Los ventanales enmarcaban el perfil de la ciudad como cuadros donde confluían el mar, las montañas e incluso el gran campo de fútbol. Había unas vistas impresionantes...
Salvo por las cámaras.
Eran menos ahora que la persecución había terminado, pero todavía se divisaban varias docenas acechando en el límite de los cincuenta metros. Aya podía seguir la curva de la barrera de privacidad por la manera en que las cámaras envolvían el cielo: la mansión estaba rodeada por una auténtica burbuja de reputación. Moggle había tenido que quedarse fuera, pues también en los vestíbulos se aplicaban las normas de privacidad.
Aya agitó una mano con la esperanza de que pudiera verla.
—Cerrar ventanas —ordenó Hiro, acuclillado en el suelo.
Aya se preguntó por qué la habitación no le obedecía. Entonces sonrió.
—¡Esta habitación es mía, Hiro! No puedes darle órdenes.
—Habitaciones —le corrigió Ren.
Aya rio y desactivó la fricción de sus plataformas para desplazarse por el apartamento patinando. Enormes espacios la seguían a todas partes, en especial los vestidores esperando a ser llenados. Ya había metido su vestido manchado de limo en el agujero de la pared y ahora lucía zapatos nuevos y un mono de guardabosques con calefacción interna, filtros de agua e incontables bolsillos.
Y resistente al limo.
—¿No te importa que esos frikis nos estén mirando? —preguntó Hiro—. Ellos también pueden ver las fuentes, ¿recuerdas?
—Supongo que tienes razón. —Aya soltó un suspiro y nubló las ventanas con un gesto de la mano—. Maximizar privacidad y seguridad.
—Sí, Aya-sensei —dijo la habitación.
—¿Habéis oído eso? —exclamó Aya, girando sobre sí misma—. ¡La habitación me ha llamado sensei!
—Estás entre los mil primeros —dijo Ren. Estaba tumbado en el suelo, contemplando las arañas de luces, con ambas pantallas oculares centelleando.
—Entre los veinte primeros —repuso Aya. En realidad, los cuatro eran ahora senseis. Los demás habían sido absorbidos por la espiral de reputación de Aya.
—Todos estamos de acuerdo en que Aya es bastante famosa —dijo Hiro—. Ahora, ¿podemos volver al trabajo?
Aya detuvo su patinaje y se encogió de hombros.
—¿Qué trabajo, Hiro? Tally no tardará en llegar, y entonces haremos lo que ella diga.
—¿Insinúas que no quieres lanzar esta historia?
Aya puso los ojos en blanco. La lluvia mental se había producido después de que Hiro terminara el colegio, de modo que se había perdido todas las clases sobre Tally Youngblood. No era consciente de que cuando ella llegara todo se arreglaría.
—Esperaremos a Tally antes de tomar cualquier decisión —dijo—. Aquí estamos seguros, ¿no?
—Eso parece. —Ren martilleó la ventana opaca—. Oye, habitación, ¿de qué está hecha?
—De una capa de diamante artificial mezclada con materia inteligente y un sistema electrónico —dijo la habitación—. Diseñada para proteger a sus residentes de acosadores y fisgones. Imposible de traspasar.
—Tendríamos que haber venido aquí desde el principio —dijo Hiro—, pero os empeñasteis en hacer exactamente lo que Tally-sama os dijo.
Aya soltó un bufido.
—¡Y tú, Hiro, querías volver a la fiesta! ¿De veras crees que una pandilla de caras pixeladas habría conseguido salvarme?
—Tarde o temprano se me habría ocurrido este lugar —rezongó Hiro.
—Normalmente, tarde o temprano significa demasiado tarde —intervino Frizz.
Hiro se volvió para fulminarle con la mirada, pero Frizz ya había huido. Estaba arriba, examinando las dos arañas de luces que colgaban del alto techo, cada una hecha con miles de cristales diminutos bañados de suave luz láser azul.
Ya recuperado, Frizz estaba experimentando con el equipo de aeropelota, nadando por el espacioso apartamento sin amueblar con amplias brazadas. Aya encontró la imagen ligeramente inquietante, demasiado evocadora de los frikis con sus equipos de aeropelota.
—Oye, Hiro, ¿por qué dice la gente que estas cosas son tan complicadas? —preguntó Frizz desde arriba.
—Porque volar de verdad es complicado —contestó Hiro—. Tú solo estás dando tumbos en gravedad cero.
—¿Qué he de hacer para volar de verdad?
—Nada, cabeza de burbuja. ¡Podrías arrancarte los brazos!
—Puede que me hayan operado el cerebro —repuso Frizz—, pero no soy un cabeza de burbuja.
—Técnicamente, no —farfulló Hiro.
Aya resopló.
—¿Quién es el cabeza de burbuja aquí, Hiro? De no ser por Frizz esas cámaras paparazzi nos habrían filmado en la reserva.
—Supongo que tienes razón. —Hiro enderezó la espalda con un suspiro e hizo una leve inclinación de cabeza—. Lamento haberte llamado cabeza de burbuja, Frizz. En realidad, eres bastante inteligente.
Frizz le devolvió la inclinación desde el aire.
—Y tú no eres tan esnob como dice Aya.
Hiro miró boquiabierto a su hermana.
—¿Tú has dicho eso?
Ren se incorporó bruscamente.
—Aya, he encontrado algo en tu fuente de fondo del momento en que viste a los frikis.
—¡Genial! —Presurosa, Aya dio la espalda a la mirada iracunda de su hermano—. ¿Puedes enseñárnoslo?
—Claro... cuando haya encontrado la pantalla mural.
—Eso, ¿dónde está la...? —comenzó Aya, pero el gran ventanal ya estaba titilando.
—Uau —murmuró Ren—. Diamante en una pantalla mural. Este apartamento es alucinante.
En la pantalla apareció una imagen trémula y distorsionada. Aya reconoció la escena grabada por su cámara-botón una semana atrás: Miki examinando la pared del túnel de alta velocidad, buscando la puerta camuflada.
El sentimiento de culpa que su inopinada fama había logrado sofocar regresó con toda su fuerza al ver de nuevo su rostro anodino. Se preguntó qué pensaría Miki de ella ahora que el mundo entero podía ver las proezas secretas de las Chicas Astutas.
La voz de Edén Maru habló fuera de imagen, resonando a través del túnel: «Ya está. Apartaos, ahí detrás podría haber cualquier cosa».
Miki respiró hondo y murmuró: «O persona».
La voz de Aya respondió: «Esos frikis deformes solo estaban almacenando cosas. Aquí no vive nadie».
Ren congeló la imagen y Hiro soltó un bufido.
—¿«Frikis deformes»? Entonces es así como han averiguado que los habías visto. ¡Se lo dijiste en tu propia capa de fondo!
Aya meneó la cabeza.
—Pero sigue sin tener sentido. ¿Cómo han logrado mirar todas esas secuencias tan deprisa? Había un montón de horas de filmación con la cámara-botón, y han venido a por nosotros en cuanto hemos salido de la fiesta.
—¿Y si ha sido la sabiduría de las masas? —dijo quedamente Ren.
Aya frunció el entrecejo.
—¿A qué te refieres?
—No sabemos cuántos de esos seres extraños hay —dijo—. Podría haber centenares. De hecho, puede que haya una montaña entera habitada por ellos en algún lugar.
—O una ciudad —añadió Frizz—. Construir una catapulta magnética como esa no es fácil.
Un dedo frío trepó por la espalda de Aya. Desde el principio había dado por hecho que se trataba de una simple camarilla. La cabeza le dio vueltas al imaginarse una ciudad entera de inhumanos.
—Estáis Hipando —dijo Hiro—. ¿Por qué querría una ciudad...?
—¡Calla, Hiro! —Ren cerró los ojos—. ¿Podéis oírlo?
Aya aguzó el oído. Un zumbido débil estaba resonando en toda la habitación.
Frizz bajó flotando del techo.
—Creo que sale de la pantalla mural.
Entonces Aya lo percibió en su boca: el sabor a lluvia y tormenta.
—Materia inteligente —dijo—. El ventanal está hecho de materia inteligente.
Los cuatro se volvieron de golpe hacia la pantalla mural. La superficie estaba moviéndose, la cara congelada de Miki se estaba combando. El zumbido se transformó en un coro de tonos discordantes compitiendo entre sí que zarandeaba el aire. En la boca de Aya el sabor a lluvia se tornó amargo.
—¡Alguien está hackeando la ventana! —gritó Ren, levantándose de un salto.
De la pantalla empezaron a sobresalir tres siluetas con forma humana. Un brazo asomó, envuelto por la imagen congelada de Miki, como una momia cubierta de pantalla mural.
Frizz tiró de Aya hacia la puerta.
—¡Espera! —gritó—. Fijaos en sus cuerpos...
Las figuras que estaban emergiendo de la pared no eran deformes como las de los frikis, sino altas y fuertes. Entraron en la habitación sin rostro y todavía recubiertas por los colores de la pantalla, como si la materia inteligente se hubiera estirado sobre ellas.
—¿Son cabezas pixeladas? —preguntó Aya con voz queda.
Se movían con una elegancia depredadora, perdiendo progresivamente sus colores con cada paso, hasta quedar reducidas a un gris corriente.
—No —susurró Ren—. Llevan trajes de camuflaje.
La figura más alta se quitó la capa de gris de la cabeza y dejó al descubierto un rostro de una belleza fría e intimidante. Tenía los ojos negros como el carbón, como los de una loba, la piel cubierta de tatuajes flash y unas facciones afiladas y crueles.
Era la persona más famosa del mundo.
—Me llamo Tally Youngblood —dijo—. Lamento la interrupción, pero se trata de una circunstancia especial.