28. Paparazzi

—Sigue mi voz, Moggle —dijo Aya al tiempo que acercaba su tabla a la pared más próxima.

Las alcantarillas de ese lado de la reserva no aparecían en el reportaje sobre el grafiti. Era imposible que hubiera suficientes cazadores buscando a Aya para cubrir todos los túneles y conductos de la ciudad.

—Aquí está la pared —susurró Frizz.

Aya posó una mano en la fría piedra y avanzó hacia el sonido de un goteo, hasta que la boca de una alcantarilla resonó frente a ellos.

—Acércate, Moggle —murmuró. La aerocámara chocó con ella un segundo después—. Sube a ver si el camino está despejado. ¡Y nada de luces!

Moggle se alejó.

Aya miró por encima de su hombro y advirtió que la luz de la otra alcantarilla aumentaba. Podía adivinar las siluetas de Hiro y Ren recortadas contra el resplandor.

—¿Podrías realmente bloquear una aerocámara, Ren? —preguntó.

—Puedo intentarlo. —Su cara apareció flotando en el aire, iluminada por la luz de su caja de sorpresas.

—Aya —susurró Frizz—, si necesitas salir disparada, puedes dejarme aquí. Yo no sé conducir una tabla y nadie me persigue.

—No seas descerebrado, Frizz —dijo Aya entre dientes—. Esos frikis saben que les has visto. ¡No pienso dejarte aquí abajo!

Activó su pantalla ocular. La perspectiva de Moggle mostraba un túnel vacío y sin luces.

—Esta alcantarilla está despejada —dijo.

—En marcha entonces —susurró Hiro—. Esa luz está cada vez más cerca.

Aya se tumbó sobre la aerotabla, apretándose bien a Frizz, y subió rápidamente por el túnel.

Moggle se encontraba cerca de la superficie, donde se vislumbraba un reflejo de focos anaranjados. Las fuentes estaban parpadeando de nuevo en su pantalla ocular y el reloj de la ciudad indicaba que faltaban dos horas para el alba.

—Ten cuidado, Moggle —susurró Aya—. ¡No dejes que nadie te vea!

La aerocámara se asomó con cautela a la boca de la alcantarilla. Aya observó cómo escudriñaba el solar en construcción; solo se divisaban máquinas paradas y la estructura de hierro de un edificio inacabado.

—Espera ahí, Moggle.

Aya y Frizz continuaron su ascenso hasta sentir la brisa fresca en la cara. La silueta de Moggle apareció frente a ella, dibujada contra los focos de la obra. Las fuentes se activaron de inmediato y cubrieron su visión de un centenar de encendidos debates: alarma por su desaparición, teorías sobre quién había construido el Exterminador de Ciudades, sospechas de que todo era un engaño. Casi todo el mundo creía que el misterioso aerovehículo la había secuestrado. El Sin Nombre había decretado que la catapulta magnética era el arma secreta de la ciudad y exigía el arresto de Aya por traidora.

Aya ahuyentó el escándalo con un parpadeo y se concentró en el mundo que tenía delante. La historia de la Reina del Limo le había demostrado lo desatinadas que podían ser las fuentes.

A veces la sabiduría de las masas no era más que palabrería.

Inspeccionó el solar en construcción con sus propios ojos.

—Bien, parece que sigue despejado. ¿Todo el mundo listo?

—Solo una pregunta —dijo Frizz—. ¿Adónde vamos?

—Ah, sí.

Aya frunció el entrecejo. Si las masas habían conseguido dar con la reserva subterránea, ¿en qué otro lugar podía ocultarse? Todos los sitios interesantes que había explorado los había lanzado en algún reportaje. Su residencia, los nombres de todos sus amigos, incluso su color favorito figuraban en su fuente.

No se había guardado nada.

—¿Qué me dices de tu casa, Hiro?

—¿Mi casa? ¿No se te ocurre un lugar más obvio?

—Por lo menos en tu casa gozas de intimidad. Es una mansión para caras célebres, por lo que las aerocámaras no pueden acercarse. Y el barrio famoso de la ciudad no cae demasiado lejos de aquí.

—Olvídalo. No voy a dejar que... —Hiro se interrumpió—. Aunque tienes razón en lo de la intimidad. ¿Por qué no vamos a Mansión Oscilante? ¿Recuerdas el apartamento que te mostré?

—Claro —dijo Aya—, pero no es mío.

—Pero está abierto —repuso Hiro—. Solo tienes que entrar y declararlo tuyo. Tienes un rango facial de... ¡Ostras! ¡Ya estás en el puesto doce!

—Ser abducido por extraterrestres es lo más —dijo Ren.

—¿Qué opinas tú, Frizz? —preguntó Aya.

Frizz titubeó y dejó ir un suspiro.

—La verdad, cualquier cosa me parece preferible a un agujero en el suelo.

Salieron de la alcantarilla con cautela, tiritando a causa del viento gélido.

Aya se miró el vestido de fiesta. Estaba cubierto de hojas húmedas y goterones de agua del túnel: el regreso de la Reina del Limo. Pero después de horas entre residuos líquidos y hojas putrefactas, el olor a aire fresco y a pino era una bendición.

La ciudad parecía más despierta de lo habitual a esas horas de la noche. Había luz en las ventanas. Todo el mundo estaba mirando las fuentes. La angustia se apoderó de Aya: el reflejo invertido del pánico al anonimato.

De pronto sentía que eran demasiadas las personas que conocían su nombre.

Emprendieron el regreso a la ciudad y al barrio de Hiro. Los símbolos de la fama se desplegaron a su alrededor: sobre sus cabezas flotaban piscinas vaporosas y abajo los caminos aparecían iluminados por antorchas.

Pero no se veía a nadie. También allí los ventanales titilaban con la luz de las pantallas murales. Todos, hasta el más famoso, estaban siguiendo el desarrollo del drama.

—Oh, oh —dijo Ren levantando la vista de su caja de sorpresas—. Tenemos compañía.

Aya siguió la dirección de su mirada. Una aerocámara se acercaba a ellos con la luz de las antorchas reflejada en sus objetivos.

—¿Puedes bloquearla? —preguntó Aya.

Ren negó con la cabeza.

—Es una cámara paparazzi diseñada para ir detrás de las caras célebres.

—Ya estamos cerca de Mansión Oscilante. ¡Vamos! —gritó Hiro, y salió disparado.

—Agárrate fuerte, Frizz —dijo Aya, y bajó en picado en dirección al suelo, ganando velocidad a medida que descendía.

Frizz se arrimó bien a ella, permitiendo que sus cuerpos giraran y se inclinaran al mismo tiempo. Se sentía más seguro que en el primer viaje y Aya decidió correr algunos riesgos.

Bordeó una mansión alta y estrecha y atravesó el espacio entre dos apartamentos separados por aeropuntales. Los elevadores de la tabla vibraron, provocando una sucesión de coletazos, y Frizz se abrazó a Aya con más fuerza. A unos metros de su hombro, Moggle temblaba en las fuertes corrientes magnéticas.

Aya miró atrás y vio que la cámara paparazzi todavía la seguía. Ren tenía razón, esa aerocámara estaba diseñada para perseguir caras célebres. No conseguiría quitársela de encima mediante ardides sencillos.

Descendió un poco más y sobrevoló como una bala la senda de un jardín, sintiendo el calor de las antorchas en ambos lados del cuerpo y el olor del humo en las fosas nasales. La cámara se encontraba ahora lo bastante cerca para poder reconocer sus caras.

Lo último que Aya deseaba era presentarse en Mansión Oscilante con un séquito de cien aerocámaras.

—¡Cuando llegues al final del jardín sal disparada hacia arriba! —gritó Frizz.

—¿Qué estás tramando?

—¡Hazlo!

El último par de antorchas quedó atrás y la senda se abrió sobre un campo de santuarios y templos de la época de los preoxidados. Aya echó el cuerpo hacia atrás y emprendió un pronunciado ascenso. Moggle la seguía, girando alegremente como una peonza.

—¡Vuelve y recógeme! —gritó Frizz... y saltó de la tabla.

—¡Frizz! —aulló Aya cuando se dio la vuelta y lo vio elevarse en el aire.

Todavía llevaba puesto el equipo de aeropelota, todavía era ingrávido. Su propio impulso lo arrastró hacia arriba, colocándolo en la trayectoria de la cámara paparazzi. Se hizo un ovillo y la cámara chocó de lleno con sus espinilleras. El impacto contra el plástico ultrarresistente resonó como una bofetada.

Frizz salió despedido de la colisión dando vueltas. Aya giró en redondo y situó la tabla en su línea de vuelo.

Frizz la embistió con un gemido y la derribó de la tabla. Rodaron juntos por el aire hasta que los elevadores del equipo de aeropelota neutralizaron el peso de Aya.

—¡Moggle! —jadeó. Los brazos de Frizz la sujetaban con tanta fuerza que apenas podía respirar—. ¡Tráenos la tabla!

Había quedado suspendida en el aire, seguramente preguntándose por qué sus pasajeros se empeñaban en saltar al vacío. Moggle se colocó a su lado y la condujo hacia el lugar donde Aya y Frizz estaban flotando, envueltos en un fuerte abrazo.

—¿La he matado? —preguntó Frizz.

Aya bajó la vista y vio cómo la cámara paparazzi rebotaba contra los templos y santuarios, haciéndose trizas.

—Sí. ¡Pero ha sido una estratagema aterradora!

Moggle deslizó la aerotabla bajo sus pies y Frizz dejó que Aya resbalara por sus brazos hasta tocar la superficie.

—Y dolorosa —añadió Frizz, frotándose las espinillas. La colisión había resquebrajado los protectores.

—Te está bien empleado —replicó Aya mientras giraba la tabla hacia Mansión Oscilante.

Volaron por debajo del estanque de meditación flotante, donde la luz de las estrellas se colaba entre los lirios y las carpas de colores.

—¿Aya? —sonó la voz de Ren en su oído—. Ya hemos llegado a la mansión. ¿Dónde estáis?

—Cerca. Nos hemos deshecho la cámara.

—Pues me temo que se te ha pegado otra. Mira por las ventanas.

Aya arrugó la frente.

—¿Por cuál de ellas?

—Por cualquiera —espetó Ren—. ¡Son todas iguales!

—¿De qué estás...? —comenzó Aya, pero al dejar el estanque atrás una vasta mansión de estilo clásico apareció ante ellos con la luz de pantallas murales titilando en sus ventanas.

Todas parpadeaban al mismo tiempo: cientos de ventanas pasando de la luz a la sombra juntas, todas sintonizadas con la misma fuente.

—Oh, oh —dijo Frizz—. ¿Ves lo mismo que yo?

—Sí. —Aya tragó saliva—. Todo el mundo está viendo la misma fuente, algo que no ocurre prácticamente nunca. Una de dos...

—O Nana Love acaba de prometerse —dijo Frizz— o una aerocámara nos está filmando.

Aya se volvió y escudriñó el espacio. Finalmente la vio: otra cámara paparazzi, a unos metros de distancia, con sus diminutos objetivos apuntando directamente hacia su cara.

—Mierda —farfulló.

Entonces reparó en el enjambre de aerocámaras, de todas las formas y tamaños, que estaba avanzando hacia ellos desde todas direcciones, nubes de aerocámaras moviéndose al mismo tiempo, trazando giros en el aire como cardúmenes.

—¡Larguémonos de aquí! —gritó Frizz.

—¡Deslúmbralas, Moggle! —Aya se inclinó hacia delante y puso rumbo a Mansión Oscilante.

Moggle les seguía con las luces nocturnas apuntando hacia atrás. Los objetivos de sus perseguidores centelleaban en el cielo como sauces llorones de fuegos artificiales.

Llegaron a Mansión Oscilante con todas las aerocámaras prácticamente encima, filmando desde todos los ángulos. Aya descendió hasta los escalones de la entrada.

—Eres genial esquivando cámaras —dijo secamente Hiro mientras se volvía hacia la puerta—. Déjanos entrar, deprisa.

—Lo siento —respondió la puerta—, pero Mansión Oscilante es un edificio seguro.

—¿No me digas? —espetó Aya—. Precisamente por eso estoy aquí. Declaro... hum...

—Residencia legal —le sopló Hiro—. Apartamento treinta y nueve.

—Declaro el apartamento treinta y nueve mi residencia legal —dijo Aya—. ¡Y solicito el nivel máximo de privacidad! —añadió—. Por cierto, soy Aya Fuse. Esto... hola.

La puerta guardó silencio mientras unos rayos láser recorrían el rostro y las manos de Aya. Sobre su hombro estaba formándose un muro de aerocámaras que frenaban en seco al alcanzar la barrera de privacidad. Las que se acercaban más de la cuenta caían fulminantemente al suelo. Mansión Oscilante era célebre por sus serias medidas destinadas a proteger la intimidad.

La puerta se abrió con un suave susurro.

—Declaración aceptada —dijo—. Bienvenida a tu nuevo hogar, Aya Fuse.