el chico rieron entre dientes y una de las cejas de Shay salió disparada hacia arriba. Aya notó que se sonrojaba como una pequeña pidiendo un autógrafo.
—No te preocupes —dijo Shay—. Y pasa de llamarme sama a mí también.
Tally resopló.
—Prefiere que la llamen jefa.
—Yo también te quiero, Tally-wa —replicó Shay.
—Me he perdido —dijo Frizz.
Aya asintió, preguntándose si los cortadores estaban hablando en un dialecto que su clase de inglés avanzado no había cubierto. Se diría que Hiro y Ren estaban teniendo problemas para seguir la conversación. El aprendizaje de idiomas extranjeros no había sido tan popular en los tiempos previos a la lluvia mental, cuando ellos iban al colegio.
Pero Frizz salió en su ayuda.
—Solo queremos mostrar el debido respeto.
—En ese caso, respeta lo siguiente. —Tally se volvió hacia Aya—, Tenemos que sacarte de aquí cuanto antes. Has tropezado con algo mucho más grande de lo que imaginas.
—¿Más grande que el fin del mundo? —preguntó Aya.
—Más grande que esa catapulta magnética. Nos las hemos estado encontrando por todo el planeta.
Aya tragó saliva y se dijo que quizá Ren tuviera razón. Tal vez hubiera un gran número de frikis en el mundo, una ciudad entera en algún lugar.
—¿Por qué no lo comunicasteis a las fuentes globales?
—Porque las demás montañas estaban vacías —respondió Tally—. Tú eres la primera persona que ha encontrado proyectiles. Además, no queríamos que la gente se pusiera a buscar a los individuos que las fabricaron. Son peligrosos.
Aya asintió.
—Lo sé, Tally-sama. Los he tenido delante.
—Lo imaginamos, al ver que iban a por ti. —Tally entornó los párpados—. Las personas que los ven tienden a desaparecer, como le ha pasado a un amigo nuestro. Por eso estamos aquí.
—Es hora de irse, Tally-wa —dijo el chico cortador—. Pronto amanecerá.
—Está bien, Fausto, pero primero he de hacerle dos preguntas. —Tally clavó su oscura mirada en Aya—. ¿Le has dicho a alguien que veníamos?
Conteniendo el deseo de obsequiar a Hiro con una sonrisa de suficiencia, Aya negó orgullosamente con la cabeza.
Tally sonrió.
—Buena chica. Segunda pregunta: sé que eres muy buena surfeando sobre trenes ultrarrápidos, pero ¿alguna vez has montado a dúo en una aerotabla? —Sí.
—De hecho, no hace mucho —añadió Frizz.
—Entonces irás conmigo. —Tally se volvió hacia el cortador—. Bien, Fausto, ¿cómo nos cargamos esas aerocámaras?
Fausto se encogió de hombros.
—¿Nanos? ¿Bombas flash?
—Decididamente, bombas flash —dijo Tally sintiendo un escalofrío—. Shay y yo tuvimos una mala experiencia con los nanos en una ocasión.
—Entonces, que sean bombas, Tally-wa —convino Fausto. Se quitó la mochila que le colgaba del hombro y se puso a hurgar en su interior.
—Disculpa, Tally... -wa —dijo Aya, confiando en haber dado con el título correcto—. Mis amigos también han visto... a esos extraños individuos.
—¿Los habéis visto? —Tally se volvió hacia los demás—. ¿Los tres?
Hiro, Ren y Frizz se disculparon con una inclinación y Tally soltó un gruñido.
—Probablemente pasemos más desapercibidos si son cuatro, Tally-wa —dijo Shay—. Y estarán más seguros con nosotros. Si se quedan aquí podrían secuestrarlos.
—¡Solo tenemos tres tablas! —replicó Tally—. No cabemos los siete.
—Ese agujero de la pared puede producir grandes cosas —explicó Hiro en un inglés más bien flojo.
—¿Tablas con hélices elevadoras? —preguntó Fausto—. ¿Que puedan funcionar fuera de la ciudad, sin la rejilla magnética?
Hiro frunció el entrecejo.
—No creo.
—Genial —espetó Tally—. Tendremos que pedirle a David que venga, lo cual echa por tierra todo el plan. Y ya sabéis lo mucho que detesta las ciudades.
—Disculpa, Tally-sama —dijo Ren en un inglés entrecortado—. Hiro sabe manejar el equipo de aeropelota. Si no se separa de nosotros, podríamos remolcarle.
Tally vaciló unos instantes antes de mirar a Shay y asentir.
—De acuerdo. Eso servirá.
Hiro procedió a despojar a Frizz del equipo de aeropelota mientras despotricaba contra las resquebrajadas espinilleras. Ren ordenó al agujero de la pared que fabricara pulseras de protección y recordó a todos que debían desconectar sus localizadores. Los cortadores procedieron a cubrirse la cara y las manos con plástico inteligente para ocultar sus intrincados tatuajes flash y sus crueles y perfectas facciones.
Aya no comprendía por qué necesitaban disfraces de imperfectos en la naturaleza.
—Perdona, Tally-wa, pero ¿adónde vamos?
Los cortadores se miraron y durante unos instantes la pregunta quedó flotando en el aire.
—Todavía no lo sabemos —respondió finalmente Tally—. Pero no tardaremos en averiguarlo.