23. Lanzamiento

—¡No vas a ir así!

—¿Por qué no? —Aya se retorció los tirabuzones del pelo. Lo llevaba ahuecado como una cabeza manga y teñido de morado intenso. Su vestido estaba salpicado de luces centelleantes y los zapatos eran plataformas de fricción variable: había entrado en el apartamento de Hiro patinando como si el suelo fuera una pista de hielo. Se cogió el vestido por los lados y lo desplegó, admirándolo—. ¡Es un vestido absolutamente genial!

—Para una quinceañera, puede —farfulló Hiro.

Aya puso los ojos en blanco.

—Por si lo has olvidado, soy una quinceañera. Y tú no puedes decirme cómo debo vestirme para esta fiesta. ¡Mi reportaje es la única razón de que vayamos!

—Lo sé, pero el que tiene la invitación soy yo, ¿recuerdas?

—Por ahora —murmuró Aya.

La de esta noche no era la fiesta —faltaba todavía una semana para las Mil Caras— sino solo la juerga mensual de los tecnocerebros. Pero Ren había dicho que Aya debería estar presente cuando se lanzara su reportaje sobre el Exterminador de Ciudades. Llena de cerebros físicos y observadores de trenes ultrarrápidos, la fiesta generaría las entrevistas, guerras entre fuentes y relanzamientos desenfrenados que todo gran reportaje requería.

—Haz lo que quieras, Aya-chan. Solo te pido que no vayas a ver a papá y a mamá hasta que esos tatuajes flash hayan desaparecido.

Aya le sacó la lengua y las espirales de sus mejillas giraron. Los tatuajes temporales todavía le hacían cosquillas cuando se movían y Aya soltó una risita.

—Ren Machino —dijo Hiro a la habitación. Luego preguntó—: ¿Dónde estás?

—Llegando —respondió Ren.

—Espéranos abajo, ya casi estamos en la puerta.

—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó Ren en tono jocoso—. Todavía falta una hora para el lanzamiento del Exterminador de Ciudades.

—Lo sé. Me he pasado la noche mirando el reloj.

—Mirar el reloj le pone cascarrabias —intervino Aya, girando sobre sí misma con sus plataformas—. Te recuerdo que es mi reportaje, pero ¿a que a mí no me ves nerviosa?

Hiro suspiró.

—Se ha negado a ocultar la secuencia del trineo en la capa de fondo, Ren. A mis padres les va a dar un infarto.

—¡Y Hiro olvida todo el rato de quién es este reportaje! —protestó Aya—. Pero no te preocupes, se lo recuerdo constantemente.

Ren soltó una carcajada.

—Yo también se lo recordaré, Aya-chan.

Hiro cortó la comunicación con un chasquido de dedos y transformó la pantalla mural en un espejo. Su padre le había prestado una de sus viejas americanas de gala: seda de araña negra y botones de bambú. No le quedaba nada mal.

Aya se puso a patinar por la habitación contemplando la estela de destellos de su vestido en el espejo mientras Moggle seguía sus movimientos. Había pagado el vestido con la reputación de Hiro, pero devolverle el préstamo no sería un problema.

No entendía por qué Hiro estaba tan nervioso. Aya llevaba mucho tiempo esperando esa noche. Le parecía más real que todos sus esfuerzos por arañar méritos y todo el anonimato en el que había vivido hasta el momento. Todo eso no había sido más que una preparación para eso... para la fama.

Y lo mejor de todo era que Frizz estaría en la fiesta. Todavía se sentía mal por la historia de la Reina del Limo, pero esa noche su malestar desaparecería por completo. Aunque Frizz todavía no lo sabía, él y Aya pronto tendrían rangos faciales similares y, por si eso fuera poco, asistirían juntos a la Fiesta de las Mil Caras de la semana siguiente.

—¡Deja de patinar! —dijo Hiro—. ¡Pareces una imperfecta a punto de lanzar fotos de su gato!

Aya frenó en seco.

—¡Ostras!

—¿Qué? ¿Has olvidado editar algo?

—No, pero estaba pensando... ¡que este reportaje sería mucho mejor si tuviera un gato!

Hiro esbozó finalmente una sonrisa y se volvió hacia el espejo.

—En realidad, Aya-chan, tu reportaje es perfecto aunque a papá y mamá vaya a darles un infarto.

—¿Perfecto? —preguntó Aya, confiando en que Moggle estuviera filmando el momento—. ¿Lo dices en serio?

—Lo digo en serio. —Hiro se encogió de hombros—. Si no fuera perfecto no lo estaría relanzando. ¿Quieres ver algo?

Movió un dedo y en la pantalla apareció el plano de un apartamento. Era enorme, con vestidores y ventanales de materia inteligente y un agujero en la pared capaz de fabricar prácticamente cualquier cosa.

—¿Qué es? —preguntó Aya.

—Un apartamento de Mansión Oscilante. Acaban de inaugurarlo.

Aya parpadeó. Mansión Oscilante era el lugar donde vivían las caras más célebres de la ciudad. Gozaba de las mejores vistas y la mayor privacidad, y hasta sus paredes tenían presente el grado de celebridad de sus residentes. Cada dos o tres semanas se desplazaban ligeramente —de ahí el nombre de la mansión— y cada centímetro cuadrado reflejaba las últimas actualizaciones de los rangos faciales.

—¿Mansión Oscilante? ¿Crees que voy a hacerme tan famosa?

Hiro se encogió de hombros.

—Puede que hayas detenido una guerra, Aya-chan. Eso significaría méritos además de fama. ¿Estás lista?

Aya notó un calor en las mejillas y no solo por los nuevos tatuajes flash. Se volvió hacia la pantalla mural por última vez e hizo un gesto para convertirla de nuevo en espejo. Esa noche casi semejaba una perfecta. Hasta su nariz parecía bonita.

Asintió.

—Estoy lista.

Al fin.

Tenían diez aerocámaras flotando sobre sus cabezas y muchas más aguardaban en la escalinata de la mansión. La luz de las antorchas se reflejó en sus objetivos cuando se volvieron para enfocar a Hiro, Aya y Ren.

Todo el mundo sabía que el nuevo reportaje de Hiro Fuse iba a emitirse esa noche y corría el rumor de que sería aún más sonado que el de la inmortalidad. Lo que nadie sabía era que el reportaje estaba en blanco, que solo contenía un relanzamiento a la fuente de su hermana pequeña. A Aya no le hacía ninguna gracia tener que respaldarse en el rango facial de Hiro, pero tenía que reconocer que era la forma más rápida de difundir la noticia.

Cuando alcanzaron la escalinata subió el centelleo de su vestido al máximo.

—Te vas a quedar sin batería —le susurró Ren mientras sonreía para las cámaras.

—Hiro me dijo que tenía que hacer una gran entrada. —La sonrisa de Aya flaqueó ligeramente al subir la escalinata. El tobillo derecho todavía le dolía de haber sido arrastrada por rocas y maleza por aquel estúpido paracaídas—. Tendría que haberme puesto algo más discreto —farfulló.

—Estás fantástica —dijo Hiro—, pero mantén activada la fricción de tus zapatos. Caerte de bruces no sería la mejor forma de hacerte famosa.

—Y recuerda —añadió Ren en voz baja— que dentro de una hora serás la cara más célebre de la sala.

Aya miró nerviosamente a Hiro y este le cogió la mano.

Consultó su pantalla ocular: la media del rango facial de la fiesta ya era de dos mil, mucho más alta que la de la fiesta en la que se había colado diez días atrás. Y más que iba a subir cuando llegaran las caras más célebres, los populares tecnolanzadores capaces de explicar el funcionamiento de una catapulta magnética con palabras que los extras pudieran entender.

Dentro de la mansión flotaban tantas aerocámaras que Aya se preguntó cómo podían filmar sin estorbarse unas a otras. Se movían al unísono, como pececillos en una pecera atestada. Moggle, que parecía descomunal y torpe al lado de las cámaras del tamaño de un dedo, se sumó al baile.

Curiosamente, Aya había visto miles de fiestas como esa en las fuentes y nunca había reparado en el enjambre de aerocámaras. Ahora, sin embargo, su revoloteo la distraía tanto como los mosquitos en la estación lluviosa.

Pero comprendía por qué estaban allí. Los monos quirúrgicos por sí solos ya eran flipantes. Había docenas de texturas cutáneas nuevas: pelo de animal, escamas, colores insólitos, membranas translúcidas y hasta pieles pétreas, como si estatuas vivientes se hubieran sumado a la fiesta. Aya vio caras inspiradas en animales, figuras históricas y un montón de cosas más, compitiendo todas por la atención de las cámaras.

Con la fiesta de Nana Love a solo una semana, la gente estaba echando mano de todos sus recursos para hacerse un hueco entre los mil primeros.

Pero ni uno de esos monos quirúrgicos resultaba tan inquietante como las figuras que Aya y Miki habían visto en el túnel de alta velocidad. Esa fiesta iba de moda y modelos alucinantes, mientras que aquellos frikis eran algo... inhumano.

Respiró hondo y ahuyentó de su mente las modificaciones corporales. No todos los invitados a la fiesta eran monos quirúrgicos.

También estaban los genios: cerebros matemáticos jugando con puzles cúbicos y laberintos en pantallas hinchables, camarillas científicas con ropas de laboratorio, todos mezclados en ese paraíso de tecno— lanzadores.

Aya buscó a Frizz entre la multitud, pero extraordinarios personajes atrapaban constantemente su mirada.

—¡Mira esas pieles pixeladas! —aulló.

Al otro lado de la sala había una pareja medio desnuda por cuyas espaldas se deslizaban imágenes borrosas. Por lo visto estaban cambiando los colores de sus células cutáneas lo bastante deprisa para mostrar un canal de fuentes, como camaleones aferrados a una pared mural.

—No está bien señalar —dijo Ren—. Y esos ya no son ninguna novedad. Fíjate en los cuatro del rincón.

Aya siguió la dirección de su mirada.

—¿De quién hablas? No veo a nadie.

—Justamente. Es lo último en pieles pixeladas. Un camuflaje casi perfecto.

—Muy gracioso, Ren. No dices más que... —La voz de Aya se fue apagando. El rincón acababa de moverse de manera casi imperceptible, como una arruga desplazándose por el papel de la pared. El movimiento dejó grabada en su retina la forma de un cuerpo humano—. Moggle, ¿lo estás grabando? —susurró.

—¿Qué tiene de extraordinario? —dijo Hiro—. Los pulpos también pueden hacerlo.

—De ahí viene la idea —explicó Ren—. Los pulpos tienen dentro de sus células cutáneas unas bolsitas de pigmento que controlan con...

—Un momento —le interrumpió Aya—. ¿Por qué no podemos verles la ropa?

Hiro soltó una risita.

—¿Qué ropa? —dijo Ren.

Aya abrió los ojos de par en par.

—Oh. Qué... qué interesante.

—Pero existe un problema —señaló pensativamente Hiro—. ¿No es la invisibilidad lo opuesto a la fama?

—¡Hiro! —bisbiseó Ren—. ¡El Sin Nombre a la vista!

Aya levantó la mirada y vio a Toshi Banana cruzar la sala con su célebre aerocámara con forma de tiburón cortando el aire, seguido de un séquito de admiradores y aspirantes a lanzadores.

—¿Qué hace aquí? —dijo Hiro—. Es demasiado famoso para esta fiesta. ¡Y detesta a los tecnocerebros!

—Esto... me parece que viene hacia nosotros —susurró Aya.

—Imposible —dijo Hiro.

Pero la robusta figura de Toshi se estaba abriendo paso entre una mona quirúrgica con piel de leopardo y un grupo de cabezas manga, en dirección a ellos.

El séquito rodeó a los tres y una pequeña flota de aerocámaras se congregó sobre sus cabezas. Aya se acordó inopinadamente de todas las entrevistas que Toshi había hecho a lo largo de los años: era un experto en conseguir que sus adversarios parecieran idiotas.

—¿Eres Hiro Fuse? —La voz de Toshi sonó exactamente como en sus fuentes: queda y grave, amenazando con montar en cólera en cualquier momento. Aya advirtió que no inclinaba la cabeza.

—Eh... —comenzó Hiro.

—¿No estás seguro? Pues yo creo que sí lo eres, y raras veces me equivoco. —Toshi rio entre dientes y sus admiradores le secundaron—. Me encantó tu reportaje sobre la inmortalidad.

—Oh, gracias, Toshi-sensei. —Hiro se aclaró la garganta—. Me alegra oír eso.

Aya puso los ojos en blanco. Un cumplido del Sin Nombre y Hiro ya estaba arañando fama.

—¡Corazones clonados! ¡Repugnante! —Toshi se volvió hacia la chica de piel de leopardo y puso los ojos en blanco—. Hay gente a la que le encanta distorsionar el orden natural, ¿no crees?

—¿Lo dices por los ancianos? —Hiro se encogió de hombros—. Yo creo que simplemente les daba miedo morir.

—¡Miedo, tú lo has dicho! Eso es lo que la lluvia mental nos ha dado.

—Siempre estás atacando la lluvia mental —dijo Ren—. ¿Por qué no te conviertes de nuevo en un cabeza de burbuja?

Toshi giró su enorme cuerpo y miró a Ren de arriba abajo.

—¿Nos conocemos?

Ren se inclinó medio grado.

—Lo dudo.

—En contra de lo que la mayoría de la gente cree, en la época de los perfectos no todo el mundo era un cabeza de burbuja. Había gente que tenía que dirigir la ciudad. —Toshi se volvió hacia Hiro—. Parece que tu rango facial ha descendido desde aquel reportaje, Hiro— chan. Tal vez se deba a las compañías que frecuentas.

—¡Eh! —exclamó Aya, haciendo un suave giro sin fricción—. ¡Sus compañías las tienes justo delante!

Toshi bajó la vista.

—¿Una extra? ¿Ahora sales con inferiores, Hiro-chan?

—¿Salir? Ella es mi... —comenzó Hiro, pero la voz se le apagó cuando todas las miradas del séquito de Toshi se posaron en él.

El Sin Nombre espiró lentamente mientras miraba por encima del hombro de Hiro, como si estuviera buscando una cara más importante.

—Si tu esfuerzo de esta noche me resulta interesante puede que te invite a mi fuente. Eso te ayudará a entrar en las ligas mayores.

—¡Olvídalo! —espetó Aya—. Después de esta noche los dos seremos tropecientas mil veces más famosos que tú.

Las aerocámaras del séquito se volvieron bruscamente hacia Aya. Toshi la miró como si hubiera descubierto una cucaracha entre sus palillos.

—¿Sale esta imperfecta en tu historia, Hiro-chan? Si es así, hay algo que se me escapa.

Aya comenzó a responder cuando cayó en la cuenta de algo inquietante. Para los detractores de la lluvia mental como el Sin Nombre, el Exterminador de Ciudades constituiría una prueba más de que la humanidad era una amenaza para el planeta, de que era preciso volver a controlar a las personas.

Con su docena de aerocámaras, Toshi ya estaba reuniendo material para dar la vuelta a su historia. Ya había utilizado el reportaje de Hiro sobre la inmortalidad para sembrar el miedo entre la población. ¿Hasta dónde podría llegar con un Exterminador de Ciudades?

—Tranquilo, Toshi-chan —dijo Ren—. Pronto lo entenderás. Tú y todos los demás. —Se volvió hacia Aya—. Lancémoslo ahora.

—¿Tú crees?

—Buena idea, Ren —dijo Hiro—. Vamos a darle a la gente una pequeña sorpresa.

Aya miró al Sin Nombre. Cualquier cosa que pudiera desconcertarlo le parecía bien. Hizo una inclinación.

—Si nos disculpas, tenemos algo importante que hacer.

Toshi empezó a hablar atropelladamente buscando una respuesta, pero el trío ya se había puesto en camino. La pantalla ocular de Aya se inundó de códigos de desbloqueo y Hiro ya estaba moviendo los dedos. Aya envió un breve mensaje a Frizz para asegurarse de que viera el primer pase del reportaje.

Hiro relajó las manos y se volvió hacia ella.

—¿Preparada, hermanita?

Aya asintió lentamente y notó que sus tatuajes flash daban vueltas.

—Preparada.

—Lanzamiento en tres... dos... uno...

Pronunciaron juntos los últimos códigos y se miraron.

El reportaje del Exterminador de Ciudades estaba en las fuentes.

Ren caminó entre la multitud y se detuvo en el centro de la sala, junto a un cabeza manga con un pelo centelleante de un metro de alto. Dio dos palmadas.

—¡Damas y caballeros, un breve anuncio! —Esperó a que las conversaciones cesaran. Su audacia logró silenciar incluso a los Bombarderos de Reputaciones, pero Ren permaneció impasible, perforando a la gente con su mirada.

Saludó a la sala con una reverencia.

—Perdonad que os interrumpa, pero el nuevo reportaje de Hiro y Aya Fuse ya está en el aire. Y va sobre un tema que probablemente os interese a todos... ¡El fin del mundo!

Verdades tergiversadas

Quince minutos después empezó a correr.

Como era de esperar, todos los invitados habían retomado poco a poco sus conversaciones tras el anuncio de Ren. Algunas pantallas de mano fueron activándose, pero la gran pantalla mural de la mansión permaneció apagada. ¿Por qué deberían interrumpir una fiesta para mirar una fuente entre un millón? Y más aún después de saberse que quien hacía el lanzamiento era la hermana pequeña del famoso Hiro Fuse, no Míster Célebre en persona.

Toshi Banana se encontraba en un rincón, haciendo como que pasaba del resto de la fiesta, contando chistes a su séquito y deleitándose con sus risas. Aya advirtió, no obstante, que una de sus admiradoras permanecía atenta a su pantalla ocular. Cuando el reportaje llegó a la verdad sobre el Exterminador de Ciudades, se puso de puntillas y susurró algo en el oído del Sin Nombre, que se quedó pensativo unos instantes.

En la ciudad estaba corriendo mucho más deprisa: amigos enviando mensajes a amigos, fuentes relanzándolo, el reportaje propagándose como fuego de maleza en la estación seca. Aya veía cómo los índices de audiencia de su fuente aumentaban lentamente y su rango facial volvía a cruzar la barrera de los cien mil primeros.

—Ha captado una avalancha de mensajes en la fuente de los guardas —dijo Ren. Tenía las dos pantallas oculares encendidas y la expresión perdida en garabatos luminosos—. Están despegando aerovehículos.

Aya sonrió. Como buena ciudadana, había colocado una bandera de seguridad en el reportaje para asegurarse de que el gobernador de la ciudad lo viera de inmediato. Esa misma noche enviarían guardas para proteger el lugar de papparazzi y buscadores de emociones fuertes y asegurarse de que nadie fuera aplastado por un tren ultrarrápido. No era solo una cuestión de seguridad personal; seguro que por la mañana el Comité de Concordia Global mandaría suborbitales desde todos los continentes.

Ren contemplaba sus pantallas oculares muerto de la risa.

—¡Es para desternillarse! Gamma Matsui te está atacando. ¡Cree que la escena del trineo está trucada! Dice que es imposible que pudieras permanecer en el aire tanto tiempo y que, por tanto, toda la historia es un fraude.

Aya le miró boquiabierta.

—¡Será malvada! ¡Qué sabrá ella!

—Lo que ella sepa no importa, Aya —dijo Ren—. Lo que importa es que es la lanzadora más famosa que se ha fijado en ti hasta el momento.

Aya soltó un gruñido de frustración, pero Ren tenía razón: los índices de audiencia de su fuente acababan de experimentar otra subida. Conectó con Gamma en su pantalla ocular y trató de oírla por encima de la música y el parloteo de la fiesta.

—En estos momentos mataría por tu pantalla mural, Hiro —dijo, lamentando no disponer de veinte fuentes para seguir la difusión de la historia—. ¿Por qué me dejé convencer para venir aquí?

Ren posó una mano en su hombro con una copa.

—Calla y bebe un poco de champán. ¿Ves a esa mujer con pinta de extra que está jugando con el puzle cúbico? Es capaz de calcular mentalmente la velocidad terminal del trineo con solo mirarlo. En lo que a física se refiere, le da mil vueltas a Gamma. Por eso estamos aquí.

—¡Si ni siquiera está mirando mi fuente! —exclamó Aya—. ¿Crees que debería acercarme a explicárselo?

—Ni se te ocurra —dijo Hiro—. Nadie más está hablando de fraudes. No alimentes el fuego.

Aya dejó la copa con un gemido. A veces lo más difícil era no hacer nada.

—Buenas noticias —dijo Hiro—. El Sin Nombre se marcha.

Aya levantó la vista justo cuando Toshi Banana y su séquito se dirigían a la puerta. Parecían tener prisa.

Ren rio entre dientes.

—Seguro que está impaciente por regresar a su pantalla mural y empezar a atacarte antes de que el asunto se desmadre.

—¿No deberíamos atacarle nosotros a él primero? —preguntó Aya.

Ren apagó los garabatos de sus pantallas oculares con un parpadeo y se volvió hacia ella.

—No hace falta. Estamos hablando de un Exterminador de Ciudades, ¿recuerdas? Es un asunto demasiado serio para que ese cabeza de burbuja se salga con la suya.

Cinco minutos después el reportaje estaba inundando las fuentes y traspasando la interfaz de la ciudad para alcanzar la red global. Todo parecía estar ocurriendo al mismo tiempo, o por lo menos demasiado deprisa para que la pequeña pantalla ocular de Aya pudiera asimilarlo.

Los invitados estaban empezando a dirigir la mirada hacia ella, conscientes de que algo grande estaba sacudiendo la interfaz de la ciudad. Sacaban pantallas de mano y se congregaban en rincones para verlas juntos.

—Todo bien por el momento —anunció Hiro—. Tu rango facial acaba de traspasar la barrera de los diez mil. ¡Estás ganando al Bombardero de Reputaciones de esta noche!

—Me alegra oír eso. —Aya se estremeció. Su señal de aviso se había vuelto loca y parecía que un martillo neumático estuviera aporreando una campana en su oído—. ¡Algo le pasa a mi pantalla ocular!

—No le pasa nada, Aya —dijo Ren—. Es la avalancha de mensajes. Será mejor que apagues el volumen.

Aya apretó los puños para desconectar el sonido y se frotó la oreja.

—¡Caray, ser famosa es descalabrante!

—¿Aya Fuse hablando mal de la fama? —dijo alguien—. Eso sí es descalabrante.

Aya se dio la vuelta y ahí estaba Frizz, guapo, sonriente, mirándola con sus enormes ojos.

—¡Frizz! —exclamó, rodeándole con los brazos—. ¿Has visto mi reportaje?

—Por supuesto. —Frizz la estrechó con fuerza. Luego dio un paso atrás y saludó a Hiro y a Ren con una inclinación—. Frizz Mizuno.

Hiro le devolvió el saludo con una sonrisa de suficiencia.

—Así que tú eres el famoso Rey del Limo.

—Y tú el famoso hermano mayor de Aya —dijo Frizz. Frunció el entrecejo—. Aunque probablemente ya no tan famoso, comparado con ella.

Hiro le miró atónito y Aya le asió del brazo.

—Vete a dar una vuelta, Hiro —le ordenó. Bastante angustiante era ya Sinceridad Radical sin su hermano mayor en las proximidades.

Ren se lo llevó con una sonrisa hacia un grupo de lanzadores que estaba aguardando el momento de las entrevistas.

—Solo dispongo de un minuto porque tengo que ir a responder unas preguntas. ¡Pero me alegro mucho de que hayas venido, Frizz!

—Te echaba de menos. —Se acercó un poco más sin apartar los ojos de ella—. Y quería pedirte perdón en persona por lo de la Reina del Limo.

Temblando ligeramente bajo su mirada manga, Aya desvió los ojos.

—No fue culpa tuya, Frizz. Debí tener más cuidado. Además, ser la Reina del Limo tuvo su parte... interesante.

—Desde esta noche ya nadie volverá a llamarte así. —Frizz posó una mano en su brazo—. Yo nunca te he visto como una limosa.

Aya se atrevió a mirarle de nuevo a los ojos y habló en voz baja para que las aerocámaras no pudieran oírla.

—¿Recuerdas lo que dijiste aquel día? ¿Que no estabas seguro de la clase de persona que era? ¿Entiendes ahora por qué tenía que mentir para conseguir el reportaje?

Esta vez quien desvió la mirada fue Frizz.

—Entonces me parecía horrible que traicionaras así a tus amigas, pero ahora lo comprendo. —Suspiró—. Supongo que a veces es preciso mentir para encontrar la verdad.

Lo dijo con tanta tristeza que Aya se abrazó de nuevo a él. Le traía sin cuidado que las aerocámaras estuvieran mirando o cuántas fuentes detractoras compararan su imperfección con la perfección de Frizz.

—Yo nunca te mentiré —dijo, y sintió que los músculos de Frizz se tensaban.

—En ese caso, dime una cosa.

—Lo que quieras.

—Si no hubieras descubierto el Exterminador de Ciudades, si esta historia solo tuviera que ver con las Chicas Astutas y sus proezas sobre trenes ultrarrápidos, ¿la habrías lanzado?

Aya se apartó. Frizz no era ningún estúpido. Se había dado cuenta de que Aya había empezado a tergiversar la verdad antes de saber lo del Exterminador de Ciudades.

Pero ¿habría traicionado a las Chicas Astutas solamente por hacerse famosa? Tal como había dicho Miki, surfear por la naturaleza transformaba la mente, y cuanto más tiempo pasó Aya con ellas, más empezó a sentirlas como amigas. Tal vez hubiera cambiado de idea... tal vez.

¿No estar segura de la verdad era lo mismo que mentir?

Se aclaró la garganta.

—Cuando me uní a las Chicas Astutas solo buscaba una historia, la que fuera, pero, después de hablar contigo aquel día, empecé a tener mis dudas.

Frizz asintió.

—¿Significa eso que ya habías cambiado de idea?

Aya clavó su mirada en los ojos manga de Frizz. El deseaba creerla. Sería tan fácil responder que sí...

¿Y para qué apenarlo? Nunca más podría actuar de incógnito. Después de esa noche todo el mundo sabría que Aya Fuse era una lanzadora. Se había acabado lo de mentir para conseguir historias. ¿Qué importaba si tergiversaba la verdad una última vez?

—Todo ocurrió muy deprisa —respondió—. Primero eran solo proezas, luego el mundo entero estaba en peligro. —Aya desvió la mirada—. Pero no... no habría podido hacerles eso.

Frizz la atrajo hacia sí.

—Me alegra oír eso.

Aya cerró los ojos para esconderse de sus propias dudas. Frizz la había creído sin más. Puede que no estuviera tan alejada de la verdad. Después de todo, estaban hablando de una situación hipotética.

Sería una locura renunciar para siempre a Frizz cuando el precio de conservarlo era una pequeña tergiversación.

—¿Aya? —le susurró Frizz al oído—. Creo que tu hermano quiere hablar contigo.

Aya se apretó contra él.

—Me da igual.

—En realidad no es solo Hiro. Parece más bien... una multitud.

Aya se despegó de Frizz con un suspiro y miró por encima de su hombro. Al ver a la gente se le cayó la mandíbula.

El delirio había comenzado.