Un tenue resplandor naranja iluminaba el nuevo solar en construcción y las excavadoras descansaban, silenciosas, sobre sus cimientos.
—Consulta tus mensajes una vez más antes de que quedemos incomunicados —dijo Hiro.
Aya echó un vistazo a su pantalla ocular y meneó la cabeza. Le habían entrado algunos mensajes prioritarios en el canal de los guardas —y puede que otros diez mil preguntándole qué estaba pasando, por no mencionar el millón de teorías que colapsaban las fuentes—, pero ninguno de Tally Youngblood.
—Si viaja en un suborbital estará varias horas fuera de contacto —señaló Ren.
Aya suspiró.
—Con tal de que llegue deprisa...
Descendieron hacia el túnel y entraron.
—¿He vuelto a desmayarme? —farfulló Frizz cuando la oscuridad los engulló, revolviéndose sobre la tabla.
—No, solo estamos penetrando en la tierra. —Aya le sujetó con fuerza—. Nada de luces, Moggle. Demasiado evidentes.
—Tu vestido —murmuró Frizz—. Brilla.
Aya flexionó los dedos y su vestido de fiesta cobró vida. La batería estaba en las últimas, pero los trémulos destellos bastaban para cortar la penumbra.
—Te dije que era el vestido adecuado, Hiro.
—Muy graciosa. ¿Piensas contarnos de una vez qué ha pasado ahí fuera?
—Todavía no.
Siguieron bajando mientras el resplandor de los focos anaranjados de la superficie se desvanecía lentamente. Después de unos minutos interminables, el eco de un goteo llegó a sus oídos y el túnel se abrió sobre la inmensa reserva.
Aya detuvo la tabla en el aire.
La cueva titilaba con los moribundos destellos de su vestido y el reflejo trémulo del agua bailaba en el techo.
Moggle parecía recordar el lugar, pues enseguida se puso a deambular por la cueva en círculos nerviosos, buscando Chicas Astutas con cepos.
Hiro se deslizó junto a Aya y se sentó sobre la tabla con las piernas cruzadas.
—Qué escondite tan genial, Aya. De hecho, no hay un solo centímetro de suelo firme donde posarse, ¿verdad?
—No —dijo Ren—, pero tenemos agua de sobra.
—No es precisamente Mansión Oscilante —repuso Aya con un suspiro. El apartamento que Hiro le había enseñado, sus enormes espacios abiertos, las maravillosas vistas de la ciudad, perduraban en su memoria. Y allí estaba, en su primera noche como famosa, escondiéndose bajo tierra.
La lenta respiración de Frizz retumbó en los arcos de piedra. Se revolvió bajo el cuerpo de Aya. Los efectos del pinchazo estaban desapareciendo.
—El contenido de esas agujas estaba pensado para derribarte, Aya —dijo Ren—. Pero como Frizz es un perfecto, no tardará en reponerse.
Aya asintió. La operación hacía que los cuerpos de los perfectos fueran más fuertes y sanaran más deprisa.
—¿Quiénes eran esos tipos? —preguntó Hiro.
—No tengo la menor idea. Solo los vi una vez.
—¿El día que descubriste cómo se abría la montaña? —preguntó Ren.
—Ajá. Miki y yo estábamos asomadas al borde del tren. Eran tres, increíblemente altos y flacos, pero estaba tan oscuro que al principio pensé que lo único extraño eran las sombras.
Hiro carraspeó.
—¿Y preferiste no mencionarlo?
—¡No tenía imágenes! Además, era demasiado delirante. Pensé que si empezaba la historia hablando de esos frikis la gente creería que se trataba de otro reportaje de monos quirúrgicos. Digamos que los alienígenas no pegaban con el tema del Exterminador de Ciudades.
—¿No pegaban con el tema? —gritó Hiro—. ¿Qué eres? ¿Una lanzadora oxidada? ¡Para eso está la capa de fondo!
—Deja los sermones para más tarde, Hiro —intervino Ren—. Lo importante ahora es averiguar quiénes son esos individuos y por qué persiguen a Aya.
Hiro soltó un bufido.
—¡Deberíamos volver a la superficie y lanzar esta historia! ¡Y, si me apuras, avisar a los guardas!
—¿Podemos fiarnos de nuestra ciudad? —preguntó Ren.
—Yo me fío de quien sea mientras haya cientos de miles de personas mirando —farfulló Hiro—. Lo que no acabo de entender es cómo descubrieron esos monos quirúrgicos que les habías visto.
—Quizá haya algo en la capa de fondo que lo explique —dijo Ren—. Lástima que aquí abajo no podamos ver las fuentes.
—Moggle guarda una copia completa —dijo Aya.
—Le echaré un vistazo. Zarandéame si ocurre algo interesante.
Ren se tumbó sobre su tabla y la señal de inmersión plena parpadeó en sus pantallas oculares.
Aya tragó saliva. Con Ren examinando las imágenes y Frizz semiinconsciente, prácticamente se había quedado sola con Hiro. Los últimos destellos de su vestido agonizaban y la oscuridad intensificaba la expresión de enfado de su hermano.
—¿Qué tal un poco de luz, Moggle? —dijo.
Las luces nocturnas de la aerocámara inundaron la caverna. Moggle flotaba inquieta por la reserva, desplazando las sombras, mientras Hiro miraba inmóvil a su hermana.
Aya suspiró.
—No era mi intención mentir.
—Lo sé, Aya, pero si se eligen y seleccionan datos para crear un reportaje, siempre se acaba tergiversando la verdad. Por eso los buenos lanzadores lo cuelgan todo. Salvo la manipulación para extras que solo miran diez minutos.
—¡Te repito que no tenía imágenes de esos frikis!
—Pero los viste y no los mencionaste. Es lo mismo que mentir.
Aya soltó un gemido y clavó la mirada en el agua. La superficie oscurecía conforme perecían los destellos de su vestido.
—Lo he estropeado todo, ¿verdad?
—Todo no. —Hiro dejó caer los hombros—. Pero si hubieras contado lo que viste probablemente ya sabríamos quiénes son esos tipos.
—¿Cómo?
—La sabiduría de las masas, Aya. Si un millón de personas observa un enigma, existen muchas probabilidades de que por lo menos una de ellas conozca la respuesta. O puede que diez personas conozcan un dato diferente cada una y eso baste para desvelarlo.
Aya suspiró.
—Supongo que tienes razón. Nunca había pensado en las fuentes de ese modo.
—Porque lo único que te importaba era hacerte famosa —repuso Hiro—. Las fuentes sirven para algo más que para eso. Como siempre digo, la finalidad de un lanzador es hacer comprensible el mundo.
Aya puso los ojos en blanco. Solo le faltaba eso: una clase de filosofía de su engreído hermano mayor. La batería de su vestido se agotó al fin y los últimos destellos murieron.
—Pues aquí abajo estamos solos. Por tanto, ¿qué crees que son? ¿Alienígenas?
—Ni mucho menos. Son monos quirúrgicos. —El martilleo de los dedos de Hiro sobre la tabla resonaba en toda la caverna—. De hecho, casi me atrevería a decir que son monos de verdad.
—¿Por qué lo dices? —Aya se removió en su tabla—. No tienen pelo.
—Pero ¿te fijaste en los dedos de los pies? Eran prensiles, como los de un mono. Es como si tuvieran cuatro manos.
—Eso es absurdo. —Aya suspiró—. ¿Qué sentido tiene ser un mono quirúrgico si te pasas la vida escondiéndote?
—No creo que sea una cuestión de moda, Aya. Es como el caso de mis ancianos inmortales, para quienes la cirugía tiene una finalidad. Seguro que existe una conexión entre todo esto.
—¿Entre exterminadores de ciudades, bases ocultas y dedos simiescos?
Hiro sonrió.
—Entiendo que te resultara tan difícil encajarlo todo en diez minutos.
Guardaron silencio y Aya contempló la luz parpadeante en los ojos de Ren. Puede que el revuelo provocado por la historia del Ex— terminador de Ciudades hubiese amainado para cuando amaneciera. Después de todo, la gente necesitaba dormir, por muy alucinante que fuera un reportaje. Seguro que al cabo de unas horas podría salir a la superficie para enviarle un mensaje a Tally Youngblood.
Recordó su último año en el colegio de imperfectos, cuando estudiaron los orígenes de la lluvia mental: el Humo, los especiales, la espantosa Guerra de Diego. Todas esas lecciones poseían un denominador común: una vez que Tally-sama llegaba, los malos no tenían ninguna posibilidad.
El tiempo transcurría en la caverna de forma extraña. Desconectado de la interfaz de la ciudad, el reloj de la pantalla ocular de Aya había dejado de funcionar, pero parecía que los minutos se arrastraran. El sueño la venció una vez y despertó presa del pánico, ignorando dónde estaba.
Frizz seguía a su lado, durmiendo bajo los efectos del pinchazo. Acurrucados sobre la tabla, podía sentir su respiración, y su calor hacía más llevadero el frío de la caverna. Aunque Hiro se empeñara en que la fama la protegía, Aya se sentía más segura junto a Frizz que bajo la mirada de un millón de personas.
Hiro cabeceaba sobre su tabla con los ojos cerrados y las piernas cruzadas. Ren tenía los ojos abiertos y sus pantallas oculares fulguraban como si fueran dos luciérnagas rojas, pero no hacía ruido alguno.
Después de lo que parecieron horas, Frizz empezó a revolverse a su lado. Se sentó sobre la tabla y se frotó el cuello.
—¿Cómo te encuentras? —susurró Aya.
—Mucho mejor. —Miró a su alrededor con cara adormilada—. ¿Dónde estamos?
—Bajo tierra. —Aya le estrechó la mano—. Tranquilo, aquí abajo estaremos seguros hasta que llegue Tally-sama.
—¿Me has traído hasta aquí? Pero... ¿cómo has conseguido...? Uau —Frizz había empezado a elevarse de la tabla—. ¿Qué... qué está pasando?
Aya sonrió.
—Le hemos tomado prestado el equipo de aeropelota a uno de esos frikis. Eres prácticamente ingrávido.
Frizz dejó de moverse y su cuerpo regresó junto a Aya.
—Me has salvado la vida.
Aya suspiró.
—Te he complicado la vida, querrás decir. Si no hubiese tergiversado la verdad no estarías metido en este lío.
—¿Tergiversar la verdad?
Aya asintió lentamente.
—Como ya dije, vi a esos frikis hace diez días, pero como no sabía qué eran... no los incluí en el reportaje.
Frizz se limitó a contemplar las oscuras aguas.
—Creo que soy una embustera nata.
El negó con la cabeza.
—No lo eres.
—Sí lo soy —musitó Aya—. No puedo pasar diez segundos sin tergiversar la verdad. En estos momentos soy la decimoséptima persona más famosa de la ciudad, ¿y por qué? ¡Por hacer creer a una camarilla que era una de ellas! Y luego no fui capaz de lanzar la historia sin omitir algo. Seguro que me detestas.
Frizz respiró hondo.
—Nunca te he contado cómo me surgió la idea de Sinceridad Radical, ¿verdad?
—Nunca te lo pregunté. —Aya suspiró—. Estaba demasiado ocupada hablando de mi obsesión por la fama.
—El caso es que antes yo mentía... constantemente —explicó Frizz—. Algunas veces por un motivo concreto, pero la mayoría únicamente por diversión. Siempre estaba actuando, inventándome un nuevo Frizz con cada nueva persona que conocía, sobre todo si era... chica. —Se encogió de hombros. Sus ojos manga brillaban en la oscuridad—. Entonces empecé a olvidar quién era en realidad. Supongo que suena extraño.
—No demasiado —dijo Aya—. En cierto modo, se parece a lo que me sucedió a mí con las Chicas Astutas. Me gustaba ser esa persona. Era más valiente que yo.
Frizz se encogió de hombros.
—A veces es divertido cambiar de personalidad, pero yo quería saber cómo era la vida sin decir mentiras. Cómo funcionaba una relación cuando no podías ocultar nada. —Le cogió la mano y Aya notó que se le erizaba la piel—. Quería saber qué se sentía al hacer esto...
Salvó la corta distancia entre sus rostros y la besó. Cuando se separaron, Frizz susurró:
—Sin mentiras.
—Es mareante —susurró Aya. Sentía calor en el rostro, como un rubor, pero no de vergüenza. En sus labios perduraba el eco de los labios de Frizz, y escalofríos le recorrían la piel.
—Tienes razón. —Frizz sonrió—. Es mareante.
—¿Incluso conmigo? ¿La tergiversadora Reina del Limo?
Frizz se encogió de hombros.
—También tienes un lado sincero, Aya. Pones el alma en tus reportajes. Incluso en aquel sobre... —Frizz calló y observó la caverna, pensativo—. Oye, ¿estamos cerca de los grafiti que lanzaste?
—Sí. Todos esos túneles vienen a parar aquí. —Aya rio quedamente—. ¿Es que quieres verlos con tus propios ojos?
Frizz negó con la cabeza.
—¿Y no tienes ese reportaje en la fuente, donde todo el mundo puede verlo?
Aya titubeó. Hasta esa noche prácticamente nadie había entrado nunca en su fuente. Ahora, con su rango facial en el puesto diecisiete, seguro que la estaba consultando mucha más gente. Y al mismo tiempo todo el mundo estaba especulando y deliberando acerca de dónde se había escondido Aya y por qué.
Puede que solo unos miles de personas se molestaran en ver sus viejos reportajes, y la mayoría no repararía en el excelente escondite que proporcionaban los túneles de grafiti, pero ¿y si uno solo, del millón de habitantes que tenía la ciudad, enviaba una aerocámara para comprobarlo?
—Oh, oh, puede que tengas razón. ¡Hiro, tenemos que largarnos de aquí!
Su hermano despertó con un respingo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Los túneles que conducen a la reserva aparecen en mi fuente, en el reportaje que lancé sobre el grafiti.
—Pero de eso hace dos semanas... —La voz de Hiro se apagó.
—¿Cómo lo has llamado? —dijo Aya—. ¿La sabiduría de las masas?
Alertado por las voces, Ren se sentó y desconectó sus pantallas oculares.
—¿Qué ocurre?
—Este lugar aparece en la fuente de Aya —dijo Frizz.
Ren soltó un gruñido, percatándose al instante del problema.
—Somos unos descerebrados.
—¡Moggle! —bisbiseó Aya—. ¡Luces fuera!
La aerocámara obedeció y los sumió en una oscuridad total.
Aya parpadeó varias veces y abrazó con fuerza a Frizz. Cuando sus ojos se acostumbraron finalmente a la oscuridad, vislumbró algo...
Por una de las alcantarillas, proyectando sombras en la oscuridad, avanzaba un destello de luz muy tenue.