A la mañana siguiente, Aya no oyó el despertador y se perdió dos clases de matemáticas y una de inglés avanzado.
Cuando despertó, el sol entraba a raudales por la ventana, una imagen desesperante. Perder clases significaba perder un montón de méritos, los suficientes para tenerla a cero el resto del mes.
Pero mientras contemplaba el techo desde la cama, frotándose las agujetas y los moretones fruto de su aventura de la noche previa, cayó en la cuenta de que muy pronto los méritos dejarían de importarle. Cuando la historia de las Chicas Astutas apareciera en las fuentes, se haría tan famosa que ya no tendría que molestarse con exámenes, tareas de residencia y turnos con pequeños; todas esas cosas tendrían el mismo valor que el viejo dinero de los tiempos de los oxidados expuesto en el museo de la ciudad.
Con un rango facial elevado no tenías que preocuparte por impresionar al Comité del Buen Ciudadano. Solo tenías que preocuparte por conservar tu fama, lo cual, como solían decir los egocéntricos, era mucho más fácil que alcanzarla.
Aya se frotó los ojos. Se había dormido mientras repasaba las secuencias descargadas de Moggle y su cámara-botón: horas de surfeo sobre un tren ultrarrápido, túneles misteriosos e indómitas Chicas Astutas desvelando los secretos de su camarilla. Un material superlanzable.
Casi tenía demasiado material con el que trabajar. Se enfrentaba a un proyecto mucho más complejo que los que había abordado hasta el momento. Hiro siempre decía que, por muy alucinantes que fueran unas imágenes, la gente se cansaba de ellas a los diez minutos. Pero ¿cómo iba a meter guaridas secretas, alienígenas larguiruchos y temerarias Chicas Astutas haciendo proezas en un tiempo tan reducido? ¡Podría llenar diez minutos solo con el surfeo sobre el tren ultrarrápido!
Lógicamente, casi todas las secuencias de cualquier historia acababan en la capa de fondo para que otros lanzadores pudieran utilizarlas en el futuro o cotejarlas para ver si habías tergiversado la verdad, como solían hacer las fuentes en los tiempos de los oxidados. Pero si Aya se disponía a traicionar a las Chicas Astutas, estas se merecían que por lo menos mostrara lo increíbles que eran, en lugar de arrinconar sus proezas a un lugar que solo sería visto por un puñado de adictos a las fuentes.
Tendida en su cama, se preguntó si no debería convertir el reportaje en una serie. El verano anterior, Hiro había lanzado una historia de diez episodios sobre personas que se autolesionaban para subir su rango facial, haciéndose cortes, matándose de hambre o cultivando tabaco para fumárselo. Pero la idea de crear algo tan intrincado —meter y sacar constantemente personajes, recapitular temas sin resultar repetitiva— la sobrepasaba.
Las figuras de aspecto inhumano constituían la parte más difícil. La gente no creía en alienígenas, y para colmo Aya no tenía ninguna imagen de ellos. Sería como introducir unicornios en la historia.
Encendió su pantalla ocular y vio que Ren estaba en casa de Hiro. Él sabría aconsejarla, y puede que hasta Hiro se prestara a ayudarla ahora que podía demostrar que las Chicas Astutas existían de verdad.
Estaba a punto de llamar a Ren cuando la voz se le quebró: en su visión se estaban desplegando cientos de mensajes, la mayoría de gente desconocida. Por la razón que fuera, había sido acribillada durante la noche.
De repente un nombre familiar atrapó su atención: Frizz Mizuno.
Aya titubeó. ¿Y si le había escrito para decirle algo radicalmente sincero, como que había cometido un terrible error al fijarse en ella? ¿O que Aya Fuse era una extra anónima con la que nadie desearía salir y aún menos si ese alguien era famoso y guapo?
Solo había una forma de averiguarlo. Abrió el mensaje.
¡Hoy asediado por aerocámaras!
Y acabo de comprender por qué.
Glups... lo siento de veras.
Frizz
Aya frunció el entrecejo. ¿Por qué se disculpaba cuando ayer la descerebrada había sido ella? ¿Y qué quería decir con lo de las aerocámaras? Advirtió que el mensaje terminaba con un lanzamiento y se le formó un nudo en el estómago.
Siguió el lanzamiento y una fuente detractora de las modas apareció en su visión...
Las imágenes habían sido filmadas el día previo, justo después de que Aya rescatara a Moggle. Allí estaba, hablando con Frizz junto a los campos de fútbol de Akira Hall, con el uniforme de la residencia cubierto de limo. Pese a los objetivos granulados de la mini— cámara, Frizz salía tan guapo como siempre, sentado con las piernas cruzadas sobre su aerotabla. En cambio Aya parecía recién salida de una cloaca.
La leyenda decía: «¿Quién es la imperfecta limosa que acompaña a Frizz Mizuno?».
Aya cerró los ojos. Esto no... ahora no.
Tendría que haber imaginado que algo así podía suceder. Frizz acababa de fundar una nueva camarilla y su rango facial estaba subiendo como la espuma. Seguro que tenía cámaras paparazzi siguiéndole a todas partes. Pero la atención de Frizz la había aturullado tanto que en ningún momento se le ocurrió actuar con precaución.
Justo ahora que quería pasar desapercibida su imagen estaba colapsando las fuentes.
Volvió a pasar la secuencia; por lo menos no podía oírse lo que ella y Frizz decían, y Moggle estaba por allí persiguiendo misiles de plástico.
Además, era una fuente detractora estúpida, una de esas historias que Aya miraba a diario y, tras unas risas, olvidaba de inmediato. Debería pasar de ella...
Pero, por la razón que fuera, no podía. Contempló las imágenes de la capa de fondo. Había docenas de ellas, todas igual de espantosas. Obviamente, la persona que las había filmado no se había molestado en mostrar a Aya después de la ducha. ¿Qué habría tenido eso de gracioso?
La parte más dura fue leer los comentarios que suscitaban las imágenes, un millar de titulares jocosos, críticas y teorías absurdas: que la cirugía de Sinceridad Radical había provocado algún tipo de lesión en el cerebro de Frizz, que este tenía verdadera debilidad por las narices grandes, que de las cloacas había salido una nueva especie de novias...
Durante la madrugada un residente anónimo de Akira Hall había reconocido a Aya y relanzado el reportaje a su fuente, pero a esas alturas poco importaba que tuviera un nombre. La gente estaba disfrutando demasiado llamándola «Reina del Limo».
Aya se recostó en la cama, sorprendida de que la gente pudiera ser tan desaprensiva, pudiera enviar aerocámaras para obtener furtivamente imágenes de otras personas. Tal como había dicho Ren el día anterior, las fuentes detractoras eran para idiotas anónimos. La mayoría eran, probablemente, unos envidiosos; les molestaba que Frizz se hubiera fijado en ella, una extra imperfecta, y no en una cara célebre.
Pero por mucho que los despreciara, por muy descerebrados y mezquinos que fueran, le dolía lo que decían.
En su oído sonó un suave tintineo y soltó un gemido: probablemente otro mensaje de uno de los nuevos admiradores de la Reina del Limo. Pero cuando apareció el nombre del remitente se incorporó de golpe.
—¿Frizz?
—Hola, Aya-chan. Esto... ¿has visto las fuentes esta mañana?
Aya volvió a tumbarse y suspiró.
—Sí. Te habla la Reina del Limo.
—No sabes cuánto lo siento, Aya. Todavía no me he acostumbrado a todo este asunto de los paparazzi. Ni por un momento se me ocurrió que...
—La culpa no es tuya, Frizz. Soy yo la que tendría que haberlo pensado. —Aya dejó ir un suspiro—. Hiro es famoso desde su primer reportaje. Conocía las reglas, pero las olvidé por completo cuando te vi allí, esperándome.
Tras un breve silencio, Frizz dijo:
—¿Es un cumplido?
Por primera vez desde que se había despertado. Aya sintió alguna otra cosa además del horror de haber caído en una emboscada. Por lo menos Frizz no la había llamado para decirle que era una tarada.
—Supongo que sí.
—¿Por qué no vienes a verme? Podríamos irnos de picnic.
—Pensaba que estabas rodeado de cámaras.
—Totalmente, ¿y? —repuso Frizz—. Sería una oportunidad para que la gente te viera sin... el factor limo. —Soltó una risita.
—No puedo. ¿Recuerdas el reportaje en el que estoy trabajando? Sigue siendo un secreto.
—Pues no hablaremos de él. En realidad, sé muy poco.
—Pero la camarilla que quiero lanzar siente un rechazo enfermizo por la fama. Detestan todo lo que huela a ella. Si me ven chupando cámara contigo sospecharán de mí.
—¿Sospechar de qué? ¿De que te gustan los picnics?
—Frizz —gimió Aya—, estoy de incógnito, ¿recuerdas? La camarilla no sabe que estoy haciendo un reportaje sobre ella.
Se produjo un largo silencio.
—Un momento... Pensaba que era un secreto para otros lanzadores, no para la camarilla.
—Pues lo es. Ellas no saben que soy lanzadora.
—¿Me estás diciendo que les estás haciendo a ellas lo mismo que acaba de sucedemos a nosotros? ¿Filmándolas sin que lo sepan?
Aya abrió la boca para hablar, pero las palabras se le enredaron. Finalmente solo alcanzó a farfullar:
—¡Eso es muy distinto!
—¿Qué tiene de distinto?
—Yo no las ataco, Frizz. ¡Yo muestro lo increíbles que son! ¡Este reportaje las hará famosas!
—Acabas de decir que detestan la fama.
—Y así es, pero... —comenzó Aya, pero las palabras volvieron a enredarse en su boca. ¡La Sinceridad Radical de Frizz era desconcertante! A veces tenía la sensación de que provenía de alguna ciudad completamente anónima.
—Necesito pensar, Aya —dijo con la voz queda.
—Necesitas... ¿qué?
—Lo siento, pero se me hace extraño eso de que tengas que ir de incógnito. Además, parece que te conviene alejarte de mí un tiempo. Quizá deberíamos dejar de vernos una temporada.
Aya quiso replicarle e incluso correr a su encuentro, con o sin aerocámaras. Pero no podía cargarse su reportaje. Bastante mal estaban ya las cosas con su nombre viajando por todas las fuentes.
Tal vez Frizz tuviera razón en lo de mantener las distancias durante unos días, por mucho que le apenara reconocerlo.
—¿Estás seguro, Frizz?
—Sí. Necesito pensar en todo esto. A veces me cuesta saber qué clase de persona eres.
Aya apretó los puños, buscando algo que decir. ¡Ahora Frizz la tenía por una detractora descerebrada! Ojalá pudiera explicarle que esa historia era mucho más importante que el derecho a la intimidad de las Chicas Astutas; lo que se ocultaba en esa montaña podía ser peligroso.
Pero gracias a su Sinceridad Radical y su fama, cualquier cosa que le contara aparecería en las fuentes al día siguiente. No podía correr ese riesgo.
Finalmente se despidieron y la comunicación se cortó.
Aya se quedó tumbada en la cama, borrando mensajes burlones, cada vez más abatida. A lo mejor ya no tenía sentido evitar a Frizz. ¿Y si alguna de las Chicas Astutas tropezaba con la historia de la Reina del Limo? ¿Culparían a Aya de su repentina oleada de fama? Ella no tenía la culpa de que Frizz fuera famoso y guapo y un completo imán para las aerocámaras...
El tipo de novio por el que habría matado una semana atrás.
Frunció el entrecejo al caer en la cuenta de que era la primera mañana, desde su infancia, que no consultaba su rango facial, y por una vez podría haber subido. Bloqueó la fuente detractora de modas, haciendo desaparecer las líneas meme y las cadenas de cotilleos que abarrotaban su pantalla ocular, hasta que pudo ver su pequeño rincón de la vergüenza.
Se quedó mirándolo un buen rato, no sabiendo qué pensar.
Su rango facial ocupaba el puesto 26.213, el más elevado de toda su historia. Finalmente Aya Fuse era famosa.
Por limosa[1].